sábado, 27 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO DE "LAS WALKYRIAS"




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                                                                - Somos walkyrias – dijo Sonia. Eran las cuatro de la mañana, ya no quedaban clientes y Malena la había invitado a su habitación a compartir un whisky. Le hizo el comentario mientras se desperezaba extendida sobre el lecho corazón.
- Somos espectros, o sea, sombras, desprendimientos de nosotras mismas, de lo que creemos que somos o fuimos. Así me siento ahora que estiro los huesos de mi cuerpo.
Malena se echó a su lado. Las dos yacían desnudas bajo sus batas de color verde agua, casi blancas, translúcidas.
- A ver ¿Por qué lo decís? – inquirió Malena pasándole la punta de los dedos de su mano sobre la frente para arreglarle parte del flequillo que caía hasta sus cejas espesas, casi cubriéndole la mirada celeste.
- Lo digo porque jamás he conseguido nada de lo que me propuse en la vida y, además, por verme como me veo y por considerarme la única culpable de estar aquí, convertida en esclava
- ¿Cómo llegaste aquí?
- Como una estúpida mimada y consentida, porque esa era yo. Mis padres, permisivos hasta la manija, jamás me prohibían nada y yo le daba, yo seguía, cada vez más. En vez de elegir lo bueno, aunque resultara un poco sacrificado, elegía lo fácil. Ir a bailar y volver a la madrugada todo lo que podía, tener la mente vacía Hasta que decidí viajar a la Capital, yo era de Benavidez, una localidad del interior, mi padre, médico, no me hacia faltar nada. Estaba bien, pero, como te digo, vi un aviso en el diario, pedía chicas con vocación para ser bailarinas, modelos o actrices, fui, era una academia, me sacaron fotos en todas las posiciones, después dijeron que me aceptaban, que ellos eran los agentes de relaciones públicas de la agencia y que debíamos hacernos conocer. Así, nos invitaban a homenajes, agasajos, reuniones sociales, nos presentaban tipos, empresarios, influyentes, según ellos. Les debíamos seguir el tren, hacer de acompañantes, aceptarles las invitaciones, los regalos. Mi salida fatal de Argentina se produjo cuando acepté la invitación de un ejecutivo colombiano que me llevó a Bogotá de dama de compañía. Se fue del hotel de golpe dejándome sola, la agencia pagó mi cuenta pero quedé comprometida a prestar servicios para devolverles el préstamo, serían servicios de relaciones públicas. Mientras tanto, como una idiota, de fiesta en fiesta, comencé a fumar marihuana, me hice adicta, tenía que disponer de efectivo para adquirir los porros. Así fue que empecé a cobrar mis servicios que no sólo eran ya de relaciones públicas sino también de relaciones privadas.
- O sea, como dice el tango, “vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente, berretines de bacana que tenías en la mente”- Malena se arrepintió de su comentario, que medio cantó, cuando advirtió, levantándole el flequillo que tendía a caerle sobre los ojos que una lágrima rodaba sobre la mejilla de su amiga.
- ¡Eh, loca, pará, no te pongás tan mal, no llorés! Era un chiste.
- No, no, si tenés razón.Me convertí en lo que ahora soy, una puta cualquiera Aquí caí por un empresario que me alzó de Buenos Aires y me trajo a Asunción. Me pagó un toco antes, pero del aeropuerto de Asunción me cargó en un helicóptero que me dejó acá y ahí sí comencé a trabajar a reglamento.
- ¿Pero, y tu papá médico, tu familia?.
- Con ellos perdí contacto hace mucho. Desde Buenos Aires cada tanto los llamaba, hasta que un día, en vísperas de mi viaje a Bogotá, discutí mal con mi vieja por teléfono y terminé mandándola al diablo y cortamos relaciones definitivamente. Ella me contestó con su orgullo herido que no quería verme nunca más ¿Qué se yo? Calculo que después me habrán buscado, quizás todavía me estén buscando.
- ¿Y qué vas a hacer ahora?
- ¿Qué podría hacer, qué se te ocurre?
- No se.
- Yo si se, podríamos pasarla muy bien.
- ¿Cómo?
- Esperá – Sonia se incorporó y abandonó la habitación. Malena se quedó un rato pensando si seguirla o no. Antes de que lo decidiera, Sonia reapareció, traía en su mano un objeto transparente de color encarnado. Se lo arrojó a Malena sobre la falda. Malena se encogió en un movimiento reflejo, pensó en un bicho desagradable.
- ¡Guacha! – gritó - ¿Qué es?
- Miralo.
Malena observó el objeto encarnado y transparente. Por fin se dio cuenta de que se trataba de un consolador.



Amilcar Luis Blanco ("El beso de la walkyria" de Hans Markat.- "Las dos amigas", cartón pintado por Toulousse Lautrec) 

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