domingo, 19 de octubre de 2014

CAPÍTULO TRIGÉSIMO NOVENO DE "LAS WALKYRIAS"

                                                     


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                                             Hay madrugadas en las que me siento como un lobo, una bestia, igualito que esa película en la que un médico pituco se tomaba un brebaje preparado en su laboratorio y empezaba a convertirse en un hombre lobo, en una bestia. Le empezaban a salir pelos, se le alargaba el hocico, los ojos se le llenaban de sangre y hasta le salían colmillos. Claro, esto es lo que me imagino para espantar el miedo cuando salgo a la noche de la villa para ir a Retiro. Es una fantasía como para defenderme, como para sentirme animado si alguien quisiera asaltarme o pegarme ¿Qué se yo? La otra mañana iba pensando en esto cuando vi que se me acercaban dos muchachos, les desconfié un poco y pensé: “voy a intentarlo con ellos”. Así que cuando estuvieron casi al lado uno dijo: “Señor”, “¿Qué?”, le contesté, pero, dando un alarido desgarrado y mirándolo con cara de furia. El muchacho, que venía con un cigarrillo entre dos dedos, seguramente para pedirme fuego, lo codeó al otro y salieron corriendo, se asustaron. Ahí me di cuenta de que la trampa funcionaba. También me di cuenta de que todos llevamos guardada dentro de nosotros una bestia y que en determinados momentos la podemos usar. El problema es cuando la bestia sale sola, como en la película, y no la podemos dominar. También se me ocurrió que vivimos en un carnaval en el que todos somos mascaritas, ocultamos nuestra cara verdadera, la que usamos de entrecasa o cuando estamos por quedarnos dormidos. Todos vivimos simulando. No digo que la cara de entrecasa sea siempre la de la bestia; a veces es la de un ángel porque nos sentimos pacíficos, tranquilos, cariñosos, sin ganas de pelear. Yo, Negra, cuando vos estás en casa me siento cariñoso. Estoy lleno de mansedumbre, de dulzura, como esos perros que mueven la cola al ver a sus dueños. Porque vos sos mi dueña, Edelmira. Quizá nunca te lo dije porque no soy de andar haciendo alharaca. Me da vergüenza, pudor, estar diciéndotelo. No tengo siempre esas palabras dulces, como golosinas, que tiene siempre para decirte tu patrona, Elena, que muchas veces se las escuché, y también a vos devolvérselas. También, si se habrán cambiado lindezas y otras fiestas con tu amiga de La Paz, con Malena. Yo comprendo que el viejo López la tenía mal, la trataba como la mierda, pero ella no se quedó atrás tampoco. No digo que sea una atorranta como otras, porque es una mujer bastante fina y culta, es la hija de nada menos que Jorge Monsivais, un señor en La Paz y en cualquier lado, pero, no se quedó atrás. Yo me doy cuenta Edelmira que vos no necesitás usar un lenguaje tan acaramelado conmigo como con ellas, porque nosotros nos conocemos desde que somos gurises, sabemos de dónde venimos y todo acerca de nuestras familias, porque, además, vos siempre me has respetado y yo a vos, pero, a veces me gustaría ser alguien importante para vos ¿Qué se yo? Un tipo de guita, alguien que hubiera estudiado, un profesional, porque si ese fuera el caso vos me considerarías más, estarías orgullosa de mí. Quizá dirías:” ahí está mi marido que es médico, o abogado, o ingeniero, o dueño de esa tienda, ve”. O,” no, yo no trabajo, mi marido no me deja faltar nada”. Incluso, Negra, podríamos adoptar algún gurí o gurisa, vivir en La Paz, viajar. En fin ¿Qué no se tiene con guita, no? Por eso es que dentro de mi, infinidad de veces, me siento lobo y algunas veces lo saco afuera”.-

Amilcar Luis Blanco  (Ilustración para "El extraño caso del doctor Jeckill  y Mister Hyde" por Mauro Cascioli)



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