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Malena Margarita Monsivais de López averiguó que su romántica huida del
hogar conyugal con su amante era en realidad un secuestro a raíz de que éste se
demoró más de lo debido en una conversación telefónica en el locutorio del
hotel cinco estrellas, en la
Ciudad de Asunción del Paraguay, a la que habían llegado.
Entonces, urgida por la necesidad de olerlo, de aspirar el fresco aroma a
lavandas que lo rodeaba, de besarlo y de animarlo a que ocuparan cuanto antes
la suite del hotel, después de un viaje agotador, se acercó a la cabina en la
que el hermoso joven hablaba. Lo hizo sigilosamente, a sus espaldas, para que
él no pudiera verla y sorprenderlo. Pensaba ponerle sus manos como un antifaz y
posar los labios sobre su cuello, pero, al intentarlo, la sorprendida fue ella.
-
Muy sencillo, si usted no entrega los quinientos mil pesos conforme a mis
instrucciones, a su querida Malena no la ve nunca más – decía la voz de su
amado con la misma seguridad de timbre y tono que le había escuchado tantas
veces al confesarle su amor.
Apenas
pudo volverse, temblorosa, y caminar rápidamente hacia el baño para pensar qué
hacer. El toillete no tenía, como los de las películas, una ventana para escapar
y tuvo que salir a la recepción para comprobar que él la esperaba celosamente,
a escasos metros de la puerta. Le sonrió y la besó y ella respondió a su
efusividad. Debía esperar su oportunidad, pero ahora sabía que era su cautiva.
-
Hoy la pasamos en el hotel. Mañana te llevo a mi casa como lo planeamos – dijo
su raptor.
-
¿Queda muy lejos?
-
Unos pocos kilómetros.
-
¿Cuántos?
-
Serán unos cien, no te preocupés. Hoy la pasaremos de maravilla, vamos a cenar
en el restaurante, con show y todo, después a la camita.
-
¡Perfecto! Pero primero subimos para bañarnos, cambiarnos y etcétera ¿o no? –
dijo Malena.
Su
amante secuestrador sonrió. Se sentía pleno y radiante. Lo tenía todo pensado.
Si don Anselmo López, el marido de Malena, creía que se trataba de un auto
secuestro como le había parecido y no pagaba la suma exigida, su mujer
trabajaría en el burdel con las demás pupilas hasta cubrir la suma, descontados
los gastos, las ganancias del patrón y los intereses. Lo cual podría llevarle
el resto de su vida útil como mujer atractiva y apetecible. Tenía veinticinco
años pero su rendimiento como puta dependería de cómo se adaptara a la nueva
vida. A algunas de las internas, que habían sido llevadas a ese lugar
engañadas, lo mismo que Malena, el sometimiento las marchitaba prematuramente,
a otras, les sentaba bien y, aunque se volviesen cínicas, irónicas y hasta un
poco engreídas, se ponían provocativas, brillantes, atractivas, ingeniosas y
encendidas de lujuria, como si quisiesen arrancarles a sus destinos maltrechos
todos los placeres que no obstante pudieren todavía rendirles. Era una especie
de rebelión hasta contra Dios mismo. A Roberto le pagaban la misma suma que
había exigido a don Anselmo López por mujer entregada, de modo que todo lo
demás le importaba muy poco.
Por
su parte Malena, obsedida por un pánico interior inédito para ella, a partir
del siniestro descubrimiento, pensó que debía tratar de serenarse. En primer
lugar, para ganar tiempo, no demostrar que se había enterado de los verdaderos
propósitos de su aparente festejante, en segundo considerar las alternativas
que tendría hasta el día siguiente. En la primera que pensó, un poco
atolondradamente, fue en la de llamar al teléfono que su amiga de muchos
veranos, devenida en amante, Edelmira, le había dado en Capital, propósito que
cumpliría una vez que él estuviese en la suite, bajo la ducha, desde el mismo
teléfono que allí habría. Si él la sorprendía hablando le diría que lo hacía
con una amiga.
Era
obvio que no podría llamar a Anselmo, porque éste estaba al tanto por lo que
había escuchado y si ella le confirmaba que había sido secuestrada, pensó, al
igual que su secuestrador, que su marido no dudaría ya que se tratara de un
auto secuestro para sacarle plata. Menos todavía podía llamar a sus padres, a
no ser para no preocuparlos y decirles que todo iba bien; era gente de bastante
edad y problemas y semejante noticia podría resultarles fatal.
Así
que cuando estuvieron en la suite y comprobó que sobre una coqueta mesita había
un elegante teléfono disminuyó un poco su intranquilidad. Más tarde, mientras
su siniestro festejante se deleitaba bajo los potentes chorros tibios de la
ducha, Malena, transpirando, no obstante el aire acondicionado, hacía sonar el
teléfono en el departamento de Elena en el barrio de Palermo en Buenos Aires, a
casi tres mil kilómetros. Pero en ese mismo momento Elena viajaba rumbo a Mar
del Plata embelesada junto a Malva. Cuando desde el lejanísimo contestador la
voz de Elena terminó de explicar que no estaba en casa y pidió que le dejaran
el mensaje, Malena, como si recitara, dijo su nombre y apellido, pidió perdón a
la desconocida y ausente interlocutora, explicó que era amiga de Edelmira y que
había sido secuestrada y el lugar en el que se encontraba en Asunción. Hizo
saber también que viajaría cien kilómetros con su captor y que todavía
desconocía el nombre de su lugar de destino, pero que lo comunicaría en una
próxima llamada. Cuando cortó, su atlético y joven nuevo dueño ponía un pie
fuera de la bañadera mientras silbaba el tango “Pasional”.
Antes
de secarse la llamó y la invitó a entrar con él en la ducha. Malena tuvo que
soportar que la recorriera con sus labios y mostrarse agradecida y devolver
sobre su elástico cuerpo de doncel las mismas atenciones. Por supuesto, sin
poder relajarse, fingiendo y procurando imitarse a sí misma antes del
desengaño, cuando devoraba con placer y lujuria lo que él le ofreciera. Después
de haber sentido que él llegó a su clímax simuló su propio orgasmo lo mejor que
pudo. Cuando bajaron a la dilatada recepción y caminaron hacia el lujoso
comedor del restaurante se veían como una rutilante pareja en su luna de miel.
Estaba
profundamente arrepentida por haber cedido a sus tentaciones y haberse dejado
llevar por el joven apuesto que decía llamarse Roberto y a cuyo coche de
primera marca había subido varias veces, engolosinada. Ahora, el alfa romeo
verde botella se desplazaba por una carretera estrecha flanqueada por selva y
su luminosidad de espejo la hería. Malena había dejado su celular en su casa de
La Paz , como si
lo hubiera olvidado, por consejo de Roberto, para que su marido no pudiera
ubicarlos. Había retirado antes de salir de La Paz todo su dinero con la tarjeta y también la
había olvidado sobre la mesa de luz. Había cumplido todos estos actos antes de
su fuga mientras don Anselmo López estaba ocupándose de abrir el restaurante
que ella le había hecho construir. Ahora, mientras el coche avanzaba entre
árboles y arbustos hacia su incierto destino, reprimía el llanto.
Recordaba
a Edelmira y trataba de apretar su imagen en la mente aferrándose a ella como a
un madero en un naufragio. Todo dependería de esa señora para la cual su amiga
trabajaba y de la rapidez y prudencia con la que esta desconocida mujer se
desenvolviera.
Para
cuando Elena pudo escuchar el mensaje habían transcurrido ya quince días,
durante los cuales la luna de miel de Malena Margarita Monsivais se había ido
transformando en el resignado ejercicio de la profesión más antigua. De su
incursión en la misma la secuestrada señora tuvo los primeros barruntos cuando
advirtió que la casa de Roberto era demasiado suntuosa, desplegada en una
inusual cantidad de habitaciones y exageradamente bien guardada. Estaba rodeada
por un muro perimetral de por lo menos siete metros de altura, coronado por un
rollo ininterrumpido de alambre empuado y vivificado, en toda su metálica
extensión, por una corriente eléctrica de más de doscientos veinte voltios que
fulminaría instantáneamente a cualquier osado escalador que se atreviera a
tocarla, según la ilustraron más tarde y con todo detalle, cuando se presentó
el tema.
Sus
sospechas de que para mantenerla únicamente en cautiverio eran demasiadas las
finezas y linduras del enorme living y recepción, que asemejaban la supuesta casa de su novio a un
hotel de lujo, se vio confirmada cuando conoció a las restantes usuarias de tan
fabulosas comodidades. Eran todas mujeres jóvenes, bonitas, en ropas ligeras,
elegantes, insinuantes, verdaderamente provocativas, y dentro de sus
transparentes, translúcidos y coloridos
pliegues, sus usuarias se movían con la mas absoluta libertad y parloteando
entre ellas como si vivieran una fiesta permanente. La recepción se continuaba,
con lo que parecía ser, y en realidad después confirmó que era y funcionaba
como tal, el salón comedor de un gran restaurante. Las mesas de diferentes
formas y tamaños se orientaban de modo que sus circunstantes pudieran torcer
las sillas hacia un escenario de boca bastante dilatada a cuyas orillas se
extendían, además de las luces, las irregulares formas alongadas de una barra
con pasillo intermedio y bancos redondos a su lado, de modo que los potenciales
clientes – Malena y Roberto llegaron a la hora de la siesta y en ese momento no
había nadie -, pudieran beber y paladear los tragos y cócteles que sus
caprichosos deseos les sugirieran. En el centro del escenario había un caño de
insospechable protagonismo en los espectáculos de streap tease.
El
desengaño acerca de la posible rentabilidad del ensayado secuestro respecto de
las partes involucradas sobrevino, de modo irrevocable, tras la segunda charla
telefónica que el secuestrador mantuvo con el esposo de su víctima.
-
Muy sencillo – repitió entonces la voz de Roberto, obligada a sonar tranquila y
concluyente –entonces no la verá más – Se refería naturalmente a Malena.
-
¡Dios lo oiga! – exclamó la voz de trueno de su consorte, de timbre y calidad
cavernosa, del otro lado de la línea, en forma todavía más concluyente. Y
colgó.
Así
que Malena Margarita Monsivais quedó librada a la indignación de su, hasta hacía
poco, enamorado caballero quien, con su rostro rojo como un clavel, volvió a la
mesa en la que lucían la gaseosa que había pedido para ella y el whisky que
había pedido para él y a responder a las preguntas que, tratando de contener y
controlar su ansiedad, Malena comenzó a dispararle desde que vio que los
enormes portones, con vigilancia de macizos hombres provistos de
intercomunicadores, se cerraron detrás del espejado alfa romeo verde botella
cuando, sobre el giro de sus flamantes neumáticos y el sendero de balasto,
produciendo un agradable sonido a lluvia, ingresó a la propiedad. “Pero, esto
es una mansión” le había comentado ella tratando de halagarlo, mostrándose
deslumbrada, y para que no sospechara que estaba al tanto de sus intenciones.
Después, cuando ya entraron a la recepción y acudió personal a asistirlos, le
había dicho, sonriéndole: “Ya se, sos propietario de este hotel de lujo en la
selva”.- Él respondía con leves movimientos de las comisuras de sus labios que,
de no haberse producido, juntamente con el parpadeo reflejo que mantenían diáfanos
sus azules ojos, hubieran hecho pensar a cualquier observador que estaba
muerto. De modo que cuando regresó con la piel de su rostro arrebatada por el
calor del despecho que don Anselmo López le había inspirado con su desaprensiva
respuesta, había agotado el escaso arsenal de sus buenas maneras, ya no
necesitaba mentir.
-
Mirá, mi amor, te traje aquí para devolverte a tu marido si este me pagaba una
suma de dinero, o sea, estás secuestrada. Pero, como el imbécil de tu marido no
está dispuesto a pagarla, a mí alguien me tiene que resarcir los gastos y la
única que puede hacerlo sos vos.
-
¿De qué manera? – inquirió entonces Malena sin que la voz ni el cuerpo le
temblaran.
-
¡Ah, estás muy tranquila!
-
Sí, no estoy sorprendida porque escuché tu conversación con mi marido en
Asunción. Estoy además segura de que el hijo de puta no te creyó. Pensará que
es un auto secuestro y que le quiero sacar guita.
-
Muy bien, veo que lo conocés. Dejemos entonces este tema y pasemos a considerar
la forma de devolución. Como habrás visto, aquí hay otras señoras y señoritas
de todo tipo y con un común denominador…
-
Sí, sí, son todas hermosas…
-
Hermosas putas, sí señora. Vos vas a ser una más, integrarás el elenco. A mí me
pagaran una bonita suma por tu hermoso culo. No te diré cuánto, pero sí que, a
fin de que a tu comprador le resulte rentable su inversión, tendrás que ser
amable y prodigarte con los caballeros que te elijan como compañera de cama
¿Okey?
- Okey.
-
¡Epa, epa, epa! ¿No hay ninguna protesta?
Malena
Margarita Monsivais lo miró con odio pero sin pronunciar palabra. Había nacido
en ella otra mujer a la que nunca había conocido. De pronto la vida se le
reveló o desocultó, desnudándole todos sus misterios, como un siniestro juego
sin cuartel, sin escrúpulos, ni perdones. Sintió que habría que jugar ese juego
hasta el final de la partida. Esa sensación que todos solemos tener de que el
alrededor, el total de la vida y el mundo e incluso el tiempo que estaremos del
lado de la luz, por su desmesura, complejidad e imprevisibilidad, no puede
cifrarse en el destino inmediato de nuestros actos, quedó de pronto aplazada.
No había destino ni sentido alguno que fuera trascendente, todo sería en
adelante inmediato. Todo se reduciría a saber jugar un juego y a ejecutar
fríamente los pasos para llegar a una meta, ganarlo. Esa sería la única meta.
-
Mi primer seducido fuiste vos – dijo de pronto mirándolo a Roberto y
dibujándole un beso sobre el que posó la yema de un índice para, enseguida,
suavemente, colocarlo en la boca de él.
-
Te equivocás, vos fuiste la seducida – corrigió Roberto.
-
¿Cómo podés estar tan seguro? ¿Qué te hace pensar que entre vivir aquí,
atendida como una reina, encamándome con tipos que en la mayor parte de los
casos deben ser encantadores, o subsistir con el neurótico avaro asqueroso de
mi marido, en ese pueblo de mierda, elegiría lo último?
-
¡Ajá! Me sorprendés, así que sos una puta hecha y derecha – Roberto llevó el
vaso de whisky a sus labios y bebió mientras le guiñaba un ojo.
- Todas
las mujeres somos putas en potencia, sólo hay que darnos la oportunidad ¿Qué te
pudo haber hecho pensar que no era así?
-
Pensé que quizá te habías enamorado de mí, suele ocurrir.
-
Sí, sí, es cierto. Pero no es mi caso.
-
Entonces yo he sido el engañado, merezco un desagravio. Antes de que te
presente a la regenta del establecimiento y a su dueño, a quienes les consigo
el personal, te habrás dado cuenta que soy, en cierto sentido, como una
consultora, antes de eso, decía, podés dejarme gozar de algunos favores más.
Ellos van a pensar que te estoy haciendo un trabajo de ablande. Rara vez las
chicas se resignan tan rápido a sus nuevos destinos como vos. La mayoría de las
que he traído me ven como un canalla, me odian y, si pudieran, me clavarían
varias cuchilladas. En cambio vos parece que me agradecieras por haberte
cambiado la vida, ¿o me equivoco?
-
No te equivocas. Y vamos, vamos al que será mi nido de delicias. Estoy
impaciente.
Roberto
se incorporó y caminó seguido por Malena hasta la recepción, secreteó allí
brevemente con un conserje de uniforme verde, pelo rubio y lacio, porte
atlético, aspecto de alemán, al que llamó Vladimiro, que relojeó a Malena de
arriba abajo. El hombre descolgó una llave de un gancho encima de una de las
por lo menos cincuenta casillas de madera a sus espaldas, seguramente la que
correspondería a la habitación que le habrían asignado, y la entregó a Roberto
haciendo una corta y sonriente reverencia con una rápida mirada que los abarcó
a ambos y pareció continuar enseguida con la lectura de un impreso sobre el
mostrador.
Malena
escoltó intrigada los pasos de Roberto, primero ascendiendo por una rumbosa
escalera que desembocó en lo que era el primer piso del edificio, después,
caminando sobre la espesa alfombra beige que tapizaba el piso de un ancho
pasillo, por último, deteniéndose frente a una puerta con marqueterías en
madera lustrada y con herrajes dorados. Ingresó a una amplia y luminosa estancia
en cuyo centro había una enorme cama con forma de corazón, cubierta por una
colcha roja y guarnecida por un baldaquino de cortinas arremangadas y recogidas
a sus costados y que pendían de un espejo colgante sujeto al techo por lo que
adivinó serían gruesos cables de acero. La habitación tenía tres niveles
circulares que le daban al conjunto, contemplado desde su pequeño vestíbulo de
entrada, el aspecto de un anfiteatro. En efecto, estaba también pensada para
ocasionales voyeuristas, espectadores, amantes de la contemplación y, a fin de
no martirizar sus posaderas, había blandos y robustos almohadones, sillones,
pufs, aquí y allá. Comprobó también la existencia de pequeñas e indiscretas
cámaras de video. El baño, a un costado, con puertas de vitrales transparentes,
un ambiente destinado a toillete, ducha y sauna y el otro al inodoro y bidet,
era de un lujo asiático.
- ¿Y, qué te parece? – quiso saber Roberto después que Malena se paseó un rato curioseándolo todo, deteniéndose ante los adminículos y juguetes, consoladores de distintos tamaños y diseños, cuerdas con cuentas, latiguillos y objetos de todo tipo que poblaban repisas y anaqueles de los nichos iluminados en colores y de fondos con espejos que había en las paredes. Se internó también dentro de un vestidor con vestidos y zapatos expuestos y cajones que contenían pañuelos y prendas de lencería fina.
- ¿Y, qué te parece? – quiso saber Roberto después que Malena se paseó un rato curioseándolo todo, deteniéndose ante los adminículos y juguetes, consoladores de distintos tamaños y diseños, cuerdas con cuentas, latiguillos y objetos de todo tipo que poblaban repisas y anaqueles de los nichos iluminados en colores y de fondos con espejos que había en las paredes. Se internó también dentro de un vestidor con vestidos y zapatos expuestos y cajones que contenían pañuelos y prendas de lencería fina.
-
El paraíso de los erotómanos y sexópatas – dio su primera impresión Malena.
-
Y también de sádicos, masoquistas y perversos – completó Roberto – Si vos
vieras la habitación destinada a las perversiones…
-
Me imagino ¿Y los y las homosexuales, gays, lesbianas, se admiten también?
-
Acá viene todo tipo de gente, nena. Y los tenés que atender a todos. Te cuento,
el dueño del lugar, Arquímedes Portobello, un excéntrico, sólo se deja tocar
por la mamá de Vladimiro, apodada la Walkyria , la madama y jefa de todas las putas,
una teutona de tetas enormes, finos tobillos, pantorrillas y muslos gruesos,
cintura estrecha y culo poderoso, pese a sus más de sesenta años, delatados no
obstante, debo decirlo, por las arrugas en su rostro que el espeso maquillaje
no alcanza a camuflar. La mujer tiene un secreto: se mueve a un costado y a
otro mientras las puntas de sus pezones y las gruesas y pesadas tetas golpean
los pies, las piernas y las rodillas hasta que llegan a los testículos de su
agasajado. Después de varias arremetidas contra el bulto comienza su mamada. Te
digo, es irresistible.
-
¿Lo sabés por experiencia propia?
-
Naturalmente. Después que Portobello me lo contó, no paré hasta conseguirla.
-
¿Te cobró?
-
¿Eso qué importa?
-
Simplemente, quería saber. Como vos sos un pendejo y ella una puta vieja…
-
Eso no tiene nada que ver acá. Acá los servicios se cobran al contado, todos,
sin excepción.
Malena
rodeó a Roberto con sus brazos, mordió suavemente el lóbulo de su oreja
izquierda y hundió la punta de su lengua en el centro de caracol de su pabellón
externo.
-
¿Y a mí, cuánto me vas a pagar?
-
Hoy, nada, es una invitación, ¿o no?
Malena
sentía que estaba superando o sobreponiéndose a su rencor, una frialdad gélida,
ártica, iba ocupando su mente. Si había que seguir ese juego para recuperar la
libertad como ganancia suprema, aunque ya no se pudiera sentir ilusionada, lo
que liquidaba su anterior sentimiento de amor por Roberto, debía lanzarse con
apetito, con deseo, con ganas, a satisfacer su propia libido, a disfrutarla,
así como un preso – pensó – debe devorar con parejo apetito todas las comidas
que se le presentan, para no desnutrirse y morir. Envolvió a Roberto, además de
con su abrazo, con una de sus piernas hasta derrumbarlo sobre el cardíaco
lecho. Rodó con él besándolo, internando su lengua, todavía seca, en la
profundidad de la otra lengua, hasta que las dos fueron un único, blando y
húmedo apéndice y las conciencias de ambos no pudieron distinguir quién era quién.
Esa confusión de identidades corpóreas produjo la inevitable secuela del mareo
de las dos subjetividades que pugnaron para satisfacerse ya sin establecer
fronteras morales entre ellos. A la hora de dar gusto a los instintos los
juicios de valor desaparecen y los sentimientos se eclipsan. Cuando terminaron,
pese a que había intentado dejar de fumar hasta ese día, Malena le quitó a
Roberto el cigarrillo que él había encendido para su propio consumo y aspiró
una profunda pitada.
-
Encendete otro, este me lo quedo, me va a ayudar a pasar al instante siguiente
– le dijo a su secuestrador, sin sonreírle.
-
Acá, entre la heladera y el bargueño, tenés todas las marcas – indicó Roberto.
Me visto y te espero abajo. Te voy a presentar a tus patrocinadores.
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Jack Vettriano y Arte digital por Gustavo Vázquez King respectívamente)
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