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- La
amiga de tu amiga logró despegarse de las estructuras y ahora su vida corre
peligro – dijo Malva. Había abandonado su posición de barman detrás de la barra
borda del escultural mueble destinado a bar de su departamento del piso
veintidós en Palermo y caminaba hacia Elena con dos vasos largos de Gancia y
Limón que había coronado con azúcar y a los que había agregado hielo y soda.
-
¿Qué querés decir? – Elena recibió el vaso. Todavía no se había repuesto de su
agitada reunión con Edelmira que había incluido no sólo amor y erotismo sino
también una tenebrosa pizca de novela policial. A Malva sólo le había contado
esta última parte, obviando la parte pasional del reencuentro.
-
Y, mirá, tiene que ver con mis poliedros que tanto me censuran mi amigo Piero
como vos misma- Malva se sentó al lado de su amiga y después de soltar su
intrigante explicación bebió un sorbo del aperitivo.
-
Sos un enigma africanita, ¡qué te parió!
-
Aclaro. Los seres humanos somos muy estructurados, todos, somos previsibles,
nos anquilosamos y vamos derechito a posiciones que nos encajonan hasta el
ataúd final. Rara vez aceptamos o buscamos la aventura. Vivimos como
enmarcados, dentro de tubos, cajas, recintos cerrados, hasta que por fin nos
detenemos, quedamos paralizados como esos bichos que son atrapados por las
telarañas. Siempre nos acompaña un poliedro a punto de encerrarnos y
paralizarnos. Lo que Piero y vos interpretan como limitación de mis
posibilidades expresivas en la escultura es en realidad uno de los costados más
evidentes, dolorosos y trágicos de la naturaleza humana, la imposibilidad de
recuperar nuestra libertad que perdemos a cada paso, el anquilosamiento que nos
va imponiendo el tiempo hasta detenernos completamente. Mirá por ejemplo el
caso de Yabrán que con todo su poder se tuvo que pegar un tiro en la sien para
escapar de sus propias felonías ¡Y mirá que el tipo se movía y se podía mover!
-
¿Y qué tendría que ver eso con la amiga de mi amiga, la secuestrada?
-
Bueno, en este momento, ella zafó de su propio poliedro, de su propia telaraña,
pero está dentro de otra. Es decir se desvió de su historia personal previsible
y estructurada o proyectada por ella misma para caer en lo inesperado y
azaroso. De la misma forma que cuando uno se enferma o se enamora le ocurre
algo insólito, fortuito. Yo, por ejemplo, me enamoré una vez de un estanciero
paraguayo muy buen mozo, de nombre Daniel, no se si te lo conté pero lo seguí
hasta su estancia en el país guaraní. Los primeros días vivía en las nubes,
ebria de libertad e inventiva. Después descubrí que el tipo era un perfecto
cubo, previsible hasta en sus ganas de cagar, aburridísimo a la postre, un
fiasco, y terminé escapándome de él. Es decir la borrachera de libertad dura
poco, siempre.
-
¿Vos crees?
-
Estoy segura. Y, a propósito, ¿la llamaste a Edelmira únicamente por el llamado
de la secuestrada?
-
Sí
-
¿No intentaste levantarla o ella a vos?
-
No, para nada, ni hablamos de nosotras.
-
Qué raro, no te creo.
-
¿Por qué? ¿Acaso a vos te parece que después de su pesadilla ella habría
intentado levantarme de nuevo? Además no te olvidés que yo la llamé ¿O estás
celosa?
-
Y, un poco sí, aunque no me haga un favor a mí misma al reconocerlo. Edelmira
bien puede ser tu poliedro o tu telaraña, la que finalmente te detenga.
-
O también podrías ser vos.
-
Podría – Malva dijo eso con un rictus de dignidad en su boca, sin descomponerse
en algún asomo de alocado desconsuelo que le hiciese suponer a su amiga que,
ante la indiferencia de ella, podría eventualmente caer en un dolor que la
derrotara.
Elena
besó a Malva en la boca como para alejarle los fantasmas de los celos. Pensó en
la inocente Desdémona que había jurado su fidelidad a Otelo y sólo había
conseguido excitar en él un furor homicida y sintió que su traición estaba
todavía justificada. Pensó cuándo, en qué momento, no lo estaría más y se haría
insostenible ¿Entonces, cuando ese momento llegara, se arriesgaría a perder
para siempre a Malva? No lo sabía. Por el momento no quería perder a ninguna de
las dos. Necesitaba el sexo y el amor con ambas, las deseaba intensamente, por
igual. No había todavía sido paralizada ni por el poliedro, ni por la telaraña.
Encarnaba el riesgo de su propia libertad en el espacio de su mentira.
Amílcar Luis Blanco (Pintura de Maia Ramish)
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