40
-¡Señor! – se exaltó Vladimiro cuando lo vio
de nuevo frente a él, con el pequeño mostrador por medio.
-
Acompáñeme – ordenó Neptalí
-
Sí, sí, señor ¿Dónde?
-
A la suite que le habían asignado a la señorita Monsivais.
Vladimiro
cerró el enorme cartapacio forrado en cuero en el que se anotaba a los
visitantes, abrió y bajó la tapa del mostrador, salió. y caminó hacia la
escalera.
-
Sonría despreocupadamente – indicó Neptalí – Ya habrá adivinado que dentro del
bolsillo de mi piloto no hay sólo una mano con dedos.
-
Sí, sí, señor
Vladimiro
subió seguido por el comisario. Nadie los atendió ni observó a esa hora. Eran
las nueve de la noche, había baile en el salón, las chicas y los clientes
estaban dedicados a sí mismos y, esa noche, a esa hora, por una feliz
casualidad, la madama le hacía sus homenajes de tetas bamboleantes a un vicioso
Arquímedes que la contemplaba arrobado, como tantas otras veces. Neptalí había
dejado cuatro agentes de civil apuntándoles con armas largas a los guardias en
el portón de la mansión con el expreso encargo de que no lo anunciaran. En otro
caso serían boletas y él no los pagaría.
Vladimiro
lo condujo, solícito y manso, hasta la fastuosa suite.
-
Andá a orinar al baño, ya mismo que te podés mear – sugirió Neptalí. El
conserje entró al habitáculo y Neptalí cerró la puerta con llave. No tardó en
ubicar la cerámica floja. El celular estaba allí, apagado e intacto. Lo guardó
en el bolsillo de su piloto y salió despaciosamente, después de abrirle la puerta de su encierro a un asombrado Vladimiro que bajó detrás de él.
De modo que regresó
como había llegado. Escabulléndose,
convertido en sombra, sin que nadie en el lugar advirtiera su presencia,
excepto otra sombra, sinuosa, delgada, coqueta, que siguió la suya. Era una
muchacha, “liviana como una mariposa” pensó Neptalí, “pero con la consistencia
de una gacela”, agregó enseguida, mientras la contemplaba. La flaca tenía
piernas largas y bien torneadas. Únicamente su busto era escaso. Lo que la
volvía verdaderamente sensual eran sus caderas y glúteos generosos que
arrancaban de la cintura finísima. El comisario se había detenido entre el
portón y la cancel de entrada a la mansión, sobre el sendero de grava o de
balasto, y se había dado vuelta porque los pasos de la niña producían un “chás,
chás” vibrante y seco detrás de sus oídos acostumbrados a la catástrofe súbita.
Se quedó de frente, esperándola, juzgándola como se vio, hasta que se detuvo a
una mínima distancia y le pudo ver los ojos enormes y diáfanos como dos
turquesas, la boca entreabierta, las aletas de la nariz dilatadas.
-
Comisario, comisario – susurró, agitada.
-
Sí, qué pasa.
-
Quisiera irme con usted
-
Si estás dispuesta a correr el riesgo
-
Sí, estoy dispuesta.
-
Caminá conmigo entonces y metéte en el coche, y aguantá que tu culo caiga sobre
rodillas de hombre – Neptalí dijo esto y volvió a caminar. La chica lo siguió.
-
¿Cómo te llamás?
-
Sonia. Yo la conocí a Malena y estaba sentada cuando usted entró al salón y
subió con Vladimiro. Es mi oportunidad, pensé, y veo que no me equivoqué –
concluyó la chica y echó una mirada rápida, un pequeño relámpago, sobre los
cuatro hombres que custodiaban la salida del comisario.
-
Es tu oportunidad y no te equivocaste – confirmó Neptalí y además de guiñarle
un ojo le dedicó un beso que ella le agradeció con una enorme sonrisa antes de
entrar, la última, sobre las rodillas de uno de los muchachos, por la puerta
trasera del automóvil.
Amilcar Luis Blanco (Imagen de la historieta "Sexton Blake")
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cualquier comentario es bienvenido pero me reservo el derecho de suprimir los que me parezcan mal intencionados o de mal gusto.