lunes, 15 de septiembre de 2014

CAPÍTULO VIGÉSIMO DE "LAS WALKYRIAS"




                                                                 20

                                                            - ¡Estos diarios de mierda, son todos iguales! – exclamó don Jorge Monsivais y estrelló con furia el que había estado leyendo sobre la tabla de la mesa. A su lado, Hilda Margarita Punjab de Monsivais, su esposa desde hacía cuarenta años, que había terminado de prepararlo, le alcanzó un mate.
- Tranquilo, viejo, tranquilo ¿Qué te puso mal, algo que leíste?
- Todo, todo lo que leo en los diarios me pone mal. Cuando no son bolazos, son interpretaciones dudosas, equivocadas o interesadas de lo que pasa, de modo que uno nunca puede saber de verdad qué carajo es lo que de verdad pasa. En realidad el periodismo es muchas veces ficción literaria de baja calidad, ficción barata – concluyó. Sus ojos azules relampaguearon sobre las oscuras pupilas de su mujer.
- Bueno, viejo, tranquilizate – recomendó de nuevo la señora Hilda.
Don Jorge Monsivais se quedó en silencio un momento, como si meditara, después preguntó:
- Y, ¿todavía no llamó?
- No, pero ya va a llamar, viejo, ya va a llamar.
- Hace tres meses que te escucho decir lo mismo. Esa chica está loca, siempre fue trastornada.
- No, viejo, simplemente no quiere que la ubiquemos. Por algo me dijo a mí cuando se fue que ya me llamaría cuando no hubiera peligro.
- Y, ¿qué peligro puede haber? Anselmo falleció hace ya como dos meses ¿Cuándo se va a enterar Malena?
- Mirá, si no lo sabe todavía tanto mejor.
- ¿Por qué, che, después de todo era el marido?
- ¿Qué querés, que sienta remordimiento, o que después todos en el pueblo digan que apareció por la herencia?
- Que digan lo que se les ocurra. Después de todo lo que sufrió con ese hijo de puta tiene derecho a cobrar unos mangos, no? ¿O no te acordás cuando la tuvo encerrada como una semana?
- Como para no acordarme. Tuvimos que pasar el papelón de buscar a ese amigote tuyo, ese indio tosco, el Comisario Neptalí, que nadie sabe acá si es toba o turco.
- ¿Qué tiene que ver eso, mujer? ¡Por favor! Lo que me preocupa a mí es que a ese novio nuevo, ese galán último que nos presentó apenas, la vez que, por casualidad, los sorprendimos en el coche ese de lujo haciéndose arrumacos, no lo conoce nadie ¿Cómo se llamaba?
- ¡Roberto, Jorge, Roberto!
- Bueno, ése, sólo sabemos que tiene un alfa romeo verde, pero ¿de dónde salió? Esa puta manía que tiene Malena, desde que era una mocosa, de secretear todo, de no contar nada.
- ¡Es su vida, viejo!
- Ya se que es su vida, nadie quiere quitársela, sólo queremos saber, somos su familia ¡qué joder! ¿O no? Si le pasa algo, si nos pasa algo ¿qué hacemos? Para colmo se dejó el celular, la tarjeta de crédito, todo.
- Vos no entendés que ella quería el anonimato, que don Anselmo no pudiera rastrearla.
- Yo lo que entiendo es que hace mas de tres meses que no tenemos noticias suyas. El otro día me crucé en el Banco con el doctor Figaluppi, el abogado. Me dijo: ¿Y, Malena, cómo anda? Bien, bien, le dije. El picapleitos me pregunta porque sueña con la sucesión de Anselmo. Calculá, el hombre fallece sin otros herederos que su mujer, separados pero sin divorciarse, con solo un mes de separación…
- Mirá Jorge, es probable que la nena no quiera nada de ese hombre. Tiene orgullo y hace muy bien.
Jorge Monsivais golpeó de nuevo la mesa con la mano abierta.

- ¡Pero, Hilda, qué me decís! – Exclamó como si estallara – hay veces que hay que desatar el moño de la calma o del desdén por los demás. Éso, sí, la indiferencia, el desdén, que hace parecer que nada nos importa cuando todo nos afecta, cuando estamos a punto de volvernos locos. Yo, si dentro de una semana no llama voy a hacer la denuncia de desaparición. No espero más.

Amilcar Luis Blanco ("Claude Monet leyendo el diario" pintura de Pierre Auguste Renoir)

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