domingo, 8 de marzo de 2015

EL TERCER HOMBRE


                                 De cómo la partitura de Antón Karás que acompañara el comienzo, los carteles, y los fotogramas posteriores de la película de Carol Reed con Orson Welles y Joseph Cotten, basada en la novela de Graham Greene, llamada del mismo modo, "El tercer hombre", llegó a revelarle sino la exacta identidad por lo menos la existencia del desliz en la vida de su madre cuando estuvieron de paso por aquélla ciudad, Juanjo, de apenas ocho, su amigo ocasional Marcelo, su madre y su padre, tenía algo así como un confuso sentimiento, una inexplicable sensación de duplicidad o mentira mezclada con añoranza y melancolía, cada vez que escuchaba los compases de aquélla melodía.-
                                        Era muy niño y en compañía de su madre y su amigo habían asistido a la exhibición de la película en aquel pueblito de paso, llamado Argelia, al que su padre había sido trasladado para desempeñarse como tesorero de la sucursal del Banco de la Nación Argentina.- Año 1954, más o menos.- Gobierno en sus postrimerías de Perón.- Clase media rebelada contra lo que denominaban régimen. El padre había viajado por algún asunto del Banco a la cercana ciudad de Trenque Lauquen y su mamá, Dalia, quedó a su cuidado en la pieza de hotel en la que vivían y esa noche los invitó al cine, a Juanjo y a su amiguito.-
                                         La sala se oscureció y de pronto se oyó la cítara que después evocó y escuchó en distintos momentos de su vida sabiendo ya que se trataba de ese instrumento y comenzaron las imágenes en blanco y negro. Alguien iba a buscar a su amigo en una remota ciudad europea que después supo era la Viena de la segunda postguerra. Era Joseph Cotten que recorría calles grises, empedradas, y de fachadas ennegrecidas. Había también alguien que lo seguía a él, lo espiaba de modo sospechoso. Pero también en aquélla sala de pueblo durante la exhibición hubo otro hombre que lo miró de reojo y se sentó en la butaca vecina y vacía al lado de su mamá. Hubo otro hombre que no era su padre y miró a su madre con una mirada penetrante y segura.
                              Ese tercer hombre en algún momento retiró apresuradamente su mano de sobre la de su madre cuando ella le pareció que lo codeaba porque Juanjo los miró.-
                                   Cada vez que escuchaba la melodía recordaba la escena dentro de la sala que, en la pantalla, coincidió con el momento en que la cámara toma, iluminándolo, el rostro de Orson Welles que por fin se revela como el perseguidor y amigo del personaje desempeñado por Joseph Cotten. En esos momentos la memoria de Juanjo, hoy todavía, a sus 68 años con su mamá de 95, su padre fallecido, se esfuerza buscando el rostro del hombre sentado junto a su madre, su fisonomía, sin encontrarlo; pero la repetición suave sobre el encordado de la cítara desarrollando la melodía lo consuela, le hace pensar que esa melodía que transcurre y pasa de su ayer a su ahora los envuelve y transporta hacia una caudalosa recepción de todos los misterios y sus razonamientos se vacían y en punto de infinito solo queda la melodía. Tan tarán, tarán, tan tarán, tarán, tan tarán tarán, tarán tarán, tarán. . .

Amílcar Luis Blanco