jueves, 30 de enero de 2014

CALEIDOSCOPIOS (Obra en Tres actos)




Personajes:

Madre

Hijo (Alberto)

Juan


                                                           Primer acto


                                                           Escena Primera (Madre, Hijo)


(Es el living de una casa de clase media, arreglado y amueblado con sencillez y decoro.- En un costado de la escena hay un piano, en el otro un perchero vienés.- Pendiente del centro de la escena hay una araña con caireles y cuentas de cristal facetadas, sobre el mismo caerán rayos de luz cenital de distintos colores a medida que las escenas se desarrollan.-Sobre las tablas, a la vista de todos, un foco de luz cenital ilumina a un muchacho sentado sobre una alfombra que mueve lentamente un muñeco y que deja en claro su desvalimiento físico.- Entra a la escena la madre, se detiene frente al muchacho.-)


Madre.- ¡Hijo!, ¡por Dios!, ¿qué hacés?, ¿cuánto tiempo has estado aquí? -

Hijo.- (Encogiéndose de hombros con un gesto desproporcionado) No importa má, no importa, estoy bien.

Madre.- Pero tenés que levantarte y quedarte en tu habitación. Hoy espero la visita de alguien muy especial

Hijo.- ¿De quién?

Madre.- ¡Ah! (suspiros, manos al pecho en un vestido plisado y liviano, color hueso, que deja ver las formas turgentes de la primera actriz que hace de madre), es un hombre providencial, alguien que el destino me envía, mejor dicho nos envía.-

Hijo.- ¿Nos? - (El hijo seguirá hablando con interrupciones, con cierta dificultad).- Este será un nuevo novio. Má, por qué, ma, tuviste otros ya y dejaron de venir, te abandonaron (parece sollozar y habla lamentándose) Si yo no fuera así ...

Madre.- ( La madre lo interrumpe se abalanza sobre el torso y la cabeza del hijo, visibles para todo el público, lo abraza) No, no digas éso, no digas nada. Hoy, todo va a ser distinto, no voy a fracasar ...

Hijo.- (Irguiéndose sobre sus rodillas, siempre con gestos que quieren ser precisos pero son desmañados. De todos modos corriéndose del abrazo de su madre. La mira fijamente.) No entiendo.- ¿Qué te proponés?

Madre.- Todo va a ser distinto. Te presentaré de entrada, como mi hijo ...

Hijo.- Es lo que soy mamá, tu hijo...

Madre.- Quiero decir que no te ocultaré como hice siempre. Es decir primero, antes de que te vean, necesito explicarle a mis pretendientes quién sos, cuáles son tus capacidades diferentes. (Decidida) Bueno, hoy no lo haré ...

Hijo.- (Casi gritándole y parándose del todo, con cierta dificultad) ¡ Basta de decirme eso! Yo no tengo capacidades diferentes. Cuántas veces te tengo que explicar que eso es un eufemismo. Lo que yo tengo son incapacidades, capacidades disminuidas, bastante disminuidas a veces. Tengo tics, hago gestos involuntarios, muevo mis piernas para caminar sin poder evitar zarandearlas (Se ríe con amargura) ¡Ja,ja,ja! Soy gracioso mamá ...

Madre.- (Arrepentida, cabizbaja) Perdonáme, no quise ofenderte.- (Tímidamente y acercándosele de nuevo) Quiero decir que esta vez no lo haré, no le explicaré primero, te presentaré directamente ...

Hijo.- (Ha quedado parado en el centro de la escena y eleva sus manos hacia la araña, comienza a hacerla girar y los colores se multiplican, él los observa arrobado, también ahora la madre) Esto irradia, comunica su energía, este es el espíritu vivo de la casa, de nosotros ...


Madre.- Un caleidoscopio. Siempre adoré esta araña. Me la regaló tu padre cuando nos fuimos a vivir juntos. Él me dijo algo antes de irse respecto de esta araña

Hijo.- ¿Qué te dijo?

Madre.- Que nunca la dejara ensombrecer, que era nuestra luz, tu luz y mi luz

Hijo.- (Desdeñoso y despectivo) ¡Qué absurdo y qué cursi también!

Madre.- No hablés así

Hijo.- Hablo como me da la gana . . .

                                                      Escena Segunda (Madre, Juan, Hijo)

                                                      (Se escuchan ruidos, pasos, alguien se acerca.- Los potentes reflejos de la araña se irán apagando, sólo una luz muy tenue seguirá iluminándola durante el resto de la escena)

Madre.- ¡Silencio! Ahí viene. Voy a abrirle.(Dirigiéndose al hijo con gesto cómplice) Se llama Juan (Se acerca al panel en que está la puerta de entrada al living, la abre.- Un hombre de mediana edad ingresa. La madre se arroja a sus brazos y lo abraza y lo besa) ¡Hola, mi amor, encontraste la casa, qué alegría!

Juan.- Sí, sí mujer. Estoy emocionado (Se quita el abrigo y lo coloca en el perchero con soltura)

Madre.- ¿ Emocionado?

Juan.- Emocionado sí ¿ Por qué no ? (Se dirige al hijo que ha quedado parado en el centro de la escena) Este es tu hijo, no? (Le extiende la mano) Mucho gusto, yo soy Juan.-

Hijo.-(Secamente) Yo soy el hijo, encantado. Me llamo Alberto.

(Juan mira a su alrededor, observa, suspira)

Juan.-(Exclamativo) ¡ Hermosa, confortable, saludable!

Madre.- Celebro que te guste mi casa. Dijiste que estabas emocionado ...

Juan.- Bueno, me emociona el amor donde lo veo, lo oigo, lo palpo, lo saboreo, en suma lo siento (Ahora se dirige al hijo) Me explico. Veo una perra con sus cachorros, una gata con sus críos, la vaca con su ternero, la oveja con su borreguito, etcétera, y me conmuevo. En un hogar se ve el amor de una madre. Aquí se ve el amor de su madre ...

Hijo.- Es cierto

Madre.- (Alborozada) ¡Ay, gracias Juan! Me encanta cómo hablás, todo lo que decís. Es verdad. Este es mi hijo y lo amo (Se acerca al hijo y lo abraza.- Este sonríe, descontractura su cuerpo y su gesto que hasta ese momento había tratado de mantener inmóvil, dominando sus movimientos reflejos, involuntarios). Él me decía recién, es un chico muy inteligente, que tiene incapacidades. Tiene tics, no camina ...

Hijo.- (Interrumpiéndola.- En voz lo suficientemente alta pero esta vez sin gritarle, a la madre) ¡Ma, Ma! No es necesario que le enumeres al señor mis incapacidades ...

Juan.- No, no, dejelá hijo

Hijo.-(Ensombreciéndose) Señor, yo no soy su hijo

Juan.- Ya lo sé querido, ya lo sé, no te enojes, no quise ofenderte. En adelante te llamaré por tu nombre, Alberto.

Hijo.- Está bien, está bien. De todos modos yo ya me iba, Tengo cosas que hacer. Hasta luego (Inclina el torso en una desmañada reverencia que dirige a Juan y desaparece por un costado de la escena. Camina tratando de dominar el temblor de sus piernas)


                                                Escena Tercera (Madre, Juan)

Madre.- (Le habla a Juan) Perdonálo, por favor. Está un poco contrariado ...

Juan.- Sí, sí, ya me di cuenta ¿ Y por qué?

Madre.- (Ha quedado un poco absorta, como en babia) ¿ Por qué, qué?

Juan.-¿ Por qué está contrariado, mujer?¿O de qué estamos hablando?

Madre.- Bueno, es una historia vieja.- No quiero aburrirte

Juan.- Contámela, la quiero saber.

Madre.- No sé, quizás el malestar de mi hijo está relacionado con el hecho de que su padre nos abandonó.

Juan.- ¿Cómo ocurrió, cuándo? (Pausa) . . .  El abandono digo.

Madre.- Bueno, al padre le fastidió bastante el retraso de nuestro hijo. El tuvo desde su nacimiento un retraso motor. Un mal de su sistema nervioso. Según nos dijo el neonatólogo después del parto esa enfermedad no afectaría su inteligencia sino sólo sus movimientos físicos, su capacidad motora, pero, en lo demás, todo sería perfecto

Juan.- ¿Y él los abandonó?

Madre.- Sí, debe haberse asustado.- Después de que nuestro hijo cumplió sus cinco años, apenas había mejorado y el padre, una tarde, dijo que iría a lo de unos amigos y no volvió nunca más. Hasta nos dejó su ropa.

Juan.- (Indignado) Pero qué hijo de puta, qué flor de hijo de puta. Lo que me parece increíble es que vos lo justifiques.-

Madre.- No lo justifico, trato de entenderlo

Juan.- (En tono severo, un tanto discurseado) Los seres humanos cometemos actos que, aunque los podamos entender, no los podemos justificar porque en cuanto lo hacemos nos transformamos en una mierda

Madre.- (Ofendida) Bueno, como dije, no lo justifico. Bien que me las arreglé yo sola con mi hijo, tuve que inventar muchas explicaciones. Pensé decirle que se había muerto pero después recapacité y consideré que eso sería mentirle, que quizás alguna vez podrían encontrarse los dos, entonces le dije que se había asustado porque era muy joven. Él de verdad era muy joven, Juan, muy joven

Juan.- Disculpá, no quise decirte que vos seas una mierda porque aunque lo hayas perdonado porque sos demasiado buena, no sos una persona que juzgue a los demás. Pero yo sí, juzgo a los demás y considero que si acepto las porquerías que cometen me convierto yo también en una porquería (Pausa en la que la madre mira a Juan un poco corrida y acongojada) ¿Supiste algo más de él, de su vida después de que los dejó a ustedes dos?

Madre.- Nada, como si se lo hubiese tragado la tierra. El habló alguna vez conmigo de la posibilidad de que nos fuéramos a vivir a España porque ahí tenía parientes. Pero después, nada, nunca ...


Juan.- ¿Y cómo se las arreglaron, de qué vivían?

Madre.- De mi profesorado de piano. Antes de que José, - el padre de Alberto se llamaba José -, bueno, antes de que nos abandonara yo había ingresado al Conservatorio como profesora y fui tomando cada vez más y más horas y ahora gano una buena suma por mes (Señala el piano). Tengo este piano que heredé de mi padre y también alumnos particulares. Hasta puedo ahorrar.-

Juan.- Lo tuyo ha sido una lucha.

Madre.- Ya lo creo, todavía es y será siempre una lucha.-

                                                           Telón del primer acto
                                                           

                                                           Segundo acto.
                                                           

                                                           Escena Primera(Hijo, Juan)

                                                           (Alberto, el hijo, está sentado leyendo en el sillón del living. La escena, es la mañana, se verá iluminada a giorno. Entra Juan)

Juan.- ¡Ah, estabas acá!

Hijo.- (Serio) Así es ¿Usted ya se instaló, ya se mudó y vivirá con mi madre, viviremos juntos?

Juan.-(Algo consternado) Por lo que veo ella no te dijo, pero sí, decidimos que así sea ( Amable) A propósito, ¿dormiste bien?

Hijo.- (Sigue serio) Más o menos.

Juan.- (Parece sorprenderse)¿ Estuviste descompuesto?

Hijo.- En absoluto.

Juan.- ¿Qué te impidió dormir bien entonces?

Hijo.- Ruidos.

Juan.- (Intrigado) ¿Ruidos?

Hijo.- Sí, ruidos.

Juan.- (Todavía intrigado) ¿Qué clase de ruidos?

Hijo.- (Con cierto desdén o suficiencia) De todo tipo: golpes en la pared, eso sí, rítmicos, regulares, como si una cama se hamacara y su respaldo tocase y tocase; después bufidos, gemidos, exclamaciones ¿Me explico?

Juan.- (Recuperando su aplomo pero con el rostro ahora algo ensombrecido) Está bien, está bien, no hace falta que sigas explicándome ... (Se hace una prolongada pausa en la que Juan parece que seguirá hablándole a Alberto que lo mira fijamente, pero no llegará a hacerlo porque la madre entra en escena y los interrumpe)

Madre.- (Sonriente, radiante) ¿Cómo están mis dos hombres?

Hijo.- (Cínicamente y sin responder a la pregunta de la madre) Le hablaba a Juan sobre la percusión

Madre.- (Intrigada) ¿Sobre la percusión?

Hijo.- Sí, sí, el ritmo, los tiempos entre golpe y golpe, todo eso. No tuve tiempo de decirle que me hubiera encantado que además de los ayes de las cuerdas en lo que escuché anoche hubiera un piano . . .

Madre.- (Inocente, ajena todavía al sarcasmo de su hijo) ¿Escuchaste música anoche?

HIJO.- (Regodeándose un poco en sus palabras) Música del infierno.

Madre.- Del infierno, pero, ¿qué clase de música era esa?

Hijo.- Dejémoslo, no importa. Voy a desayunar (Se marcha por un lateral hacia lo que se supone es la cocina.-)

                                                          Escena Segunda (Madre, Juan)

Madre.- (Algo desconcertada, dirigiéndose a Juan) ¿Pasó algo de lo que deba enterarme?

Juan.- (Apesadumbrado) Alberto, tu hijo, nos escuchó anoche mientras hacíamos el amor y me lo hizo notar

Madre.- ¿Qué te dijo?

Juan.- Me describió los ruidos que no lo dejaron pegar el ojo. El golpe rítmico del respaldo de la cama contra la pared, mis bufidos, tus gemidos, en fin, todo ...

Madre.- (Abochornada) ¡Qué vergüenza! Tenemos que correr la cama y tratar de no hacer exclamaciones

Juan.- Como mínimo

Madre.- Te preguntó si te habías mudado a casa

Juan.- Sí, me preguntó ¿Y vos, por qué no le dijiste?

Madre.- Se me adelantó. Se lo iba a decir esta mañana.

Juan.- ¿Acaso es la primera vez que alguien se queda a vivir con los dos?

Madre.- Sabés bien que no es así. De mi pasado no te he ocultado nada. Pero esta vez es distinto.

Juan.- ¿Por qué, cómo hacías las veces anteriores?

Madre.- La última que estuve en pareja fue cuando él tenía quince años, ahora ya tiene dieciocho. Antes bastaba con ir explicándole de a poco la nueva situación. El se conformaba, en silencio, callado, pero se conformaba. Cierto que en muchas oportunidades se lo veía un poco taciturno, leyendo, murmurando, hablándome sólo de lo que leía y hablándole muy poco al hombre que estaba conmigo. Pero antes de este último era todavía más fácil. Bastaba con comprarle juguetes, figuritas, bolitas, en fin, era más fácil. Ahora me cuestiona, me pregunta.

Juan.- Seguramente porque te ha visto sufrir y llorar y no quiere que sufras.

Madre.- Puede ser

(Se escuchan pasos.- Alberto regresa)

Madre.- Ahí está de nuevo

Juan.- Me voy para que hablen.

                                                          Escena Tercera (Madre, Hijo)

Madre.- (Al hijo que parece pasar sin verla) ¿A dónde vas?

Hijo.- (Afectando sorpresa) No se todavía. A la plaza, a esperar el colectivo para ir al centro de la ciudad.

Madre.- Algo te pasa, te veo contrariado

Hijo.- No lo voy a disimular má, estoy contrariado

Madre.- (Solícita, tierna, se acerca y lo abraza) Pero, ¿por qué hijo, por qué?

Hijo.- No lo sé, quizá porque tenés tu vida y yo la mía y porque ha llegado el momento de que nos alejemos, de que separemos nuestros caminos

Madre.- (Se ríe forzadamente, un poco histérica) Jajaja! No me hagas reír hijito, pero, ¿qué podrías hacer vos solo?

Hijo.- (Gravemente) Mucho, mamá, mucho, por mí y por vos.

Madre.- ¿Qué, por ejemplo?

Hijo.- Por ejemplo crecer, mamá, crecer, ser otro y que vos seas otra.

Madre.- (Desconcertada, insegura, llorosa) ¿Y para eso es necesario que nos separemos?

Hijo.- (Terminante) Es imprescindible.

Madre.- (En el mismo tono anímico) ¿Tenés acaso con qué irte?

Hijo.- Sí má, conseguí un empleo, ayer justamente, cuando me retiré y los dejé solos.

Madre.- ¿Puedo preguntarte de qué?

Hijo.- Comentarista de libros,  de teatro, y de cine en la radio del Municipio, cinco minutos todos los días. Empleo que me consiguió la Liga de Personas con Capacidades Diferentes. LIPECADI, asociación cuya denominación, desde luego, siempre te pareció excelente y a la que me inscribiste.

Madre.- (Fastidiada dentro de su contrariedad) No seas irónico

Hijo.- Me preguntaron qué me gustaría hacer. Les dije comentarista de cine, teatro y literatura. Me dieron con el director. El hombre dialogó como una hora conmigo, me llenó de preguntas, las respondí todas y ¡Voila!, como dicen los franceses, el puesto es mío.

(Se va el hijo y la madre queda en escena, sola, llorando)

                                                       Telón del segundo acto

                                                        Tercer acto

                                                       (El escenario permanecerá a oscuras y las luces cenitales se irán encendiendo en cada una de las escenas sobre rostros y cuerpos de los monologuistas)


                                                         Escena Primera (Hijo)

                                                         
                                                         Monólogo del Hijo
(Está sólo en la habitación, en el centro de la escena, iluminado con una luz azulada, bajo la araña que irá destellando también con el mismo tono de luz azulado.- Puede visualizarse su rostro de expresión aguda e inteligente.- Se dirige obviamente a la platea, su interlocutor invisible. Mientras habla se incorpora y remarca el sentido de sus palabras con gestos desmañados. Tendrá en sus manos el muñeco de la Escena Primera del Primer Acto y lo arrojará a un costado luego de las primeras palabras de su parlamento)

Hijo.-  Como ya se habrán dado cuenta no soy únicamente el jugar con este muñeco, ni mis tics, ni mis muecas, ni mi caminar defectuoso. Dedico tiempo a la lectura, mis salidas al teatro , a ver cine en casa y a la reflexión soy, sobre todo, el espectador único de la verdadera vida de mi madre. Ella no es una puta. Está muy lejos de serlo. Puta es la que vende su cuerpo por dinero. Ella, al contrario, les ha pagado siempre a sus amantes, los ha mantenido, les ha comprado ropa, libros, viajes, lo que hubieron necesitado, les consiguió trabajos, les lavó, planchó, cocinó, por supuesto les dió su cuerpo en la cama y se convirtió para ellos en la amante más lasciva, más licenciosa que puedan imaginarse. Ella es ingenua, cándida, ilusa, crédula. Pero también es apasionada, imaginativa, dulce y lujuriosa cuando se enamora, a veces una romántica demodé, un poco cursi, pero empedernida, celosa, un poco obsesiva. También cuando se sienta frente al piano y comienza a abrir las partituras y se inspira y sus manos recorren el teclado y titilan y vibran melodías sublimes paridas por sus dígitos,  los latidos de su espíritu potente pueblan el aire.- Parecen un despertar, una vigilia trémula en el interior de esta casa. Y prefiere a Chopin como se darán cuenta.
Desde que tengo uso de razón, cuando mi padre nos dejó a los dos, momento terrible que no se borra de mi mente, aunque apenas tenía cinco años, le he contado a mi madre diez amantes. Todos buenos, excelentes, perfectos para ella. Pero, claro, se cansaban de tanto asedio romántico.
Todos la abandonaron. Cuando se iban para siempre ella tardaba en dejarlos ir de su corazón y de su mente. Guardaba durante mucho tiempo el recuerdo de ellos, de sus presencias, sus maneras y costumbres, gustos y preferencias, una especie de culto al ausente. Encima les dedicaba melodías y volvía a ejecutar en el piano las que a ellos les gustaban. Una romántica un poco cursi, como dije.- Alguna vez llegué a pensar que los sentía como dioses que la abandonaran.- En fin, desde mi punto de vista, sigue siendo una adolescente inmadura que en los interregnos de sus amores se concentraba, con gran culpa, en su amor por mí
Por fin los olvidaba a sus amantes ¿ Cuándo? Cuando se hechizaba, esta es la palabra, se dejaba hipnotizar por el siguiente, por otro amante nuevo.
Eso sí, tiene una virtud y es que a su nuevo amor no le habla de los anteriores. Quizás puedan pensar que hace esto por picardía, para engancharlos. Pero no, silencia su pasado para no molestarlos, para no fastidiarlos.
Muchas veces he pensado que la vida es un caleidoscopio. La luz interior que uno pueda emitir, exteriorizar, irradiar sería la palabra justa, una vez que sale de nosotros choca contra el cristal del mundo, un diamante de infinitas, incontables caras o facetas, es decir, un prisma que nos va descomponiendo y nos deja fijados a un color.-
El mio es el azul celeste como el color del planeta, de la tierra que gira sobre sí  misma y se desplaza en el espacio infinito. Siento que no me detengo, giro alrededor de mi mismo y no me detengo y girando me desplazo y avanzo, a mucha mayor velocidad de la que me permiten mis piernas.
Ahora por ejemplo siento que debo irme, debo abandonar esta casa y a mi madre. Debo impedir que ella me siga  tratando como un desvalido, debo alejarla de mí, que me abandone ¿Por qué? Porque mi madre es la esperanza adolescente inacabable. Irradia una luz que tropieza con todos y se estanca en el verde. Pero tropieza principalmente conmigo. Su compadecerme constante, su querer protegerme, su culpa en una palabra por mi invalidez la tiene estancada y detenida. Como una eterna adolescente que espera su oportunidad. Como una eterna hija de su infortunio.-
A veces me pregunto si soy un nuevo Hamlet, si el fantasma de mi padre sigue vivo en mí. Yo no quiero juzgar a mi madre, no quiero ni condenarla, ni absolverla. No tiene ella culpa alguna. Ella no ha provocado que mi padre se fuese y si ha sido así, en todo caso, la culpa habrá sido de ambos o habrá sido sólo de él porque por más que ella diga que era muy joven y se asustó transcurrieron trece años, trece, y a lo largo de todos estos años no se acercó a nosotros jamás, ni una sola puta vez.
Es decir mi padre, a menos que haya muerto, no tiene perdón.

                                                    Se apaga la luz cenital y la escena quedará a oscuras 

                                                    Escena Segunda (Madre)

                                                    Monólogo de la madre

                                                 (Ocupa el lateral de la escena, a la izquierda del espectador. Una luz cenital en verde la envuelve y sobre todo le baña el rostro, de modo que su plácida y dulce expresión pueda ser vista por todos)

Madre.- ¿No se qué pensará mi hijo de mí? Siempre tuve la duda ¿Me verá como una mujer ligera, sin moral? ¿La que echó a su padre de nuestra vida? En realidad no fue así. Él me dejó como me dejan todos.
¿No es, acaso, inexplicable la vida, el destino? ¿Por qué la gente se aleja de la gente? ¿Por qué nadie se queda con el otro y acompaña al otro?
Yo siempre acompañé a mi hijo porque él lo necesitaba, lo necesita. Él siempre me necesitará, gracias a Dios, aunque se vaya, aunque ahora, inexplicablemente, haya decidido irse.
¿Cómo son los seres que abandonan a otros seres que los necesitan, de qué están hechos? Juan me dice que él sí se siente con derecho a juzgarlos. Yo más que juzgarlos quisiera entenderlos.
¿Los seres que abandonan a otros seres lo hacen por miedo? Y si es así ¿Miedo a qué, miedo de qué?
Puedo explicarme que un marido traicionado abandone a su mujer. Si su mujer le fue infiel, desleal, bueno, tiene derecho, está, como diría Juan, justificado. Ahora, yo jamás le he sido infiel a ningún hombre, jamás. Todos los que han pasado por mi vida, -  han sido diez incluyendo al padre de mi hijo y a Juan - , hubieran podido enorgullecerse de mi lealtad y fidelidad. Nunca le falté a ninguno. Y no es que me hayan faltado oportunidades. Una mujer sabe que vive en medio de un berenjenal de deseos masculinos y que hay que ir esquivándolos como quien evita pisar huevos en un campo sembrado de huevos.
Tampoco he sido indiferente o fría con los hombres que amé. Al contrario soy fogosa, los hombres que he amado me han gustado, entusiasmado en todo sentido y siempre fui solícita y atenta con ellos, en todos los sentidos. A veces me parece que he sido demasiado amorosa, demasiado apasionada con ellos.
A mi hijo le enseñé el alfabeto del amor. Mas que palabras, gestos, acciones, como los que tuvo mi padre conmigo cuando una vez me defendió, jugándose la vida, con una valentía amorosa absoluta. Se peleó mano a mano con otro hombre, como de dos metros, que me tocó el traste y quiso insolentarse conmigo sin medir las consecuencias. Incluso lo derribó dándole un terrible golpe en la cabeza con un madero. Siempre lo consideré un verdadero acto de amor.
Amar es quedarnos al lado del que amamos cuando nos necesita.- El que abandona al que dice amar por miedo, el que no enfrenta al miedo por amor en realidad no ama. En realidad no se hace dueño de su amor. Retrocede, afloja, arruga, como se dice en la jerga de la calle y entonces aquél a quien decimos amar se aleja de nosotros o nosotros nos alejamos de quien decimos amar. Esto lo he pensado mucho, varias veces y es así
A mi hijo le enseñé el alfabeto del amor. Le enseñé a estar, a quedarse, a no abandonar.
Sin embargo ahora se ha ido, se ha ido, me ha dejado y me he quedado sola sin él aunque lo tenga a Juan (Hace una larga pausa durante la cual permanecerá con la cabeza gacha.- De pronto la alzará)
Pero, basta de autocompadecerme, debo reaccionar, debo levantarme como siempre lo hice, debo seguir viviendo con lo que tengo.

                                                        Telón

                                                         Escena Tercera

                                                         Monólogo de Juan
                                                  (En el costado del escenario a la derecha del espectador, bañado en luz cenital roja.- Está parado tiene una silla a su lado, a lo largo del monólogo gesticulará, se moverá, se sentará y pondrá de pie alternativamente, según los énfasis de su discurso)

Juan.- Ganoso, me decía mi padre, vos sos un tipo ganoso ¿Qué quiere decir, papá? le preguntaba. Voluntarioso - me explicaba él -, voluntarioso, significa que ponés voluntad, ganas. Mi madre le decía a sus amigas: - Este chico es sanguíneo, impulsivo, tengo miedo que sufra. Pero yo me pregunto ¿Quién puede no sufrir, vivir y no sufrir? No sé, un Dios, alguien que no sea de este mundo.-
Yo encontré a esta preciosa mujer, delicada, fina, una pianista, pero, sobre todo, una madre y me enamoré sí, me enamoré perdidamente de ella y amo todo lo que la rodea. Amo también y mucho a Alberto, a su hijo, no porque sea desvalido sino precisamente porque supera constantemente su invalidez. Me declaro su admirador ¡Qué diría mi padre o mi madre! Ahí sí que hay que poner voluntad para vivir.-
¿Acaso el sufrimiento no fecunda? La derrota, el fracaso, nos enseña caminos, nos señala los errores que cometimos para que podamos corregirlos. Alguien lo dijo, crecemos a partir de nuestros errores. Y en eso consiste la vida. En esa lucha, en esa advertencia constante de los errores que genera humildad, aprender a escuchar a los otros y a corregir, con mucha voluntad, el rumbo. Porque torcer el timón del barco que somos, en cuerpo y alma, y cambiar el norte de la deriva no es nada fácil. Arrastramos mucho peso y avanzamos contra toneladas de mareas. El peso de nuestro pasado en nosotros y el peso de las cosas y de todos los demás que conviven con nosotros y nos compadecemos, nos oscurecemos, nos volvemos egoístas y los demás parece que no existieran, que se volvieran invisibles
Pero hay un momento y es el del renacer de tanto egoísmo en el que los otros dejan de ser invisibles. Es algo que sucede despacio. Primero se comienzan a ver las transparencias, los espacios o palabras del otro que atravesamos sin comprenderlo, sin entenderlo. Poco a poco, esos espacios se nos vuelven delineados con colores, con sentidos y significados. Entramos en la historia del otro, nos zambullimos en él, en su historia. Nos hacemos de agua y el otro se hace de agua y nos entremezclamos, alteramos nuestras líquidas existencias. Entonces el otro deja de ser un extraño. Comienza a conquistarnos, a subyugarnos y ¡zás! ahí nos enamoramos y nuestros negros egoísmos se van a la misma mierda. Descienden al fondo del océano común.
A mí lo que me sirve es tratar de vivir la vida como una lucha, llorar, reír, amar, escribir, leer, comer, saborear, cagar, coger, ganar, perder, prodigarme. - Estar siempre en el lado rojo de la vida, procurar llegar al placer siempre, al gozo siempre, a la felicidad siempre. Solidarizarme con el que no lo consigue, ayudarlo a que lo consiga. El lado rojo de la vida es el de la deuda, el débito que cargamos sobre nosotros mismos, lo que siempre nos falta hacer y sentimos que debemos hacer por el otro y por nosotros que es como si fuéramos - y en realidad somos - el otro. No pasar de uno mismo significa no pasar tampoco del que amamos. No ser indiferentes, desdeñosos, porque así nos vaciamos de ser. Vivir la vida con pasión verdadera. La pasión es tan roja como la deuda, como la sangre.
Ustedes comprenderán, éstas son metáforas. También podríamos decir que mezclamos nuestros colores, que en el dilatado espectro de la luz a cada quien nos corresponde un color pero que cuando nos atravesamos, nos herimos de luz por amor unos a otros, el color que somos adquiere nuevas, tornasoladas y diferentes tonalidades. Cada uno de nosotros es espejo para el otro, si tres de nosotros nos ponemos en frente uno de otros, otros de uno, formamos un caleidoscopio y mutamos, cambiamos, nos transformamos, nosotros y los otros que también son nosotros.

                                                                  Telón (Final de la obra)

Amilcar Luis Blanco

martes, 14 de enero de 2014

ADONIS





- Las noticias envejecen segundo a segundo, Lucho, hay que agarrarlas y no dejarlas escapar.
Eso me dijo mi socio porque agarré el periodico después de que él lo desvencijó y separó en todos los suplementos. Mi único placer era, además de mirar por la vidriera la gente que pasaba, leer las noticias. 
Tal cual. Era sábado, de mañana, algo fresquita. Estábamos aburridos, sin clientes. Nada que hacer. Entonces entró la fulana, la Beba. Le digo así porque ese es su nombre y porque viene siempre a la librería y le recomiendo libros. Pero ella ni me vio, fue directamente hasta donde estaba Juanjo, acomodando unos libros, de espaldas al pequeño mostrador con la caja registradora que es como nuestro púlpito. Si, porque nuestro Dios es el dinero, casi siempre poco, escaso. Lo que nos queda de ganancia después de nuestros compromisos con las editoriales es paupérrimo, lamentablemente. Como dije, la recién llegada se plantó sigilosamente ante la parte trasera de mi socio y lo llamó en un susurro por su nombre de pila, le dijo: "Te lo voy a aceptar". Por toda respuesta, Juanjo abrió la caja, o sea, el tabernáculo de nuestro culto, sacó un sobre abultado y se lo entregó. Ella lo beso en las dos mejillas, a la manera francesa y sin saludarme, sin verme, se fue. Juanjo suspiró y dejó escapar un "pobrecita" y como me vio con la boca abierta, mirándolo, me dijo:
- Ando sin un mango. Si me invitás a almorzar te lo cuento.
- Hecho.
Lo que más lo distinguía a Juanjo y lo que lo había hecho mi amigo, además de mi socio, era su bondad de corazón, la sonrisa ancha, la camisa abierta, el escudriñar constante de sus ojos negros inquietos que parecían adquirir intensidad y brillo cuando algo lo afectaba. Entramos en el bodegón al que él mismo me había invitado a comer infinidad de veces. Pese al mediodía la iluminación interior eléctrica del salón, a giorno, hacía parecer que ya se había hecho de noche y nos habíamos salteado la siesta. Como estaba fresquito pedimos vacío al horno con papas, plato del día, y dos vasos altos llenos de tinto de la casa puro casi hasta el borde. Brindamos, bebimos los primeros tragos y Juanjo  clavó su mirada de que algo lo afectaba en la mía que destellaría un poco reclamándole la historia de esa señora llamada Beba que lo había tuteado y de la que él comentó, alzándose de hombros, "pobrecita" cuando la mujer traspuso la puerta de la librería hacia la calle.
- Te dije que ando sin un mango y no me preguntaste por qué.
Lo seguía mirando pero ahora le destiné mi sonrisa más sobradora.
- Nos  quedamos sin caja, te comunico, porque le di toda la recaudación de la quincena a esta señora que vos sabés que se llama Beba porque muchas veces conversaste con ella cuando se encontraron en el kiosco. Incluso le recomendaste libros, o no?
Luego de que las comisuras de mi boca decayeran sin remedio por lo amargo de la noticia, asentí como si me declarara culpable de algo sin saber de qué, claro.
- Bueno, - siguió diciéndome Juanjo -  vos le recomendaste libros, películas, la trataste con respeto y simpatía, todo lo que quieras, pero, te observé y escuché, no pasaste de ahí. Digamos que el cariz o vertiente chismosa de tu personalidad sólo la ejercés conmigo, con los demás sos muy discreto.
- ¿Es un reproche?
- Tomalo como una observación. Te conozco y me doy cuenta de que sentís terror ante la mínima perspectiva de adquirir compromisos con la gente. Te comprendo porque yo soy igual de egoísta y no dudo que por eso nos hemos hecho tan amigos, además de socios.
- ¿Vos creés?
- Estoy seguro.
- Pero vos con esa mujer, Beba, no has sido nada egoísta ...
- Precisamente, a éso iba, ahí está la historia. Si le entregué toda la recaudación de la quincena fue porque,  entre otras cosas, aunque nunca te lo conté y te parecerá mentira, esa mujer es prima hermana mía.
- ¡Cómo y por qué nunca me lo contaste!
- Debo confesarte que fue por vergüenza, porque pese a ser mi prima hace algunos años fuimos amantes, vivimos una relación bastante apasionada. Ella casada, yo solterón pero siempre bien recibido en su casa, por su marido incluso y sus hijos ...
- Tus sobrinos segundos ...
- Exactamente. Te lo digo y se me pone la piel de gallina. No sólo por mi obvia falta de respeto a la familia sino también porque de mi relación con la Beba nació mi cuarto sobrino segundo ...
Juanjo hizo un silencio que se encadenó con el de la llegada del vacío al horno con papas y se prolongó un poco más todavía mientras la mesera nos ponía los platos bajo los torsos y nuestras manos se apoderaban de los cubiertos en un movimiento reflejo. Yo sentía haber recibido algo así  como una descarga eléctrica. La confesión de Juanjo me había dejado como debe quedar un boxeador después de la primera trompada importante recibida en un match por el título. Así que me puse en guardia. Más que dolido por el dinero que habíamos perdido sentí un vago temor a lo que podría seguirse de la historia recién comenzada.
- Pero, ¿el marido de tu prima no sospecha que su último hijo podría no ser suyo?
- No sólo sospechó, tiempo pasado, sino que Beba, mi prima, le confirmó que el hijo no era de él.
Había introducido el primer bocado de vacío recién cortado con un trozo de papa entre mi paladar y mi lengua y lo tragué de un  golpe sin masticarlo y sin atragantarme. Me apresuré a tomar el vaso de tinto y bebí un grueso y largo torrente del borgoña para tratar de digerir el pedazo de cosa que había despachado hacia mi estómago. Después respiré y quedé con la boca y los ojos abiertos durante unos segundos. Juanjo siguió:
- De ésto hace seis años. Ante la inminencia del nacimiento decidimos poner fin a la relación. Pero hace un mes más o menos se presentó la novedad de la separación de mi prima Beba con su marido. Aunque ella no dijo quién era el padre, el marido la intimó a que abandonara el hogar conyugal con el hijo y ella aceptó enseguida porque además era lo que quería. Resultado: viene a mi departamento a vivir conmigo y con nuestro hijo, algo que me pidió y a lo que no pude negarme. También lo va a inscribir en un colegio privado porque no consiguió vacante en una escuela pública para que empiece su primer grado. Demás está decir que tampoco pude negarme a  tomar a mi cargo los gastos que eso significa, para empezar la matrícula y la primera cuota por adelantado ...
No paré de masticar el vacío y la papa y, curiosamente, recordé que la noche anterior había soñado que era una joven núbil, rica, grácil y codiciada, que vivía en una gran mansión y que me había recibido de profesora de Tenis. Tal vez en la parte que no recordaba Juanjo era mi padre. Ese sueño no tenía nada que ver con lo que me estaba contando mi socio pero me había dejado una sensación rara de bienestar. Deducía que otra vida, completamente diferente para mí, incluso con otro sexo, era posible más allá de la que en realidad vivía; hombre de mediana edad con socio tonto que trabaja todos los días en su propio establecimiento de venta de libros sin sacar siquiera para poder tomarse unas vacaciones. Creo que más que masticar rumiaba mi mala suerte mientras lo escuchaba a Juanjo explicarme su estado de nuevo padre a sus cincuenta y cinco años. Con la esperanza puesta en mi sueño de otra vida que me daba paciencia para soportar ésta le pregunté a Juanjo a cuánto había ascendido la recaudación que ahora serviría para la educación de su hijo.-
- Seis mil quinientos pesos exactos ...
- ¡Ah, qué bien!
- Ahora te pregunto yo: ¿ es un reproche, hay alguna ironía en tu exclamación?
Nos habíamos acostumbrado a emplear el humor en nuestro trato cotidiano. Pero, ese mediodía, mi socio había conseguido quebrarme el humor; lo estaba masticando junto a la carne y al tubérculo y empiné otra porción de líquido tinto para ayudarme a tragarlo. Para darme tiempo dije:
- ¿Cómo se llama tu hijo?
- Adonis. Su padre aparente le puso ese nombre de recién nacido porque lo vio demasiado hermoso ... 
- Vos sabés que Adonis nació de una relación adúltera e incestuosa.- La versión mítica más comunmente aceptada es que Afrodita instó a Mirra a cometer incesto con su padre, Ciniras o Tías, rey de Esmirna o Siria.- 
- Bueno, yo no soy rey pero, sin duda, soy el padre.- Además Beba no es mi hija sino mi prima ...
La cuestión mitológica vino como anillo al dedo a partir del nombre de la criatura porque me permitió apaciguar el enojo por el dinero perdido y mostrarme compresivo con mi socio.- Comencé a pensar que son pocas las ocasiones que uno tiene en la vida para demostrar o ejercer una verdadera comprensión por el otro evitando juzgarlo.- Seguí suponiendo y fantaseando con mi sueño. No sólo ahora era una joven rica, núbil, grácil, profesora de tenis, también era la hija de un rey y un secreto inconfesable se escondía puertas adentro. El joven Adonis ya casi con seis años cumplidos había venido a confirmarlo.

Amilcar Luis Blanco (Una reproducción del siglo XIX de un bronce griego de Adonis encontrado en Pompeya)