viernes, 28 de febrero de 2014

EL SUEÑO PROFANADO


(PRIMERA PARTE

Si hubiera vivido en las ardientes arenas, dentro de un oasis, o en alguna laberíntica ciudad de Oriente, hubiera gozado de una mujer hermosa y diferente cada noche, escuchándole secretos y contándole los propios, sumergido en esa concupiscencia tan sabrosa que traen el ocio y la riqueza. Pero como no es musulmán ni oriental, sino occidental, cristiano, argentino y además pobre, porque los que tienen harenes son sultanes, emires, califas, jekes, él se tiene que bancar a Bertolinda, que, si bien fue como las últimas sílabas de su nombre, "linda", cuando la conoción con su cinturita de avispa y sus pechos portentosos, hoy es casi como el "Berto", el hijo de ambos, araña los cien kilos y empieza a tener barba.
No se trata de un chiste. Es su vida. Por eso, cuando su cónyuge, que había comenzado a frecuentar al psicoanalista, le preguntó a Florindo que le faltaba en su vida, frunciéndole amorosamente los labios y pellizcándole la mejilla, contraste de ternura y brusquedad que le dejó doliendo el pómulo, él no se atrevió a contestarle. La distancia entre sus sueños y la realidad era tan ancha y profunda como para no intentar el paso hacia un terreno que intuyó podía ser el abismo.
Acaso, se preguntó, después del episodio que salvó como pudo pidiéndole a Bertolinda que esa noche hiciera ñoquis, y mientras caminaba hacia el Café para reunirse con sus amigos, acaso - se repitió - ¿No nos ocurre lo mismo a todos? ¿Quién puede estar enteramente conforme con lo que tiene? Los sueños o deseos más caros son como los tesoros encerrados en los cofres, pero los cofres están siempre en la imaginación y por eso jamás pueden abrirse en la realidad. Se encogió de hombros, arqueó las cejas, sonrió. Repitió esos gestos que, según todos decían, lo habían hecho parecido a su padre, ya fallecido. Se imaginaba constantemente contemplado por un observador invisible ¿Dios? Imposible saberlo. Alzó el brazo y los amigos de la mesa junto a la de billar lo saludaron a su vez cuando traspuso la puerta vaivén vidriada del bar. Era la costumbre de todos sus días incluidos sábados y domingos. Sin embargo no la sentía como una rutina. Al contrario, dentro de aquél espacio ocupado por el bochinche de las vajillas, las voces y los golpes de los tacos sobre las bolas, atravesado constantemente por los motores y las bocinas de los vehículos que cruzaban las calles de aquélla esquina céntrica del barrio, disfrutaba su libertad más propia. Le gustaba oler el café expres, el aroma a tabaco de los cigarrillos que se fumaban, cuyas contaminantes nubecillas blancas eran absorbidas por los poderosos extractores, zumbantes y ronroneantes, dándole un excéntrico clamor de aeropuerto al inmenso salón. Amaba saborear la cerveza negra, las picadas con maníes o el vermouth. Allí estaban sus amigos. El Negro, que ya se acercaba a palmearlo y darle la mano con una solemnidad bonachona que después se quebraría en ocurrencias de todo tipo. Salori, siempre sentado y de semblante sombrío, que levantaba su mano como un linesman y lo miraba inquisitivamente. Rogelio Buongiorno, el tano, su compatriota, hablando del eterno contrato con Italia. Vicente Falcone, intérprete de bandoneón. Solía llevar el fueye a las reuniones de los sábados y tocaba tangos de Arolas, Greco, De Caro, Bardi, Piazzolla, y los que le pidieran. El flaco Arbuzzi, cultísimo y neurótico. Sabía de Historia, de Tango, de Jazz, y no toleraba que lo interrumpieran o que hablaran de un tema sin conocerlo.
En fin, se daban todos los contrapuntos. Principalmente entre el Negro, que cuando no oficiaba de ocurrente se convertía en un charlatán, y Arbuzzi, que en infinidad de ocasiones lo había mandado directamente al carajo o a otros lugares que conocemos todos. Aunque en general todos conveníamos que al flaco había que tratarlo con pinzas, ni hablemos cuando se emborrachaba, ahí había que seguirle la corriente.
Las mañanas de domingo, antes de las pastas con tuco o pesto de Bertolinda, Florindo y sus amigos se reunían en el Café a leer los matutinos y comentarlos. A excepción de Salori y Arbuzzi, que por razones ignoradas pero respetadas por los demás leían "La Prensa", los otros leían "Clarín". Quizás fuera porque Arbuzzi y Salori eran hinchas de Racing, aunque Salori sin demasiada convicción, pero eso no era seguro, porque también él, Florindo Hermitone, era hincha de Racing y, como quedó dicho, prefería "Clarin" y algunos domingos también "El Reporter" porque le parecía un diario imparcial. No, si como dicen muchos, la realidad es arbitraria, no tiene explicación. Es como el horoscopo. Dos personas del mismo signo no se parecen, ¿no es cierto?. Se lo preguntó a Falcone, el domingo del cuento, como para romper el hielo.-
- Tienen las mismas características - sentenció no obstante el bandoneonista, contrariándolo.
- Incluso más - abundó todavía el tano Buongiorno - Yo no firmaría el contrato con Italia sino fuera porque mi señora es de aire y yo de agua...
Después de decirlo, el tano miró a todos y cada uno de los que allí estaban como desafiándolos. Y estaban todos. También Arbuzzi que juntó sus manos palmeándolas con un fuerte chasquido, las elevó como en una oración y dejó escapar un bufido.
- ¡Por Dios ! - exclamó - ¡De nuevo la pavada! ¡Dame paciencia! ¡Cómo pueden ser tan crédulos!
La credulidad es la antesala de la imbecilidad ¿Entienden?
Falcone y el tano lo ignoraron. Salori lo miró con respeto o miedo. Florindo avivó el fuego diciendo:
- Con todo respeto, Flaco ¿No estamos refiriéndonos a una ciencia milenaria?
El flaco, que hasta ese momento había estado sentado, se paró, gesticuló - siempre lo hacía antes de articular palabra cada vez que se fastidiaba -, se llevó la mano a la frente - era un poco teatral - y caminó hasta la silla que recien había ocupado Florindo, los ojos abiertos como platos.
- ¡¿Pero vos en qué mundo vivís?! - preguntó, admirativo, dominándose. Apoyó una mano en el respaldo de la silla y moviendo la otra prosiguió:
- ¿Vos sos de los que creen, todavía, que a los bebés los traen las cigüeñas de París?
- No te exaltés, Arbuzzi - sugirió Florindo - Y más respeto que la Astrología es una ciencia esotérica.
- ¡Vos sos un esotérico! Y además usás una palabra cuyo significado no conocés, como todo medio pelo - se indignó Arbuzzi retirando la mano del respaldo y acompañando a la otra como si con las dos se desprendiera de un fardo, arrojándolo.
- Sin ofender, Flaco, sin ofender - intervino Falcone.
- ¡Pero, por favor! - estalló Arbuzzi - Él - recalcó - dice "esotérico" porque la palabra, la palabreja, le parece importante. Para que todos lo sepan esotérico quiere decir oculto. La Astrología, que en la antiguedad no se distinguía de la Astronomía y que, después, fue desplazada por ésta última, y que se manifestaba en vaticinios u horóscopos, sólo inspirada en la tesis geocéntrica de Ptolomeo, por supuesto, anterior a Copérnico, jamás fue una ciencia, menos todavía oculta. Se basaba en la suposición antiquísima del griego, Pitágoras, que suponía que el universo, los astros y las estrellas, formaban parte de esferas...
- Sí, señor - interrumpió el Negro - De ahí viene lo de la esfera celeste...
- ¡Calláte! - lo fulminó Arbuzzi El Negro lo miró como si lo hubiera lastimado.
- ¿No es así, no es así? - Insistió.
- No. No es así. Es otra cosa lo que estoy explicándoles. Quiero que sepan que después de Ptolomeo vino Copérnico...
- Es verdad, es verdad - volvió a interrumpir el Negro - Yo se que vos te referías a la revolución copernicana.
Arbuzzi quedó detenido, esculpido en el gesto teatral que le era característico, observándolo.
- ¡Ah, sí! - le dijo - Bueno ¿Y qué más? Explicá aquí, para los muchachos ¿En qué consistió la revolución copernicana?
- Como no - espetó el Negro con seguridad - significa que la tierra también gira, como las esferas - concluyó.
- ¡Ignorante! - le gritó ahora Arbuzzi en el colmo de la exaltación. El Negro lo miró con sorpresa.
- ¿Qué, no se mueve la tierra? - preguntó
- El que no se mueve y no camina es tu cerebro - exclamó Arbuzzi.
- Calma muchachos - pidió Falcone - Todos sabemos que la revolución copernicana se basó en la teoría heliocéntrica. Los planetas describen trayectorias más o menos predecibles alrededor del sol que es el centro del sistema ¿Conformes? - terminó alcanzando con la palma de su mano el hombro de Arbuzzi e invitándolo a que se sentara.
Arbuzzi obedeció, más calmado. Cruzaron una mirada con Salori que exteriorizaba algo de ansiedad. La explicación del músico había cerrado el tema.
Siempre o casi siempre las cosas ocurrían de ese modo. El flaco Arbuzzi se encerraba durante un largo rato en su mutismo. Mientras tanto Florindo pedía un café, lo saboreaba en seguida charlando con el tano Buongiorno sobre las llamadas que el tano hacía a Italia preguntando por un contrato de trabajo en Bologna, en una compañía subcontratista de aquélla comuna dedicada al mantenimiento de la carretera y en la que Buongiorno había trabajado antes, durante dos temporadas. Había después intervenciones tímidas de Salori, abundantes comentarios del Negro y, finalmente, Florindo invitaba a una partida de billar; la cual, por último, paradojicamente, era aceptada por Arbuzzi que recuperaba el habla, de modo parco al principio y de la manera desenfadada y provocadora que le era habitual al promediar la partida.
El paño verde y las esferas blancas y roja de los marfiles los reconciliaban. Pero, por supuesto, no tanto, proque también comenzaban a menudear las ocasiones de agredirse con las variadísimas suertes de las carambolas que, según Florindo dijera ese domingo, dibujaban destinos. En las caprichosas posiciones y trayectorias él se entretenía viendo el azar, que definía como externo, frío e indiferente, completamente impersonal, parecido al océano y al movimiento de las aguas, frente a la habilidad y destreza del jugador que representaba al espíritu humano.
- ¡Pamplinas, estupideces! - apostrofaba iracundo Arbuzzi cada vez que Florindo dejaba traslucir su filosofía en algún comentario.
- Dejalo, este es un intolerante, - bramaba Buongiorno - El día que muera lo van a velar de espaldas.
Todos se reían y únicamente Salori permanecía quieto y serio.
- ¡Qué cara de bragueta, che! - seguía el tano - All tuo amico lo van a velare cossi, abasso. E tu sarai ill velatore.
- No jodás, tano - se fastidiaba Salori ensombreciendo aún más el gesto.
- Tengo el presentimiento de que algún día va a pasar algo - agregó esta vez.
- Algo ¿ Como qué? - explotó Arbuzzi - No te hagás el misterioso.
- Algo... no se, algo grave.
- ¿A qué se refiere? - inquirió Falcone que a Salori no lo tuteaba.
- Yo se bien a qué me refiero - soltó Salori frunciendo el entrecejo. Arbuzzi abandonó el taco sobre el borde, lo puso casi paralelo a la banda y enfrentó con su cara exaltada la del ahora intrigante Salori.
- ¿En qué quedamos, sabés o no sabés? - indagó ahora con toda su impaciencia.
- ¡Ufa! Tengo un presentimiento - se fastidió nuevamente Salori volviendo su expresión de adustez hacia el cielorraso o la lejana barra y evitando mirarlos




- ¡Ah! Una intuición quiere decir - juzgó Falcone.
- Claro, una corazonada - definió el Negro - Bueno, también le dicen premonición, videncia. Tengo una tía ...
- ¡ Por qué no parás un poco, por Dios! - lo interrumpió Arbuzzi - No nos interesa tu tía. Dejalo a él que explique.
- Dale Salori, contános ¿Cómo te vino el presentimiento? - intervino Florindo. Salori lo miró y después paseó sus ojos negros sobre todos los demás.
- Tuve un sueño - dijo - Un sueño en el que...bueno, Florindo me va a entender. Estábamos aquí, pero este lugar era inmenso, interminable. Jugábamos al billar. Pero todos. Había bolas para todos. Cuando se presentaron algunas carambolas difíciles, uno a uno, fuimos subiendo a la mesa para taquear. Pero después el paño se había transformado en un césped que era como un link de golf. Y ya todos éramos golfistas y estábamos vestidos de golfistas, con esos saquitos a cuadros, acompañados de cadys, con palos, bolsas, gorras, zapatos especiales y todo eso. Igual el lugar seguía siendo un Café. No porque tuviera apariencia de Café - y aquí, creo yo, está lo curioso - sino porque venía el gallego Guita, el mismo que es el dueño de este bar y que todos conocemos, y nos traía la bandeja. A algunos, como a Falcone, le traía café, pero a otros nos traía otros tragos de colores diferentes. Entonces, como el gallego tenía puesta una sotana blanca, yo le preguntaba por qué ...
- ¡ Ah, eso de la sotana blanca! - interrumpió el Negro.
- No interrumpás, Negro cabeza de chingo - vociferó Arbuzzi - Seguí Salorito, seguí
- Bueno, yo le preguntaba por qué, no se por qué. Será porque el gallego siempre dice: "¡Me cago en Dios!" La cuestión fue que el gallego me contestó: "Lo que pasa es que yo soy Dios y estoy aquí para serviros ¡Faltaba más!"
El Negro empezó a reirse con una carcajada sonora. Los demás lo miraron como si estuviera cometiendo un sacrilegio.
- No le des bola a éste, por favor - pidió Arbuzzi - Seguí.
- Bueno, después apareció una nube negra y comenzó a soplar y silbar el viento.
- Y nosotros qué hacíamos, dónde estábamos - quiso saber Florindo.
- No se. Estarían por ahí. Lo que si vi es que el gallego comenzó a desaparecer, como si se evaporara y yo sentí mucho miedo, pánico ¡No te vayas gallego! Le grité, y ahí fue cuando me desperté.
Estaban en el instante en que cada uno de ellos sintió que podía impunemente apoderarse de la intimidad del otro, espacio invisible y ancho para la confidencia. En ese momento el otro, naturalmente, fue Salori. Había quedado desnudo, vulnerable, descubierto frente a los demás. Por eso Arbuzzi, que lo había escuchado con profunda atención, especialmente él, tornó a concentrarse todavía más en la ejecución de una carambola. Y Florindo quiso profundizar.
- ¿ Qué representará el sueño ? - preguntó pensando en voz alta y representándolos a todos.
Entonces Arbuzzi, que volvía de fallar en el intento de hacer chocar los rodantes marfiles, quizás por el fastidio que le generó el yerro, dio la explicación que tal vez no debería haber dado nunca. Dijo:
- Es sencillo. Salorito estuvo siempre quieto, jamás se jugó, ojo, ni siquiera al billar. Es, lo digo con cariño, es, y fue, y será siempre un vago simpático - mientras hablaba Arbuzzi angulaba los codos y los brazos y mantenía la vista fija en la bola blanca, buscaba una mejor posición para taquear, hacía pausas - No me interpreten mal muchachos, como dije, un vago simpático - concluyó después de un certero golpe que sonó dos veces anunciando la carambola, y siguió: - Un amigo. Pero siempre se sintió y se siente culpable. Nunca lo aceptó. Mejor dicho, nunca se aceptó bien a sí mismo. La culpa le hace ver que el gallego, que es un laburante en serio, es Dios. Pero, a la vez, si se sube a jugar tiene pánico de que Dios lo abandone y se le desate la tormenta ¿ Es así o no ?
Salori no dijo esta boca es mía. Sólo lo miró como suelen mirar los perros cuando agachan la cola.
A los pocos días tuvieron la noticia, el mismo gallego Guita se los comunicó: Salori se había colgado de una gruesa soga. Se había ahorcado. Su familia le había dado cristiana sepultura. Ni tiempo hubo de que le fueran a dar el último adios. Nada suele ser un sueño y nada más. Cada uno carga una culpa y ni los sueños son inocentes o, para serlo, acontecen dentro de la niebla de la ignorancia. "Cuando el velo es corrido, cuando el secreto es profanado..." - pensaba Florindo que pensaría Arbuzzi.-