martes, 23 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO DE "LAS WALKYRIAS"




                                                               25

                                                                                               - Vos hacé, hacé lo tuyo, que yo te miro – dijo el tipo ni bien entraron y se sentó en la grada inferior del pequeño anfiteatro con lecho en el centro que - como vimos - era la suite que le habían asignado a Malena. Era un hombre delgado y alto, cincuentón, de aspecto fino, rostro anguloso, nariz aguileña, enormes ojos negros inquisidores, frente amplia y despejada. A Malena le había gustado cuando lo vio en el salón, acodado a la barra que ceñía el pequeño escenario, vuelto de espaldas a una compañera que desplegaba sus encantos en una danza sensual valiéndose del caño. Vestía traje oscuro de hilo y camisa de seda blanca desprendida en el cuello. El hombre había tomado el vaso de whisky en una mano, en la otra sostenía un cigarrillo y contemplaba el salón con actitud relajada. Las miradas se cruzaron. A Malena la deslumbró, quiso conocerlo inmediatamente y se le acercó. El la miró con expresión divertida, le sonrió con una sonrisa ancha y sensual, como su boca.
- Mi nombre es Malena.
- Y el mío Daniel ¿puedo invitarte con algo?
- ¿Puede ser otro whisky?
Por toda respuesta Daniel chistó al barman que se acercó enseguida sin dejar de sonreírle, le señaló su propio vaso.
- Otro para ella – indicó.
- ¿Venís siempre? – quiso saber Malena.
- Cada tanto.
- ¿Te gusta el lugar?
-  Digamos que me distrae, a veces – Daniel respondía con cierto desgano. A Malena le pareció agudo y apasionado pero sin entusiasmo por el lugar, no sabía si por ella.
- ¿Qué te entusiasma? – aventuró, atreviéndose a desnudarle casi su duda momentánea.
- Bueno…-vaciló Daniel – Una chica como vos me entusiasma – completó.
- ¿Una chica como yo, o yo?
El atractivo desconocido se echó hacia atrás apoyando su espalda en el borde de la barra, bebió un sorbo y la miró. Sus ojos negrísimos en los que parecía destellar un rubí la penetraron y Malena se sintió a la vez desnuda y conmovida, como cuando su cuerpo caliente entraba bajo el chorro de una ducha helada, incursión que venía haciendo bastante seguido para quitarse no sólo el calor que solía reinar en los ambientes de aquella mansión en las horas en que apagaban el aire acondicionado, sino también la suciedad de lo que allí se hacía, que parecía flotar en el aire viciado y pegársele al cuerpo, parecido al olor de los garitos, a los que alguna vez había ido con su padre, Jorge Monsivais, a entregar electrodomésticos. Quizá fuera algo muy subjetivo pero sintió como si aquél hombre la transformara, pasándola de un estado de impureza y cálculo a otro de vulnerabilidad y desnudez extremas.
- ¿Te diferencias mucho de las demás? – devolvió de pronto Daniel
Debía defenderse de aquél hombre, no abandonar su actitud de lucha. Le sonrió, irguió su cuerpo como para marcar las líneas de su busto, su cintura, y acomodó sus potentes nalgas sobre el taburete, cruzándose de piernas de modo que él pudiera apreciárselas hasta el remate de sus sandalias de taco con finas tiras que le ornaban los pequeños pies. El la recorrió con su vista lentamente, ella ahogó el escalofrío que le provocaba su mirada y le dijo desafiante.
- ¿Querés verlo?
En ese momento el barman le acercó a Malena el whisky.
- Como no – dijo él respondiendo a la invitación – pero primero terminá tu trago.
Ahora habían quedado solos, frente a frente, en la suite silenciosa y en penumbras y el le había dicho: “- Hacé, hacé lo tuyo que yo te miro”
Supuso que debería improvisar un pequeño acto de streap tease, así que, después de tapar las cámaras con toallas para que no le curiosearan la necesidad de intimidad que de pronto creció en ella como una sed urgente, tomó el control remoto y apretó la tecla que accionaba el centro musical. De los parlantes escondidos en los oscuros rincones de la habitación comenzaron a fluir los sonidos acompasados y cadenciosos de un lánguido bolero con percusiones parecidas a aguaceros sobre chapas, platillos, bongoes. Malena ocupó el costado de la cama corazonada, único espacio libre, escenario obligado. Accionó otro control para que se encendiera un foco cenital que la iluminaba y cambiaba los colores. Después, bañada en luz, comenzó a moverse meneándose, con quiebres de cadera, estirándose, sorprendiéndose a sí misma por el despliegue de sensualidad que la mirada de Daniel le inspiraba, desde el alrededor sombrío, como un lobo al acecho. Quería envolverlo. Se quitó el vestido desde arriba, primero sacó sus brazos y enseguida arremangó la escasa tela negra que le había cubierto el torso en la cintura. Seguidamente se subió la falda hasta que todo su atavío quedó como un rollo, un cinturón, salió de él como de un calzón y quedó sólo con la mínima tanga, no llevaba corpiño. El la miraba divertido pero cada vez más concentrado. A Malena le parecía ver la chispa roja en la lumbre de sus ojos. Cuando vió que por fin él se le acercaba sintió la embriaguez, que los párpados se le cerraban y que el corazón le latía intensamente, pero en el momento en que Daniel colocó la palma de su mano sobre la terminación de su espalda y el comienzo de su cola la emoción fue tan intensa que tuvo que comenzar a aspirar con fuerza todo el aire que pudo para resistir. 

Después él la besó en la boca y ella  soltó el aire,  entró en un ritmo de jadeo y notó apenas las manos del hombre despojándola de la tanga, su boca de labios entreabiertos, secos y ardientes, la punta de su lengua, que la recorrían con sabiduría, desde el cuello, la frente, las orejas, hasta el centro de su pecho, hasta la cima de sus pezones, sobre la comba de su vientre, por último sobre la pelvis, el pubis, el clítoris, como si desde siempre hubiesen sabido qué sitios de su cuerpo visitar y cómo hacerlo. El placer era intenso, apenas cruzó por su memoria en ese momento la imagen de Edelmira, sólo con ella había experimentado, ya entradas en el ejercicio erótico, un gozo parecido. Con aquél tipo era diferente, más intenso y pleno todavía, dotado de mayor eficiencia y eficacia. Por fin sintió que todo su cuerpo vibraba y se le escurría, acabó.
- ¿Y vos qué hacés? – le preguntó cuando salieron del trance, recuperó el aliento y quedaron, mirándose de frente, vueltos de costado sobre las sábanas de subido bermellón.
- Tengo campo, vacas, ovejas, plantaciones, en fin, todo eso.
- ¡Qué interesante! ¿Sos casado?
- ¿Pensás pedir mi mano? – ironizó él mientras se acodaba y tomaba un cigarrillo del paquete dentro de su saco que había dejado tirado sobre la mesa de luz.
- ¿Y si así fuera, qué contestarías? – Malena jugueteó un poco sacándole el cigarrillo y llevándoselo a sus labios. El sacó otro cigarrillo sin dejar de sonreír.
- Nunca he pensado en serio en el matrimonio – dijo antes de encenderlo
- ¿Por qué?
- No creo en el matrimonio.
- ¿En qué crees?
- Bueno, en muchas cosas. En el amor, el deseo, la pasión, la amistad, la honestidad, la lealtad, la tenacidad…
- Y no te parece que la pareja puede, es decir, los miembros de la pareja, tener todos esos valores.
- Puede ser que cada uno por separado…
- O los dos juntos – cortó Malena.
- Ves, ahí está la dificultad. Cuando dos personas se unen interactúan. Es decir se influyen mutua y recíprocamente. A partir de ahí comienzan a cambiar hasta transformarse en dos extraños – explicó Daniel.
- ¿Tuviste la experiencia?
- La tuve – confirmó Daniel y exhaló una bocanada de humo, como si suspirara. Enseguida aclaró: - No porque alguna vez me hubiese casado, sino porque viví en pareja. Pero, calculo que si me hubiera casado mis inconvenientes hubieran sido mucho mayores.
- ¿Por qué?
- Porque hubiéramos agregado a las dificultades sentimentales dificultades prácticas, es decir, jurídicas, económicas, etcétera.
- Es decir, en lo que vos no crees es en la pareja – concluyó Malena.
- Efectivamente, la pareja humana es una tómbola, una lotería.
- ¿En tu caso cómo fue?
- Bueno, ella era y es una artista, yo soy un hombre mucho más simple o un ser humano mucho más simple. Estoy más atento a la realidad económica de la vida. El artista le da mucha pelota a su imaginación, está muy pendiente de su subjetividad. Ella me decía que yo era un tipo limitado, pedestre, que quiere decir algo así como prosaico, simple, poco imaginativo o poco romántico, objetivo, una vez me lo explicó…
- ¿Cómo?
- Bueno, me dijo, una vez que yo le reproché que ella hablaba mucho de los personajes de las películas y las novelas, y le dije “son personajes, no existen, no son personas”, entonces me dijo: “- Darling, la imaginación también existe. Los personajes de ficción suelen ser tanto o más reales que los de carne y hueso”. Lo que te cuento es un ejemplo pero sirve para que te des la idea de que a partir de allí, ella y yo, nos transformamos en extraños el uno para el otro. Tenemos una perspectiva diferente de la realidad, la vemos diferente…
- Bueno, tal vez eso los complemente, los complete y entre los dos hagan una persona mas, cómo decir, más viable, más fuerte, mejor dotada.
De la boca festiva de Daniel brotó una carcajada que terminó en tos provocada por el humo que todavía no había despedido.
- ¿No veo cuál es la gracia?
- Lo que me decís no tiene sentido, dos personas son dos personas, no una ¿Cómo funcionarían? Suponé que voy a discutir con el acopiador de granos cuando le llevo la cosecha, ¿para sentirme más fuerte o inspirado debería ir con ella? ¿Cuando ella está pintando o esculpiendo, debo estar a su lado para aconsejarle cómo podría hacerlo mejor?…
- ¿Y cómo se llevaban en la cama? – lo cortó Malena.
- Al principio la relación era excelente. Después ella comenzó a rechazarme. Nunca quería coger. Con decirte que tuve que empezar a venir aquí o buscar programas por otro lado, hasta que ella se metejoneó con un tipo y nos separamos.
- ¿Ella te lo dijo o vos la descubriste?
- Yo la noté rara una vez que llegó empapada por la lluvia. Me acerqué para envolverla en un toallón y cuando la tuve a tiro, se alejó, me rechazó. Tenía olor a tabaco y no fumaba y, además, su aliento, me acuerdo y siento asco, olía a semen. Entonces le dije: “Vos estás viéndote con otro”. Me miró con furia: “Yo necesito estar sola”, me dijo. “¿Por qué?” “Necesito tiempo” “¿Para qué?” “Para pensar” “¿En qué?” “En nosotros” “Y en el otro. Decime la verdad, querés. No insultes mi inteligencia” “Es verdad” – dijo por fin y bajó la cabeza. Así terminó todo – concluyó Daniel. Había hablado con tranquilidad, dejando que las palabras surgieran de él fluidamente. Mientras lo había hecho se había parado, había ido hasta la heladerita de la suite, había sacado dos vasos de los anaqueles del bargueño y los había llenado hasta la mitad con whisky después de dejar caer en ellos sendos dados de hielo. Había regresado con los vasos a la cama y le había dado uno a Malena. No le pareció a ella ni angustiado ni resentido. A Malena le pareció que lo que le contaba ya no lo conmovía, como si le hubiese sucedido hacía muchísimo tiempo ya.- Tomó el vaso que él le ofrecía y decidió cambiar de tema.
 - A propósito ¿Dónde queda tu estancia?
- Aquí mismo, en el departamento de Encarnación – Con la respuesta de su flamante cliente, Malena se había anoticiado, sin proponérselo, del lugar en el que estaba “Las Walkyrias”. Pero algo más sucedería que enmarcaría ese día en el que conoció a Daniel Silverstone, el estanciero de apellido inglés que, en adelante no dejaría de visitarla, y fue que del saco oscuro abandonado sobre la mesa de luz salieron las primeras notas de la sonata y fuga en re menor de Juan Sebastián Bach y el principesco caballero extrajo un teléfono celular dotado de luces azules, amarillas y rojas, rico en funciones, una de las cuales consistía, según se enteró, en establecer una línea directa entre el satélite y su usuario sin interferencias de ninguna clase.
-¿Me lo prestarías un segundo para llamar a una amiga? – preguntó después que él lo hubo cerrado clausurando una comunicación seguramente establecida con el capataz de su estancia o con alguien que esperaba y cumplía sus directivas.
- Te lo regalo para poder comunicarme con vos directamente y para que me llamés cuando me necesités.
- ¡En serio!
- En serio. Mirá, te muestro cómo usarlo – dijo Daniel y explicó enseguida para qué servía cada tecla.
- Antes, le borro todas las memorias y te lo dejo vacío – Estuvo digitando las teclas un rato y finalmente se lo entregó a Malena.
Cuando Daniel se fue después de una tierna despedida prometiendo que volvería Malena llamó al teléfono de Elena. Le dio el nombre del hotel y del lugar. Después escondió el aparato en un hueco, quitando la cerámica de un zócalo de uno de los niveles del piso de su habitación y volviéndola a colocar. Sacó enseguida las toallas que pendían colgadas de las cámaras que espiaban su vigilada privacidad. Ese mismo día, coincidentemente, fue el del encuentro entre Edelmira y Elena. Edelmira ya se iba cuando Malena llamó, así que, luego de la comunicación, que, como vimos, atendió la propia Edelmira, decidieron llamar a La Paz, entre otras cosas, por supuesto, habían averiguado el número de teléfono de Jorge Monsivais.-

Amilcar Luis Blanco (Fotografías de Daniel Day Lewis y Michelle Pfeiffer de la película "La edad de la inocencia") 


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