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Su hija no se consideraba sin embargo tan
hermética e inexpugnable, aunque también sintiera que avanzaba en la niebla.
Sobre todo en ese momento, cuando, después de algunos cabildeos, quizá tratando
de averiguar para quien habría de vivir conforme la recomendación paterna,
había aceptado la invitación de Malva para viajar a Trenque Lauquen y conocer
algo de la infancia de su amiga. Y, al contrario de su progenitor, se sentía
frágil y vulnerable porque su corazón oscilaba y se repartía entre Edelmira y
Malva. No alcanzaba a decidirse por ninguna. Tampoco podía confesar a ninguna
sus vacilaciones. Su relación con Malva había perdido espontaneidad e
inocencia, estaba ahora saturada por la cautela y la reticencia que se imponía
para no meter la pata y minada también por la intuitiva desconfianza de Malva
que tampoco se atrevía a traspasar con preguntas directas el mutismo de su
amiga.
Así
que viajaban en micro juntas como lo habían hecho la primera vez a Mar del
Plata, una al lado de la otra, pero casi sin hablarse, mirando el campo y sin
poder pegar un ojo. Como todavía se amaban se observaban de vez en cuando con
las pupilas húmedas y se sonreían, se tomaban las manos. Elena sentía que la
interminable extensión de la llanura la ahogaba. Malva preparó en silencio el
mate y se lo alcanzó a Elena.
-
Tomá, te va a hacer bien.
-
Gracias.
-
¿Qué te pasa, estás incómoda?
-
No, no, estoy…no se, tensa, preocupada…
-
Contame
-
Mirá, Malva, yo te amo, me enamoré de vos como vos de mí, pero, ahora, no me
resulta fácil conciliarte con mi pasado y seguir.
-
¿Conciliarme con Edelmira?
-
Sí, vos sabés que tuve una relación intensa con ella, jamás te lo oculté.
-
Es cierto, y… ¿qué fue lo que me ocultaste?
-
Bueno, tuve un nuevo encuentro de cama con ella…
-
Lo sabía, no me sorprendés.- Malva recibió de nuevo el mate que Elena le
devolvió después de haberlo chupado hasta que chasqueó
-
Podríamos probar las tres juntas – agregó de pronto.
- ¿Lo decís en serio?
- Sí, lo digo en serio. La unión se da a partir del deseo. Nosotras nos deseamos. Si yo conozco a Edelmira
y la deseo y si a ella le ocurre otro tanto conmigo las uniones sexuales juntas o separadas entre nosotras
serán posibles y ya no tendremos nada que nos
separe, nada para reprocharnos. Mirá, sobre el “ménage a trois” tengo una
inquietante escultura que todavía no te descubrí, tengo los esbozos, los
dibujos. Parte de una composición de piernas y rodillas que emergen en
cuclillas de un pubis circular y forman una flor volumétrica, en la cuarta cara
hay unos glúteos que forman un culo perfecto, las formas crecen o suben después
hacia el cuello con un solo torso, distorsionado, con espalda y hombros del que
surgen, en el pectoral, tres pares de senos, tres ombligos y sobre el cono del
cuello tres rostros. Incluso podríamos tomarnos fotos desnudas, las tres juntas,
y las podría usar como modelo.
-
¿Cuándo se te ocurrió el diseño?
-
Después de este cruce de tres mujeres de las que vos sos el centro ¿Y qué te
parece, nos podríamos usar como modelos?
-
No creo que pueda convencer a Edelmira para semejante empresa. Es muy pasional
y celosa, muy posesiva.
-
Pero primero le podemos hacer pisar el palito a ella.
-
¿Cómo?
-
Un encuentro a solas conmigo, sin que ella sepa quién soy. Yo la seduzco.
-
Tenés razón, podría ser, pero ella debería saber quien sos porque si no
consideraría que la traicioné y sería peor ¿Cómo haríamos?
- De
acuerdo. Ya se me ocurrirá algo, o a vos, no es tan difícil.
El
rostro de Elena cambió. Una sonrisa lo distendió. Hasta en sentimientos tan
inconfesables Malva la comprendía, se acercaba a ella. Sintió que se aflojaba y
que sus ojos corrían sobre la llanura. La distancia ya no la ahogaba. Allí
estaba su amiga para sacarla de cualquier asfixia. Las sombras que Edelmira
portaba como color predominante en el pelo, las cejas, las pupilas, teñía
también sus celos y posesividad que se habían sentido primero detenidas por una
pesadilla premonitoria y luego ultrajadas por la infidelidad de ella. Pero
volverían a su cauce, se convertirían únicamente en encanto para desertar del
egoísmo de la exclusividad, pretensión tan absurda como la de la eternidad ¿Qué
eran ellas como mujeres amantes en un mundo que jamás las comprendería?
¿Estaba, acaso, mal que se defendieran entre sí, que crearan un espacio sólo
para las tres? ¿La exclusividad no se transformaría así en un valor compartido
por tres y no las haría sentirse fortalecidas?
Amilcar Luis Blanco ("Safo y Eranna en un jardín de Mitilene" por Simeon Solomón y "Safo y su novia" pintura de Edouard Henry Avril)
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