sábado, 13 de septiembre de 2014

CAPÍTULO DÉCIMO NOVENO DE "LAS WALKYRIAS"





                                                               19

                                                    - ¿Hacés masajes? – preguntó el hombre de aspecto agobiado y cuerpo grueso, le pareció avejentado, casi un anciano.
- ¿Por qué no? – se atrevió Malena y, como nunca antes, sobre don Anselmo no había puesto jamás ni un dedo, colocó decidida sus dos palmas sobre los hombros duros de su primer cliente. Comenzó enseguida a masajearlo dejando deslizar las manos arriba hasta el nacimiento de sus orejas y abajo hasta el nacimiento de los brazos.-
- Esperá un momento – pidió enseguida interrumpiéndose. Fue hasta el botiquín del pulido baño de su suite en el que le parecía haber visto un pote de vaselina sólida. No se equivocó, allí estaba, lo tomó, desenroscó la tapa, metió los dedos en la untura amarillenta y rascó una lonja gelatinosa que retuvo, corrió hacia su cliente que yacía boca abajo sobre la cama y reanudó el masaje, ahora aceitado, llevando sus manos empastadas de dedos largos sobre los omóplatos peludos. El hombre suspiró. Malena prosiguió descendiendo todavía más, hasta la gruesa cintura y el beneficiario de sus caricias dejó oír una especie de relincho con ronquido. La novel masajista fue algo más allá. Se montó sobre los glúteos del cansado caballero y comenzó de nuevo el paseo de sus pringosas palmas apoyándole ahora el leve peso de su cuerpo. El piloso señor bufaba, a cada arremetida gemía con un timbre de tronco que se partiera y de aullido conmovedor. Malena pensó en un oso malherido al que le estuviese quitando el dolor de una gran espina. A medida que el ritmo de sus masajes y el vaivén de su pelvis sobre las nalgas gruesas y lanudas de su primer cliente aumentaban, los agudos chillidos se aceleraban también y eran acompañados por un jadeo cada vez más apremiado. Hasta que por fin el zarandeado cuerpo estalló en una convulsión de la que desbordó o se disparó una retahíla de toses y carcajadas que le dieron a entender a Malena que había cumplido su primer compromiso con la casa.
Después que el hombre se incorporó pareció rejuvenecido. Sonriéndole,  le alcanzó a Malena un billete de cien pesos, a manera de propina, porque el servicio costaba doscientos y se pagaba antes de subir con la dama elegida, bajando su cabeza y mirándola para que aceptara, lo que Malena no dudó en hacer. Ella le dijo:
- Muchas gracias, millones de gracias, sos un gentilhombre.
- Y vos una gentilísima mujer ¿Cómo dijiste que te llamás?
- Malena
- Como la del tango.
- Así es.
- Aquí todas tienen nombres poéticos, como el del lugar – comentó el hombre.
- ¿A ver, explicame por qué?
- Bueno el lugar se llama “Las walkyrias” y las walkyrias, en la mitología germánica, eran vírgenes mensajeras del Dios Odín, seres sobrenaturales que se encargaban de señalar a los guerreros que habían de morir en el combate y los trasladaban al Walhalla que, a su vez, en la religión nórdica, era la mansión de los héroes y de cuantos morían con honor en el combate.
- O sea que en esta casa ustedes vienen a ser los héroes y nosotras las vírgenes sobrenaturales que los transportamos – concluyó Malena.
- Ni más ni menos – completó el hombre mientras terminaba de acomodarse el saco que Malena había ayudado a colocarle. Le guiñó un ojo, le sonrió de nuevo y la besó apenas.
El caballero le resultó simpático, refinado y estoico en cuanto a sus necesidades eróticas, pero, lo más importante, le reveló el nombre del lugar.
Ella no quería dar a entender a nadie que estaba ansiosa por saber el nombre del lugar y su ubicación para poder comunicárselos a quienes – pensaba – la rescatarían. Si le hubiera preguntado a Roberto, a la walkyria, a Arquímedes o a cualquiera de sus compañeras, hubieran comenzado a sospechar de ella y extremado la vigilancia sobre todos sus movimientos.
Después de despedir a su primer cliente, se bañó, se perfumó y volvió a cambiarse. Bajó enseguida a la recepción. Doña Walkyria, cuya figura se duplicaba hacia abajo en el piso de mármol como en un espejo, desnudándole unas sólidas piernas sin el menor asomo de una várice, estaba del brazo de un hombre, bastante mas menudo que ella, que la señaló. Después de que, a raíz del ademán de su acompañante, su madama la cabeceara como en un baile, Malena entendió que subiría inmediatamente detrás de ella y con destino a su suite. Así que comenzó a ascender de nuevo despacio, sonriéndose y dándose vuelta para asegurarse de que la seguía.



- Rafael Mitotán, a sus órdenes, queridísima señora – saludó el recién llegado, una vez adentro de la habitación. Era un hombre sesentón, de bigotes a lo Dalí y escasa estatura, casi totalmente calvo a no ser por una pareja cortina de cabellos tordillos que arrancaban en la parte media de su cráneo y caían hasta sus hombros. Se quitó el saco y lo extendió aparatosamente hacia Malena, quien lo recibió sonriente.
- ¿Puedo tener el placer de sentarme? – preguntó después.
- Pero como nó, caballero, por supuesto.
El señor Mitotán se sentó, cruzó una pierna encima de la otra y alisó su pantalón. Dejó ver sus medias de seda negra y sus mocasines charolados. Miró a Malena a los ojos un instante.
- Usted es nuevita, ¿o me equivoco?
- Así es, no se equivoca.
- ¿Nacionalidad?
- Argentina.
- ¿Argentina, argentina? – pareció interrogarse el hombre- Sí, sí – se respondió enseguida – he conocido y también tenido amores con una azafata argentina.
- ¿No me diga?
- Se lo estoy diciendo, señora mía – se fastidió brevemente el recién llegado – También le digo, respetuosamente, que he intimado con azafatas francesas, inglesas, alemanas, italianas, españolas y hasta turcas.
- No se qué decirle.
- No me diga nada. Yo tenía una hermosa cabellera, larga, azabache, con ondas amplias – explicó Mitotán, pasándose la mano a mínima distancia del casco de su cabeza desnuda. Hizo enseguida un silencio durante el cual escudriñó atentamente las pupilas de su elegida de hacía un momento. Malena no se atrevió a decir esta boca es mía.
- A mí, las jóvenes, chicas de no más de dieciocho, me buscan, me adoran. Todas están locas con mi cabellera – aclaró- ¿Tenés cigarrillos? – preguntó enseguida.
- Sí, como no – dijo Malena y fue hasta el mueble -¿Cuáles te gustan?
- Rubios, largos, con filtro, por supuesto mi amor – precisó Mitotán, efectuó un movimiento de nuevo cruzamiento de piernas y llevó sus palmas hasta la rodilla. Tomó con los labios la punta de filtro del cigarrillo que le alcanzó, solícita, Malena. Enseguida también le acercó la llama del encendedor. Mitotán aspiró una larga bocanada para encender el cigarrillo, una especie de suspiro de humo que sólo exhaló después de unos segundos.
- ¡Ah, ah, queridita mía! Tengo que escaparle a mi señora. Ella está muy atenta.
- ¿Celosa, seguramente?
- ¡Ah, ajá! – Volvió a exclamar Mitotán mientras suspiraba su segunda pitada y la retenía – Celosa como hay pocas – se sonrió con suficiencia – A mí me persiguen. Yo soy dueño, ¡bah! tengo la concesión, de todos los kioscos de diarios y revistas del aeroparque de Buenos Aires y del aeropuerto de Ezeiza.
- ¡Ah! ¿Qué me dice? Debe facturar muy bien usted – se admiró Malena.
- ¡Fortunas, imagínese! – se encogió de hombros Mitotán. Enseguida agregó:
- Pero lo que más me mata a mí son las mujeres, las chicas, me tienen loco.
- Mire si usted no hubiera perdido el pelo – se atrevió a comentar Malena.
- ¿Perdido? – se sorprendió Mitotán. Malena quedó en suspenso, observándolo.
- No señora. El pelo me lo corto yo, me lo hago afeitar por una estilista que también está loca conmigo y que le da esta forma. Vea – explicó Mitotán e inclinó la porción de su calva hacia los ojos de Malena para que pudiera verla mejor.
- Le queda muy bien – aseguró Malena después de dejarle advertir que la había mirado.
- Pero claro, mijita, si ya lo sé – corroboró Mitotán asintiendo con la cabeza y sonriendo, plácido, mientras, con leves golpecitos de su índice sobre el cigarrillo, sacudía la ceniza del penacho gris que se había formado en su extremo y el polvillo caía como una nieve sobre el piso alfombrado. Enseguida aspiró otra pitada.
- Yo soy así – afirmó – Como usted me ve, ni más ni menos. No quiero ni nunca quise ser más, pero tampoco menos.
Malena se impacientaba.
- ¿Qué vamos a hacer, quiere hacer algo? – preguntó por fin.
- Tranquilícese, señora, o señorita, o voy a pensar que usted también me quiere perseguir – dijo Mitotán y sonrió de nuevo.
- Yo estoy aquí, usted está allá, enfrente. Los dos estamos tranquilos, conversando. Yo le estoy contando mi vida porque recién la conozco. Todavía le dije muy poco. Mire, yo soy casado, vivo con mi señora, nuestros hijos están en el exterior: Norteamérica, Francia, etcétera. Aunque a usted le parezca mentira yo alquilo y siempre alquilé…-confió Mitotán y se quedó mirando a Malena a fin de registrar, según le pareció a ella, el efecto que le producía su revelación.
- Qué raro que nunca compró, una casa, un departamento – dijo Malena por decir algo. Desde luego la historia de este extraño señor no le interesaba en lo más mínimo.
- ¡Vió, vió, ahí la quería agarrar!- se animó Mitotán y los ojos se le encendieron – Todo el mundo que se entera que alquilo comenta lo mismo y yo les digo a todos ¿Por qué, para qué comprar?
- Bueno, usted tiene los quioscos a su nombre – objetó Malena, siempre por decir algo.
- ¡Já, Jaá! Eso es lo que usted cree, querida señora – sonrió, triunfante, Mitotán, y se irguió, arqueó las cejas.
- ¿Ah, no es así? – devolvió Malena. El fastidio había migrado hacia la curiosidad y ahora ya se le iba convirtiendo en diversión.
- ¡Pero qué esperanza! – se inclinó Mitotán hacia ella como para hacerle una confidencia importantísima – Yo tengo todos mis quioscos, todos mis puestos, a nombre de testaferros ¡Faltaba más!
- ¡Bueno, bueno, pero eso sí que es un gran riesgo!- opinó ahora Malena ante la mirada absorta de su contertulio. Ya quería divertirse discutiéndole un poco.
- ¿Pero por qué, mijita, por qué? – preguntó Mitotán. Su expresión había pasado del asombro al pánico.
- Simplemente porque se pueden quedar con todo.
Esta afirmación pareció caer sobre la mente de Mitotán con la contundencia de un garrotazo, porque cerró los ojos, apretó los puños, se paró, hizo una especie de puchero, tomó el saco sobre la cama y salió corriendo de la habitación. Malena, sin saber qué hacer permaneció sentada pero se le escapó una carcajada. Por la puerta que su cliente había dejado abierta entró una chica rubia, muy bonita.
- ¿Qué te pasa, te tragaste un payaso? – le preguntó
- No, un cliente, salió corriendo porque yo le comenté, como el hombre tiene kioscos en la Argentina a nombre de otras personas, le comenté que sus testaferros se podían quedar con los kioscos – explicó Malena.
- ¡Ah, sí! Es el loco Mitotán ¿Eso le dijiste? – dijo la recién llegada riéndose.
- ¿Sí, lo conocés?
- Acá lo conocemos todas. Siempre cuenta las mismas boludeces, paga para que lo escuchen, ahora si vos lo contradecís. Por ejemplo, cuando te muestra la pelada le decís: “no le creo que se la cortó una estilista”, o le decís, “no le creo que usted haya salido con tantas azafatas o que enloquezcan por usted”, o cualquier cosa que lo contradiga, se pone loco y sale corriendo. – contó la chica. Una vez, una compañera que estaba fastidiada porque el chico del que ella se enamoró faltó a la cita, tuvo que atender a Mitotán y cuando el tipo empezó a hablar del atractivo de su cabellera, mi compañera, Alejandra se llama, le gritó: “Basta, tenés un pelo de mierda, grabátelo”, Mitotán quedó tan rayado que se tiró desde la baranda del pasillo de este primer piso a la planta baja, justó cayó encima de dos colchones de aire inflados que habían dejado abajo los hombres de maestranza, por pura casualidad- terminó la chica y se quedó mirando a Malena, que se reía bastante con lo que le había contado, con curiosidad.
- ¿Vos sos nueva, no?
- Sí.
- ¡Ah! Sos bonita, tenés lindo pelo – comentó la chica sonriente
- Vos también ¿Cómo te llamás?
- Sonia
- ¿Hace mucho que estás acá?
- Me parece que toda la vida, pero no, hace tres años. Acá me conozco a todos los clientes – dijo Sonia, sin dejar de sonreírle
- ¿Estás contenta aquí?- preguntó Malena
- Aquí o en otro lado estaría igual – se ensombreció de pronto Sonia
- ¿Cómo igual? – se interesó Malena, un poco intrigada.
- Y, te trasladan cuando ellos quieren y te tenés que adaptar – aclaró Sonia encogiéndose de hombros y volviendo brevemente al destello de su sonrisa
- Pero ¿Por qué, digo, por qué te trasladan?
- ¿Qué se yo? Ellos solos lo saben. Bueno a veces dicen que porque algún conocido o amigo que nos quiere sacar de esta vida nos reconoció o de algún modo se enteró dónde estamos – explicó Sonia.
- Ah, claro ¿Y vos querrías salir de esta vida?
- Y, muy linda no es. Al principio cuando me trajeron, engañada por supuesto, sentí terror, después me dieron una paliza bárbara y tuve que acostumbrarme, a la fuerza, ahora estoy resignada. La verdad no creo que haya modo de salir de este infierno.
Las dos mujeres se miraron a los ojos, a los claros ojos de ambas y fueron o sintieron ser por un instante una sola. Se abrazaron y no pudieron evitar los sollozos que les ascendieron desde las entrañas. Después se besaron en las mejillas pero quedaron un rato abrazadas, apoyadas la una en la otra, como dándose ánimo.

Amilcar Luis Blanco (Pinturas de Paul Gauguin, Fabián Ciraolo y Marie Jo Simenon, respectívamente) 


2 comentarios:

  1. He estado un tiempo sin leerte, me tendré que poner al día.
    Poco a poco.
    saludos

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  2. GRacias Karin, espero que te guste y disfrutes lo que leas. Saludos.,

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