sábado, 23 de junio de 2012

LA CHICANA (Cuento muy corto)


Quien la vio venir contoneándose, sobre sus tacos aguja de muchos centímetros, las pantorrillas desnudas bajo las medias negras de red fue el propio Inocencio. Portador de un nombre ilustre, ya diré por qué, pero blanco de numerosas cargadas. La vio venir a ella pero no lo vió a Carmona, al negro Carmona. Y no lo vio porque Carmona se había demorado en el kiosco. Y seguramente le pidió que se adelantara para mostrárnosla y vernos sufrir a todos nosotros que siempre estábamos deseando buenas minas y baboseándonos detrás de la ventana más grande del bar donde teníamos nuestra mesa. Nuestra mesa y muchas veces nuestros desencantos y también esas soledades secas como lenguas de loro de los domingos. Ese contemplar la esquina baldía, sobre todo en el invierno, sin un alma ¡Por Dios, qué infierno!
Pero bueno, ahí estaba y estuvo ella. Ni siquiera nos miró. Venía como enfundada en un vestido enterizo color manteca y tenía una cabellera larga de esas con rulos y guedejas, espesa, castaña, que pareció abrir un paréntesis de silencio entre nosotros. Cuando la vi pensé en esos cuadros con emperatrices. De las orejitas - porque vi que eran chiquitas cuando ella para sentarse en la mesa que estaba delante de la nuestra acomodó su cuerpo delgado un poco de perfil - le colgaban unos aros pendientes impresionantes. Eran laminas chiquitas de plata reluciente y tenían incrustadas unas piedras preciosas verdes transparentes.- Domingo apuntó con el índice
- Son esmeraldas -nos dijo. Lo miramos.
- Posta, ché, son esmeraldas - repitió.
- ¿Cómo sabés? - Le pregunté y nos miramos con Inocencio que me sonreía sobrador. Él aprobaba mi pregunta.-
- Claro ¿Cómo sabés, acaso sos joyero? - dijo como para reforzar.
Nos iba a contestar pero justo entró Carmona que, como dije, se había demorado.
- ¿Qué tal la barra? - saludó y paseó su palma abierta para que se la chocáramos. Estaba de traje azul, camisa blanca, corbata, gemelos y tenía puesto, a manera de capa, un sobretodo de paño gris oscuro.- La recién llegada se había dado vuelta y le sonreía y todos supimos al instante que la despampanante parda estaba con él.
La envidia cayo sobre nuestras cabezas de la misma forma en que ese sol de domingo caía más allá de la avenida y las casas del barrio. Villa Crespo todavía lo es. Es un arrabal del Buenos Aires ya ido. Y más todavía lo es en la esquina donde está el monumento al cid campeador que todos conocen.
Creo que por las mentes de Domingo e Inocencio, por la mía puedo dar fe que así fue, desfilaron todas las hembras, minas, minitas, mujeres, chicas, que cada uno de nosotros había conocido en una vida ya cuarentona para cotejar si alguna de ellas alcanzaba en belleza a la que el negro Carmona nos refregaba por la jeta en esta tarde de domingo de bar, como diciéndonos ¿vieron?
¿Y qué fue lo que vimos? ¿Quién se creía que era ese negro para haberse levantado semejante mina?
Estuvieron un momento sentados. El negro gesticulaba, se hacía el interesante, sonreía como un piano al que en una fiesta le levantan la tapa a cada momento y las manos de los dos revoloteaban sobre la mesita como si fueran palomas que estuvieran arrullándose. Ella se incorporó y caminó ondulándose dentro de su funda de color manteca y en el centro de la ondulación las dos mitades de su imponente culo con forma de durazno nos hacían soñar con mezquitas y serrallos repletos de huríes. Fue el momento en que Carmona aprovechó para acercarse a nuestra mesa.
- ¿Y qué les pareció?
Antes de que Inocencio, Domingo o yo pudiesemos siquiera abrir la boca para empezar a contestarle, nos dijo:
- A ésta me la gané fumándome un puro y regalándole esos pendientes que tiene puestos y que ...
- ¿Son esmeraldas, no? - interrumpió Domingo.
Carmona quedó como suspendido. Sus ojos, ya de por sí grandes, se pusieron todavía más grandes
- ¿Cómo lo supiste? Preguntó dirigiéndose a Domingo y no dejó tampoco que le contestara.-
- Sí, son esmeraldas y ella es hija de un joyero y yo me encontré los pendientes sobre una silla del cabarute al que había ido anoche. Ella estaba sentada en una butaca, aparentemente sola, algunos metros delante de mí, nos habíamos relojeado, así que me le acerqué...
- ¿Fumás habanos? - preguntó.
A mi me los había regalado don Federico, el dueño del cabaret, me conoce desde que era un pibe y como lo había ido a ver al escritorio para pagarle el alquiler, después que me dio el recibo, me dijo: "Tomá Carmona, te lo regalo. Para que te mandés la parte"
Decidí fumármelo en el salón y tomarme un trago y en eso estaba cuando apareció la parda. Cree que soy rico, jajaja.
Con los muchachos nos miramos, no le dijimos nada, lo dejamos ir. Así suelen o solían ser esos domingos de bar en Villa Crespo.-

Amílcar Luis Blanco.

viernes, 15 de junio de 2012

Milonga del futuro ya ido... ese amor imposible.


La oscuridad reinaba en el salón o más bien los claroscuros, como siempre. Me acerqué a la mesa, dejé mi reloj de bolsillo sobre su tabla, pedí la ginebra, la vi a ella, encendí un faso, me senté. Levanté mis ojos poco a poco como si los alzara sobre una estatua viviente de mortal belleza y ella me miró fugazmente como tantas otras veces. Jamás me animaría, tengo más de setenta y ella podría ser mi nieta. Troilo y Fiorentino: “Malena”. Las parejas circulando en la pista. Una dama de cabello blanco con un abuelo milonguero. Jóvenes de sombras. Y Yo, ya una sombra mas sombría, di mi primer pitada, soplé la blanca columna oblicuamente. Pensando en mis arrugas, mis canas, dentro del humo ya, entregado a la somnolencia y las evocaciones: “cuando era muchacho, el Tibidabo, el Maipo, etcétera”. Fin de “Malena”, parejas detenidas. De pronto “Fumando espero”. Ella se para, un joven apuesto, pelo renegrido, bigotes, va a su encuentro. Nadie repara en mí que desde la mesa miro. Discuten, por fin ella lo despide. Acepta casi enseguida salir a la pista con otro muchacho algo mayor que el primero, pero con el pelo atado tras la nuca en una colita. Bailan bien, muy bien, hacen figuras. Bebo mi ginebra sin dejar de mirarlos hasta que finaliza el tema y. Doy una sigilosa propina al mozo para que tropiece con  el hombre de la colita y le enchastre la camisa para que abandone momentáneamente a la dama y darle lugar al otro. El joven aprovecha, vuelve sobre ella, consigue convencerla y ésta vez suena otro tango y se la lleva. Esta vez es “Duelo criollo”. Parece que no tocaran el piso, que los cuatro pies calzados de milonga lo sobrevolaran. Sigo las figuras y dibujos de sus zapatos en la sombra reptante de la pista.Estoy tan embebido en la contemplación, tan concentrado que no advierto que la brasa ha avanzado. De golpe quema la piel de mis dos dedos. La ceniza ha cubierto mi objeto de plata que abandoné sobre la mesa,  mi reloj de bolsillo que ha oficiado de cenicero. Lo limpio de cenizas hasta que reluce nuevamente y abro la tapita de plata y veo su foto. Sigo fumando, sigo esperándola, es ella, siempre ella. Y la sigo limpiando de cenizas “Te acordás hermano….”