martes, 21 de octubre de 2014

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO DE "LAS WALKYRIAS"



                                                                   40
                                                               -¡Señor! – se exaltó Vladimiro cuando lo vio de nuevo frente a él, con el pequeño mostrador por medio.
- Acompáñeme – ordenó Neptalí
- Sí, sí, señor ¿Dónde?
- A la suite que le habían asignado a la señorita Monsivais.
Vladimiro cerró el enorme cartapacio forrado en cuero en el que se anotaba a los visitantes, abrió y bajó la tapa del mostrador, salió. y caminó hacia la escalera.
- Sonría despreocupadamente – indicó Neptalí – Ya habrá adivinado que dentro del bolsillo de mi piloto no hay sólo una mano con dedos.
- Sí, sí, señor
Vladimiro subió seguido por el comisario. Nadie los atendió ni observó a esa hora. Eran las nueve de la noche, había baile en el salón, las chicas y los clientes estaban dedicados a sí mismos y, esa noche, a esa hora, por una feliz casualidad, la madama le hacía sus homenajes de tetas bamboleantes a un vicioso Arquímedes que la contemplaba arrobado, como tantas otras veces. Neptalí había dejado cuatro agentes de civil apuntándoles con armas largas a los guardias en el portón de la mansión con el expreso encargo de que no lo anunciaran. En otro caso serían boletas y él no los pagaría.
Vladimiro lo condujo, solícito y manso, hasta la fastuosa suite.
- Andá a orinar al baño, ya mismo que te podés mear – sugirió Neptalí. El conserje entró al habitáculo y Neptalí cerró la puerta con llave. No tardó en ubicar la cerámica floja. El celular estaba allí, apagado e intacto. Lo guardó en el bolsillo de su piloto y salió despaciosamente, después de abrirle la puerta de su encierro a un asombrado Vladimiro que bajó detrás de él.
De modo que regresó como había llegado.  Escabulléndose, convertido en sombra, sin que nadie en el lugar advirtiera su presencia, excepto otra sombra, sinuosa, delgada, coqueta, que siguió la suya. Era una muchacha, “liviana como una mariposa” pensó Neptalí, “pero con la consistencia de una gacela”, agregó enseguida, mientras la contemplaba. La flaca tenía piernas largas y bien torneadas. Únicamente su busto era escaso. Lo que la volvía verdaderamente sensual eran sus caderas y glúteos generosos que arrancaban de la cintura finísima. El comisario se había detenido entre el portón y la cancel de entrada a la mansión, sobre el sendero de grava o de balasto, y se había dado vuelta porque los pasos de la niña producían un “chás, chás” vibrante y seco detrás de sus oídos acostumbrados a la catástrofe súbita. Se quedó de frente, esperándola, juzgándola como se vio, hasta que se detuvo a una mínima distancia y le pudo ver los ojos enormes y diáfanos como dos turquesas, la boca entreabierta, las aletas de la nariz dilatadas.
- Comisario, comisario – susurró, agitada.
- Sí, qué pasa.
- Quisiera irme con usted
- Si estás dispuesta a correr el riesgo
- Sí, estoy dispuesta.
- Caminá conmigo entonces y metéte en el coche, y aguantá que tu culo caiga sobre rodillas de hombre – Neptalí dijo esto y volvió a caminar. La chica lo siguió.
- ¿Cómo te llamás?
- Sonia. Yo la conocí a Malena y estaba sentada cuando usted entró al salón y subió con Vladimiro. Es mi oportunidad, pensé, y veo que no me equivoqué – concluyó la chica y echó una mirada rápida, un pequeño relámpago, sobre los cuatro hombres que custodiaban la salida del comisario.
- Es tu oportunidad y no te equivocaste – confirmó Neptalí y además de guiñarle un ojo le dedicó un beso que ella le agradeció con una enorme sonrisa antes de entrar, la última, sobre las rodillas de uno de los muchachos, por la puerta trasera del automóvil.



Amilcar Luis Blanco   (Imagen de la historieta "Sexton Blake")

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