lunes, 29 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO OCTAVO DE "LAS WALKYRIAS"




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                                                            - Vea, señorita, la he mandado llamar nuevamente porque usted me ha seducido – Don Arquímedes Portobello le habló sin detenerse. No la recibió esta vez sentado y leyendo el diario, sino que fue a su encuentro, le abrió la puerta de su estudio después que Malena golpeó dos veces con su puño como le habían ordenado que hiciera. “Vaya, querida, vaya y golpeé dos veces” – le había dicho Madama Walkyria momentos antes.
Malena ingresó al luminoso piso y se encontró con un Arquímedes recién afeitado y perfumado, ataviado con una robe de chambre de seda estampada en la que predominaban los rojos.
- Permiso – dijo Malena sin responder todavía a las palabras del anciano, pero asumiendo una actitud amable y cortés.
- ¡Adelante, adelante! Mire, le decía que usted me ha seducido.
- En todo caso usted me ha seducido a mí.
Don Arquímedes la miró, se encogió de hombros y sus labios le dibujaron en el semblante una mueca despectiva e incrédula.
- Soy un viejo, señorita, no me engaño, a mi edad ya no puedo seducir a nadie. Ni de joven me la creí porque, además, las que seducen, las walkyrias, son siempre ustedes.
- Nosotras, las que los transportamos al Walhalla, como héroes caídos.
- No me diga que es también una experta en mitología germánica.
- Yo no diría una experta. Alguna vez me enteré de la leyenda por casualidad y, bueno, también el azar quiso que hoy esté aquí.
- Bueno, su azar tiene un nombre, se llama Roberto.
- Efectivamente, usted no podría ignorarlo.
- Tiene razón. Pero más allá de ese azar o a pesar de él quisiera saber si usted se encuentra cómoda en esta nueva situación.
- Comodísima ¿Qué le hace pensar que podría no ser así?
- Obviamente, que usted no eligió este destino.
- Creo que hay veces que las circunstancias la eligen a una. Le diré mas, creo que en realidad eso sucede casi siempre.
- Bueno, bueno, esto es nuevo para mí, explíquemelo un poco.
- Es engañoso pensar que nosotros elegimos lo que vamos a vivir, lo que habrá de sucedernos. Mire, yo soy casada con un hombre mayor que yo. No se trata de un señor fino y cultivado que sepa tratar a las damas como usted, sino de un medio pelo de pueblo que vive de la usura y aprovecha su relativo poder. Se casó conmigo, aprovechando la volada, es decir que mi padre tuviera una deuda de la que no podía salir, presionó y se casó, extorsionó y se casó. Hasta incluso prometiéndome que no me tocaría un pelo, finalmente mostró la hilacha y me persiguió de todas las formas. Se transformó en un celoso obsesivo y hasta llegó a encerrarme en mi dormitorio. Así que, calcule usted, yo conocí a Roberto como a mi salvador, mi príncipe azul. Me enamoré enseguida de él…
- ¿Y qué siente ahora por él, después que supo que la había secuestrado, que la traía aquí para trabajar como prostituta?
- Por supuesto me sentí traicionada. No podía ser de otro modo. Pero aún en esa circunstancia me sentí todavía más traicionada y abandonada por mi marido.
- ¿Cómo fue eso?
- Bueno, Roberto llamó a mi marido para decirle que me tenía secuestrada y que pedía un rescate si me quería volver a ver con vida.
- ¿Y él qué hizo?
- Como siempre desconfió de mí, pensó que se trataba de un auto secuestro y no le dio ni cinco de pelota.
- Tiene razón, su marido es un cretino…
- Pero, a lo que iba, usted ve que son las circunstancias las que eligen por una. Es preferible para una mujer trabajar como prostituta y sentirse bien tratada y no convertirse en el rehén de un tipo maltratador de mujeres…
- ¿Alguna vez le pegó?
- Mire, no llegó a ponerme la mano encima porque no se lo permití. Intuyó que si lo hacía yo era capaz de romperle la crisma con algún objeto contundente. Si no llegó a castigarme físicamente fue porque soy mucho mas joven y supo que podría responderle peor.
- Bueno, bueno, ya veo. Acá, querida, tendrá que tener paciencia. Este trabajo es como el de una enfermera, aunque a veces su dotada imaginación pueda llegar a hacerle creer que es una walkyria…
- Me extraña que usted me lo aclare.
- ¿Por qué?
- Bueno, porque parecería que usted está recelando de la ilusión. En nuestra última reunión habíamos llegado a la conclusión de que la vida es ilusoria, ¿recuerda?
- Perfectamente, señorita Malena, pero me encanta que ahora sea usted la que saca nuevamente el tema. Me halaga. Me hace sentir que a usted le interesaron mis conceptos.
- Bueno, creo que se lo dije.
- ¡Ah, sí! Pero mire, estoy acostumbrado a que sus compañeras me den la razón como a los locos. Para ellas soy un viejo gagá.
- Para mí no.
- Ya le dije que me había seducido, completamente.
- Bueno, usted no se comportó como un hombre seducido.
- Mire, discúlpeme la franqueza, si actuara como un enamorado libidinoso debería tomarme un viagra para cada una de ustedes y, a mi edad, duraría poco.
- ¿No lo tomaría para mí?
- Si usted me lo pide
- Se lo estoy pidiendo.
- Entonces, estoy en el infierno, en el Walhalla, y usted ha conseguido transportarme.

Amilcar Luis Blanco  (Fotografía del magnate play boy Hugh Hefner y Shera Bechard)



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