viernes, 21 de septiembre de 2012

LA CUMPARSITA








Los amigos hacía bastante tiempo que buscaban excusas para no responder a sus invitaciones ¿Estaría vieja? ¿Nadie vendría a consolarla? A Violeta le gustaba jugar con ese tragicismo demodé pero también recordar su niñez, cuando los hombres no la habían deseado todavía, ni intentado seducirla y llevársela a la cama. Cuando su madre la defendía de todo lo que le resultaba difícil con sus mimos constantes y sus pellizcones en la nariz, suaves, delicados, como sus besitos en el cuello. Lavinia, su madre, la bañaba, le enjabonaba el cuerpo con una esponja tan blanda, tan lisa sobre su piel, que ella apenas la sentía, después la enjuagaba y a ella le gustaba verse en el espejo, con el agua corriéndole por los detalles de su cuerpo hasta que incluso tuvo conciencia de la sensualidad de sus formas y volúmenes y hasta hoy cuando ya la edad le comenzaba a imponer la grosura indómita de sus desbordes, sobre todo en su vientre y sus caderas, aún le erizaba el vello y un escozor le recorría el bajo vientre cuando se contemplaba en el espejo de su baño mojada, perlada en transparencia, con el agua chorreándole . Los años y los amantes vinieron después, mucho después de aquélla infancia, de aquélla pubertad y adolescencia y gozó y sufrió y extrañó y echó de menos, tuvo miedo, tembló con ellos, no sólo por los placeres eróticos que le descubrieron sino también por esos terrores psíquicos a la pérdida y la soledad que acompañan al amor y sobre todo a la adicción al ser amado. Extrañamente, tal vez por haber perdido muy joven a su padre,  quien había cultivado con ella una relación rica, de mucha comunicación, de opulento intercambio, más tarde se enamoró de hombres mayores que ella. Y pasó del intenso amor a la amistad con ellos, gradualmente, porque ambos eran y habían sido, cuando ella era todavía una estudiante y ellos sus profesores, hombres casados ¿Cómo se pasa del amor erótico a la amistad? ¿Cómo de pronto se deja de amar? ¿Quién desencanta a quién? Por fin los caballeros de otrora habían aceptado su invitación y ahora estaban con ella recostados en sus reposeras, aunque ya un poco mustios y grises, los sentía como a esos perritos compañeros de la letra sentimental del famoso tango. Pese a todo peroraban y, en esa siesta,  la opulencia del clima y la naturaleza los había devuelto a una elocuencia que a la dueña de casa le pareció que los remozaba un poco.
- Cuando uno se siente admirado, amado, la autoestima crece y nos envuelve en una atmósfera de bienestar. Por eso es tan terrible cuando una mujer nos dice que ha dejado de amarnos, porque sucede todo lo contrario, en vez de crecerse en el amor a uno mismo, uno se achica, el alma se despeña y hasta sucede que llegamos a despreciarnos - dijo Almirón
- Lo que sucede es que cuando somos o nos sentimos amados es como si nos detuviéramos frente a un espejo y comenzáramos a mirarnos y tratáramos de descubrir cuáles son nuestros  atractivos - opinó Violeta
- Y por supuesto los encontramos, hallamos enseguida esos atractivos. Es como si nos descubriéramos. A lo mejor habíamos estado distraídos acerca de nosotros mismos pero bastó que alguien nos elogiara, que ese elogio viniera de otro para que lo creyésemos - dijo Bevilaqua
- Mucho más que si viniera de nosotros mismos - dijo Almirón
- Es que uno no se ve si no tiene enfrente a otro que le sirva de espejo - insistió Violeta.
Los tres amigos, antes amantes alternativos, estaban en la casa de ella después de haber almorzado opiparamente y la siesta se extendía ahora, soleada y azul, sobre el césped verde esmeralda de los fondos de la casa quinta de Violeta, al borde de una piscina con forma de riñón rodeada de lajas y cuyas aguas repletas de hojas y verdines en esa época del año - comienzos del otoño - todavía no usaba nadie y habían tomado una tonalidad bermeja, casi berenjena.- El olor a los eucaliptos rezumaba e infundía en el aire, junto a un cuadro sembrado de lavandas que también despedía su aroma inconfundible, una corriente de sequedad en la brisa que contrastaba con frescas serpentinas de humedad y se podía sentir en las mejillas, el cuello, las manos y las muñecas, sin que el calor del sol volviera opresiva la atmósfera. Puras corrientes de frescura.- Más allá seguía el campo hasta el horizonte y se veían cipreses, una alameda y los sembradíos de soja de un verde oscuro, a veces casi negro.
Violeta se incorporó de su reposera. Su ropa, un vestido de gasa color hueso algo desaliñado, mostraba su edad de cuarentona bien alimentada. Se le notaba la felicidad en el rostro relajado por la ingesta reciente de un buen cabernet y por la presencia de sus dos amigos sesentones que, en otra época, habían sido sus profesores y amantes y habían tramado su amistad a partir de ella. Bevilaqua enseñaba literatura. Almirón era un psiquiatra dedicado a la docencia dotado de perspicua curiosidad por las obras de filósofos y científicos dedicados a la física y la biología. Eran hombres mayores, cómodos, vestidos de sport, de conversación afable y atractiva, los dos tenían hijos grandes casados y ausentes, sus esposas los habían acompañado y disfrutaban de la cocina intercambiándose recetas y preparándolas para placer de todos. Ahora mismo estaban por traer el café y dos tortas, una de chocolate, otra de bizcochuelo de limón con crema chantilly y pulpa de duraznos y se distraían conversando en el interior de la amplia cocina comedor. Violeta estaba feliz de que hubieran aceptado su invitación para compartir los largos feriados de la semana santa. Ella misma era una mujer solitaria. Sólo tenía una hija que había viajado a Australia con una amiga en sus vacaciones y que, cuando estaba en el país, trabajaba demasiado y compartía con ella breves momentos, intensos porque los aprovechaban, pero breves.
Un alazán de pelaje casi rojo pasó cabalgando por el campo lindero a la quinta y todos se volvieron para mirarlo, incluso Estefanía y Clara las mujeres de Bevilaqua y Almirón respectívamente suspendieron la charla y quedaron estáticas por un momento mirando el gallardo cabalgar del cuadrúpedo que se alejaba a través de las amplias ventanas de la cocina. Violeta lo siguió hasta que se perdió detrás de una alameda como una mancha lacre, bruñida y espectacular, como si hubiera sido absorbido por la sombra que ya presagiaba el ocaso. Ella había vivido desde niña los crepúsculos en la quinta cuando sus padres recien la habían adquirido, hacia de esto casi cincuenta años.
- Y ustedes, amigos, ahora amigos,¿ han podido olvidar nuestras peripecias de amantes? Confiesenmelo ahora, antes de que sus esposas vengan con las tortas.-
Bevilaqua y Almirón se miraron como pidiéndose permiso para hablar
- Vos todavía estás muy apetecible - dijo Almirón
- Ya lo creo que sí - confirmó Bevilaqua
- ¿Por qué creen, los dos, que a partir de mi pregunta deben obligatoriamente tratar nuevamente de seducirme, de conquistarme?
Los profesores tosieron casi al unísono.
- ¡Por Dios, qué previsibles son ustedes, o soís vosotros, como debería decirse en correcto español!- se admiró Violeta.
- Es que, no se a Almirón, pero a mí me cuesta ser tu amigo, todavía, pese a mi edad, pese a mi estado civil y laboral, casado y jubilado, la sangre me hierve - replicó Bevilaqua
- A mí exactamente igual - confirmó Almirón
- Si los dejara ustedes dos celebrarían una orgía conmigo, con mi cuerpecito de cuarentona.
- ¿Nos invitaste para seducirnos, para que te hagamos el amor a escondidas de nuestras mujeres y casi bajo sus narices? - preguntó Almirón
- No estaría nada mal - sentenció Bevilaqua y después preguntó, en correcto español: - ¿Has estado leyendo al Marques de Sade, querida Violeta?
- Se que puedo excitarlos hasta la desesperación, conservo intacta mi autoestima. Lo que me intriga, lo que siempre me he preguntado sin acertar con la respuesta, y lo voy a decir en correcto español, es por qué los varones no podéis jamás ver más allá de vuestro apetito venéreo, os confieso que ese interrogante suele desvelarme. El hecho de que no podáis ser amigos de una mujer que os parece atractiva ¿No es acaso una limitación de género?
- Te se decir, porque lo recuerdo como si fuera hoy, que yo era un toro cuando te miraba de cerca, cuando conversábamos, antes de besarte y veía tus labios, tus mejillas, y sobre todo tus ojos y sentía ese deseo irresistible de besarte y te besaba y después, bueno, lo recordarás, y aquí, tenemos confianza con Bevilaqua, después venía lo de arrancarte la ropa y desnudarte y tumbarte sobre la cama ... Ahora, soy un viejo y como en el tango "los amigos ya no vienen ni siquiera a visitarme"-Almirón soltó el discurso y quedó en silencio.- Violeta se quedó contemplándolo, un poco consternada, el entrecejo fruncido, las comisuras caídas.
- Bueno, bueno, que yo también lo hice, qué embromar, y luego lo hicimos los tres, o no? - agregó Bevilaqua como para que salieran del silencio.
- ¿Qué cosa? - preguntó Almirón
- Sí, sí, esto de haber sido amantes los tres, de haber cumplido nuestras fantasías cuando fuimos jóvenes ...
- Pero qué decís Violeta, vos seguís siendo joven, tan joven como cuando vivimos esos momentos de fuego - la interrumpió Bevilaqua
- Sí, sí, o de juego - dijo Almirón, después siguió - Fuimos felices de todos modos ...
- Muy felices - suspiró Violeta.
- Acaso profundizáramos en esa filosofía en el tocador del Marqués. Acaso hicimos lo que otros no se hubieran atrevido a hacer.-
Estefanía y Clara llegaron con las tortas caminando en puntillas, sonriéndose y mostrándoles a los tres las arrugas del tiempo dentro de la lozanía de esa siesta rozagante por la que desfilaban recuerdos azulados, violetas y, desde alguna propiedad vecina, emitido por los altavoces llegó el sonido silabeante y rítmico, sincopado, de La Cumparsita.-

martes, 4 de septiembre de 2012

Fragmento de mi novela "Las Walkyrias" - Capítulo 10





La mañana se inflama a mi alrededor como una ampolla, como un dolor suave; el mismo que siento en la palma de mi mano después que me la lastimara ayer llevando la camilla en el pasillo del hospital. En el trayecto al hospital, a mi trabajo, recuperaré la constante contradicción de vivir y morir en la villa, en éste sitio, sólo soportable por esa esperanza de que me toques. Necesito tus manos sobre mi cuerpo, Edelmira, y no sobre la vajilla. Sobre mis hombros y mi cuello, sobre mi espalda, mi espinazo, mi cintura, incluso sobre mis glúteos y que me recorran las nalgas y las piernas y hasta los pies, y no agarradas al mango de la escoba. Vos te tirás en la cama a mi lado y es como si no existieras, como si yo tampoco existiera, como si ninguno de los dos existiéramos y éso, éso es lo mas decepcionante de estar casados. A veces te ofrezco masajes y los aceptás enseguida y no de balde porque te motivan y hacemos el amor y todo, pero nunca se te ocurre que yo también puedo necesitarlos, que estoy ahí, a tu lado, tan cansado como vos y tan necesitado como vos de esos masajes. No se, no se, Edelmira, no entiendo esto de estar nosotros tan cerca y de que me hagas sentir tan lejos, pensando y pesando, como un objeto muerto y vivo, deseando y deseando hasta que  el dolor mismo se cansa y por fin me deja dormir ¡Si sólo usaras tus manos, si sólo extendieras tus brazos todo cambiaria! Seguramente yo andaría mucho mas contento al día siguiente, trabajaría con ganas y alegría. Este dolor que siento en mi mano y en mi cuerpo insiste todo el día, me cansa, me hace sentir como un trapo cuando llega la noche. A veces me dan ganas de pedírtelo como hacés vos, pero, al pensar que entonces lo harías por obligación y que te cargaría otra obligación mas, retrocedo, me vuelvo atrás, no me animo. No me gusta verte siempre obligada a todo como si fueras una esclava por el hecho de ser pobre, porque los pobres estamos siempre obligados a todo. Nada o casi nada, muy poco, lo hacemos por gusto, por ganas de hacerlo. A veces pienso que esto de ser pobre y hacerlo todo por obligación nos va comiendo la vida, desactivando el cuerpo. A mi no me gusta demasiado el vino, comer lo necesario, pero sí me gustan tus manos y tu mirada y tu cuerpo desnudo de hembra; parece una estatua palpitante y viva, una fuente parece y, en vos, la alegría y la luz, cuando no estás cansada, vibran como el agua de los surtidores o las cascadas. Parece que estuvieras hecha de río, Negra mía”.
“Suele ser un frío de carbón, apretado por la humedad pero quemante, el que siento en la parte de mejillas expuestas y en las manos que trato de hundir en los bolsillos cuando salgo a las seis de la mañana de la casilla en invierno para ir al hospital.- Suele ser un frío de carbón de nieve porque arde, es invierno y todavía es de noche y porque recuerdo el aire suelto de los veranos en La Paz y quiero irme, marcharme de la villa como si nunca hubiéramos venido aquí. Pero aquí estamos y estuvimos desde que estamos juntos. En esta casa que levanté con mis manos, raspadas y lastimadas, Negra, doloridas porque mi sangre se entibia con el entusiasmo de haberte conocido y poder tenerte aunque deba toparse y chocar y tratar con lo mas áspero, se trate de ladrillos, cal o arena o cemento o lo que fuere. Todo es poco con tal de estar con vos, de vivir con vos, ésa es mi recompensa por todos los malos momentos, amarguras, antipatías, sinsabores y mierdas bien mierdas de la vida. Por eso Negra, por eso quiero y deseo y le pido a Dios si es que existe que vuelvas a mí, que te fijes en mí y me atiendas”.-

Amilcar Luis Blanco