miércoles, 1 de octubre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO NOVENO DE "LAS WALKYRIAS"


                                                                      29


                                                                                                               “Trabajar en un hospital es jodido, Negra, no es fácil. Ves que la gente se enferma y se muere casi de un día para el otro. En un momento están bien, sin sospechar que dentro del cuerpo se les estuvo desarrollando un cáncer o tenían una arteria débil que de pronto estalla y ¡Pum!, a la mierda, van a parar al tacho. La vida es como una especie de espectáculo continuado del que de pronto la naturaleza nos retira mostrándonos que no valemos nada, que importamos muy poco. Ninguno de nosotros sabe lo que tenemos dentro hasta que te abren como al motor de un coche y descubren los mecanismos que tenés desgastados o quemados o lastimados, que, en muchos casos, no tienen remedio, no hay repuestos. Bueno, ahora hay técnicas de diagnóstico que antes no existían y que si descubren a tiempo cuáles son los problemas, por ahí, por ahí, porque nunca es seguro, te los pueden solucionar, pero, no siempre. Cualquiera de nosotros quisiera que las cosas no fueran así. Porque uno viene pensándose y pensando el mundo desde que era un gurí ¿O no? A Vos te pasará, Negra, le pasará a tu padre, a don Aníbal, a doña Rosa, tu vieja, a mis propios viejos; gente que ya vivió muchos mas años que nosotros y que tiene recuerdos, mas recuerdos que nosotros, y ¡qué triste!, ¿no? Porque ante todo saben que el tiempo que ya vivieron no lo van a volver a vivir. Ponele hasta los cuarenta podés soñar con llegar a los ochenta y entonces te decís a vos mismo: “me falta vivir otro tiempo igual”, pero, ya cuando alcanzaste los cincuenta sabés que hasta los cien es prácticamente imposible y, si llegás a los sesenta, ni hablemos, los últimos veinte años de tu vida, vividos a pleno, están ahí nomás. No es que uno haya hecho grandes cosas, yo ya tengo treinta y cinco, vos, Negra, treinta, y ninguno de los dos hemos hecho grandes cosas. Hemos vivido siempre como hemos podido, yugándola, cinchando, con nuestros recreos y vacaciones en La Paz, nada más, que, hasta ahora, es lo único que valió verdaderamente la pena de ser vivido. Pero, es una joda, es jorobadísimo eso de saber que te tenés que morir y aguantártela calladito, tratando de no joder a nadie, porque los demás no tienen la culpa, porque a ellos, tarde o temprano les va a pasar lo mismo y se la tendrán que bancar, etcétera, etcétera. Se que en mis pensamientos no soy nada original, pero, bueno, “mal de muchos consuelo de tontos”, como dicen, por eso uno igual no se conforma, no se acostumbra y anda por ahí dando pena, produciendo lástima. Todavía no lo digo por mí porque gracias a Dios sigo con salud y trabajo, pero, si miras un poco, un poco nada más, a tu alrededor, te das cuenta de la pena, la tristeza que hay en la gente, en todos. Mirá sino nomás el caso de tu patrona, la señora Elena Marchanta, cuánto tiempo anduvo y todavía anda mustia, apagada, con el asunto del accidente en el que los padres perdieron la vida ¿O no? Por eso la entiendo cuando te invita al cine, al teatro o te regala cosas y quiere que la acompañes. Está más sola que Adán en el día de la madre y debe pensar, debe recordar todos los días a los padres. Te acordás que vos me contabas que eran una familia muy unida ¡Pobre, pobre mujer! La comprendo, la entiendo bastante. Hay que trabajar en un hospital para saber lo que es la vida, el poco grosor, la corta espesura que tiene. Quiero decir si fuera una tela, si la pudiéramos apretar entre dos dedos, el pulgar y el índice pongámosle, nos daríamos cuenta que escaso grosor, que poco espesor que tiene”.

Amilcar Luis Blanco  ("Enfermo doliente", pintura de Emma Cano)

                                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario es bienvenido pero me reservo el derecho de suprimir los que me parezcan mal intencionados o de mal gusto.