viernes, 17 de octubre de 2014

CAPÍTULO TRIGÉSIMO OCTAVO DE "LAS WALKYRIAS"



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                                                             Los acontecimientos quedarían para siempre entre los chismes de la gente, que todo lo cuenta, todo lo sabe y, casi siempre después, no sabe o no contesta, como si hubiera perdido la memoria. En este caso nó, los acontecimientos superaron la capacidad de olvido popular, por lo menos por unas semanas. La cosa fue que el Comisario Neptalí, juntamente con Jorge Monsivais, el padre, la Licenciada Laura Fernández, un oficial de justicia mandado por el juez de Asunción, cien efectivos de la gendarmería, diez policías, tres camarógrafos, una reportera, entraron en “Las Walkyrias” y se llevaron a Malena Margarita en un operativo espectacular.
La Walkyria mayor y Arquímedes Portobello no aparecieron por ninguna parte el día del procedimiento. Sólo los guardias que se dijeron personal de seguridad y no opusieron resistencia al exhibírseles la orden de allanamiento, tampoco podrían haberla opuesto ya que fueron tomados por sorpresa y hubieran quedado detenidos muchos de ellos, franquearon la entrada a los efectivos.
Irrumpieron en el salón que en ese momento oficiaba de comedor al mediodía y se dirigieron al conserje Vladimiro que se quedó con un bocado a medio masticar y casi levantó las manos cuando le preguntaron si era el encargado.-
- Sí señor – contestó.
- Baje las manos, no sea ridículo, no somos asaltantes – tronó Neptalí y exhibió su chapa brillante en una mano con gesto adusto. Le encantaban esas paradas.
- Sí, sí, señor. Ordene, señor.
- Malena Margarita Monsivais, llámela ya mismo.
Vladimiro miró hacia todos los rincones como si le faltara el aire. Por fin descubrió la silueta de Malena que caminaba distraída llevándose una bandeja a la mesa que había elegido. En ese momento ella no pensaba en su rescate, tenía los ojos del deleite interior puestos en Daniel Silverstone y había elegido una pata de pollo con salsa de champiñones. Vladimiro la señaló con un índice tembloroso y cuatro ojos, los de Jorge Monsivais y los de Neptalí, llegaron con cierta turbulencia de imagen a reconocerla.
- ¡Hija! – gritó Monsivais
Malena reconoció la voz y giró hacia su padre. Pegó ella otro grito y dejó caer la bandeja. Monsivais corrió hacia su cuerpo añorado y se abrazaron. El la levantó y la hizo girar como si Malena tuviera todavía cinco años y estuvieran en la plaza de La Paz un domingo a la mañana. Neptalí contemplaba la escena satisfecho. Le sonrió a la Licenciada Fernández y en sus caras destelló el incontenible brillo de las lágrimas. Se quedaron un momento largo inmovilizados, aguardando que padre e hija descargaran un poco de la emoción que los embargaba, desbordante en llanto y sonrisa, ese sentimiento no paraba de inducirlos a que se apretaran, estrujaran y soltaran. El amor entre ellos era en ese momento como una especie de mímica convulsiva y compulsiva a la vez. Cuando se hubieron calmado, recién entonces, se acercaron ellos también. Besaron y abrazaron a la rescatada. Ni que decir que las cámaras de televisión que habían estado allí todo el tiempo registraron la escena en vivo y directo para millones. No habían hecho publicidad previa porque entre el juez y la Licenciada Fernández habían alcanzado a convencer a los directivos de los canales de Posadas y Encarnación, en ambas orillas, a los que les dieron la primicia por un interesante donativo a la entidad, que sería una buena nueva idea lanzar la bomba en el noticiero y después anunciar repeticiones que elevarían el nivel de audiencia y, lo principal, no estropearían el operativo.
Así se hizo y durante días la ciudad de La Paz, hasta la que los siguieron, fue centro de periodistas, reporteros, cámaras y micrófonos. Los medios gráficos analizaron pormenorizadamente el negocio del proxenetismo y la prostitución, poniéndolo en la picota, al extremo de movilizar contra ellos a los señorones hipócritas que, rápidamente, se organizaron para exigir públicamente la clausura de tan nefasto antro de perdición y la expulsión de sus regenteadores, tanto en Encarnación como en Posadas.
¿Cómo y por medio de quién se enteraron Arquímedes Portobello y Madama Walkyria que sobrevendría el operativo? Es de suponer que alguno de los poderosos personajes que eran usuarios de los servicios que ellos ofrecían se los debió haber adelantado con el tiempo justo y escaso para que huyeran y sin darles margen para que arruinaran el operativo. Esto conjeturó el Comisario cuando Malena, ya libre de sus cadenas y mientras regresaban a La Paz le formuló el interrogante.
Enterarse que Anselmo López había fallecido fue para Malena una sorpresa con culpa súbita sobre todo porque la inundó una poco piadosa sensación de alivio que no pudo evitar.- Mas estimulante fue  interiorizarse de las diligencias y quehaceres que precedieron e hicieron posible su rescate. Sobre todo por las mujeres implicadas y sin cuya ayuda no habría ella jamás recuperado su libertad. Supuso, naturalmente, que únicamente su aviso a la empleadora de Edelmira, llamada Elena, había bastado para guiar y concretar su salvación y que, el adminículo de telefonía satelital que le había facilitado Daniel Silverstone, había sido sí un objeto providencial, pero casual.
Neptalí la miraba con sus negros ojos morunos cada tanto mientras manejaba un enorme Ford Focus hacia la ciudad entrerriana. Se limitaba a escuchar sus comentarios con cara de poker. También su padre, Jorge. Hilda, la mamá, que había esperado eternizándose en cada segundo, en Posadas, volver a verla, ahora le apretaba la mano sin intención de soltársela.
- Sí, conocí a Daniel Silverstone, un estanciero de la zona que de vez en cuando va al lugar y él me regaló el teléfono satelital con el que pude comunicarme con ustedes a través de Edelmira, la hija de Aníbal y Rosa, ustedes la recuerdan, no?
- Sí, hija, por supuesto – confirmó doña Hilda.
- Ahora quisiera verla para agradecerle y también a Elena, su patrona.
- Vamos a organizar una comida y las vamos a invitar – dijo Jorge Monsivais.
- Sí, y también a Daniel Silverstone- se entusiasmó Malena.
- Perdón, perdón que me meta – interrumpió el comisario - ¿Me pregunto si no comprometeremos al hombre?
- ¿Por qué? – se inquietó Malena.
- No olvidemos, señorita, que usted estuvo entre mafiosos. Probablemente el hombre sea una gran persona, pero, si se enteran de que, después de su rescate, el hombre va a festejar a la casa suya propiamente, pueden pensar que él intervino o de algún modo ayudó ¿Me entiende, no se si me explico?
- Sí, sí, tiene razón – Enseguida de su tan razonable asentimiento Malena recordó, y fue como una punzada, que el teléfono satelital había quedado, apagado por supuesto, en el hueco del zócalo. Lo apresurado del operativo hizo que lo olvidara. Si lo hallaban el aparato podría llevarlos a Silverstone.
- Comisario. Hay algo que quiero que sepa. El teléfono satelital quedó en la suite, escondido ¿los puede llevar a Silverstone?
- No se preocupe. Yo localizaré al hombre y conseguiré que lo recupere. Dígame exactamente dónde está.
Malena describió el lugar, dio el número de habitación, indicó el escondrijo. Pensó con repugnancia en los acuciosos guardias que eran como robots y que, pasado el susto, estarían relevando cada milímetro cúbico de su habitación. Sin embargo ¿Qué había de personal, de suyo, en ella? Sólo la ropa que llevaba puesta cuando llegó. En cuanto a advertir la cerámica floja era muy difícil. Ella la encastraba de modo que únicamente quien supiera podía descubrir su condición removible.

El Comisario pensaba que para que la reciente rescatada y su informante, que no era otro que Daniel Silverstone, se vieran nuevamente – parecía que a la joven le había caído muy bien- debería transcurrir un buen espacio de tiempo. Por lo menos un año. Lo importante sin embargo sería que el celular fuera removido de allí cuanto antes. Pensó que no arriesgaría a Silverstone. El mismo haría el trabajo.

Amílcar Luis Blanco  ("Baño pompeyano" pintura  de Niccolo Cecconi)

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