viernes, 20 de febrero de 2015

LA CASA HUMANA




                                       Soy el habitante, así me considero. Me gustan los ruidos de la casa. Los intestinales de las cañerías del agua, sobre todo los concernientes a sus desagotes porque los que proveen el agua suelen estar tensos o vacíos pero circulan con destinos precisos, beber o lavarnos; iguales a las venas o arterias llevando la sangre a los tejidos de órganos y vísceras. Después están los cables de energía eléctrica que son los nervios y nervan las luces, parecidos a un sistema nervioso central. Los caños que insuflan gas a las hornallas para encender cocinas y estufas y se mezclan con el oxígeno ambiental y producen la combustión, el desgaste, los desechos. Nosotros nos movemos dentro de sus interiores, somos células neurotransmisoras y portadoras constantes de acción y consumidoras de todo lo que por la puerta cancel ingresa, que es como decir la boca de la casa.
                                         Pero lo que mas sorprende durante el sueño dentro del dormitorio, sobre la cama, son los fantasmas. Uno puede verlos en el súbito despertar y no es verdad que carezcan de sexo, son masculinos o femeninos, varones y mujeres y personifican deseos. Ellos dirigen lo que ocurre en nuestros delirios, en nuestros universos oníricos y cuando advierten que hemos despertado la vigilia se los lleva, los arrebata de un modo ligero y veloz. Algunos los llaman ángeles. Puede ser que lo sean, no digo que no ¿Quién podría explicar la diferencia entre ángeles y fantasmas?
                                    De todos modos quienes la habitamos llevamos la casa a cuestas, como los caracoles. Nos lanzamos con ella sobre nuestras cabezas a todas las batallas. Además siempre nos estamos yendo o regresando a su materialidad, para refugiarnos en sus espacios interiores o para sacar las reposeras a la galería que la rodea o caminar por el inmenso patio jardín, cerrado a ojos ajenos por una alta y espesa ligustrina que le sirve de cerco.
                                          El que la construyó, hace ya muchísimos años, fue un bisabuelo nuestro. No puso él personalmente ladrillo por ladrillo. Trajo un plano de un estudiante de arquitectura y habló con el único vecino del pueblo que era albañil, muy formado, con grado de oficial. Y este hombre fue el que puso ladrillo sobre ladrillo a partir de los cimientos y siguiendo, centímetro a centímetro, metro a metro, el diseño trazado por el aspirante a urbanista.
                                 Dentro de su espacioso living se desenvolvieron fiestas y en la cocina comedor, poco modesta para la época de mi bisabuelo, se prepararon platos para muchos paladares, algunos exquisitos, otros más modestos y cotidianos.-
                                             Sin duda lo que más centra su ser edificio, su concha de caracol, su condición de carcasa, son las tormentas, las lluvias, los vientos, los granizos ruidosos y enfurecidos que golpean los techos como una muchedumbre de puños enfebrecidos. Entonces nos sentimos dentro de su ámbito protegidos y seguros. En mi caso siento el deseo de convertirla en una embarcación fabulosa como el arca de Noé y salir a navegar a su bordo sobre los lomos de un cielo caído y hecho mar.
                                                      Cuando la niebla se apodera de calles y veredas y su vaporoso volumen pone nuestras percepciones fuera del tiempo y del espacio, si hemos avanzado algunos pasos fuera de la cancel, basta volver, cruzar el umbral, ingresar nuevamente al living, para recuperar la ubicuidad vital momentáneamente distraída por el fenómeno.
                                                            En algunas ocasiones la tierra tiembla bajo sus plantas de cemento y metal ferroso, sus cimientos y zapatas de concreto , como si lejanos sismos, aquelarres telúricos, la sacudiesen desde el centro. Un oscuro sentimiento de peligro nos inspira entonces ser sus habitantes, pero sabemos que si descendiese a una falla profunda abierta hacia el centro mismo del planeta y se aplastase o fundiese o de pronto un asteroide, Dios no lo permita, se precipitase sobre su estructura y la destruyese, gustosos moriríamos con ella.-

Amilcar Luis Blanco