domingo, 25 de mayo de 2014

El club de los fantasmas






Yo no inventé la muerte, aunque los poetas podamos estar siempre al borde de la locura, yo no la inventé. La miré como diciéndole eso mismo.- Y como si hubiera entendido me clavó ella también los ojos con furia. Pero su mirada no estaba sólo dirigida a mí y a los muchachos, sino al mundo, al que se cruzara. Sus ojos, grandes y rasgados, relampaguearon como si dos piedras de hielo hubieran recibido el impacto del sol en el aire sombrío del salón. Estaba de negro, el pelo color tiniebla pegado al cráneo, los labios plegados en herradura, la frente con arrugas, la expresión compungida y a la vez rabiosa. Dejó de mirarme y abandonó el recinto de la funeraria hacia la calle Pedro de Mendoza sin cubrirse siquiera con algo, con cualquier cosa, un diario, un paraguas, de la intensa lluvia   que caía en ese momento y le daba a la calle una luminosidad grisácea y al riachuelo el aspecto de un gran ámbito interior familiar y algo sucio por el que se hubiera podido viajar hacia el mismo Hades. Era como si hubiera un techo y paredes lejanas y todo estuviese ahí nomás y nosotros adentro esperando para salir o algo así. Nos miramos con los muchachos y nos encogimos de hombros. La comprendíamos, cómo no. Había perdido a Néstor, su novio, de una manera súbita, impensada. El infarto masivo que terminó con su vida lo había sorprendido la noche anterior mientras bailaban milonga en el club "Melodía de arrabal" que habían abierto una semana atrás.- Una de las chicas nos comentó que había estado recostada y completamente ebria pero que se había levantado esa mañana para ir al velorio con una sobriedad alucinada, silenciosa y huraña. No era para menos.
Ella era para todos la Ñata o la Morocha.- Nos enseñó a bailar tango y milonga a una pila de nosotros y a los que algo sabíamos nos perfeccionó de tal modo que no había después figura que no supiéramos dibujar con los pies y sobre cualquier suelo. Creo que todos, no sólo yo, sentíamos algo especial por ella. Como decía Cacho, era una mujer que se brindaba, muy dada como se dice. Sonreía y su rostro de morocha subida se iluminaba y nos iluminaba. Se le formaban hoyuelos en las mejillas y sus ojos azules únicos para un rostro tan moreno resplandecían y exhibía siempre esa figurita, esas piernas torneaditas, esa cinturita, porque era menuda y graciosa ¿Quién podía no haberse enamorado de ella? Si ella era la morocha argentina perfecta, la del tango de Saborido. Claro que pese a estar todos enamorados de la Ñata le teníamos un respeto tal que rayaba en la temeridad; la defendíamos y la hubiéramos defendido hasta  del propio King Kong si se hubiera presentado en el salón y hubiese pretendido faltarle el respeto.
Fue algo parecido a eso lo que ocurrió cuando llegó al salón un tal charro Muñoz que dijo que venía de Méjico y que él bailaba el tango mejor que nadie y nos desafió y dijo que nuestro club debía llamarse el "Club de los fantasmas" y no "Melodía de arrabal" porque nosotros pertenecíamos al pasado, a un tiempo que se había ido para siempre y no volvería jamás, un tiempo muerto.
La primera en responderle fue la Ñata. Le dijo que si lo que quiso decir fue que todos los que estábamos ahí éramos fantasmas, incluida ella misma, era porque no se había dado cuenta de que él, el mejicano propiamente, era un hombre de papel, de papel dibujado le dijo, porque todo en su atuendo era artificial, de disfraz, carnaval, puro carnaval, "sos vos pibe"-  remató. Y siguió: "- Ese sombrero aludo exagerado, los bigotes, la entonación al hablar que parece que siempre  estás jactándote de algo, alardeando, desafiando a lo macho".
- Te desafío yo a bailar ahora, una mujer argentina ¿Bailás o sos puro jarabe de pico?
- Pues sí,  bailo tangos, y bailo corridos mejicanos también como debe ser.
- Bueno, a ver quién dura más - dijo la Ñata y le hizo una seña a Néstor que puso primero en la bandeja un corrido mejicano como para que tomara confianza. Ella lo siguió. Después Nestor puso un tango y se vio que el charro no sabía qué hacer, para dónde arrancar, cómo llevarla, dónde poner el pie para el primer paso, mientras ella lo miraba de frente, desafiándolo y mostrándole su muslo largo y blanco asomándose entre el tajo de su pollera negra.
Hasta que el mejicano no dio más, se desprendió de la mano de la Ñata, negó con la cabeza y tuvo que retirarse rojo de vergüenza.-
- Bueno, nene, entonces no me digas que somos fantasmas, yo no soy fantasma y en todo caso vos tenés todo dibujado, sos artificial.
Pero la mañana del velorio la Ñata entró a caminar sobre los adoquines de la calle Pedro de Mendoza y todos la seguimos, de lejos y de atrás para no molestarla. Tenía puesto su tapado negro, de paño, ceñido a la cintura. Estuvo un rato caminando. De pronto se dio vuelta y nos miró a todos, nos abarcó, por decir así, con su mirada.
- ¡Váyanse a la mierda! - exclamó - y no me sigan, por lo que más quieran no me sigan
Nos quedamos parados en el aire velado. Se había comenzado a levantar una neblina caliginosa desde el riachuelo, tan blanca que ya ni el negro del agua podía verse. La Ñata se hundió en los vahos vaporosos, fue engullida por esa atmósfera que cada vez se hacía más y más espesa después de la lluvia hacia la desembocadura en el Río de la Plata. Pasó una lancha y el sonido ronco de su bocina se dejó escuchar durante un largo instante. Las luces, amarillentas, cada vez más lechosas y tenues, iluminaban el blanco de la niebla por dentro y lo hacían más impenetrable. Sólo por intuición alcanzamos de nuevo la vereda y comenzamos a caminar para ingresar nuevamente al salón. Adelantábamos las manos para no chocar a los transeúntes que venían de frente y para no tropezar con los bancos o los tachos de basura, como si estuviéramos ciegos. Para mi desgracia tropecé y caí sobre los baldosones húmedos de la vereda y, como los demás siguieron hacia el salón, no advirtieron mi caída.- Quedé un rato sentado, dolorido y perplejo y cuando me puse de pie, un poco aturdido, quizás porque un golpe de viento removió y despejó un poco la neblina, divisé a La Ñata al borde de un pequeño muelle, una minúscula rada desierta. Me pareció dispuesta a lanzarse hacia las aguas de ese Leteo silencioso y negro y entonces, impulsado por un súbito pánico, corrí hacia ella.
- Pero tanto se amaron ustedes como para que pierdas toda tu linea Negra - pensé en decirle como para sacarla de su peligroso ensimismamiento, pero me contuve porque recordé que sólo él, Néstor, le decía Negra, los demás Ñata o Morocha. Pero lo raro fue que ahora ella me escuchó otra vez  el pensamiento, se sacudió de la inmovilidad en la que estaba, clavó su mirada azul en mis ojos, incendiada y llorosa, más atractiva que nunca, con la cartera caída al costado.-
- Acaso te importa que yo pierda la linea - me gritó.- Después siguió gritándome hasta que tuve que taparme los oídos pero podía escucharla igual - Somos un club de sombras nosotros - me decía - somos todos fantasmas o estamos vivos y el fantasma solamente es él porque se ha ido. O quizá nos transformamos en hombre y mujeres de papel, como ese charro mejicano, es decir, gente artificial que va pregonando por ahí lo que fue. Porque todo se ha muerto sin él, entendés.-
Entendí que para ella la vida era Néstor, el mundo era Néstor y sin él no había vida, no había mundo. Me pregunté cómo podría hacerla reaccionar, cómo conseguir que siguiera su vida de siempre. Finalmente le dije, gritándole:
- Negra, tenés que rescatarte.
No me contestó, dejó de mirarme.- Antes de darse vuelta hacia las brumas del muellecito abrió su tapado negro y observé que no tenía ropa, ni siquiera de lencería, estaba completamente desnuda dentro de su abrigo. Fue un momento porque enseguida se volvió, terminó de quitárselo y pude ver su espalda,  sus glúteos y sus espléndidas pantorrillas de bailarina. Corrí hacia ella, desesperado, con los brazos abiertos para agarrarla. Fue como querer atrapar  una transparencia. El tapado del que se había desprendido quedó a mi lado como la sombra arrebujada de alguien que hubiese sido y, sin que pudiera evitarlo, escuche el sonido apagado de las aguas negras del riachuelo tragándosela. Me zambullí entonces yo también en ese mar aceitado y apestoso. Cuando me sacaron y recuperé la conciencia y el habla vi su tapado negro, la sombra arrebujada se había desplegado sobre un cuerpo en el que ella ya no estaba.-

Amilcar Luis Blanco

("El día después" Oleo sobre lienzo de Edward Munch)

martes, 20 de mayo de 2014

ROSAS ROJAS EN MEDIO DE ROSAS BLANCAS (Pequeña obra en cuatro actos)




                    





(Pintura de Francois Boucher sobre un dibujo de Watteau)

                                                       ACTO I

                                                      Escena Primera

(La escena en el living de un departamento con mesa y sillas y un espacio alrededor sobre el cual caminarán los personajes, un poco persiguiéndose mientras hablan pero de modo que los parlamentos y las réplicas puedan distinguirse.- ) Personajes: Cecilia, Omar.- Cuando se levanta el telón, Omar que acaba de llegar le entrega a Cecilia un ramo de rosas blancas con tres rosas rojas en el medio, ella las recibe y las acomoda sobre el florero que hay.
                                                    Cecila
Tenemos que hablar me dijiste
                                                    Omar
Tenemos que hablar
                                                    Cecilia
(Sonriéndose, irónica, camina alrededor de él) ¿De qué? No será de rosas rojas en medio de rosas blancas. Me dijiste un día, tenés mi corazón entre tus manos y te contesté, viceversa, o sea, también vos tenés mi corazón en tus manos. Mis manos son blancas ...
                                                     Omar
(Interrumpiéndola, serio) No sigas, no sigas con todas esas fantasías, por favor.- Vos lo sabés bien de qué tenemos que hablar, de dejar lo nuestro, de terminar. No es posible seguir así. Hay que salir de este estado de encantamiento, de irrealidad.


                                                    - Cecilia:
Entonces para qué las rosas ¿Acaso estuviste hipnotizado?
                                                    - Omar:
No, pero fue, es, como si lo estuviera
                                                   - Cecilia:
¿Por qué?
                                                   - Omar:
Caí bajo tu hechizo, bajo tu embrujo.
                                                   - Cecilia:
(Se pone muy seria, se detiene)¿Es una broma?
                                                   - Omar:
No, es lo que siento o lo que sentí
                                                   - Cecilia:
¿Y cuándo despertaste del hechizo?
                                                   - Omar:
Cuando me di cuenta de que extrañaba a mi mujer y a mi hijo
                                                   - Cecilia:
¿Pero entonces, qué fue lo que sentiste, lo que hubo entre nosotros, alguna vez me amaste?
                                                   - Omar:
Por supuesto, sentí amor por vos
                                                  - Cecilia:
Estabas como loco
                                                  - Omar:
Sí, estaba como loco
                                                  - Cecilia:
Ahora no me podes salir con esto ¿Yo qué hago con todo lo que siento, con todo lo que hice por vos, para vos, me querés decir qué hago?
                                                   - Omar:
No lo se
                                                   - Cecilia:
¡Claro, no lo sabés, no tenés ninguna responsabilidad!
                                                   - Omar:
Los sentimientos no tienen nada que ver con la responsabilidad
                                                    - Cecilia:
¡Ah, no! ¿Quién te dijo, dónde te enseñaron eso? Los sentimientos, si a algo nos mueven es a sentirnos responsables. Los padres de los hijos, los hijos de los padres, los hermanos entre sí, los amigos entre sí
                                                    - Omar:
Estás emparejando cosas muy distintas.
                                                    - Cecilia:
Vos te entregás como padre, como hijo, como hermano, como amigo, como esposo, pero jamás como amante. Es decir tenés responsabilidad en todos esos roles, menos en el de amante.
                                                     Omar:
Lo que no puedo entregar es mi libertad
                                                    Cecilia:
¿No la podés entregar como amante pero como todo lo demás sí?
                                                    Omar:
Exacto.
                                                      Cecilia:
Es decir, podés ser esclavo en tu trabajo, por ejemplo.
                                                      Omar:
Sabés de sobra por qué elegí la marina mercante.
                                                     Cecilia
¿Por qué?
                                                     Omar:
Porque viajo, porque voy de un puerto a otro, porque conservo mi libertad
                                                     Cecilia:
Con ese criterio, ¿qué mujer elegirías como amante?
                                                     Omar:
Una que no existe, la que me permitiera conservar mi libertad
                                                     Cecilia:
Pero qué clase de libertad, porque en tal caso se trataría de una libertad especial, la de poder tener otras mujeres como amantes, la de ser promiscuo, la libertad de ser promiscuo, naturalmente sin comprometerte con ninguna de tus aventuras
                                                    Omar:
¿Nunca te preguntaste si no será ese estado de no compromiso el único posible frente a la vida sexual? No será que deberíamos poder acostumbrarnos a tener sexo sin sentirnos atados…
                                                    Cecilia:
Es decir, a tener sexo sin sentir amor. A experimentarnos y tratarnos a nosotros mismos como objetos, a utilizarnos como si fueran ustedes, los hombres, consoladores y nosotras, las mujeres, algo así como muñecas fornicables
                                                    Omar:
Te asombraría saber al grado de perfección al que se ha llegado en esta materia
                                                    Cecilia:
No seas cínico ¿Acaso tu propia esposa, o yo misma, acabás de decir que me amaste o que me amás, que te hechicé o qué se yo, somos para vos muñecas fornicables, no somos algo más que eso?
                                                    Omar:  
Por supuesto que son mucho más que eso
                                                   Cecilia:
¿Entonces por qué nos tratás como meros objetos?
                                                   Omar:
No las trato como objetos, las trato como seres humanos iguales a mí
                                                   Cecilia:
Bueno, vos te tratás como un objeto entonces.
                                                   Omar:
Esa conclusión es una falacia sacada de la filosofía que estudias o leés en tu facultad.
                                                  Cecilia:
¿Cómo es eso?, explicámelo.
                                                  Omar:
Cuando estamos en el cuerpo a cuerpo del sexo o cuando cruzamos miradas no somos únicamente objetos, obviamente, somos seres humanos traspasados por sensaciones y sentimientos, por deseos, apetitos…
                                                 Cecilia:
Es decir, nos usamos. Sea que nos devoremos unos a otros, nos cojamos unos a otros o nos follemos como se dice en España. En todos los casos nos experimentamos. La interacción humana más íntima no es más que experimentación para vos, experiencias.
                                               Omar:
Sí, eso es, experimentación, experiencias ¿Hay algo más que experiencias en la vida humana?
                                              Cecilia:
Por supuesto que hay algo más. Hay dolores, sufrimientos, alegrías, gozos, amores, odios, pero todas esas sensaciones y sentimientos además de experiencias ligadas a nosotros son también tiempo, se dan en un único tiempo que es nuestro tiempo. Somos tiempo y angustia, angustia de mortalidad, y nos apegamos, nos enamoramos, establecemos una relación entre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro y nos angustiamos por sabernos finitos. Somos proyectos y no podemos concebirnos como amebas o fieras que viven experiencias desapegadas, desperdigadas unas de las otras, sin hilo de continuidad ninguno. No podemos andar como zombies, extrañándonos, alejándonos unos de otros, convirtiéndonos en seres solitarios porque entonces, Omar, en algún momento, la angustia caerá sobre nosotros como una montaña y nos aplastará. Por eso sentimos culpa, por eso nos responsabilizamos. Nos defendemos de la angustia y la certeza de tener que morir.
                                              Omar:
Yo no vivo así, yo no pienso en la muerte.
                                              Cecilia:
La respuesta de un estúpido, de un verdadero estúpido, Mirá Omar esa estupidez te salva, agarrá tus cosas y andate y no vuelvas más a mi vida. No quiero oírte ni verte más.
                                             Omar:
Pero te vas a angustiar si me voy
                                             Cecilia:
No, porque pensaré en lo estúpido que sos y en que cuando me acompañabas todo era un simulacro. Pensaré que a tu lado estaba sola y no lo advertía. Así que seguiré mi vida, sola. Andáte ya.

                                                                 

                                             Telón

                                              Escena Segunda 
(En el mismo living)             Cecilia, Elena

                                               Elena
(Entrando, se dirige a Cecila sentada en una silla y se inclina sobre ella) Estás llorando ¡Por qué!, Cecilia, ¿por qué?
                                               Cecilia
Porque se me contagió la estupidez, no importa
                                               Elena
Importa, sí que importa ¿Cómo no va a importar?
                                               Cecilia
¿Estabas escuchando?
                                               Elena
Lo que pasa es que la puerta que da al living estaba medio abierta, apenas entornada . . .
                                                Cecilia
¿Estabas escuchando sí o no?
                                                Elena
No lo pude evitar, te pido perdón
                                                 Cecilia
No seas pesada, por supuesto que te perdono. A mí qué me importa si escuchaste, si el mundo entero escuchó. . .
                                                Elena
Claro que sí querida, claro que sí, si tenés toda la razón. Todo lo que le dijiste no es más que la pura verdad.
                                                Cecilia
La cuestión es que ahora, la que sufre soy yo. Él se fue junto a la gallina y sus pollitos, a seguir mintiendo y navegando y sintiéndose feliz en ese limbo de permisiones y privilegios en el que viven los varones llamados hombres y encima dándoles nombre a lo humano, como si fueran reyes.
                                                Elena
No importa, no te preocupés. Él no vale nada. No merece que dejés caer una sola lágrima por él. Esta noche vamos a bailar. Te invito a ese bar de solos y solas a que nos tomemos unas copas. Por ahí, quién te dice, conocés a alguien. . .
                                                Cecilia
Estás loca, ¿te parece que, después de lo que me pasó, puedo sentir deseos de conocer a alguien?
                                                Elena
Podría ser, ¿Por qué no? Yo siempre estuve y estoy llena de deseos contradictorios
                                                Cecilia
¡Yo no, menos ahora!
                                                Elena
¿Pero acaso los deseos contradictorios no nacen de la rebelión? ¿Cuando una se rebela contra las injusticias no responde un poco volviéndose arbitraria, tan injusta como la injusticia que se está padeciendo?
                                                 Cecilia
¿Qué me querés decir? Estás enredándolo todo.
                                                  Elena
No, no, es claro para mí. Él te deja por otra que es su esposa y vos lo dejás también a él por otro, un cualquiera que no conocés. Así cuando él vuelva a buscarte – porque los hombres siempre regresan por más, vos tenés el talismán (Elena se toca apenas la entrepierna pero de modo elocuente) – cuando él vuelva a buscarte vos le hacés saber que ya no te interesa, que estás con otro
                                                  Cecilia
Eso en el supuesto de que él volviera a buscarme….(Pausa) Y, Elena, vos sabés que él me interesa sobre todo por eso (Se toca desembozadamente la entrepierna)
                                                  Elena
¿Es para tanto?
                                                   Cecilia
No te voy a engañar. No somos nenas. Y las mujeres, todas, algunas más otras menos, somos un poco histéricas. Él es el único que me ha hecho sentir orgasmos, a veces hasta diez. Él único hasta ahora que ha sabido cómo tratarme como amante. Y, vos lo sabés, no es el único que he tenido. Ya tengo cuarenta y cinco años y los he vivido sin prejuicios, buscando siempre mi felicidad, sin preconceptos. Me costaría mucho ahora empezar de nuevo con un desconocido. Ir de la realidad a la simulación. Sería un retroceso.

                                                    Elena
Ahora que te escucho pienso que yo he ido siempre de simulación en simulación con alguna que otra realidad pero cuando me esperanzaba, la realidad se me convertía enseguida en ficción. . .
                                                    Cecilia
Pero en ficción mala, al revés de la cenicienta.
                                                    Elena
Exactamente al revés (Pausa de un minuto durante el cual Elena se queda contemplando a su amiga) ¿Sabés por qué te quiero y estimo tanto nuestra amistad?
                                                     Cecilia
¿Por qué?
                                                     Elena
Por estas observaciones tan agudas e inteligentes que me hacés siempre y que me demuestran que me comprendés (Cecilia va hasta su amiga se abrazan y se besan y permanecerán así hasta que se apaguen las luces de la escena)

                                                      Telón

                                                       ACTO II

                                                Escena Primera (Elena, Cecilia, Mozo, dos parejas bailando y un barman)

(La escena en un local de baile semi iluminado. Una barra, anaqueles con botellas, detrás en un costado de la escena, dos mesitas con sus sillas, una pequeña pista de baile, dos parejas bailando un tango en el centro. Un tango lento. Entran Elena y Cecilia. Ocupan una mesa vacía)

                                                     Cecilia
(Dirigiéndose a Elena, despectiva) ¿Te gusta este antro?
                                                      Elena
No lo llames así, “antro”, es un salón de baile.
                                                      Cecilia
Vine porque insististe, para no escucharte más. Pero te recuerdo lo que ya te advertí. Si hoy, en algún momento, alguien que me guste y acepte no me invita a lo que sea, a bailar, a beber algo, no vengo más.

(Pausa. Se acerca el mozo bandeja en mano)
                                                        Mozo
(Dirigiéndose a Elena y Cecilia sentadas a la mesa) Buenas noches ¿Qué se van a servir?
                                                        Elena
A mi tráigame un whisky con hielo
                                                        Mozo
Con hielo, muy bien (Dirigiéndose ahora a Cecilia) Y usted, señora, qué quiere que le traiga.
                                                       Cecilia
A mi tráigame un fernet con cola
                                                        Mozo
Bien ¿Nada más?
                                                       Cecilia
Nada más (Retoma su charla con Elena, le habla irónicamente) Desde aquélla lejana barra (Desde la barra tres muchachos levantan sus vasos hacia ellas como brindando) ¿quiénes vendrán a buscarnos? Por lo pronto, me imagino que los ves, ya están brindando a nuestra salud (Uno de ellos se baja del taburete junto a la barra y se dirige directamente a Cecilia).
                                                        Joven
(Levantará de nuevo el vaso que lleva en una mano antes de detenerse frente a ella y hablarle) Me llamo Facundo. Facundo quiere decir hablador, charlatán, verborrágico. Pero en este caso estoy justificado
                                                       Cecilia
Ah sí ¿Por qué?
                                                       Joven
Porque su belleza me inspira
                                                       Cecilia
Mire usted. Y digo ¿Será mi belleza o los tragos que tiene adentro?
                                                        Joven
Sepa que no estoy borracho
                                                        Cecilia
¿Ah no?
                                                        Joven
No. En todo caso un poco alegre, más contento que lo habitual
                                                        Cecilia
¿Y qué es lo habitual? En usted digo
                                                        Joven
El aburrimiento y, a veces, como todos imagino, hasta la tristeza.

(En ese momento llegará el mozo con la bandeja trayendo los tragos pedidos y los depositará sobre la mesa.- Se marchará en silencio.- El joven acercará una silla y se sentará)
                                                        Joven
Perdón, ¿puedo?
                                                        Cecilia
(Dirigiéndose a Elena que hasta entonces habrá permanecido callada) ¿Puede? (Elena ampliará una sonrisa que ya se le insinuaba en el rostro desde el inicio de la charla entre Cecilia y el joven y asentirá) Ya ve, mi amiga no se opone ¿Decía usted?
                                                       Joven
Bueno, hablaba del aburrimiento y la tristeza. Decía que esta última, la tristeza, se me da con menos frecuencia que el aburrimiento
                                                       Cecilia
Y, en su caso, ¿cómo es, cómo siente el aburrimiento?
                                                        Joven
Como un estar vacío, casi ausente, sin propósito. Andar por la casa solitario…
                                                        Cecilia
(Interrumpiéndolo) ¿Usted vive solo?
                                                         Joven
Con mis padres. Son grandes, tienen costumbres de viejos
                                                         Cecilia
¡Ah, claro! ¿Y usted, qué costumbres tiene?
                                                       Joven
(Sonriéndose, desenfadado) De lo que soy, de joven. Vengo a bailar, por ejemplo, como hoy. Bebo algunos tragos, converso con amigos, conozco mujeres encantadoras como usted e intento conquistarlas, ligar, como se dice.
                                                       Cecilia
¿Y tiene éxito?
                                                       Joven
A veces
                                                      Cecilia
¿Y hoy, por ejemplo?
                                                        Joven
Dependerá de usted
                                                       Cecilia
¿Ah sí? ¿Y qué debería hacer yo para que usted tuviera éxito?
                                                        Joven
Para empezar animarse a tutearme
                                                        Cecilia
Hasta ahora usted no me tuteó
                                                         Joven
Ya mismo empiezo ¿Tenés ganas de bailar conmigo?
                                                         Cecilia
No todavía. En realidad tengo ganas de algo diferente
                                                          Joven
¿Cómo qué?
                                                          Cecilia
Salir de aquí, dejar a mi amiga, que ella haga lo que quiera. Ir con vos a un sitio más íntimo para conocernos más íntimamente. Después que lo hayamos hecho veremos. (El joven y Cecilia se incorporan, se toman de las manos y salen juntos, ante la mirada absorta de Elena)
                                                           Telón

                                                         ACTO III

                                                         Escena Primera
(El cuarto de un hotel alojamiento con la cama de dos plazas y todo lo demás) Cecilia y Joven.

                                                         Joven
¿Está bien, te gusta?
                                                         Cecilia
(Algo desdeñosa)Nunca me importaron demasiado las escenografías, son patéticamente iguales o muy similares
                                                         Joven
Hacés mal
                                                         Cecilia
¿Por qué?
                                                         Joven
Porque no todo es igual, el alrededor influye. En mi humor por ejemplo influye. No soporto el desorden y menos todavía la suciedad.
                                                         Cecilia
Bueno, esto no está ni sucio ni desordenado ¿Qué otras cosas influyen en tu humor?
                                                          Joven
No sé.
                                                          Cecilia
(Se acerca a él, de modo que le apoya el cuerpo y comienza a desprenderle la camisa)¿Te asustan las mujeres como yo?
                                                          Joven
(Retrocede un poco pero lentamente se entrega a las manos de Cecilia) ¿Y cómo sos vos?
                                                          Cecilia
(Insinuándosele cada vez más, le besa los hombros ya desnudos) Y, tomo la iniciativa, soy algo mayorcita
                                                           Joven
¡Me encanta, me encanta! (Se besan en la boca y él le quita el vestido subiéndoselo por sobre la cabeza, continuarán besándose, desvistiéndose y manoseándose hasta caer en la cama. Se apagarán las luces de escena y se dejarán oír gemidos de ambos, exclamaciones que culminarán en lo que sugerirá que el joven tuvo su orgasmo y Cecilia no lo tuvo)
                                                          Cecilia
(Vuelven las luces de escena y la muestran vistiéndose) Creo que ya podríamos irnos
                                                           Joven
(Sorprendido, contrariado) ¿No querés quedarte un rato más?
                                                           Cecilia
(Indiferente, desdeñosa, mientras se peina frente a un espejo, ya vestida) ¿Para qué?
                                                           Joven
Para que hiciéramos el amor de nuevo
                                                           Cecilia
(Suelta una carcajada) ¿A lo que hicimos vos le llamás amor?
                                                           Joven
(Manteniendo su desconcierto. Está vestido sólo con sus calzoncillos y despeinado) ¿Cómo si no?
                                                           Cecilia
(Acentuando su desdén y ya pintándose los labios) Coger, querido, follar, fifar. Usarnos el uno al otro. Estoy harta de eufemismos (Se dirige a la puerta de la habitación) Y vámonos ya.
                                                           Joven
(Vistiéndose apresuradamente y tratando de contenerla, la toma por el brazo) ¡Esperá, esperá! Antes de que nos vayamos, quisiera saber si te vas así, tan apuradamente, porque no tuviste tu orgasmo conmigo
                                                           Cecilia
(Desafiante) ¿Y si fuera así, qué?
                                                           Joven
Te diría que te das por vencida muy fácilmente.
                                                           Cecilia
¡Ah sí! ¿Por qué?
                                                           Joven
Porque si vos me cogiste yo intenté, en cambio, hacerte el amor.
                                                           Cecilia
(Intenta desprenderse de la mano del joven que todavía la tiene tomada por el brazo)¿Me estás tomando el pelo?
                                                       Joven
En absoluto, no te estoy tomando el pelo. Estoy tratando de hacerte entender que el amor es paciencia, espera del otro. Es ver, escuchar, darse el tiempo de conocer al otro y de hacerse conocer por el otro…
                                                      Cecilia
(Se desprende por fin de la mano del joven) ¡Que equivocado estás! Enamorarse es que el otro te estremezca, te conmueva, te haga temblar.
                                                       Joven
Supongamos, y es evidente, que eso, aunque no conmigo, te ha ocurrido. Es sexualidad pura, pero es apenas una parte del amor
                                                       Cecilia
(Aparenta algo de interés y detiene el ademán corporal de marcharse) ¿Ah, sí?
                                                        Joven
Sí, eso pasa siempre y en la mayoría de los casos dura muy poco. Lo sexual es sólo una parte del amor. Mirá, desde mis quince años he tenido muchas situaciones de intimidad con diferentes mujeres de distintas edades
                                                         Cecilia
(Sentándose en la cama ahora, irónica) ¡Ah, entiendo! Sos muy lindo, muy macho. Has cogido mucho
                                                         Joven
Bueno, sí, bastante, y ¿sabés qué? Después de coger voy a casa, enciendo la computadora, me meto en una página de mujeres solas que buscan citas ¿Y sabés qué más?
                                                          Cecilia
(Un poco más interesada ahora, olvidándose súbitamente de su talante irónico) ¿Qué más?
                                                           Joven
Entro en el perfil de cada una y descubro que lo que buscan es un compañero para sus vidas, eso buscan. Están hartas de tanta soledad, de tanto desencuentro. El desencuentro las vuelve frágiles, expuestas. Tienen miedo de morir solas. No quieren sexo o sólo sexo, quieren compartir vida, quieren que se las convide a vivir con amor, quieren amor mucho más que sexo.
                                                          Cecilia
(Algo conmovida, muestra en su rostro una expresión compungida) ¿Y vos, serías capaz de darme amor?
                                                           Joven
(Se sienta a su lado, la abraza y besa en la boca) En este momento siento que sería capaz de darte lo que me pidieras.

                                                           Telón

                                 

                                                           Escena Segunda 
(En el mismo cuarto de hotel, Cecilia, Joven, han terminado de tener relaciones. Están sentados en la cama)
                                                           Cecilia
Tengo una curiosidad
                                                          Joven
¿Cuál?
                                                          Cecilia
Las mujeres esas que me dijiste de internet que buscan compañías, en promedio, ¿
qué edades tienen?
                                                          Joven
Todas de 50 para arriba. Son mujeres con experiencia.
                                                          Cecilia
Con vejez también o con gran miedo a envejecer, a no poder valerse  por sí mismas en sus futuros.
                                                          Joven
Puede ser, no sé
                                                          Cecilia
Creéme que es así. En ellas no habla la vida, no habla la sangre. Ya no sienten deseos. Ya la testosterona no les nubla la vista cuando un hombre les gusta. En cada mirada, en cada cuerpo hay tiempo y el tiempo nos cambia, a todos, sin excepción.
                                                           Joven
No digo que no tengas razón, pero sos muy contradictoria.
                                                           Cecilia
¿En qué ves mis contradicciones?
                                                           Joven
Quizás en que reconozcas que hay sentimientos fundados en necesidades diferentes a las tuyas y no obstante sostengas que hay un solo tipo de amor, el del sexo, el que te hace estremecer. El otro, el de las mujeres de más de 50, no sería para vos amor, esas mujeres no estarían necesitadas de verdadero amor.
                                                          Cecilia
En ningún momento dije que las mujeres de más de 50 no necesiten amor, pero una cosa es necesitar ese amor para ellas y otra, bien distinta, darlo ellas para otros.
                                                           Joven
Bueno, sí, sea una cosa o la otra, dar o recibir, lo central acá sería analizar la índole, la naturaleza del amor que se da o se recibe. Si doy buen sexo doy placer en el momento en que alguien lo necesita, si doy comprensión, contención, ternura, a quien atraviesa un dolor, un duelo, un peligro que lo aterroriza o doy compañía a quien le aterra la soledad, aunque no de placer orgásmico doy alegría, alivio, seguridad, esperanza a quien esté dolorido, atemorizado, apenado o solo.
                                                          Cecilia
(Lo mira con ternura, le sonríe) Está bien, “touche”, como dicen los franceses. En cuanto a la índole del amor que se da o recibe tenés razón. Ahora, yo te hablé del tiempo, te dije que somos tiempo. Tengo 35 años y cierta experiencia, a mi edad necesito todo lo que nombraste, orgasmos en primer lugar y, en lo posible, de buena calidad, o sea sexo. En cuanto a lo demás, comprensión, ternura, consuelo, compañía, también puedo necesitarlos pero más esporádicamente. Lo difícil es que una persona reúna la capacidad de responder o de satisfacer todas esas necesidades. Y ahora te pido que seas comprensivo y nos marchemos de aquí, tengo ganas de volver a mi departamento y que nos despidamos, estoy cansada, sólo quiero acostarme y dormir.

(Los dos se visten separadamente, sin mirarse y se marchan resueltamente sin hablar entre ellos)
                                                             Telón

                                                            ACTO IV
                                                            Escena Única
(El mismo living del departamento de Cecilia. Llaman a la puerta. Cecilia cruza la escena y abre la puerta. Entra Omar)


                                                            Cecilia
¿A qué viniste?
                                                             Omar
(Está desencajado, pálido, ojeroso, con una calma artificial) Vine a darte una terrible noticia, para mí por lo menos.
                                                             Cecilia
Dale, decime ¿De qué se trata?
                                                             Omar
De mi salud. Estoy muy enfermo, grave. Voy a morir
                                                             Cecilia
(Se alarma, pierde su compostura) ¿Cómo, qué decís, pero qué Tenés?
                                                             Omar
Cáncer, avanzado, un  tumor. En el colon según me dijeron después de practicarme una videocolonoscopia (Se sienta y pone la cabeza entre sus manos. Cecilia se acerca y lo abraza, lo acaricia) Me aprendí la dichosa palabra, la repetí mil veces desde que me dieron la noticia.
                                                              Cecilia
¿Cuándo te la dieron?
                                                               Omar
Ayer
(Cecilia lo acaricia, lo besa. Se hace un largo silencio)
                                                                Cecilia
Tenés que tratar de ser fuerte
                                                                Omar
Trato, pero todo me debilita
                                                                Cecilia
No te dieron acaso un tratamiento, una terapia.
                                                                Omar
Me dijeron que no tiene solución quirúrgica porque hay metástasis hepática y me harán quimioterapia. Ya se sabe, un tratamiento que te destruye, te mata, peor que la enfermedad
                                                                Cecilia
Hay terapias alternativas y complementarias. Podés probar con alguna o algunas.
                                                                 Omar
No sé, no sé, me siento agobiado. Todo me da vueltas. Siento que me queda poco tiempo.
                                                                 Cecilia
Pero amor, no podés entregarte, Tenés que luchar, siempre luchar
                                                              Omar
¿Sabés qué es lo que más me afecta?
                                                               Cecilia
¿Qué? Decime
                                                                Omar
La sensación del tiempo limitado. Uno vive siempre sabiendo que se va a morir pero como en circunstancias normales el cuándo es un horizonte impreciso entonces se descansa en la sensación de que ese horizonte se irá corriendo indefinidamente y que cuando llegue el final nos iremos sin darnos cuenta. En cambio con una enfermedad terminal el horizonte se detiene, se levanta como un muro, una pared infranqueable contra la que chocaremos, un agua certera que sube hacia un techo en el que no cabrá ni siquiera nuestra nariz y en la que nos ahogaremos sin escape posible, irremisible, irremediablemente.
                                                                Cecilia
Bueno (Le acaricia el pelo, lo besa en la frente), tenés razón, yo también tengo la sensación del límite, del tiempo limitado. La tengo cada día, a cada momento, mientras trabajo y no sólo en la oficina, acá, en mi departamento, cuando escucho la radio y mientras meto las prendas cotidianas de vestir, dormir o comer en el lavarropas, cuando las tiendo en el tender en el balcón del fondo, cuando plancho, cuando me preparo algo para comer y voy de aquí para allá en este espacio reducido, en este, a veces, ridículo espacio reducido. Mi vida, me digo, es un espacio reducido, permanentemente reducido, reducido por mí que me abroquelo y defiendo contra todo. Bueno, también la enfermedad reduce, acota, tu vida. Tratá de tomarla como un acontecimiento más, como un obstáculo más con el que tenés que lidiar, tenés que luchar. Serenate, calmate, acotá vos también tu miedo, tu pánico como una respuesta puntual y precisa a toda la adversidad que te acomete porque nos acomete a todos, porque todos, con mayor o menor grado de conciencia, enfrentamos lo mismo.
                                                                  Omar
A mí no me funciona en este momento ni en los que seguirán eso de “mal de muchos consuelo de tontos . . .”
                                                                  Cecilia
Mirá, no sé cómo llamarlo ¿Solidaridad, consuelo, simpatía, compasión?
                                                                   Omar
(Interrumpiéndola, levanta la cabeza) ¿Amor?
                                                                   Cecilia
¿Por qué no? Si, amor, amor. Amor contra el pánico, contra lo adverso, contra lo izquierdo sombrío y paquidérmico, contra lo lúgubre y lóbrego de la realidad.
                                                                   Omar
(Habla como en una ensoñación, ahora con la cabeza en alto. Se incorporará y caminará por el living) Siempre me ha parecido que el amor es blanco. Lo he visto blanco como todo lo cordial, como todo lo ameno, como el color del arroz con leche que me devoraba cuando era chico, como el de las nubes bien blancas viajando por el cielo azul, como la nieve y las sábanas y los delantales de ir al colegio, como las sonrisas de mi madre, mis tías, de mi padre, de mis amigos cuando reflejan esa luz de la alegría o como la tuya, tu sonrisa Cecilia cuando me recibías aquí mismo, cuando hacíamos el amor y lo disfrutábamos. El color del amor es el blanco.
                                                               Cecilia
Y pongo el color del amor por encima de todo, contra todos y entre todos, pero especialmente matizando la oscuridad, la sombra, para realzarla para que tenga vida y esperanza. Te acordás que me traías rosas blancas, esos ramos hermosos y en el medio tres rosas rojas.
                                                               Omar
(Conmovido y algo exaltado) Me acuerdo, sí que me acuerdo.Te entregaba, te entregué mi corazón(Se arrodilla frente a ella) Y quisiera pedirte perdón, quisiera que me perdonaras
                                                               Cecilia
(Ella lo levanta, lo abraza, se besan en la boca) Sí mi amor, la vida te disculpa, el amor, mi amor te disculpa.Yo recibí y recibo tu corazón, las rosas rojas de tu corazón en medio de las rosas blancas de tu amor y, aunque sea cursi, ridícula, aunque seamos cursis, ridículos, curémonos los dos en este amor y luchemos, luchemos juntos hasta el fin.

                                                               TELÓN Y FINAL DE LA OBRA