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- Vea, señorita, la he mandado llamar nuevamente porque usted me ha
seducido – Don Arquímedes Portobello le habló sin detenerse. No la recibió esta
vez sentado y leyendo el diario, sino que fue a su encuentro, le abrió la
puerta de su estudio después que Malena golpeó dos veces con su puño como le
habían ordenado que hiciera. “Vaya, querida, vaya y golpeé dos veces” – le
había dicho Madama Walkyria momentos antes.
Malena
ingresó al luminoso piso y se encontró con un Arquímedes recién afeitado y
perfumado, ataviado con una robe de chambre de seda estampada en la que
predominaban los rojos.
-
Permiso – dijo Malena sin responder todavía a las palabras del anciano, pero
asumiendo una actitud amable y cortés.
-
¡Adelante, adelante! Mire, le decía que usted me ha seducido.
-
En todo caso usted me ha seducido a mí.
Don
Arquímedes la miró, se encogió de hombros y sus labios le dibujaron en el
semblante una mueca despectiva e incrédula.
-
Soy un viejo, señorita, no me engaño, a mi edad ya no puedo seducir a nadie. Ni
de joven me la creí porque, además, las que seducen, las walkyrias, son siempre
ustedes.
-
Nosotras, las que los transportamos al Walhalla, como héroes caídos.
-
No me diga que es también una experta en mitología germánica.
-
Yo no diría una experta. Alguna vez me enteré de la leyenda por casualidad y,
bueno, también el azar quiso que hoy esté aquí.
-
Bueno, su azar tiene un nombre, se llama Roberto.
-
Efectivamente, usted no podría ignorarlo.
-
Tiene razón. Pero más allá de ese azar o a pesar de él quisiera saber si usted
se encuentra cómoda en esta nueva situación.
-
Comodísima ¿Qué le hace pensar que podría no ser así?
-
Obviamente, que usted no eligió este destino.
-
Creo que hay veces que las circunstancias la eligen a una. Le diré mas, creo
que en realidad eso sucede casi siempre.
-
Bueno, bueno, esto es nuevo para mí, explíquemelo un poco.
-
Es engañoso pensar que nosotros elegimos lo que vamos a vivir, lo que habrá de
sucedernos. Mire, yo soy casada con un hombre mayor que yo. No se trata de un
señor fino y cultivado que sepa tratar a las damas como usted, sino de un medio
pelo de pueblo que vive de la usura y aprovecha su relativo poder. Se casó
conmigo, aprovechando la volada, es decir que mi padre tuviera una deuda de la
que no podía salir, presionó y se casó, extorsionó y se casó. Hasta incluso
prometiéndome que no me tocaría un pelo, finalmente mostró la hilacha y me
persiguió de todas las formas. Se transformó en un celoso obsesivo y hasta
llegó a encerrarme en mi dormitorio. Así que, calcule usted, yo conocí a
Roberto como a mi salvador, mi príncipe azul. Me enamoré enseguida de él…
-
¿Y qué siente ahora por él, después que supo que la había secuestrado, que la
traía aquí para trabajar como prostituta?
-
Por supuesto me sentí traicionada. No podía ser de otro modo. Pero aún en esa
circunstancia me sentí todavía más traicionada y abandonada por mi marido.
-
¿Cómo fue eso?
-
Bueno, Roberto llamó a mi marido para decirle que me tenía secuestrada y que
pedía un rescate si me quería volver a ver con vida.
-
¿Y él qué hizo?
-
Como siempre desconfió de mí, pensó que se trataba de un auto secuestro y no le
dio ni cinco de pelota.
-
Tiene razón, su marido es un cretino…
-
Pero, a lo que iba, usted ve que son las circunstancias las que eligen por una.
Es preferible para una mujer trabajar como prostituta y sentirse bien tratada y
no convertirse en el rehén de un tipo maltratador de mujeres…
-
¿Alguna vez le pegó?
-
Mire, no llegó a ponerme la mano encima porque no se lo permití. Intuyó que si
lo hacía yo era capaz de romperle la crisma con algún objeto contundente. Si no
llegó a castigarme físicamente fue porque soy mucho mas joven y supo que podría
responderle peor.
-
Bueno, bueno, ya veo. Acá, querida, tendrá que tener paciencia. Este trabajo es
como el de una enfermera, aunque a veces su dotada imaginación pueda llegar a
hacerle creer que es una walkyria…
-
Me extraña que usted me lo aclare.
-
¿Por qué?
-
Bueno, porque parecería que usted está recelando de la ilusión. En nuestra
última reunión habíamos llegado a la conclusión de que la vida es ilusoria,
¿recuerda?
-
Perfectamente, señorita Malena, pero me encanta que ahora sea usted la que saca
nuevamente el tema. Me halaga. Me hace sentir que a usted le interesaron mis
conceptos.
-
Bueno, creo que se lo dije.
-
¡Ah, sí! Pero mire, estoy acostumbrado a que sus compañeras me den la razón
como a los locos. Para ellas soy un viejo gagá.
-
Para mí no.
-
Ya le dije que me había seducido, completamente.
-
Bueno, usted no se comportó como un hombre seducido.
-
Mire, discúlpeme la franqueza, si actuara como un enamorado libidinoso debería
tomarme un viagra para cada una de ustedes y, a mi edad, duraría poco.
-
¿No lo tomaría para mí?
-
Si usted me lo pide
-
Se lo estoy pidiendo.
-
Entonces, estoy en el infierno, en el Walhalla, y usted ha conseguido
transportarme.
Amilcar Luis Blanco (Fotografía del magnate play boy Hugh Hefner y Shera Bechard)
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