sábado, 11 de octubre de 2014

CAPÍTULO TRIGÉSIMO QUINTO



                                                                     35

                                                           “Llegué a una conclusión fundamental, Edelmira. Estuve pensando en lo que me explicó ese médico sobre Marx y la lucha de clases y sobre lo que me explicaron cuando tomé el catecismo y ¿Sabés qué? Lo fundamental de nosotros, los humanos, es que somos objetos. Eso, así nomás. Igual que las mesas, las sillas, los sanitarios del baño o la camilla que empujo todos los días por los pasillos del hospital y que ya no se si la llevo o es ella la que me lleva a mi. Porque, Edelmira, pensá, muchas veces llevo en la camilla cuerpos enfermos pero, otras veces, llevo cadáveres a la morgue que hay en el subsuelo ¿Cuál es la diferencia? Bueno,¿ la sabemos todos, no? Los cuerpos respiran, tosen, se mean, se cagan, caminan, cogen, comen, hablan, respiran, qué se yo, se mueven, los cadáveres en cambio todo lo contrario, están quietos, rígidos para siempre, pero, fuera de eso, seguimos siendo tan objetos como ellos, no hay diferencias importantes Las radios, los televisores, también  se apagan, las planchas se desenchufan o se descomponen para siempre, o no? Me refiero en cuanto a lo que sentimos, a cómo nos sentimos, porque más allá de que estemos tristes, contentos, agotados o con ganas de hacer cosas, deprimidos como en un velorio o exaltados como en carnaval, lo fundamental de nosotros es que nos usamos unos a otros y ahí está la cualidad más importante de los objetos. Si digo silla, pienso en sentarme, si digo mesa pienso en comer, si digo inodoro bueno, ya sabemos, y así con todo. Si alguien dice Alejandro, todos piensan camillero, si alguien dice Edelmira todos piensan sirvienta o doméstica, es decir, como explicártelo, somos aquello para lo que servimos. Por lo menos para los demás y también los demás para nosotros. Porque, a ver, ¿Quién es capaz de ver más allá? ¿O de pensar más allá? Creo que nadie. Si no fuera así, Edelmira, andaríamos queriéndonos todos aunque no hiciéramos nada y dejaríamos de usarnos unos a otros. Ahora, cuando voy a la sociedad de fomento y trato de hacer algo por nuestros vecinos de la villa que, por supuesto, son tan pobres como yo y no me pagan nada o cuando ellos hacen algo por nosotros, por mí, y yo ni vos, tampoco, les pagamos nada. Bueno, creo que, únicamente, en esos casos, dejamos de ser objetos, cuando no nos importa qué le podemos sacar o no sacar al otro, cuando obramos con lo que se llama desinterés. Pero andá a encontrar a alguien que haga algo sin interés. Son muy pocos, Edelmira, casi ninguno. Todos tratan de sacarte algo siempre, si no “no existís”, como dicen los pibes. A propósito, vos, para tu patrona, Elena, sos algo más que una sierva ¿No es cierto? Porque sino ¿Por qué te besó en la boca? Decime ¿Qué te saca ella, Edelmira? Por el laburo te paga. ¿Seguro, Edelmira, que no es tortillera? Porque el otro día te lo insinué y me sacaste rajando, con cajas destempladas, como le gusta decir a un jefe de guardia. Ojo Edelmira, no se si me bancaría que estuvieses con ella prestándole esa utilidad. No te olvidés que nosotros también podemos apagarnos o desenchufarnos, como los televisores o las planchas, sobre todo si lo que hacemos llega a ser muy agotador o humillante. Algunos les llamarán crímenes, delitos, homicidios, suicidios, a eso de acabar con nuestras vidas, pero me parece que aquí hay un poco de falsedad, Edelmira. Y sí, porque no queremos reconocer que somos como los objetos. Lo negamos. Nos sentimos más importantes que ellos, pero, bien mirados, nosotros también somos objetos. Hasta toda la entera tierra y los planetas y el universo mismo y todo lo que hay adentro. Así que ¡Ojo, Edelmira! Yo se por qué lo digo ¿Sabés cuándo veo patente lo que somos los humanos? Cuando a la mañana salgo de la villa y voy a Retiro, caminando, para tomarme el bondi hasta el Fernández. A esa hora todos caminan como zombis o como autómatas, sin mirarse, sin prestarse ninguna atención. Cada uno va concentrado a su trabajo, tratando únicamente de llegar a horario para que no lo echen, yo también, por eso lo se. La preocupación mayor es llegar a horario. Al principio esto se hace de un modo deliberado, consciente, pero, poco a poco, a medida que te vas a acostumbrado a hacer todos los días lo mismo, ya se te convierte en una segunda naturaleza y ni siquiera te das cuenta. Salís y andas como disparado y sos como una bala de cañón o un misil o un vehículo, que también son todos objetos. Creo que si pasas por al lado de un tipo que fue tu amigo no lo ves, hasta si pasas al lado de una mina que fue tu novia no la ves, o de un hermano, tampoco. Por eso Edelmira, ojo, ojo, somos objetos”.


Amilcar Luis Blanco (Pintura de René Magritte)



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