lunes, 29 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO OCTAVO DE "LAS WALKYRIAS"




                                                                   28
                                                            - Vea, señorita, la he mandado llamar nuevamente porque usted me ha seducido – Don Arquímedes Portobello le habló sin detenerse. No la recibió esta vez sentado y leyendo el diario, sino que fue a su encuentro, le abrió la puerta de su estudio después que Malena golpeó dos veces con su puño como le habían ordenado que hiciera. “Vaya, querida, vaya y golpeé dos veces” – le había dicho Madama Walkyria momentos antes.
Malena ingresó al luminoso piso y se encontró con un Arquímedes recién afeitado y perfumado, ataviado con una robe de chambre de seda estampada en la que predominaban los rojos.
- Permiso – dijo Malena sin responder todavía a las palabras del anciano, pero asumiendo una actitud amable y cortés.
- ¡Adelante, adelante! Mire, le decía que usted me ha seducido.
- En todo caso usted me ha seducido a mí.
Don Arquímedes la miró, se encogió de hombros y sus labios le dibujaron en el semblante una mueca despectiva e incrédula.
- Soy un viejo, señorita, no me engaño, a mi edad ya no puedo seducir a nadie. Ni de joven me la creí porque, además, las que seducen, las walkyrias, son siempre ustedes.
- Nosotras, las que los transportamos al Walhalla, como héroes caídos.
- No me diga que es también una experta en mitología germánica.
- Yo no diría una experta. Alguna vez me enteré de la leyenda por casualidad y, bueno, también el azar quiso que hoy esté aquí.
- Bueno, su azar tiene un nombre, se llama Roberto.
- Efectivamente, usted no podría ignorarlo.
- Tiene razón. Pero más allá de ese azar o a pesar de él quisiera saber si usted se encuentra cómoda en esta nueva situación.
- Comodísima ¿Qué le hace pensar que podría no ser así?
- Obviamente, que usted no eligió este destino.
- Creo que hay veces que las circunstancias la eligen a una. Le diré mas, creo que en realidad eso sucede casi siempre.
- Bueno, bueno, esto es nuevo para mí, explíquemelo un poco.
- Es engañoso pensar que nosotros elegimos lo que vamos a vivir, lo que habrá de sucedernos. Mire, yo soy casada con un hombre mayor que yo. No se trata de un señor fino y cultivado que sepa tratar a las damas como usted, sino de un medio pelo de pueblo que vive de la usura y aprovecha su relativo poder. Se casó conmigo, aprovechando la volada, es decir que mi padre tuviera una deuda de la que no podía salir, presionó y se casó, extorsionó y se casó. Hasta incluso prometiéndome que no me tocaría un pelo, finalmente mostró la hilacha y me persiguió de todas las formas. Se transformó en un celoso obsesivo y hasta llegó a encerrarme en mi dormitorio. Así que, calcule usted, yo conocí a Roberto como a mi salvador, mi príncipe azul. Me enamoré enseguida de él…
- ¿Y qué siente ahora por él, después que supo que la había secuestrado, que la traía aquí para trabajar como prostituta?
- Por supuesto me sentí traicionada. No podía ser de otro modo. Pero aún en esa circunstancia me sentí todavía más traicionada y abandonada por mi marido.
- ¿Cómo fue eso?
- Bueno, Roberto llamó a mi marido para decirle que me tenía secuestrada y que pedía un rescate si me quería volver a ver con vida.
- ¿Y él qué hizo?
- Como siempre desconfió de mí, pensó que se trataba de un auto secuestro y no le dio ni cinco de pelota.
- Tiene razón, su marido es un cretino…
- Pero, a lo que iba, usted ve que son las circunstancias las que eligen por una. Es preferible para una mujer trabajar como prostituta y sentirse bien tratada y no convertirse en el rehén de un tipo maltratador de mujeres…
- ¿Alguna vez le pegó?
- Mire, no llegó a ponerme la mano encima porque no se lo permití. Intuyó que si lo hacía yo era capaz de romperle la crisma con algún objeto contundente. Si no llegó a castigarme físicamente fue porque soy mucho mas joven y supo que podría responderle peor.
- Bueno, bueno, ya veo. Acá, querida, tendrá que tener paciencia. Este trabajo es como el de una enfermera, aunque a veces su dotada imaginación pueda llegar a hacerle creer que es una walkyria…
- Me extraña que usted me lo aclare.
- ¿Por qué?
- Bueno, porque parecería que usted está recelando de la ilusión. En nuestra última reunión habíamos llegado a la conclusión de que la vida es ilusoria, ¿recuerda?
- Perfectamente, señorita Malena, pero me encanta que ahora sea usted la que saca nuevamente el tema. Me halaga. Me hace sentir que a usted le interesaron mis conceptos.
- Bueno, creo que se lo dije.
- ¡Ah, sí! Pero mire, estoy acostumbrado a que sus compañeras me den la razón como a los locos. Para ellas soy un viejo gagá.
- Para mí no.
- Ya le dije que me había seducido, completamente.
- Bueno, usted no se comportó como un hombre seducido.
- Mire, discúlpeme la franqueza, si actuara como un enamorado libidinoso debería tomarme un viagra para cada una de ustedes y, a mi edad, duraría poco.
- ¿No lo tomaría para mí?
- Si usted me lo pide
- Se lo estoy pidiendo.
- Entonces, estoy en el infierno, en el Walhalla, y usted ha conseguido transportarme.

Amilcar Luis Blanco  (Fotografía del magnate play boy Hugh Hefner y Shera Bechard)



sábado, 27 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO DE "LAS WALKYRIAS"




                                                                     27
                                                                - Somos walkyrias – dijo Sonia. Eran las cuatro de la mañana, ya no quedaban clientes y Malena la había invitado a su habitación a compartir un whisky. Le hizo el comentario mientras se desperezaba extendida sobre el lecho corazón.
- Somos espectros, o sea, sombras, desprendimientos de nosotras mismas, de lo que creemos que somos o fuimos. Así me siento ahora que estiro los huesos de mi cuerpo.
Malena se echó a su lado. Las dos yacían desnudas bajo sus batas de color verde agua, casi blancas, translúcidas.
- A ver ¿Por qué lo decís? – inquirió Malena pasándole la punta de los dedos de su mano sobre la frente para arreglarle parte del flequillo que caía hasta sus cejas espesas, casi cubriéndole la mirada celeste.
- Lo digo porque jamás he conseguido nada de lo que me propuse en la vida y, además, por verme como me veo y por considerarme la única culpable de estar aquí, convertida en esclava
- ¿Cómo llegaste aquí?
- Como una estúpida mimada y consentida, porque esa era yo. Mis padres, permisivos hasta la manija, jamás me prohibían nada y yo le daba, yo seguía, cada vez más. En vez de elegir lo bueno, aunque resultara un poco sacrificado, elegía lo fácil. Ir a bailar y volver a la madrugada todo lo que podía, tener la mente vacía Hasta que decidí viajar a la Capital, yo era de Benavidez, una localidad del interior, mi padre, médico, no me hacia faltar nada. Estaba bien, pero, como te digo, vi un aviso en el diario, pedía chicas con vocación para ser bailarinas, modelos o actrices, fui, era una academia, me sacaron fotos en todas las posiciones, después dijeron que me aceptaban, que ellos eran los agentes de relaciones públicas de la agencia y que debíamos hacernos conocer. Así, nos invitaban a homenajes, agasajos, reuniones sociales, nos presentaban tipos, empresarios, influyentes, según ellos. Les debíamos seguir el tren, hacer de acompañantes, aceptarles las invitaciones, los regalos. Mi salida fatal de Argentina se produjo cuando acepté la invitación de un ejecutivo colombiano que me llevó a Bogotá de dama de compañía. Se fue del hotel de golpe dejándome sola, la agencia pagó mi cuenta pero quedé comprometida a prestar servicios para devolverles el préstamo, serían servicios de relaciones públicas. Mientras tanto, como una idiota, de fiesta en fiesta, comencé a fumar marihuana, me hice adicta, tenía que disponer de efectivo para adquirir los porros. Así fue que empecé a cobrar mis servicios que no sólo eran ya de relaciones públicas sino también de relaciones privadas.
- O sea, como dice el tango, “vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente, berretines de bacana que tenías en la mente”- Malena se arrepintió de su comentario, que medio cantó, cuando advirtió, levantándole el flequillo que tendía a caerle sobre los ojos que una lágrima rodaba sobre la mejilla de su amiga.
- ¡Eh, loca, pará, no te pongás tan mal, no llorés! Era un chiste.
- No, no, si tenés razón.Me convertí en lo que ahora soy, una puta cualquiera Aquí caí por un empresario que me alzó de Buenos Aires y me trajo a Asunción. Me pagó un toco antes, pero del aeropuerto de Asunción me cargó en un helicóptero que me dejó acá y ahí sí comencé a trabajar a reglamento.
- ¿Pero, y tu papá médico, tu familia?.
- Con ellos perdí contacto hace mucho. Desde Buenos Aires cada tanto los llamaba, hasta que un día, en vísperas de mi viaje a Bogotá, discutí mal con mi vieja por teléfono y terminé mandándola al diablo y cortamos relaciones definitivamente. Ella me contestó con su orgullo herido que no quería verme nunca más ¿Qué se yo? Calculo que después me habrán buscado, quizás todavía me estén buscando.
- ¿Y qué vas a hacer ahora?
- ¿Qué podría hacer, qué se te ocurre?
- No se.
- Yo si se, podríamos pasarla muy bien.
- ¿Cómo?
- Esperá – Sonia se incorporó y abandonó la habitación. Malena se quedó un rato pensando si seguirla o no. Antes de que lo decidiera, Sonia reapareció, traía en su mano un objeto transparente de color encarnado. Se lo arrojó a Malena sobre la falda. Malena se encogió en un movimiento reflejo, pensó en un bicho desagradable.
- ¡Guacha! – gritó - ¿Qué es?
- Miralo.
Malena observó el objeto encarnado y transparente. Por fin se dio cuenta de que se trataba de un consolador.



Amilcar Luis Blanco ("El beso de la walkyria" de Hans Markat.- "Las dos amigas", cartón pintado por Toulousse Lautrec) 

jueves, 25 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO DE "LAS WALKYRIAS"





                                                                        26
                                                                 - ¿Sabe lo que le digo Monsivais? Que la gente como usted y como yo tenemos que protegernos, tenemos que hacer un frente unido. Digamos la verdad, soy policía desde que salí de la escuela para oficiales, llegué a Comisario. Jamás me vendí. Con decirle que me decían tierno ¡Tierno, Neptalí, tierno!, y eso que tengo bastante cara de turco sinvergüenza.
Monsivais sonrió un poco o levantó la inercia de sus comisuras. Llevaba los músculos de la cara contraídos desde que recibiera el llamado de Edelmira y la noticia del secuestro de su hija. Estaba sentado frente al escritorio del funcionario apretándose una mano con la otra y con el alma en un hilo. El mundo lo confundía, ahora como antes, como cuando siendo un estudiante de licenciatura en administración de empresas había tenido que abandonar la carrera para dedicarse a trabajar en el comercio de electrodomésticos de su padre, como cuando había tenido que aceptar, disimulándolo, creer que su hija se casaba enamorada con Anselmo López para no disgustarlas a ninguna de las dos, a su hija y a su esposa. La realidad lo empujaba, le imponía conductas, rutinas, disciplinas, que eran verdaderos sacrificios.
- Mire creo en usted, Neptalí, no en la institución que representa, perdóneme, pero lo vine a ver por eso. Usted me ayudó también cuando el sátrapa ese tenía presa a mi hija.
- Pero claro, amigo mío, quédese tranquilo, también lo voy a ayudar ahora ¿Se toma un cafecito?
Sin esperar la respuesta de Monsivais el Comisario Neptalí le ordenó a su subordinado, parado al costado de su escritorio, que pidiera dos cafés.
- ¡Ah! Y déjenos solos – agregó.
Ni bien quedaron solos Neptalí se incorporó y fue hasta el otro extremo de su escritorio y se sentó sobre su tabla. Se inclinó hacia Monsivais.
- Muy bien, amigo, estamos solos. Usted me dijo: “Me tiene que ayudar, Monsivais”. Habrá notado que no le pregunté en qué lo tenía que ayudar, sólo hablé, como un fanfarrón, de mi inocencia, de mi ingenuidad ¿Sabe por qué lo hice?
- No.
- Es muy simple Monsivais, si hablo delante de un subordinado, mañana toda “La Paz” está enterada de cuál es su problema.
- Toda La Paz no se, pero alguna gente de aquí, la que me dio la noticia está perfectamente enterada del problema por el que lo vengo a ver.
Neptalí frunció la línea de sus espesas y negrísimas cejas, se tomó la boca con el pulgar y el índice y clavó sus ojos inquisidores color café en las claras pupilas de Monsivais.
- ¿De qué se trata esta vez, Monsivais?
- Mi hija fue secuestrada.
Neptalí abandonó bruscamente su posición sobre la tabla del escritorio, se tocó la frente.
- ¿Cómo se enteró, lo llamaron los secuestradores?
Monsivais le contó sobre la llamada de Edelmira y lo puso al tanto acerca de que los dichos de esa mujer habían sido confirmados por otra para quien la nombrada trabajaba como doméstica, que los datos habían sido recibidos en el contestador y todos los demás detalles concernientes al conocimiento y relación que tenían entre sí esas mujeres, los cuales se había preocupado en averiguar.
- Hice bien en quedarme a solas con usted – dijo Neptalí después de un silencio en el que movió su cabeza hacia un lado y otro como si estuviera negándose a aceptar lo que pasaba – Esto no debe salir de acá, por lo menos de nosotros ¿Sabe si esas mujeres le han contado a alguien mas en el pueblo?
- Imposible saberlo, llamaron desde Capital
- ¿Tiene ahí el número?
- Acá lo tengo – Monsivais extrajo del bolsillo interior de su saco un papelito.
- Usted mismo llámelas desde aquí, pregúnteles si le contaron a alguien acerca del secuestro y si no lo hicieron, dígales que usted se puso en contacto conmigo y que no le cuenten a nadie. Llame ahora mismo.
Monsivais marcó el número. Eran las nueve de la mañana y lo atendió Elena. No le habían contado a nadie. Ella misma le había recomendado muy especialmente a su doméstica que no se lo contara ni a su marido, que, en otro caso, la vida de Malena podría correr peligro. Monsivais repetía en voz alta las respuestas de Elena para que Neptalí las escuchara.
- Perfecto, perfecto – dijo éste cuando Monsivais cortó.
Golpearon a la puerta y Neptalí se llevó la punta del dedo índice a los labios recomendándole silencio a Monsivais.
- Sí, ¿quien es? – preguntó con una inflexión seca y neutra en su voz grave de bajo.
- Sargento Pérez, Señor, traigo los cafés
- Adelante
El sargento dejó la bandeja con los pocillos y la azucarera. Neptalí se la alcanzó a Monsivais
- Sírvase mi amigo – le dijo sonriente – Puede retirarse – ordenó secamente mirando al sargento.
- A la orden mi Comisario.
Una vez que hubo cerrado la puerta y mientras él mismo se acercaba la azucarera, dijo en tono casi confidencial, de bajo volumen.
- En estos casos prefiero trabajar solo. Si su hija está en un burdel o prostíbulo de los que abundan hacia el norte y noroeste, nadie, nadie me entiende, en la policía o en el gobierno tiene que enterarse. Estos proxenetas hijos de puta tienen a todos comprados. Sus clientes son tipos poderosos. Si la primera llamada vino de Asunción, además, es Paraguay, el departamento de Encarnación es Paraguay, como decir Posadas, Paraná por medio, del burdel “Las Walkyrias” tengo referencias, no le diré de quién, pero lo que lamentablemente no tenemos es jurisdicción. Un exhorto judicial por embajadas tardaría tanto que corremos el peligro de que quienes tengan cautiva a su hija se enteren y la cambien de lugar, porque eso es lo que hacen los degenerados, la cambian de lugar y si a usted se le ocurre ir con una partida y allanar, para cuando llega, la chica ya no está. Pero se puede llegar al allanamiento sin que se enteren.
Monsivais se tomaba la cabeza, estaba compungido y lloroso. Se sentía desesperado. Se agitaba en la silla. Neptalí se acercó, lo palmeó en el hombro.
- Tranquilícese, vamos a luchar. No demuestre lo que siente ¡Valor! Mire, tengo mis métodos. Ya he librado a algunas chicas. Son métodos inteligentes, sin bambolla, sin medios periodísticos, sin carteles, hasta que llega el momento, entonces sí, ya va a ver.-

Amilcar Luis Blanco ("The Beer Drinkers" , "Los bebedores de cerveza" por Honore Daumier)

martes, 23 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO DE "LAS WALKYRIAS"




                                                               25

                                                                                               - Vos hacé, hacé lo tuyo, que yo te miro – dijo el tipo ni bien entraron y se sentó en la grada inferior del pequeño anfiteatro con lecho en el centro que - como vimos - era la suite que le habían asignado a Malena. Era un hombre delgado y alto, cincuentón, de aspecto fino, rostro anguloso, nariz aguileña, enormes ojos negros inquisidores, frente amplia y despejada. A Malena le había gustado cuando lo vio en el salón, acodado a la barra que ceñía el pequeño escenario, vuelto de espaldas a una compañera que desplegaba sus encantos en una danza sensual valiéndose del caño. Vestía traje oscuro de hilo y camisa de seda blanca desprendida en el cuello. El hombre había tomado el vaso de whisky en una mano, en la otra sostenía un cigarrillo y contemplaba el salón con actitud relajada. Las miradas se cruzaron. A Malena la deslumbró, quiso conocerlo inmediatamente y se le acercó. El la miró con expresión divertida, le sonrió con una sonrisa ancha y sensual, como su boca.
- Mi nombre es Malena.
- Y el mío Daniel ¿puedo invitarte con algo?
- ¿Puede ser otro whisky?
Por toda respuesta Daniel chistó al barman que se acercó enseguida sin dejar de sonreírle, le señaló su propio vaso.
- Otro para ella – indicó.
- ¿Venís siempre? – quiso saber Malena.
- Cada tanto.
- ¿Te gusta el lugar?
-  Digamos que me distrae, a veces – Daniel respondía con cierto desgano. A Malena le pareció agudo y apasionado pero sin entusiasmo por el lugar, no sabía si por ella.
- ¿Qué te entusiasma? – aventuró, atreviéndose a desnudarle casi su duda momentánea.
- Bueno…-vaciló Daniel – Una chica como vos me entusiasma – completó.
- ¿Una chica como yo, o yo?
El atractivo desconocido se echó hacia atrás apoyando su espalda en el borde de la barra, bebió un sorbo y la miró. Sus ojos negrísimos en los que parecía destellar un rubí la penetraron y Malena se sintió a la vez desnuda y conmovida, como cuando su cuerpo caliente entraba bajo el chorro de una ducha helada, incursión que venía haciendo bastante seguido para quitarse no sólo el calor que solía reinar en los ambientes de aquella mansión en las horas en que apagaban el aire acondicionado, sino también la suciedad de lo que allí se hacía, que parecía flotar en el aire viciado y pegársele al cuerpo, parecido al olor de los garitos, a los que alguna vez había ido con su padre, Jorge Monsivais, a entregar electrodomésticos. Quizá fuera algo muy subjetivo pero sintió como si aquél hombre la transformara, pasándola de un estado de impureza y cálculo a otro de vulnerabilidad y desnudez extremas.
- ¿Te diferencias mucho de las demás? – devolvió de pronto Daniel
Debía defenderse de aquél hombre, no abandonar su actitud de lucha. Le sonrió, irguió su cuerpo como para marcar las líneas de su busto, su cintura, y acomodó sus potentes nalgas sobre el taburete, cruzándose de piernas de modo que él pudiera apreciárselas hasta el remate de sus sandalias de taco con finas tiras que le ornaban los pequeños pies. El la recorrió con su vista lentamente, ella ahogó el escalofrío que le provocaba su mirada y le dijo desafiante.
- ¿Querés verlo?
En ese momento el barman le acercó a Malena el whisky.
- Como no – dijo él respondiendo a la invitación – pero primero terminá tu trago.
Ahora habían quedado solos, frente a frente, en la suite silenciosa y en penumbras y el le había dicho: “- Hacé, hacé lo tuyo que yo te miro”
Supuso que debería improvisar un pequeño acto de streap tease, así que, después de tapar las cámaras con toallas para que no le curiosearan la necesidad de intimidad que de pronto creció en ella como una sed urgente, tomó el control remoto y apretó la tecla que accionaba el centro musical. De los parlantes escondidos en los oscuros rincones de la habitación comenzaron a fluir los sonidos acompasados y cadenciosos de un lánguido bolero con percusiones parecidas a aguaceros sobre chapas, platillos, bongoes. Malena ocupó el costado de la cama corazonada, único espacio libre, escenario obligado. Accionó otro control para que se encendiera un foco cenital que la iluminaba y cambiaba los colores. Después, bañada en luz, comenzó a moverse meneándose, con quiebres de cadera, estirándose, sorprendiéndose a sí misma por el despliegue de sensualidad que la mirada de Daniel le inspiraba, desde el alrededor sombrío, como un lobo al acecho. Quería envolverlo. Se quitó el vestido desde arriba, primero sacó sus brazos y enseguida arremangó la escasa tela negra que le había cubierto el torso en la cintura. Seguidamente se subió la falda hasta que todo su atavío quedó como un rollo, un cinturón, salió de él como de un calzón y quedó sólo con la mínima tanga, no llevaba corpiño. El la miraba divertido pero cada vez más concentrado. A Malena le parecía ver la chispa roja en la lumbre de sus ojos. Cuando vió que por fin él se le acercaba sintió la embriaguez, que los párpados se le cerraban y que el corazón le latía intensamente, pero en el momento en que Daniel colocó la palma de su mano sobre la terminación de su espalda y el comienzo de su cola la emoción fue tan intensa que tuvo que comenzar a aspirar con fuerza todo el aire que pudo para resistir. 

Después él la besó en la boca y ella  soltó el aire,  entró en un ritmo de jadeo y notó apenas las manos del hombre despojándola de la tanga, su boca de labios entreabiertos, secos y ardientes, la punta de su lengua, que la recorrían con sabiduría, desde el cuello, la frente, las orejas, hasta el centro de su pecho, hasta la cima de sus pezones, sobre la comba de su vientre, por último sobre la pelvis, el pubis, el clítoris, como si desde siempre hubiesen sabido qué sitios de su cuerpo visitar y cómo hacerlo. El placer era intenso, apenas cruzó por su memoria en ese momento la imagen de Edelmira, sólo con ella había experimentado, ya entradas en el ejercicio erótico, un gozo parecido. Con aquél tipo era diferente, más intenso y pleno todavía, dotado de mayor eficiencia y eficacia. Por fin sintió que todo su cuerpo vibraba y se le escurría, acabó.
- ¿Y vos qué hacés? – le preguntó cuando salieron del trance, recuperó el aliento y quedaron, mirándose de frente, vueltos de costado sobre las sábanas de subido bermellón.
- Tengo campo, vacas, ovejas, plantaciones, en fin, todo eso.
- ¡Qué interesante! ¿Sos casado?
- ¿Pensás pedir mi mano? – ironizó él mientras se acodaba y tomaba un cigarrillo del paquete dentro de su saco que había dejado tirado sobre la mesa de luz.
- ¿Y si así fuera, qué contestarías? – Malena jugueteó un poco sacándole el cigarrillo y llevándoselo a sus labios. El sacó otro cigarrillo sin dejar de sonreír.
- Nunca he pensado en serio en el matrimonio – dijo antes de encenderlo
- ¿Por qué?
- No creo en el matrimonio.
- ¿En qué crees?
- Bueno, en muchas cosas. En el amor, el deseo, la pasión, la amistad, la honestidad, la lealtad, la tenacidad…
- Y no te parece que la pareja puede, es decir, los miembros de la pareja, tener todos esos valores.
- Puede ser que cada uno por separado…
- O los dos juntos – cortó Malena.
- Ves, ahí está la dificultad. Cuando dos personas se unen interactúan. Es decir se influyen mutua y recíprocamente. A partir de ahí comienzan a cambiar hasta transformarse en dos extraños – explicó Daniel.
- ¿Tuviste la experiencia?
- La tuve – confirmó Daniel y exhaló una bocanada de humo, como si suspirara. Enseguida aclaró: - No porque alguna vez me hubiese casado, sino porque viví en pareja. Pero, calculo que si me hubiera casado mis inconvenientes hubieran sido mucho mayores.
- ¿Por qué?
- Porque hubiéramos agregado a las dificultades sentimentales dificultades prácticas, es decir, jurídicas, económicas, etcétera.
- Es decir, en lo que vos no crees es en la pareja – concluyó Malena.
- Efectivamente, la pareja humana es una tómbola, una lotería.
- ¿En tu caso cómo fue?
- Bueno, ella era y es una artista, yo soy un hombre mucho más simple o un ser humano mucho más simple. Estoy más atento a la realidad económica de la vida. El artista le da mucha pelota a su imaginación, está muy pendiente de su subjetividad. Ella me decía que yo era un tipo limitado, pedestre, que quiere decir algo así como prosaico, simple, poco imaginativo o poco romántico, objetivo, una vez me lo explicó…
- ¿Cómo?
- Bueno, me dijo, una vez que yo le reproché que ella hablaba mucho de los personajes de las películas y las novelas, y le dije “son personajes, no existen, no son personas”, entonces me dijo: “- Darling, la imaginación también existe. Los personajes de ficción suelen ser tanto o más reales que los de carne y hueso”. Lo que te cuento es un ejemplo pero sirve para que te des la idea de que a partir de allí, ella y yo, nos transformamos en extraños el uno para el otro. Tenemos una perspectiva diferente de la realidad, la vemos diferente…
- Bueno, tal vez eso los complemente, los complete y entre los dos hagan una persona mas, cómo decir, más viable, más fuerte, mejor dotada.
De la boca festiva de Daniel brotó una carcajada que terminó en tos provocada por el humo que todavía no había despedido.
- ¿No veo cuál es la gracia?
- Lo que me decís no tiene sentido, dos personas son dos personas, no una ¿Cómo funcionarían? Suponé que voy a discutir con el acopiador de granos cuando le llevo la cosecha, ¿para sentirme más fuerte o inspirado debería ir con ella? ¿Cuando ella está pintando o esculpiendo, debo estar a su lado para aconsejarle cómo podría hacerlo mejor?…
- ¿Y cómo se llevaban en la cama? – lo cortó Malena.
- Al principio la relación era excelente. Después ella comenzó a rechazarme. Nunca quería coger. Con decirte que tuve que empezar a venir aquí o buscar programas por otro lado, hasta que ella se metejoneó con un tipo y nos separamos.
- ¿Ella te lo dijo o vos la descubriste?
- Yo la noté rara una vez que llegó empapada por la lluvia. Me acerqué para envolverla en un toallón y cuando la tuve a tiro, se alejó, me rechazó. Tenía olor a tabaco y no fumaba y, además, su aliento, me acuerdo y siento asco, olía a semen. Entonces le dije: “Vos estás viéndote con otro”. Me miró con furia: “Yo necesito estar sola”, me dijo. “¿Por qué?” “Necesito tiempo” “¿Para qué?” “Para pensar” “¿En qué?” “En nosotros” “Y en el otro. Decime la verdad, querés. No insultes mi inteligencia” “Es verdad” – dijo por fin y bajó la cabeza. Así terminó todo – concluyó Daniel. Había hablado con tranquilidad, dejando que las palabras surgieran de él fluidamente. Mientras lo había hecho se había parado, había ido hasta la heladerita de la suite, había sacado dos vasos de los anaqueles del bargueño y los había llenado hasta la mitad con whisky después de dejar caer en ellos sendos dados de hielo. Había regresado con los vasos a la cama y le había dado uno a Malena. No le pareció a ella ni angustiado ni resentido. A Malena le pareció que lo que le contaba ya no lo conmovía, como si le hubiese sucedido hacía muchísimo tiempo ya.- Tomó el vaso que él le ofrecía y decidió cambiar de tema.
 - A propósito ¿Dónde queda tu estancia?
- Aquí mismo, en el departamento de Encarnación – Con la respuesta de su flamante cliente, Malena se había anoticiado, sin proponérselo, del lugar en el que estaba “Las Walkyrias”. Pero algo más sucedería que enmarcaría ese día en el que conoció a Daniel Silverstone, el estanciero de apellido inglés que, en adelante no dejaría de visitarla, y fue que del saco oscuro abandonado sobre la mesa de luz salieron las primeras notas de la sonata y fuga en re menor de Juan Sebastián Bach y el principesco caballero extrajo un teléfono celular dotado de luces azules, amarillas y rojas, rico en funciones, una de las cuales consistía, según se enteró, en establecer una línea directa entre el satélite y su usuario sin interferencias de ninguna clase.
-¿Me lo prestarías un segundo para llamar a una amiga? – preguntó después que él lo hubo cerrado clausurando una comunicación seguramente establecida con el capataz de su estancia o con alguien que esperaba y cumplía sus directivas.
- Te lo regalo para poder comunicarme con vos directamente y para que me llamés cuando me necesités.
- ¡En serio!
- En serio. Mirá, te muestro cómo usarlo – dijo Daniel y explicó enseguida para qué servía cada tecla.
- Antes, le borro todas las memorias y te lo dejo vacío – Estuvo digitando las teclas un rato y finalmente se lo entregó a Malena.
Cuando Daniel se fue después de una tierna despedida prometiendo que volvería Malena llamó al teléfono de Elena. Le dio el nombre del hotel y del lugar. Después escondió el aparato en un hueco, quitando la cerámica de un zócalo de uno de los niveles del piso de su habitación y volviéndola a colocar. Sacó enseguida las toallas que pendían colgadas de las cámaras que espiaban su vigilada privacidad. Ese mismo día, coincidentemente, fue el del encuentro entre Edelmira y Elena. Edelmira ya se iba cuando Malena llamó, así que, luego de la comunicación, que, como vimos, atendió la propia Edelmira, decidieron llamar a La Paz, entre otras cosas, por supuesto, habían averiguado el número de teléfono de Jorge Monsivais.-

Amilcar Luis Blanco (Fotografías de Daniel Day Lewis y Michelle Pfeiffer de la película "La edad de la inocencia") 


domingo, 21 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO DE "LAS WALKYRIAS"



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                                                    “Anoche, cuando regresaste de lo de Elena, estabas contenta, radiante, como si hubieras recuperado las ganas de vivir. Ya no eras la misma que había estado en La Paz. Había desaparecido tu cara de culo. Eso prueba lo que digo, Negra, a vos te interesa mas estar con Elena que conmigo, que con ninguna otra persona en el mundo ¿Cómo no me voy a poner celoso? Vos me dirás o me preguntarás si nunca te fui infiel, si nunca me tenté con otra mina y no te voy a decir que no, pero, eso sí, lo que nunca hice fue mentirle a nadie. Porque calculá vos que para salir, por lo menos acá en Buenos Aires, con otra mina tenés que tener guita. La tenés que invitar, pagarle el telo por lo menos y si me dijeran: pero, boludo, podes ir a la casa, te contestaría que sí siempre que no le tuviera que hacer el verso, porque eso sí que no me gusta. Por eso, Edelmira, ser pobre es como ser viejo, o feo, tenés todo limitado con relación a las mujeres, a no ser que sean ellas las que, por casualidad o porque les caíste en gracia te inviten, pero eso pasa cada muerte de obispo en la vida de un cristiano. Pero sí, tuve una muerte de obispo y fue el verano pasado, la única vez en nuestra vida de casados que te fui infiel. Ese verano en el que vos saliste con Malena esa tarde y llegaste a cualquier hora. Bueno, una tarde de aquéllas, me encontré con Candela ¿Te acordás de Candela? Ella fue compañera nuestra en el primario. “Voy a la talabartería de Oroná” – me dijo- “¿Me querés acompañar? – Preguntó – “Sí, te acompaño” – le dije. Y no va que cuando damos la vuelta a la manzana de lo del viejo Oroná me agarró al voleo, del cuello, y me estampó un chupón la loca. Después me dijo que tenía un rancho y fuimos. Nos acostamos en un colchón grande de dos plazas que tenían ahí para escardarle la lana. Olía a humo, a rancho, pero no me importó La cuestión que nos echamos un buen polvo con la Candela ¿Qué querés? No es que esté chocho por haberte engañado pero es un poco el resultado de tu indiferencia ¿Qué tendrá la Elena que no tenga yo? ¿La guita, que te regaló una bicicleta? Pero puede ser que una bicicleta te guste tanto, Negra. No, lo que sigo pensando siempre es que vos te aburrís mucho conmigo. Vos necesitas fiesta, conga, a vos los ojos se te ponen en un baile cuando sabés que la señora te va a dejar ver el cable o te invita al cine o al teatro. Ya te invitó algunas veces, cosa que yo jamás podría hacer ¿Cómo voy a salir yo con otras minas, a menos que sean como Candela que prácticamente me agarró ella a mí? No, sacátelo de la cabeza”.-


 Amilcar Luis Blanco

viernes, 19 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO TERCERO DE "LAS WALKYRIAS"



                                                       23
                          Cuando Elena volvió a Buenos Aires, cargando su abarrotado bolso, con el pleno calor de principios de diciembre, fueron también, como los kilos de su padre, pliegues de sí misma los que ascendieron mecánicamente los escalones de mármol que separaban la vereda del palier de entrada al edificio en el que estaba su departamento. Tanto porque se sentía cansada de volver a la rutina después de separarse de Malva, como por haber dejado casi rebanadas de su ser en el atelier de su amiga y en los recuerdos que la mantenían todavía apegada a la Mar del Plata reciente. Ya no se acordaba de Edelmira. Malva era una intensidad nueva para ella, en la que respiraba, comía, amaba, en suma, vivía, tanto como lo había sido Edelmira. Siempre había sido apasionada e ingenua y reunía estas dos características en su nueva convivencia, renovadora por todos los conceptos, con base en el olvido, en una capacidad de olvido casi infantil.
Pero las cosas estaban terca e insistentemente en el mismo lugar en el que las había dejado. Persistiendo en gravedad y gravidez para recordarle todo su pasado y sus pérdidas, el debe y el haber de su existencia; ese exceso de memoria que hace que lo que nos resultaba tan familiar cuando regresamos a un lugar del pasado, después de haber creado una familiaridad nueva con el mundo, nos pese, no nos deje levantar vuelo y vivir con la ligereza que necesitamos. Esto quiere decir que “La Odisea”, abierta en la misma página sobre el escritorio de su alcoba, la mesa en la que su padre repasaba los matutinos, las sillas, todo, como le sucediera a su amiga Edelmira tras la separación y cuando debía seguir ocupándose de sus tareas domésticas, parecía esperarla. Y ella sentía ese rechazo que suele sentirse cuando el mundo vuelve a nosotros como una obligación y no como una aventura, desafío o misterio a develar.
Por salir de ese estado de inercia hipnótica, apretó el botón sobre el que titilaba una luz roja en el contestador y comenzó a escuchar los mensajes de voz que se acumularon durante su ausencia, eran tres. Hubo dos del Estudio Contable que vigilaba el cobro de los alquileres y el pago puntual de sus impuestos. El tercero la dejó boquiabierta. Con expresión desconcertada escuchó: “Soy Malena Margarita Monsivais de López, una amiga de Edelmira, la chica de La Paz que trabaja como doméstica para usted. He sido secuestrada por un hombre que se hizo llamar Roberto Juárez y fingió ser mi enamorado. En este momento estoy en la Ciudad de Asunción, Capital de Paraguay, en el hotel “Gran Asunción”, y, en el día de mañana mi secuestrador me llevará en su coche, un Alfa Romeo color verde botella, a cien kilómetros de aquí donde dice que está su casa. Le ruego que haga lo que pueda. Estoy tranquila y bien de salud. Si puedo me comunicaré de nuevo haciéndole saber mi paradero.” La fecha, 21 de noviembre de 2007, día en el que ella había emprendido su viaje a Mar del Plata en compañía de Malva.
Extrañamente la voz parecía serena, aunque veloz y de un timbre nervioso, pero exquisitamente femenina, con esa disfonía tan particular que Elena disfrutaba en las representantes de su sexo. Después de dar algunas vueltas por el departamento vacío y atorbellinar a sus fantasmas paternos como si los retara corrió el cierre relámpago de la larga cremallera que atravesaba de un extremo al otro su bolso de lona color crudo para comenzar a sacar los contenidos pero, de pronto, se preguntó qué estaba haciendo, su mente no podía, ni debía –juzgó - apartarse del mensaje recién escuchado. Debía llamar a Edelmira al celular y pedirle que se presentara urgentemente. Así lo hizo. Una voz emocionada le contestó del otro lado que sí, que iría urgentemente.
Desnudo oriental en rojo

Recordó la última vez que le franqueó la entrada a su amiga, vestida ella con el ligero atavío de gasa negra, casi transparente, que le había regalado y hacía juego con sus ojos y con su expresión sombría. Abrió la puerta del departamento y Edelmira estaba allí como la última vez pero distinta; ahora su mirada y su sonrisa parecían rogarle y agradecerle que la recibiera. 
Mirada y Contraluz- armonía fría  (detalle)
Como si estuviera en deuda y quisiera hacerse perdonar. Se miraron, la oscura lumbre de sus ojos relampagueó por un instante y Edelmira se echó en los brazos de Elena y sus bocas volvieron a encontrarse en un beso caliente como aquél primero que se habían dado y al que ninguna de las dos pudo renunciar. Como en anteriores y gratas oportunidades sus cuerpos, trémulos y agitados, se fueron empujando, suavemente, resistiéndose pero cediendo a la vez, en besos, caricias, suspiros, jadeos, inspirados por el deseo, hasta caer relajados, lentamente, sobre el diván de gobelinos.

Blue nude
Se amaron con sed, necesitándose, entrando la una en la otra, sintiéndose a través de las carnes, las consistencias de los huesos, alborozándose con la conciencia de estar vivas y juntas para darse placer. Ingresaron en la fiesta de sus palpitaciones y estremecimientos, en la selva profunda de sus aromas mas recónditos, moviendo los brazos, las manos y las cabezas, cada una para generar en la otra una respuesta idéntica, simétrica o diferente, experimentando la muy vaga o ligera noción de estar construyendo o ejecutando una obra de arte de dinámico transcurrir; tal una orquesta de la que surgiera una sinfonía o un ballet mágico y cambiante o una imposible escultura poliédrica contenedora de luces y figuras en  torbellino que Elena imaginó que Malva sonriéndose ayudaba a componer.
Por fin se sentaron la una frente a la otra y se volvieron a mirar. Elena habló primero:
- ¿A que no adivinás por qué te llamé?
- ¿Me extrañabas? – arriesgó Edelmira
- Ni ahí, nada que ver.
- ¿Por qué, entonces?
- Malena, ¿te dice algo?
Edelmira cobró en su tez cetrina el color blanco e indefinido de la mañana nublada.
- ¿Qué te pasa, qué es lo que sabés? – tanteó esta vez Edelmira, estremeciéndose ante la posibilidad de una carta indiscreta.
- La secuestraron
- Me estás jodiendo
- ¡Por favor! ¿Cómo te voy a estar jodiendo? – Elena se paró, caminó hasta el intercomunicador sobre una coqueta mesita cercana al diván de gobelinos, apretó un botón. Edelmira escuchó: “Soy Malena Margarita Monsivais de López, una amiga de Edelmira, la chica de La Paz que trabaja como doméstica para usted. He sido secuestrada por un hombre que se hizo llamar Roberto Juárez y fingió ser mi enamorado. En este momento estoy en la Ciudad de Asunción, Capital de Paraguay, en el hotel “Gran Asunción”, y, en el día de mañana mi secuestrador me llevará en su coche, un Alfa Romeo color verde botella, a cien kilómetros de aquí donde dice que está su casa. Le ruego que haga lo que pueda. Estoy tranquila y bien de salud. Si puedo me comunicaré de nuevo haciéndole saber mi paradero.”
Elena, mientras volvía a escuchar el mensaje ya escuchado, escrutaba la cara de su amiga. Había notado su palidez ante la pregunta, entre el “… ¿qué es lo que sabes?” y el extraño mensaje había algo más que su amada le ocultaba.
- ¿Qué es lo que me ocultás, Edelmira?
Ahora, como cuando estuvo bajo el influjo de la pesadilla, la mirada de Edelmira se apartó de la de Elena.
- ¿Qué es lo que te pasó con tu amiga Malena?
- …
- ¿Qué es lo que debería saber?
- Nada, nada importante. Malena es una vecina y amiga de La Paz que, hasta hoy mismo, pensé, y todos pensábamos así allá, que había abandonado a su marido, varios años mayor que ella. Esto de que la hayan secuestrado es terrible, me da pánico. Hasta donde sabía Malena se había ido de La Paz con otro hombre. Supuse que se habría enamorado, no que la hubieran secuestrado.
- ¿Querés tomar mate? – propuso Elena.
- Dale
Elena se alejó hacia la cocina y Edelmira miró la mesa, el techo, la luz en la ventana, recordó aquella caminata con Malena mientras el sol se ocultaba en el horizonte del río como un disco rojo incandescente y sintió súbitamente que el estómago se le contraía y también que los ojos se le llenaban de lágrimas y la barbilla le temblaba. Pero retuvo su congoja, sin dejar de sentir una mezcla de miedo e impotencia. Elena regresó con el equipo de mate, sonriente, apoyó todo sobre la mesita ratona frente al diván
- Parece que dejaste atrás la pesadilla
- Así parece – corroboró Edelmira. Le tomó una mano a la amiga y le dio un beso rápido sobre el dorso perfumado, reconociendo de nuevo la tersura y transparencia de la piel de Elena – Fue como si volviera a vivir. Una mañana de domingo y sol en la iglesia de mi pueblo decidí que hablaría con Alejandro de lo nuestro.- Elena retiró su mano de la de su amiga un poco bruscamente y las comisuras relajadas de sus labios se tensaron en una expresión de seriedad.
- ¿Le contaste a Alejandro lo nuestro?
- No, todavía, pero estoy segura de que le contaré.
- ¿Te parece necesario?
- ¿Por qué, a vos no? – instó Edelmira. La lanza de la ansiedad comenzaba a clavársele en el pecho.
- No, no me parece necesario.
- ¿Por qué? – insistió Edelmira. Sentía que la ansiedad se transformaba en angustia.
- Porque no sabemos cuánto tiempo puede durar nuestra relación.
- ¿Qué es lo que ha cambiado entre nosotras? – Se asomaba a un abismo.
- Muchas cosas. Para empezar he conocido a otra chica y estoy metida.
- ¡Ah, sí, mirá vos! ¿Muy metida? – Se arrebató ahora sin dejarse caer, aferrándose a su orgullo.
- Bastante.
- ¿Cómo para olvidarme para siempre?
- Lo que me preguntas no tiene sentido.
- ¡Claro que tiene sentido, contestame! – reclamó Edelmira. Sentía que el estómago y el pecho le ardían
- ¡Qué ridícula que sos! Vos sabés que nunca te olvidaría.
- ¡Sos una hija de puta! – gritó Edelmira. Todo su cuerpo era una hoguera de ira y despecho. Se lanzó sobre Elena tirándole puñetazos, repitiéndole “hija de puta” y sintiendo que a sus ojos ascendía incontenible el llanto y la desesperación. Sentía celos y rabia, mientras imaginaba a Elena en brazos de otra. Se desplomó sobre el diván de gobelinos y se tapó la cara sobre el brazo que apoyó en el respaldar, los olores del polvo y de la tela ocuparon su olfato y los sollozos, convulsivos, la hicieron olvidarse de toda otra emoción que no fuera su dolor, una congoja que la secaba desde la garganta hasta el diafragma, una languidez filosa que parecía recortar el espesor de sus mucosas y llegar hasta su sangre, como si la abrieran por dentro. Lloró copiosamente, derramándose como una catarata, con la abundancia y fluidez del río que ocupaba su memoria reciente y ancestral, sin sentir la mano que Elena le dedicó tratando de consolarla, o sintiéndola sólo como una rama que el viento acercara a su frente o una paloma que se posara sobre su cabeza.
- ¡Pará, pará! No te pongas así – exhortó Elena. Siguió pidiéndole calma mientras su mano una y otra vez le acariciaba la cabeza bajo el pelo lacio y pesado y su boca veloz la cubría de besos en los lugares que podía. Después de rechazarla una y otra vez Edelmira terminó por aceptar los consuelos que le ofrecía. Se amarró a su cuello y cobijó su cara en los pechos de Elena y siguió sollozando con profundísimos suspiros que la sacudían como palpitaciones enormes que finalmente se fueron espaciando hasta que por fin sólo quedaron hipos esporádicos. Entonces se irguió saliéndose del respaldo toráxico que su amiga le había brindado y sus enormes ojos negros lavados por el llanto, limpios y más hermosos, se elevaron hasta las aceitunadas pupilas que la contemplaban, también húmedas y conmovidas.
Four colors_web
- Perdoname, Elena, disculpame, no tengo derecho.
- Estás recontra disculpada y perdonada y tenés todo el derecho del mundo. En todo caso perdoname vos a mí – dijo Elena y acarició el costado de la cara de su amiga. Ella atrapó la mano sobre su sien y su mejilla y devolvió el mimo besándola en las yemas de los dedos. Elena recuperó suavemente su mano y se incorporó; desnuda como estaba, pese a sus cuarenta y cinco años bien cumplidos, lucía como un hermoso ejemplar femenino. Edelmira pensó, como otras veces, en la pantera de los ojos verdes, que había caminado a un rincón de la casa y regresaba con su paquete de cigarrillos y el encendedor dispuesta a fumar y explicarse. Encendió un cigarrillo y volvió a sentarse al lado de Edelmira.
- Pasa que yo soy así – dijo después de exhalar la primer bocanada – Soy así - repitió – Desde la muerte de mis viejos no puedo estar sola. Me da la sensación de que ellos tendrían que estar todavía acá, pese, por supuesto, a que se que se han muerto y que no van a regresar. A veces me parece que voy a encontrar a mi madre frente al espejo o a mi padre leyendo el diario “La Nación”. Sueño con ellos. En fin, Negra, vos me abandonaste en un mal momento. Me sentía desesperada y no sabía qué hacer, para dónde agarrar, me sentía hecha mierda. Hasta te escribí una carta, un diario. Después pensé que no lo ibas a leer nunca ¿Qué se yo?
Edelmira la miraba sin hablar pero atendiendo lo que decía, reflejando en sus gestos y rictus faciales los significados de lo que Elena le confiaba, conmovida. Finalmente y cuando se hizo un silencio suficientemente significativo las dos se abrazaron y besaron.
- De todos modos, lo digo ahora con calma, las cosas cambiaron, ¿no? – aventuró Edelmira. Ahora había vuelto a recordar a Malena y a compadecerse de ella.
- No lo se bien, Negra, no lo se, ¿qué pensás vos?
- Soy mala para pensar pero buena para sentir. Lo que te digo es que yo te sigo queriendo – Hizo un silencio – Ahora mas que antes.
- ¡Negra, mi amor! – exclamó Elena.

Las dos permanecieron un rato mas en silencio, abrazadas. Absurdamente, Edelmira sentía que nunca se iban a separar y que Elena iba a olvidar a su nueva amante. De pronto Elena se puso de pie.
- ¿Y, qué vamos a hacer por tu amiga? – preguntó
- No se, se me ocurre que deberíamos avisarle a sus padres, allá en La Paz. Ellos deben creer lo mismo que pensábamos todos, que ella está viviendo feliz con su nuevo amante.
- ¿Tenés el teléfono del padre?
- No, pero lo puedo obtener en seguida.
Estaban en eso cuando llamó el teléfono. Atendió Edelmira, como cuando trabajaba para su ama.


Amílcar Luis Blanco ("Mujer sentada en bar", "Desnudo oriental en rojo", "Mirada y contraluz", "Blue nude",  "Four colors - web", Oleos sobre lienzo de Pedro Sanz y la última pintura es de Tamara de Lempicka)

jueves, 18 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO SEGUNDO DE "LAS WALKYRIAS"

El arte que Adolf Hitler aniquiló










                                                








                                                                22

                                                      - Le voy a decir algo, amigo Daniel, y no lo tome a mal, usted sabe lo que yo lo estimo
- Diga Comisario.
- Las mujeres son como esa canción que canta Sinatra
- ¿Cuál?
- La que dice, “Lady is a tramp”, o sea la mujer es una trampa en sí misma. El centro de la trampa es el agujero, la vagina. Ellas la tienen para atrapar incautos y los incautos somos nosotros, vea que simple ¿Quiere que le diga cómo funciona?
- ¿Cómo funciona?
- La mina deja que usted se la coja, una vez que lo hizo usted perdió. Lo que ella en realidad quiere es atraparlo, que usted se case con ella, se junte o la mantenga.
- ¿Siempre, según usted?
- Mire, hay excepciones. Son aquéllas mujeres que son como nosotros, como los hombres, si se acuestan con uno es porque les gusta la pierna, como se dice. Es decir, cuando nosotros nos acostamos con una mina lo hacemos porque nos gusta el cuerpo, el olor, las piernas, qué se yo, la parte física. La mujer que se acuesta con el hombre por la misma razón es la única sincera y confiable.
- Las putas.
- No, usted está equivocado, esas no son putas, putas son las que están llenas de melindres, tan putas como las que cobran tarifas. La mina de ley le va de frente, cuando se cansó de usted se lo dice o por ahí no se anima pero se va con el otro. Es decir, no se usa a sí misma como una trampa para obtener alguna ventaja material. Es como nosotros ¿O a usted, hombre, se le ocurriría acostarse con una mujer para que le regale cien vacas o cien toneladas de grano o un automóvil? No, no es cierto, usted, como yo, cuando nos cojemos una mujer lo hacemos por gusto, por puro placer, no mezclamos el negocio con el placer.
- Sí, es cierto.
- Por eso, cuando usted me contaba de su experiencia con esa mujer que era escultora y que lo largó por otro tipo, yo pensaba “ve, esa es una mina digna, una mujer hecha y derecha”, como tiene que ser. No le anda con trampas, con melindres, no usa la vagina para que usted se case con ella o la mantenga, ¿o no?
- Y sí, en ese sentido, Malva era y es una mujer independiente.
- Ve, eso es lo lindo de la vida, encontrarse con una mina de ley.
El arte que Adolf Hitler aniquiló

- Mire Comisario, Malva es tan independiente que si le gusta un tipo se va con él y hasta le diría, si le gusta una mina también.
- Qué, ¿es torta?
- No que yo sepa, pero, no me extrañaría.
- Y está bien, Daniel, está bien, que haga de su culo un pito. Yo lo que mas respeto es la sinceridad. Pero, para ese tipo de mujer hay que estar preparado, hay que ser muy hombre.
- ¿A qué se refiere?
- A que usted, Daniel, o cualquiera que ande con una mujer así, debe acostumbrarse a verla y tratarla como a un igual, como a otro hombre ¿No se si me explico?
- Usted lo que quiere decir es que hay que tratarlas como a un amigo.
- ¡Exactamente! Pero como a un amigo. Uno a los amigos les comprende las agachadas, vio, cuando se pasan o se zarpan, como se dice, además les pone la oreja, los escucha, aunque a veces se harte de escuchar pelotudeces, pero, es así, es un amigo. Entre los amigos se valora la lealtad que no es exactamente lo mismo que la fidelidad, la “fidelitas maritalis”. La lealtad es aceptar en el otro lo que no nos gusta. Significa no fallarle, bancar al otro, no abandonarlo en la mala, en la desgracia, comprender incluso que nos falle ¿Sabe, o se ha preguntado alguna vez, por qué razón uno no le tolera la infidelidad a la mayoría de las mujeres?
- ¿Por qué?
El arte que Adolf Hitler aniquiló
- Porque la mayoría son vulgares y fingen o mienten la mayoría del tiempo, entonces, cuando la comedia se les cae, por ejemplo se derrumba el telón y se les ve la trastienda, es decir, la vez que aflojan y cagan al pelado que las mantiene con un joven pintón que no pueden resistir, entonces lo que el hombre les reprocha es todo ese fingimiento, toda esa mentira, toda esa comedia que han representado por tanto tiempo tan minuciosamente.- En cambio cuando una persona se muestra tal cual es la mayor parte del tiempo, cuando no finge y tiene un traspié, uno la comprende, sea hombre o mujer.
- Mire, esto es verdad también. El ejemplo es un amigo, chacarero como yo, no podía negar lo putañero que era y andaba relojeando siempre las colas, las piernas de las chinitas ¡Era tan evidente! Pero su mujer lo quería y lo toleraba…
- ¡Claro! Los hombres rara vez ocultamos cómo somos.
- Pero éste que yo le cuento era un desesperado por el sexo.
- ¡Ah, sí, no diga!
- Mire que una vez, pero mire que asqueroso, se cogió una oveja, la tenía guardada en el galpón, bien limpita y la iba a visitar cuando sabía que estarían solos y le daba y le daba
- ¡Já, Já, Já! No me haga reír. Ese sí que no era interesado, era bien hombre ¡Já, Já, Já!

 Amilcar Luis Blanco ( Obra de George Grosz.- Pintura de Otto Dix.- La bailarina Anita Berber', obra de Otto Dix de 1925, respectívamente)


                                                    

martes, 16 de septiembre de 2014

CAPITULO VIGÉSIMO PRIMERO DE "LAS WALKYRIAS"



Mónica Garcés. La amistad

                                                                    21

                                                          - Pase, querida, adelante – exhortó Arquímedes Portobello. Dobló las páginas del diario que leía y se quitó los anteojos. Los depositó sobre la mesa y fijó sus ojos grises en Malena. La luz del ventanal le daba de lleno y los ojos claros de ella, su pelo rubio, lacio y largo, le conferían el aspecto de un ángel. Comparecía por primera vez ante el dueño de “Las Walkyrias” que la había mandado llamar. “Te va a tomar el examen, como a todas”, le había adelantado Sonia, “te va a semblantear y te hablará de sus locuras. Mantenete seria”.-
- Usted es la nueva. La quiero, antes que nada, saludar y, si puedo, enterarme por su boca de cómo se considera usted, jovencita, es decir ¿Qué piensa usted de usted misma?
- ¿Qué quiere saber?
- Me doy cuenta de que usted es impetuosa, franca, casi transparente ¿Quisiera saber, por ejemplo, si es creyente, si cree en Dios?
- Bueno, no estoy muy segura. Quizá en momentos de máxima debilidad, cuando me siento muy vulnerable, le pido a Dios que me ayude. En otros momentos casi no me acuerdo de él.
- Es comprensible, usted siente y actúa como casi todo el mundo.
- Sí, me considero bastante normal.
- ¿Cree usted en la vida eterna?
- Acláreme un poco.
- Me refiero a la eternidad del alma ¿Cree usted que estamos compuestos de un cuerpo y un alma y que cada uno tiene vida independiente?
- No
- ¿Por qué?
- Porque si se mueren células de su cerebro usted pierde capacidades y funciones, o sea, alma.
- ¡Ah, ya veo! Usted piensa como pensaba yo…
- ¿Pensaba?
- Sí, pensaba, antes. Ahora, pienso diferente.
- ¡Qué interesante! ¿Y qué es lo que piensa ahora y por qué?
- Le explico. Estas máquinas – señaló la pantalla, el teclado y el mouse de una computadora sobre la tabla de su escritorio y un cepeu cerca de su pie – me han hecho cambiar de idea. Me han hecho pensar que las secuencias electromagnéticas que forman software o programas son las mismas que habitan nuestro cerebro y que pueden migrar de la materia que lo compone, que vendría a ser nuestro hardware. Me han llevado a pensar que cuando soñamos, mientras lo hacemos, estando dormidos, sin utilizar nuestras facultades sensorias y motrices, estos programas electromagnéticos conforman realidades, percepciones y vivencias. También y por lo tanto que son estas cifras electromagnéticas las que conforman el alma y que, cuando morimos, sólo mueren nuestros cuerpos, es decir, el compuesto orgánico que somos…
- ¿Y el alma, qué pasaría entonces con esa cifra electromagnética después de la muerte?
- Pues bien, señorita, estoy firmemente convencido que migra, viaja, vuela, se desplaza, se va y sigue componiendo variaciones a partir de la vida que tuvo.
- ¡Qué interesante, señor, qué interesante y qué estimulante!
- Sí, fíjese que sí, porque podemos acceder a la eternidad ya que el olvido y el recuerdo se alternan en la memoria y permiten la ilusión.
- Entonces la vida esencial sería ilusión y lo ilusorio sería eterno.
- Sí, sí, creo que es así, creo incluso que la fe es ilusión en estado puro.
- Muy bien, pero usted se habrá dado cuenta de que, en términos de conocimiento, de verdadera filosofía, esto no aclara nada.
- ¡Ah, señorita, bella muchacha! Usted me hace recordar los versos del poeta Jorge Guillén: “…hacia una luz mis penas se consumen”
- Sí, señor, un saber, una luz, una certeza que nos ilumine, por favor! Me atrevería a exclamar con énfasis – concluyó Malena.
El señor Arquímedes Portobello, porfiado y temible proxeneta, era también un sensible poeta y un aficionado a la filosofía. La mirada de sus ojos grises se había encendido sobre el rostro de Malena y también su sonrisa. Era evidente su complacencia con aquélla nueva pupila.
- ¡Bravo, querida, bravo! Me gusta usted. Le diré algo más, no es un consejo, sino, casi, una exigencia, una orden para una persona inteligente e iluminada como usted: viva con intensidad, busque el placer y lo encontrará, disfrútelo, cuánto más y mejor lo haga, más y mejor se enriquecerá su alma, su software, con las experiencias de su vida y mas interesante será su eternidad.
Se paró después de decirle esto y la acompañó un poco ceremoniosamente, afectando una pose caballeresca, hasta la puerta de su estudio.
- Cuándo necesite leer, el libro que sea, me lo pide. Si no está aquí se lo consigo. Usted es una bella mente, además, por supuesto, de un maravilloso cuerpo, de un hermosísimo rostro.-
- ¡Gracias, gracias! – devolvió Malena sonriéndole.-
Cuando se vió fuera de la habitación suspiró aliviada.

Amilcar Luis Blanco (Pintura de Mónica Garcés)