martes, 31 de diciembre de 2013

Cuerpos y reflexiones.


Hoy estuve contemplando cuerpos que iban y venían. Llevé a mi hija, de muy buen ver a sus treinta, al centro de la ciudad a hacer una diligencia y la esperé en una esquina dentro de mi automóvil. Hacía todavía calor después de catorce días de temperaturas agobiantes que rozaron y sobrepasaron los cuarenta grados. Todos los cuerpos llevaban ropas ligeras y dejaban ver porciones desnudas de sus anatomías. Lo que más se notaba en ellos eran las historias personales, los cansancios, las ansiedades, las angustias, las pequeñas felicidades encarnadas en piernas flacas o robustas, con y sin várices, en cuellos tersos o arrugados, gibas o jorobas lumbares o cervicales, panzas más o menos cadentes o caídas y sobre todo los rostros contraídos y relajados. Increíble ver cómo lo que nos ha pasado en nuestras vidas queda en nuestros cuerpos.Que ellos sean, por decir así, los depósitos o receptáculos de las vivencias, incluso a partir de las cuales se pueden suponer o desarrollar historias más o menos verosímiles asomándonos al mundo de los otros, de lo ajeno, de lo que late a corta distancia de nuestro propio corazón.
En realidad los cuerpos nos desnudan, amalgama de cuerpos y de rostros. Caminamos, nos detenemos, esperamos, expectantes, distraídos, confundidos, aturdidos, difusos. El cielo, algo plomizo, presagia tormenta y comienzo a impacientarme. Me digo que puede granizar y la carrocería de mi coche quedar abollada y eso me costará mis buenos pesos. Ruego para que mi hija se apure y vuelva pronto. Pero también me digo que esperar y contemplar es agradable. Así que sigo mirando sin detenerme a mis congéneres como cuerpos. Trato de no ligar deseos sexuales a la contemplación de las mujeres de todas las edades. Los deseos suelen distorsionar las visiones y sobre todo la vertiente puramente estética de los objetos observados de la que parten todas las demás. Como meras hipótesis es cierto, pero como tales abiertas a la imaginación y los juegos de la fantasía.
Sigo pensando en las uniones azarosas de los cuerpos que dan vida a otros cuerpos y recuerdo el enorme poema de Miguel Hernández "Sino sangriento" que me trae las angustiantes experiencias en algunos de sus versos: " . . . y cada cuerpo que tropiezo y trato es otro borbotón de sangre, otra cadena . . . " o " . . . y nado contra todas (corrientes de las sangres), desesperadamente, como contra un fatal torrente de puñales . . . ". Cuerpos que se unen para dar vida a otros cuerpos. Hombres membrudos, fornidos, altos que se encaman con hembras algo rechonchas pero ilusionadas y después satisfechas que dan paso a hijos e hijas que salen a él o a ella o que consiguen una feliz o no amalgama de ambos progenitores. Azares de la genética, de la inmensa e inacabable arborosidad de la especie propagándose vegetativa y ciega en el tiempo, atravesándolo, haciéndome regresar de nuevo a la poética de Hernández: " . . . Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos, se besan los primeros pobladores del mundo . . . "
Las agujas de mi reloj pulsera marcan las once y mi hija aparece, jovial, suelta de cuerpo, de muy buen ver, como dije y se sube al auto y doy arranque y pongo primera y regresamos a casa.

Amílcar Luis Blanco