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¡Estos
diarios de mierda, son todos iguales! – exclamó don Jorge Monsivais y estrelló
con furia el que había estado leyendo sobre la tabla de la mesa. A su lado,
Hilda Margarita Punjab de Monsivais, su esposa desde hacía cuarenta años, que
había terminado de prepararlo, le alcanzó un mate.
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Tranquilo, viejo, tranquilo ¿Qué te puso mal, algo que leíste?
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Todo, todo lo que leo en los diarios me pone mal. Cuando no son bolazos, son
interpretaciones dudosas, equivocadas o interesadas de lo que pasa, de modo que
uno nunca puede saber de verdad qué carajo es lo que de verdad pasa. En
realidad el periodismo es muchas veces ficción literaria de baja calidad,
ficción barata – concluyó. Sus ojos azules relampaguearon sobre las oscuras
pupilas de su mujer.
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Bueno, viejo, tranquilizate – recomendó de nuevo la señora Hilda.
Don
Jorge Monsivais se quedó en silencio un momento, como si meditara, después
preguntó:
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Y, ¿todavía no llamó?
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No, pero ya va a llamar, viejo, ya va a llamar.
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Hace tres meses que te escucho decir lo mismo. Esa chica está loca, siempre fue
trastornada.
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No, viejo, simplemente no quiere que la ubiquemos. Por algo me dijo a mí cuando
se fue que ya me llamaría cuando no hubiera peligro.
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Y, ¿qué peligro puede haber? Anselmo falleció hace ya como dos meses ¿Cuándo se
va a enterar Malena?
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Mirá, si no lo sabe todavía tanto mejor.
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¿Por qué, che, después de todo era el marido?
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¿Qué querés, que sienta remordimiento, o que después todos en el pueblo digan
que apareció por la herencia?
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Que digan lo que se les ocurra. Después de todo lo que sufrió con ese hijo de
puta tiene derecho a cobrar unos mangos, no? ¿O no te acordás cuando la tuvo
encerrada como una semana?
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Como para no acordarme. Tuvimos que pasar el papelón de buscar a ese amigote
tuyo, ese indio tosco, el Comisario Neptalí, que nadie sabe acá si es toba o
turco.
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¿Qué tiene que ver eso, mujer? ¡Por favor! Lo que me preocupa a mí es que a ese
novio nuevo, ese galán último que nos presentó apenas, la vez que, por
casualidad, los sorprendimos en el coche ese de lujo haciéndose arrumacos, no
lo conoce nadie ¿Cómo se llamaba?
- ¡Roberto,
Jorge, Roberto!
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Bueno, ése, sólo sabemos que tiene un alfa romeo verde, pero ¿de dónde salió?
Esa puta manía que tiene Malena, desde que era una mocosa, de secretear todo,
de no contar nada.
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¡Es su vida, viejo!
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Ya se que es su vida, nadie quiere quitársela, sólo queremos saber, somos su
familia ¡qué joder! ¿O no? Si le pasa algo, si nos pasa algo ¿qué hacemos? Para
colmo se dejó el celular, la tarjeta de crédito, todo.
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Vos no entendés que ella quería el anonimato, que don Anselmo no pudiera
rastrearla.
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Yo lo que entiendo es que hace mas de tres meses que no tenemos noticias suyas.
El otro día me crucé en el Banco con el doctor Figaluppi, el abogado. Me dijo:
¿Y, Malena, cómo anda? Bien, bien, le dije. El picapleitos me pregunta porque
sueña con la sucesión de Anselmo. Calculá, el hombre fallece sin otros
herederos que su mujer, separados pero sin divorciarse, con solo un mes de
separación…
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Mirá Jorge, es probable que la nena no quiera nada de ese hombre. Tiene orgullo
y hace muy bien.
Jorge
Monsivais golpeó de nuevo la mesa con la mano abierta.
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¡Pero, Hilda, qué me decís! – Exclamó como si estallara – hay veces que hay que
desatar el moño de la calma o del desdén por los demás. Éso, sí, la
indiferencia, el desdén, que hace parecer que nada nos importa cuando todo nos
afecta, cuando estamos a punto de volvernos locos. Yo, si dentro de una semana
no llama voy a hacer la denuncia de desaparición. No espero más.
Amilcar Luis Blanco ("Claude Monet leyendo el diario" pintura de Pierre Auguste Renoir)
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