jueves, 25 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO DE "LAS WALKYRIAS"





                                                                        26
                                                                 - ¿Sabe lo que le digo Monsivais? Que la gente como usted y como yo tenemos que protegernos, tenemos que hacer un frente unido. Digamos la verdad, soy policía desde que salí de la escuela para oficiales, llegué a Comisario. Jamás me vendí. Con decirle que me decían tierno ¡Tierno, Neptalí, tierno!, y eso que tengo bastante cara de turco sinvergüenza.
Monsivais sonrió un poco o levantó la inercia de sus comisuras. Llevaba los músculos de la cara contraídos desde que recibiera el llamado de Edelmira y la noticia del secuestro de su hija. Estaba sentado frente al escritorio del funcionario apretándose una mano con la otra y con el alma en un hilo. El mundo lo confundía, ahora como antes, como cuando siendo un estudiante de licenciatura en administración de empresas había tenido que abandonar la carrera para dedicarse a trabajar en el comercio de electrodomésticos de su padre, como cuando había tenido que aceptar, disimulándolo, creer que su hija se casaba enamorada con Anselmo López para no disgustarlas a ninguna de las dos, a su hija y a su esposa. La realidad lo empujaba, le imponía conductas, rutinas, disciplinas, que eran verdaderos sacrificios.
- Mire creo en usted, Neptalí, no en la institución que representa, perdóneme, pero lo vine a ver por eso. Usted me ayudó también cuando el sátrapa ese tenía presa a mi hija.
- Pero claro, amigo mío, quédese tranquilo, también lo voy a ayudar ahora ¿Se toma un cafecito?
Sin esperar la respuesta de Monsivais el Comisario Neptalí le ordenó a su subordinado, parado al costado de su escritorio, que pidiera dos cafés.
- ¡Ah! Y déjenos solos – agregó.
Ni bien quedaron solos Neptalí se incorporó y fue hasta el otro extremo de su escritorio y se sentó sobre su tabla. Se inclinó hacia Monsivais.
- Muy bien, amigo, estamos solos. Usted me dijo: “Me tiene que ayudar, Monsivais”. Habrá notado que no le pregunté en qué lo tenía que ayudar, sólo hablé, como un fanfarrón, de mi inocencia, de mi ingenuidad ¿Sabe por qué lo hice?
- No.
- Es muy simple Monsivais, si hablo delante de un subordinado, mañana toda “La Paz” está enterada de cuál es su problema.
- Toda La Paz no se, pero alguna gente de aquí, la que me dio la noticia está perfectamente enterada del problema por el que lo vengo a ver.
Neptalí frunció la línea de sus espesas y negrísimas cejas, se tomó la boca con el pulgar y el índice y clavó sus ojos inquisidores color café en las claras pupilas de Monsivais.
- ¿De qué se trata esta vez, Monsivais?
- Mi hija fue secuestrada.
Neptalí abandonó bruscamente su posición sobre la tabla del escritorio, se tocó la frente.
- ¿Cómo se enteró, lo llamaron los secuestradores?
Monsivais le contó sobre la llamada de Edelmira y lo puso al tanto acerca de que los dichos de esa mujer habían sido confirmados por otra para quien la nombrada trabajaba como doméstica, que los datos habían sido recibidos en el contestador y todos los demás detalles concernientes al conocimiento y relación que tenían entre sí esas mujeres, los cuales se había preocupado en averiguar.
- Hice bien en quedarme a solas con usted – dijo Neptalí después de un silencio en el que movió su cabeza hacia un lado y otro como si estuviera negándose a aceptar lo que pasaba – Esto no debe salir de acá, por lo menos de nosotros ¿Sabe si esas mujeres le han contado a alguien mas en el pueblo?
- Imposible saberlo, llamaron desde Capital
- ¿Tiene ahí el número?
- Acá lo tengo – Monsivais extrajo del bolsillo interior de su saco un papelito.
- Usted mismo llámelas desde aquí, pregúnteles si le contaron a alguien acerca del secuestro y si no lo hicieron, dígales que usted se puso en contacto conmigo y que no le cuenten a nadie. Llame ahora mismo.
Monsivais marcó el número. Eran las nueve de la mañana y lo atendió Elena. No le habían contado a nadie. Ella misma le había recomendado muy especialmente a su doméstica que no se lo contara ni a su marido, que, en otro caso, la vida de Malena podría correr peligro. Monsivais repetía en voz alta las respuestas de Elena para que Neptalí las escuchara.
- Perfecto, perfecto – dijo éste cuando Monsivais cortó.
Golpearon a la puerta y Neptalí se llevó la punta del dedo índice a los labios recomendándole silencio a Monsivais.
- Sí, ¿quien es? – preguntó con una inflexión seca y neutra en su voz grave de bajo.
- Sargento Pérez, Señor, traigo los cafés
- Adelante
El sargento dejó la bandeja con los pocillos y la azucarera. Neptalí se la alcanzó a Monsivais
- Sírvase mi amigo – le dijo sonriente – Puede retirarse – ordenó secamente mirando al sargento.
- A la orden mi Comisario.
Una vez que hubo cerrado la puerta y mientras él mismo se acercaba la azucarera, dijo en tono casi confidencial, de bajo volumen.
- En estos casos prefiero trabajar solo. Si su hija está en un burdel o prostíbulo de los que abundan hacia el norte y noroeste, nadie, nadie me entiende, en la policía o en el gobierno tiene que enterarse. Estos proxenetas hijos de puta tienen a todos comprados. Sus clientes son tipos poderosos. Si la primera llamada vino de Asunción, además, es Paraguay, el departamento de Encarnación es Paraguay, como decir Posadas, Paraná por medio, del burdel “Las Walkyrias” tengo referencias, no le diré de quién, pero lo que lamentablemente no tenemos es jurisdicción. Un exhorto judicial por embajadas tardaría tanto que corremos el peligro de que quienes tengan cautiva a su hija se enteren y la cambien de lugar, porque eso es lo que hacen los degenerados, la cambian de lugar y si a usted se le ocurre ir con una partida y allanar, para cuando llega, la chica ya no está. Pero se puede llegar al allanamiento sin que se enteren.
Monsivais se tomaba la cabeza, estaba compungido y lloroso. Se sentía desesperado. Se agitaba en la silla. Neptalí se acercó, lo palmeó en el hombro.
- Tranquilícese, vamos a luchar. No demuestre lo que siente ¡Valor! Mire, tengo mis métodos. Ya he librado a algunas chicas. Son métodos inteligentes, sin bambolla, sin medios periodísticos, sin carteles, hasta que llega el momento, entonces sí, ya va a ver.-

Amilcar Luis Blanco ("The Beer Drinkers" , "Los bebedores de cerveza" por Honore Daumier)

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