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- Vos hacé, hacé lo tuyo, que yo te miro – dijo el tipo ni bien entraron y
se sentó en la grada inferior del pequeño anfiteatro con lecho en el centro que
- como vimos - era la suite que le habían asignado a Malena. Era un hombre
delgado y alto, cincuentón, de aspecto fino, rostro anguloso, nariz aguileña,
enormes ojos negros inquisidores, frente amplia y despejada. A Malena le había
gustado cuando lo vio en el salón, acodado a la barra que ceñía el pequeño
escenario, vuelto de espaldas a una compañera que desplegaba sus encantos en
una danza sensual valiéndose del caño. Vestía traje oscuro de hilo y camisa de
seda blanca desprendida en el cuello. El hombre había tomado el vaso de whisky
en una mano, en la otra sostenía un cigarrillo y contemplaba el salón con
actitud relajada. Las miradas se cruzaron. A Malena la deslumbró, quiso
conocerlo inmediatamente y se le acercó. El la miró con expresión divertida, le
sonrió con una sonrisa ancha y sensual, como su boca.
-
Mi nombre es Malena.
-
Y el mío Daniel ¿puedo invitarte con algo?
- ¿Puede
ser otro whisky?
Por
toda respuesta Daniel chistó al barman que se acercó enseguida sin dejar de
sonreírle, le señaló su propio vaso.
-
Otro para ella – indicó.
-
¿Venís siempre? – quiso saber Malena.
-
Cada tanto.
-
¿Te gusta el lugar?
- Digamos que me distrae, a veces – Daniel
respondía con cierto desgano. A Malena le pareció agudo y apasionado pero sin
entusiasmo por el lugar, no sabía si por ella.
-
¿Qué te entusiasma? – aventuró, atreviéndose a desnudarle casi su duda
momentánea.
-
Bueno…-vaciló Daniel – Una chica como vos me entusiasma – completó.
-
¿Una chica como yo, o yo?
El
atractivo desconocido se echó hacia atrás apoyando su espalda en el borde de la
barra, bebió un sorbo y la miró. Sus ojos negrísimos en los que parecía
destellar un rubí la penetraron y Malena se sintió a la vez desnuda y
conmovida, como cuando su cuerpo caliente entraba bajo el chorro de una ducha
helada, incursión que venía haciendo bastante seguido para quitarse no sólo el
calor que solía reinar en los ambientes de aquella mansión en las horas en que
apagaban el aire acondicionado, sino también la suciedad de lo que allí se
hacía, que parecía flotar en el aire viciado y pegársele al cuerpo, parecido al
olor de los garitos, a los que alguna vez había ido con su padre, Jorge
Monsivais, a entregar electrodomésticos. Quizá fuera algo muy subjetivo pero
sintió como si aquél hombre la transformara, pasándola de un estado de impureza
y cálculo a otro de vulnerabilidad y desnudez extremas.
-
¿Te diferencias mucho de las demás? – devolvió de pronto Daniel
Debía
defenderse de aquél hombre, no abandonar su actitud de lucha. Le sonrió, irguió
su cuerpo como para marcar las líneas de su busto, su cintura, y acomodó sus
potentes nalgas sobre el taburete, cruzándose de piernas de modo que él pudiera
apreciárselas hasta el remate de sus sandalias de taco con finas tiras que le
ornaban los pequeños pies. El la recorrió con su vista lentamente, ella ahogó
el escalofrío que le provocaba su mirada y le dijo desafiante.
-
¿Querés verlo?
En
ese momento el barman le acercó a Malena el whisky.
-
Como no – dijo él respondiendo a la invitación – pero primero terminá tu trago.
Ahora
habían quedado solos, frente a frente, en la suite silenciosa y en penumbras y
el le había dicho: “- Hacé, hacé lo tuyo que yo te miro”
Supuso
que debería improvisar un pequeño acto de streap tease, así que, después de
tapar las cámaras con toallas para que no le curiosearan la necesidad de
intimidad que de pronto creció en ella como una sed urgente, tomó el control
remoto y apretó la tecla que accionaba el centro musical. De los parlantes
escondidos en los oscuros rincones de la habitación comenzaron a fluir los
sonidos acompasados y cadenciosos de un lánguido bolero con percusiones
parecidas a aguaceros sobre chapas, platillos, bongoes. Malena ocupó el costado
de la cama corazonada, único espacio libre, escenario obligado. Accionó otro
control para que se encendiera un foco cenital que la iluminaba y cambiaba los
colores. Después, bañada en luz, comenzó a moverse meneándose, con quiebres de
cadera, estirándose, sorprendiéndose a sí misma por el despliegue de
sensualidad que la mirada de Daniel le inspiraba, desde el alrededor sombrío,
como un lobo al acecho. Quería envolverlo. Se quitó el vestido desde arriba,
primero sacó sus brazos y enseguida arremangó la escasa tela negra que le había
cubierto el torso en la cintura. Seguidamente se subió la falda hasta que todo
su atavío quedó como un rollo, un cinturón, salió de él como de un calzón y
quedó sólo con la mínima tanga, no llevaba corpiño. El la miraba divertido pero cada vez más
concentrado. A Malena le parecía ver la chispa roja en la
lumbre de sus ojos. Cuando vió que por fin él se le acercaba sintió la
embriaguez, que los párpados se le cerraban y que el corazón le latía
intensamente, pero en el momento en que Daniel colocó la palma de su mano sobre
la terminación de su espalda y el comienzo de su cola la emoción fue tan intensa
que tuvo que comenzar a aspirar con fuerza todo el aire que pudo para resistir.
Después él la besó en la boca y ella
soltó el aire, entró en un ritmo
de jadeo y notó apenas las manos del hombre despojándola de la tanga, su boca
de labios entreabiertos, secos y ardientes, la punta de su lengua, que la
recorrían con sabiduría, desde el cuello, la frente, las orejas, hasta el
centro de su pecho, hasta la cima de sus pezones, sobre la comba de su vientre,
por último sobre la pelvis, el pubis, el clítoris, como si desde siempre
hubiesen sabido qué sitios de su cuerpo visitar y cómo hacerlo. El placer era
intenso, apenas cruzó por su memoria en ese momento la imagen de Edelmira, sólo
con ella había experimentado, ya entradas en el ejercicio erótico, un gozo
parecido. Con aquél tipo era diferente, más intenso y pleno todavía, dotado de
mayor eficiencia y eficacia. Por fin sintió que todo su cuerpo vibraba y se le
escurría, acabó.
-
¿Y vos qué hacés? – le preguntó cuando salieron del trance, recuperó el aliento
y quedaron, mirándose de frente, vueltos de costado sobre las sábanas de subido
bermellón.
-
Tengo campo, vacas, ovejas, plantaciones, en fin, todo eso.
-
¡Qué interesante! ¿Sos casado?
-
¿Pensás pedir mi mano? – ironizó él mientras se acodaba y tomaba un cigarrillo
del paquete dentro de su saco que había dejado tirado sobre la mesa de luz.
-
¿Y si así fuera, qué contestarías? – Malena jugueteó un poco sacándole el
cigarrillo y llevándoselo a sus labios. El sacó otro cigarrillo sin dejar de
sonreír.
-
Nunca he pensado en serio en el matrimonio – dijo antes de encenderlo
-
¿Por qué?
-
No creo en el matrimonio.
-
¿En qué crees?
-
Bueno, en muchas cosas. En el amor, el deseo, la pasión, la amistad, la
honestidad, la lealtad, la tenacidad…
-
Y no te parece que la pareja puede, es decir, los miembros de la pareja, tener
todos esos valores.
-
Puede ser que cada uno por separado…
-
O los dos juntos – cortó Malena.
-
Ves, ahí está la dificultad. Cuando dos personas se unen interactúan. Es decir
se influyen mutua y recíprocamente. A partir de ahí comienzan a cambiar hasta
transformarse en dos extraños – explicó Daniel.
-
¿Tuviste la experiencia?
-
La tuve – confirmó Daniel y exhaló una bocanada de humo, como si suspirara.
Enseguida aclaró: - No porque alguna vez me hubiese casado, sino porque viví en
pareja. Pero, calculo que si me hubiera casado mis inconvenientes hubieran sido
mucho mayores.
-
¿Por qué?
-
Porque hubiéramos agregado a las dificultades sentimentales dificultades
prácticas, es decir, jurídicas, económicas, etcétera.
-
Es decir, en lo que vos no crees es en la pareja – concluyó Malena.
-
Efectivamente, la pareja humana es una tómbola, una lotería.
-
¿En tu caso cómo fue?
-
Bueno, ella era y es una artista, yo soy un hombre mucho más simple o un ser
humano mucho más simple. Estoy más atento a la realidad económica de la vida.
El artista le da mucha pelota a su imaginación, está muy pendiente de su
subjetividad. Ella me decía que yo era un tipo limitado, pedestre, que quiere
decir algo así como prosaico, simple, poco imaginativo o poco romántico,
objetivo, una vez me lo explicó…
-
¿Cómo?
-
Bueno, me dijo, una vez que yo le reproché que ella hablaba mucho de los
personajes de las películas y las novelas, y le dije “son personajes, no
existen, no son personas”, entonces me dijo: “- Darling, la imaginación
también existe. Los personajes de ficción suelen ser tanto o más reales que los
de carne y hueso”. Lo que te cuento es un ejemplo pero sirve para que te des la
idea de que a partir de allí, ella y yo, nos transformamos en extraños el uno
para el otro. Tenemos una perspectiva diferente de la realidad, la vemos
diferente…
-
Bueno, tal vez eso los complemente, los complete y entre los dos hagan una
persona mas, cómo decir, más viable, más fuerte, mejor dotada.
De
la boca festiva de Daniel brotó una carcajada que terminó en tos provocada por
el humo que todavía no había despedido.
-
¿No veo cuál es la gracia?
-
Lo que me decís no tiene sentido, dos personas son dos personas, no una ¿Cómo
funcionarían? Suponé que voy a discutir con el acopiador de granos cuando le
llevo la cosecha, ¿para sentirme más fuerte o inspirado debería ir con ella? ¿Cuando
ella está pintando o esculpiendo, debo estar a su lado para aconsejarle cómo
podría hacerlo mejor?…
-
¿Y cómo se llevaban en la cama? – lo cortó Malena.
-
Al principio la relación era excelente. Después ella comenzó a rechazarme.
Nunca quería coger. Con decirte que tuve que empezar a venir aquí o buscar
programas por otro lado, hasta que ella se metejoneó con un tipo y nos
separamos.
-
¿Ella te lo dijo o vos la descubriste?
-
Yo la noté rara una vez que llegó empapada por la lluvia. Me acerqué para
envolverla en un toallón y cuando la tuve a tiro, se alejó, me rechazó. Tenía
olor a tabaco y no fumaba y, además, su aliento, me acuerdo y siento asco, olía
a semen. Entonces le dije: “Vos estás viéndote con otro”. Me miró con furia:
“Yo necesito estar sola”, me dijo. “¿Por qué?” “Necesito tiempo” “¿Para qué?”
“Para pensar” “¿En qué?” “En nosotros” “Y en el otro. Decime la verdad, querés.
No insultes mi inteligencia” “Es verdad” – dijo por fin y bajó la cabeza. Así
terminó todo – concluyó Daniel. Había hablado con tranquilidad, dejando que las
palabras surgieran de él fluidamente. Mientras lo había hecho se había parado,
había ido hasta la heladerita de la suite, había sacado dos vasos de los
anaqueles del bargueño y los había llenado hasta la mitad con whisky después de
dejar caer en ellos sendos dados de hielo. Había regresado con los vasos a la
cama y le había dado uno a Malena. No le pareció a ella ni angustiado ni
resentido. A Malena le pareció que lo que le contaba ya no lo conmovía, como si
le hubiese sucedido hacía muchísimo tiempo ya.- Tomó el vaso que él le ofrecía
y decidió cambiar de tema.
- A propósito ¿Dónde queda tu estancia?
-
Aquí mismo, en el departamento de Encarnación – Con la respuesta de su flamante
cliente, Malena se había anoticiado, sin proponérselo, del lugar en el que
estaba “Las Walkyrias”. Pero algo más sucedería que enmarcaría ese día en el
que conoció a Daniel Silverstone, el estanciero de apellido inglés que, en
adelante no dejaría de visitarla, y fue que del saco oscuro abandonado sobre la
mesa de luz salieron las primeras notas de la sonata y fuga en re menor de Juan
Sebastián Bach y el principesco caballero extrajo un teléfono celular dotado de
luces azules, amarillas y rojas, rico en funciones, una de las cuales
consistía, según se enteró, en establecer una línea directa entre el satélite y
su usuario sin interferencias de ninguna clase.
-¿Me
lo prestarías un segundo para llamar a una amiga? – preguntó después que él lo
hubo cerrado clausurando una comunicación seguramente establecida con el
capataz de su estancia o con alguien que esperaba y cumplía sus directivas.
-
Te lo regalo para poder comunicarme con vos directamente y para que me llamés
cuando me necesités.
-
¡En serio!
-
En serio. Mirá, te muestro cómo usarlo – dijo Daniel y explicó enseguida para
qué servía cada tecla.
-
Antes, le borro todas las memorias y te lo dejo vacío – Estuvo digitando las
teclas un rato y finalmente se lo entregó a Malena.
Cuando
Daniel se fue después de una tierna despedida prometiendo que volvería Malena
llamó al teléfono de Elena. Le dio el nombre del hotel y del lugar. Después
escondió el aparato en un hueco, quitando la cerámica de un zócalo de uno de
los niveles del piso de su habitación y volviéndola a colocar. Sacó enseguida
las toallas que pendían colgadas de las cámaras que espiaban su vigilada
privacidad. Ese mismo día, coincidentemente, fue el del encuentro entre
Edelmira y Elena. Edelmira ya se iba cuando Malena llamó, así que, luego de la
comunicación, que, como vimos, atendió la propia Edelmira, decidieron llamar a La Paz , entre otras cosas, por
supuesto, habían averiguado el número de teléfono de Jorge Monsivais.-
Amilcar Luis Blanco (Fotografías de Daniel Day Lewis y Michelle Pfeiffer de la película "La edad de la inocencia")
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