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Los acontecimientos quedarían para siempre
entre los chismes de la gente, que todo lo cuenta, todo lo sabe y, casi siempre
después, no sabe o no contesta, como si hubiera perdido la memoria. En este
caso nó, los acontecimientos superaron la capacidad de olvido popular, por lo
menos por unas semanas. La cosa fue que el Comisario Neptalí, juntamente con
Jorge Monsivais, el padre, la Licenciada
Laura Fernández, un oficial de justicia mandado por el juez
de Asunción, cien efectivos de la gendarmería, diez policías, tres
camarógrafos, una reportera, entraron en “Las Walkyrias” y se llevaron a Malena
Margarita en un operativo espectacular.
Irrumpieron
en el salón que en ese momento oficiaba de comedor al mediodía y se dirigieron
al conserje Vladimiro que se quedó con un bocado a medio masticar y casi
levantó las manos cuando le preguntaron si era el encargado.-
-
Sí señor – contestó.
-
Baje las manos, no sea ridículo, no somos asaltantes – tronó Neptalí y exhibió
su chapa brillante en una mano con gesto adusto. Le encantaban esas paradas.
-
Sí, sí, señor. Ordene, señor.
-
Malena Margarita Monsivais, llámela ya mismo.
Vladimiro
miró hacia todos los rincones como si le faltara el aire. Por fin descubrió la
silueta de Malena que caminaba distraída llevándose una bandeja a la mesa que
había elegido. En ese momento ella no pensaba en su rescate, tenía los ojos del
deleite interior puestos en Daniel Silverstone y había elegido una pata de
pollo con salsa de champiñones. Vladimiro la señaló con un índice tembloroso y
cuatro ojos, los de Jorge Monsivais y los de Neptalí, llegaron con cierta
turbulencia de imagen a reconocerla.
-
¡Hija! – gritó Monsivais
Malena
reconoció la voz y giró hacia su padre. Pegó ella otro grito y dejó caer la
bandeja. Monsivais corrió hacia su cuerpo añorado y se abrazaron. El la levantó
y la hizo girar como si Malena tuviera todavía cinco años y estuvieran en la
plaza de La Paz
un domingo a la mañana. Neptalí contemplaba la escena satisfecho. Le sonrió a la Licenciada Fernández
y en sus caras destelló el incontenible brillo de las lágrimas. Se quedaron un
momento largo inmovilizados, aguardando que padre e hija descargaran un poco de
la emoción que los embargaba, desbordante en llanto y sonrisa, ese sentimiento
no paraba de inducirlos a que se apretaran, estrujaran y soltaran. El amor
entre ellos era en ese momento como una especie de mímica convulsiva y
compulsiva a la vez. Cuando se hubieron calmado, recién entonces, se acercaron
ellos también. Besaron y abrazaron a la rescatada. Ni que decir que las cámaras
de televisión que habían estado allí todo el tiempo registraron la escena en
vivo y directo para millones. No habían hecho publicidad previa porque entre el
juez y la Licenciada Fernández
habían alcanzado a convencer a los directivos de los canales de Posadas y
Encarnación, en ambas orillas, a los que les dieron la primicia por un
interesante donativo a la entidad, que sería una buena nueva idea lanzar la
bomba en el noticiero y después anunciar repeticiones que elevarían el nivel de
audiencia y, lo principal, no estropearían el operativo.
Así
se hizo y durante días la ciudad de La
Paz , hasta la que los siguieron, fue centro de periodistas,
reporteros, cámaras y micrófonos. Los medios gráficos analizaron
pormenorizadamente el negocio del proxenetismo y la prostitución, poniéndolo en
la picota, al extremo de movilizar contra ellos a los señorones hipócritas que,
rápidamente, se organizaron para exigir públicamente la clausura de tan nefasto
antro de perdición y la expulsión de sus regenteadores, tanto en Encarnación
como en Posadas.
¿Cómo
y por medio de quién se enteraron Arquímedes Portobello y Madama Walkyria que
sobrevendría el operativo? Es de suponer que alguno de los poderosos personajes
que eran usuarios de los servicios que ellos ofrecían se los debió haber
adelantado con el tiempo justo y escaso para que huyeran y sin darles margen
para que arruinaran el operativo. Esto conjeturó el Comisario cuando Malena, ya
libre de sus cadenas y mientras regresaban a La Paz le formuló el interrogante.
Enterarse
que Anselmo López había fallecido fue para Malena una sorpresa con culpa súbita
sobre todo porque la inundó una poco piadosa sensación de alivio que no pudo
evitar.- Mas estimulante fue interiorizarse de las diligencias y quehaceres
que precedieron e hicieron posible su rescate. Sobre todo por las mujeres
implicadas y sin cuya ayuda no habría ella jamás recuperado su libertad.
Supuso, naturalmente, que únicamente su aviso a la empleadora de Edelmira, llamada
Elena, había bastado para guiar y concretar su salvación y que, el adminículo
de telefonía satelital que le había facilitado Daniel Silverstone, había sido
sí un objeto providencial, pero casual.
Neptalí
la miraba con sus negros ojos morunos cada tanto mientras manejaba un enorme
Ford Focus hacia la ciudad entrerriana. Se limitaba a escuchar sus comentarios
con cara de poker. También su padre, Jorge. Hilda, la mamá, que había esperado
eternizándose en cada segundo, en Posadas, volver a verla, ahora le apretaba la
mano sin intención de soltársela.
-
Sí, conocí a Daniel Silverstone, un estanciero de la zona que de vez en cuando
va al lugar y él me regaló el teléfono satelital con el que pude comunicarme
con ustedes a través de Edelmira, la hija de Aníbal y Rosa, ustedes la
recuerdan, no?
-
Sí, hija, por supuesto – confirmó doña Hilda.
-
Ahora quisiera verla para agradecerle y también a Elena, su patrona.
-
Vamos a organizar una comida y las vamos a invitar – dijo Jorge Monsivais.
-
Sí, y también a Daniel Silverstone- se entusiasmó Malena.
-
Perdón, perdón que me meta – interrumpió el comisario - ¿Me pregunto si no
comprometeremos al hombre?
-
¿Por qué? – se inquietó Malena.
-
No olvidemos, señorita, que usted estuvo entre mafiosos. Probablemente el
hombre sea una gran persona, pero, si se enteran de que, después de su rescate,
el hombre va a festejar a la casa suya propiamente, pueden pensar que él
intervino o de algún modo ayudó ¿Me entiende, no se si me explico?
-
Sí, sí, tiene razón – Enseguida de su tan razonable asentimiento Malena
recordó, y fue como una punzada, que el teléfono satelital había quedado,
apagado por supuesto, en el hueco del zócalo. Lo apresurado del operativo hizo
que lo olvidara. Si lo hallaban el aparato podría llevarlos a Silverstone.
-
Comisario. Hay algo que quiero que sepa. El teléfono satelital quedó en la
suite, escondido ¿los puede llevar a Silverstone?
-
No se preocupe. Yo localizaré al hombre y conseguiré que lo recupere. Dígame
exactamente dónde está.
Malena
describió el lugar, dio el número de habitación, indicó el escondrijo. Pensó
con repugnancia en los acuciosos guardias que eran como robots y que, pasado el
susto, estarían relevando cada milímetro cúbico de su habitación. Sin embargo
¿Qué había de personal, de suyo, en ella? Sólo la ropa que llevaba puesta
cuando llegó. En cuanto a advertir la cerámica floja era muy difícil. Ella la
encastraba de modo que únicamente quien supiera podía descubrir su condición
removible.
El
Comisario pensaba que para que la reciente rescatada y su informante, que no
era otro que Daniel Silverstone, se vieran nuevamente – parecía que a la joven
le había caído muy bien- debería transcurrir un buen espacio de tiempo. Por lo
menos un año. Lo importante sin embargo sería que el celular fuera removido de
allí cuanto antes. Pensó que no arriesgaría a Silverstone. El mismo haría el
trabajo.
Amílcar Luis Blanco ("Baño pompeyano" pintura de Niccolo Cecconi)
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