domingo, 5 de octubre de 2014

CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEGUNDO DE "LAS WALKYRIAS"



                                                                          32
                                                                    - Mire, para mí la muerte es el analgésico más eficaz pero también el más caro porque se paga con la vida, hablando de don Anselmo López, su yerno, lo digo, con todo respeto – espetó el Comisario Neptalí. De golpe, porque ni Monsivais, que se mordía los labios a su lado, ni ninguno de los agentes de civil que lo acompañaban habían dicho esta boca es mía.
Mientras esperaban adentro de la combi observando la línea entrecortada, blanca y gruesa, que separaba en dos la cinta asfáltica, a cubierto de los mosquitos en esa zona selvática, con las ventanas cerradas, el motor en marcha y el aire acondicionado encendido, que regresara la cuatro por cuatro del informante, la voz cavernosa de Neptalí, emergida de una garganta habituada al paso y depósito del humo de los cigarrillos negros que fumaba copiosamente, era la única que se hacía escuchar.
- Este hombre – siguió exponiendo -, que todavía no ha conocido la paz de los sepulcros como su yerno, don Anselmo López, que en paz descanse, el que frecuenta este prostíbulo llamado “Las walkyrias” ama lo que hace tanto como yo, y, además, le gusta filosofar, como a mí. A veces nos entretenemos charlando y haciendo consideraciones acerca de los que nos va tocando en experiencia. Los dos somos realistas, quizá este amigo más que yo todavía. Es un ingeniero agrónomo que ascendió a estanciero y no se cansa de contar vacas. Esto de investigar lo hace para distraerse, por diversión. Le gustan más que a mí las novelas y las películas de detectives.
- Qué me dice – se atrevió a comentar Monsivais. No fue una pregunta. La claridad de sus ojos y el ardor de su mente estaban concentrados en la oscuridad del monte espeso, como dos reflectores que intentaran rehacer el día. Esa zona boscosa a uno y otro lado de la ruta, ascendente y descendente, de la que emergería el desconocido del que le hablaba Neptalí y que traería noticias de su hija, le inspiraba angustia y desconfianza y, un poco, el miedo cerval de que fuesen sorprendidos como presas por cazadores.
- Que, ¿qué le digo? Lo que le estoy diciendo. Que nos traerá muy buena información y que su vida no corre ningún riesgo. De última, como le comento, en eso somos iguales mi informante y yo, si él tuviera que enfrentar el caño de un revolver cargado, primero trataría de sacárselo de encima, pero, después, si le tocara perder, trataría a la muerte con indiferencia.
- Dicen que los mafiosos esos suelen tener vigiladores merodeando – comentó Monsivais.
- ¿Quién lo dice? – Neptalí, que estaba tratando de encenderse un cigarrillo, saltó casi, con cierta brusquedad, y tuvo que sacudirse una pequeña brasa que cayó sobre sus pantalones de un recio manotazo.
- Bueno, me corrijo, no es que alguien me lo haya dicho y discúlpeme si mi observación le parece ingenua, en realidad es lo que uno ve en las películas sobre la mafia, los tipos se están vigilando continuamente y, por lo general, el último que vigila o el que vigila a los vigiladores es el que gana – Jorge Monsivais se explicó tratando de no parecer ingenuo y se dejó encender un cigarrillo que le había aceptado a Neptalí, a pesar de que hacia años que no fumaba.
- Lo entiendo, no crea que no lo comprendo, pero, mire, son fantasías. Los mafiosos tienen más miedo que cualquiera porque tienen, todos, sin excepción, la cola de paja, como la tenía su yerno, que en paz descanse – Neptalí optó por abrir la ventanilla y apagar el aire acondicionado y exhaló una primera y espesa bocanada blanca contra el aire negro del exterior que ingresó de pronto al habitáculo proporcionando un frescor húmedo que desalojó el frío seco que la ocupaba. Hizo un silencio obedecido por todos y por fin lo quebró.-
- Mire, creo que tendremos que esperar aquí por lo menos dos horas más, si quiere que conversemos de cualquier tema, estoy a sus órdenes. – Como Monsivais no decía nada – Neptalí deslizó, susurrante:
- ¿Qué me dice de su esposa, la madre, esperando, seguramente ansiosa, angustiada? Parece una excelente mujer.
- Hilda es una mujer maravillosa, por eso me enamoré de ella – Monsivais sopló un cono de humo blanco como en sus mejores años, cuando enamoraba mujeres con miradas celestes y vivas, en los bares de Paraná en los veranos, frecuentados por muchachos y   trasnochadoras chicas de las mejores familias de la ciudad.
- ¿No diga, qué fue lo que lo enamoró de su doña?
- Pienso que ella es una flor exótica. Cuando la conocí, en Paraná, atendía un puesto de diarios y revistas. Estaba todo el día, la podía ver cuando iba a trabajar desde las seis de la mañana, siempre elegante, bien vestida. Uno se acercaba y podía olerla. Recién bañada y perfumada, atenta, servicial, sonriente, dulce, con una amable observación para cada cliente. En cambio usted podía verla y oírla bien temprano, cuando llegaban los repartidores y repositores, firme y amable pero con carácter, siempre con la palabra justa. La primera vez que le dije un piropo se sonrojó y ahí descubrí que además era modesta, humilde, recatada, pudorosa. Para mí es y fue siempre como una rosa o una orquídea.
- Pero mire que había estado enamorado el hombre.
- ¡Ah, sí! Y siempre he seguido estándolo – Monsivais miró a Neptalí a los ojos morunos y vió como sonreían y aceptaban con placer el amor que sus ojos azules irradiaban cuando, evocativos, volvían interiormente a la imagen de su mujer y se distraían del humo que los envolvía.
Pero no todo era su mujer. Las alusiones del Comisario a ese oscuro personaje que había sido su yerno lo retrotrajo de pronto, como si despertara de un estado hipnótico, al día en que llegaron a la casa de Anselmo López y tuvieron que escudriñar, milímetro a milímetro, cada habitación con el Comisario, esgrimiendo la orden de allanamiento de un juez, para encontrar a su hija recluida en el propio dormitorio matrimonial de la pareja que todavía formaban con el fallecido. Había sido un verdadero escándalo al que su misma hija había puesto fin negociando la futura construcción y el manejo de un restaurante. Finalmente había huido con un mafioso de peor calaña que su propio ex yerno ¡Parecía mentira cómo la mala suerte se había ensañado con ella!
- Mire, ahí está – La voz ronca de Neptalí interrumpió los pensamientos de Monsivais. Dos luces amarillas que parecían corresponder a la caminata siniestra de un puma o de cualquier félido que avanzara agazapado en la tiniebla en pos de su presa descendían por la colina y se dirigían hacia el punto en el que ellos estaban estacionados. Todos los ojos expectantes vieron cómo el félido se convertía en vehículo y, enseguida, pudieron identificar una cuatro por cuatro de color oscuro que se confundía con el espesor de la negrura. El rodado estacionó a la misma altura de la ruta del otro lado, un hombre alto descendió e hizo dos parpadeos de luz con una linterna.
- Deje, yo voy- ordenó Neptalí a Monsivais ante un movimiento de éste y se bajó del auto. Cruzó rápidamente la cinta asfáltica y los dos bultos oscuros se unieron en un abrazo, el del hombre allí plantado y el de Neptalí. Estuvieron un rato gesticulando y produciendo un murmullo humano que se mezclaba con los chirridos de los pájaros nocturnos, los aullidos de los animales y los sonidos de todo tipo provenientes de la espesura. Por fin Neptalí regresó. Miró a Monsivais a los ojos.
- Tenemos suerte, Monsivais, su hija está aquí, en “Las Walkyrias”, sólo queda planear la estrategia.



Amilcar Luis Blanco  (Fotografía de Daniel Day Lewis y Steven Spielberg)

4 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el comienzo de esta narración, es verdad, cuando hay una enfermedad cruel, el mejor analgésico es la muerte, y es cierto que es el más caro, que pena que cueste tanto...está tambien la morfina, pero al final es la muerte misma...
    Mi padre se puso enfermo de la noche a la mañana, y duro un mes el 26 de julio del 2010 a las 2 de la tarde murió en mis brazos, su maná como digo en un poema que recientemente he publicado, fue la morfina, mañana y noche, en definitiva, era ese analgésico, llamado muerte...el más caro, y al alcance de todos.
    Gracias por ser y estar Amílcar.
    Feliz comienzo de semana.
    Abrazo

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  2. Muchas gracias Carmen, lamento muchísimo lo de tu papá. Feliz comienzo de semana también para vos. Un abrazo.

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  3. Me ha gustado mucho leerlo, a pesar de ser un triste tema. Gracias :)

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