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Cuando Elena volvió a Buenos Aires,
cargando su abarrotado bolso, con el pleno calor de principios de diciembre,
fueron también, como los kilos de su padre, pliegues de sí misma los que
ascendieron mecánicamente los escalones de mármol que separaban la vereda del
palier de entrada al edificio en el que estaba su departamento. Tanto porque se
sentía cansada de volver a la rutina después de separarse de Malva, como por
haber dejado casi rebanadas de su ser en el atelier de su amiga y en los recuerdos
que la mantenían todavía apegada a la
Mar del Plata reciente. Ya no se acordaba de Edelmira. Malva
era una intensidad nueva para ella, en la que respiraba, comía, amaba, en suma,
vivía, tanto como lo había sido Edelmira. Siempre había sido apasionada e
ingenua y reunía estas dos características en su nueva convivencia, renovadora
por todos los conceptos, con base en el olvido, en una capacidad de olvido casi
infantil.
Pero
las cosas estaban terca e insistentemente en el mismo lugar en el que las había
dejado. Persistiendo en gravedad y gravidez para recordarle todo su pasado y
sus pérdidas, el debe y el haber de su existencia; ese exceso de memoria que
hace que lo que nos resultaba tan familiar cuando regresamos a un lugar del
pasado, después de haber creado una familiaridad nueva con el mundo, nos pese,
no nos deje levantar vuelo y vivir con la ligereza que necesitamos. Esto quiere
decir que “La Odisea ”,
abierta en la misma página sobre el escritorio de su alcoba, la mesa en la que
su padre repasaba los matutinos, las sillas, todo, como le sucediera a su amiga
Edelmira tras la separación y cuando debía seguir ocupándose de sus tareas domésticas,
parecía esperarla. Y ella sentía ese rechazo que suele sentirse cuando el mundo
vuelve a nosotros como una obligación y no como una aventura, desafío o
misterio a develar.
Por
salir de ese estado de inercia hipnótica, apretó el botón sobre el que titilaba
una luz roja en el contestador y comenzó a escuchar los mensajes de voz que se
acumularon durante su ausencia, eran tres. Hubo dos del Estudio Contable que
vigilaba el cobro de los alquileres y el pago puntual de sus impuestos. El
tercero la dejó boquiabierta. Con expresión desconcertada escuchó: “Soy Malena
Margarita Monsivais de López, una amiga de Edelmira, la chica de La Paz que trabaja como doméstica
para usted. He sido secuestrada por un hombre que se hizo llamar Roberto Juárez
y fingió ser mi enamorado. En este momento estoy en la Ciudad de Asunción, Capital
de Paraguay, en el hotel “Gran Asunción”, y, en el día de mañana mi
secuestrador me llevará en su coche, un Alfa Romeo color verde botella, a cien
kilómetros de aquí donde dice que está su casa. Le ruego que haga lo que pueda.
Estoy tranquila y bien de salud. Si puedo me comunicaré de nuevo haciéndole
saber mi paradero.” La fecha, 21 de noviembre de 2007, día en el que ella había
emprendido su viaje a Mar del Plata en compañía de Malva.
Extrañamente
la voz parecía serena, aunque veloz y de un timbre nervioso, pero
exquisitamente femenina, con esa disfonía tan particular que Elena disfrutaba
en las representantes de su sexo. Después de dar algunas vueltas por el
departamento vacío y atorbellinar a sus fantasmas paternos como si los retara
corrió el cierre relámpago de la larga cremallera que atravesaba de un extremo
al otro su bolso de lona color crudo para comenzar a sacar los contenidos pero,
de pronto, se preguntó qué estaba haciendo, su mente no podía, ni debía –juzgó
- apartarse del mensaje recién escuchado. Debía llamar a Edelmira al celular y
pedirle que se presentara urgentemente. Así lo hizo. Una voz emocionada le
contestó del otro lado que sí, que iría urgentemente.
Recordó
la última vez que le franqueó la entrada a su amiga, vestida ella con el ligero
atavío de gasa negra, casi transparente, que le había regalado y hacía juego
con sus ojos y con su expresión sombría. Abrió la puerta del departamento y
Edelmira estaba allí como la última vez pero distinta; ahora su mirada y su
sonrisa parecían rogarle y agradecerle que la recibiera.
Como si estuviera en
deuda y quisiera hacerse perdonar. Se miraron, la oscura lumbre de sus ojos
relampagueó por un instante y Edelmira se echó en los brazos de Elena y sus
bocas volvieron a encontrarse en un beso caliente como aquél primero que se
habían dado y al que ninguna de las dos pudo renunciar. Como en anteriores y
gratas oportunidades sus cuerpos, trémulos y agitados, se fueron empujando,
suavemente, resistiéndose pero cediendo a la vez, en besos, caricias, suspiros,
jadeos, inspirados por el deseo, hasta caer relajados, lentamente, sobre el
diván de gobelinos.
Se
amaron con sed, necesitándose, entrando la una en la otra, sintiéndose a través
de las carnes, las consistencias de los huesos, alborozándose con la conciencia
de estar vivas y juntas para darse placer. Ingresaron en la fiesta de sus
palpitaciones y estremecimientos, en la selva profunda de sus aromas mas
recónditos, moviendo los brazos, las manos y las cabezas, cada una para generar
en la otra una respuesta idéntica, simétrica o diferente, experimentando la muy
vaga o ligera noción de estar construyendo o ejecutando una obra de arte de
dinámico transcurrir; tal una orquesta de la que surgiera una sinfonía o un
ballet mágico y cambiante o una imposible escultura poliédrica contenedora de
luces y figuras en torbellino que Elena
imaginó que Malva sonriéndose ayudaba a componer.
Por
fin se sentaron la una frente a la otra y se volvieron a mirar. Elena habló
primero:
-
¿A que no adivinás por qué te llamé?
-
¿Me extrañabas? – arriesgó Edelmira
-
Ni ahí, nada que ver.
-
¿Por qué, entonces?
-
Malena, ¿te dice algo?
Edelmira
cobró en su tez cetrina el color blanco e indefinido de la mañana nublada.
-
¿Qué te pasa, qué es lo que sabés? – tanteó esta vez Edelmira, estremeciéndose
ante la posibilidad de una carta indiscreta.
-
La secuestraron
-
Me estás jodiendo
-
¡Por favor! ¿Cómo te voy a estar jodiendo? – Elena se paró, caminó hasta el
intercomunicador sobre una coqueta mesita cercana al diván de gobelinos, apretó
un botón. Edelmira escuchó: “Soy Malena Margarita Monsivais de López, una amiga
de Edelmira, la chica de La Paz
que trabaja como doméstica para usted. He sido secuestrada por un hombre que se
hizo llamar Roberto Juárez y fingió ser mi enamorado. En este momento estoy en la Ciudad de Asunción, Capital
de Paraguay, en el hotel “Gran Asunción”, y, en el día de mañana mi
secuestrador me llevará en su coche, un Alfa Romeo color verde botella, a cien
kilómetros de aquí donde dice que está su casa. Le ruego que haga lo que pueda.
Estoy tranquila y bien de salud. Si puedo me comunicaré de nuevo haciéndole
saber mi paradero.”
Elena,
mientras volvía a escuchar el mensaje ya escuchado, escrutaba la cara de su
amiga. Había notado su palidez ante la pregunta, entre el “… ¿qué es lo que
sabes?” y el extraño mensaje había algo más que su amada le ocultaba.
-
¿Qué es lo que me ocultás, Edelmira?
Ahora,
como cuando estuvo bajo el influjo de la pesadilla, la mirada de Edelmira se
apartó de la de Elena.
-
¿Qué es lo que te pasó con tu amiga Malena?
-
…
-
¿Qué es lo que debería saber?
-
Nada, nada importante. Malena es una vecina y amiga de La Paz que, hasta hoy mismo,
pensé, y todos pensábamos así allá, que había abandonado a su marido, varios
años mayor que ella. Esto de que la hayan secuestrado es terrible, me da
pánico. Hasta donde sabía Malena se había ido de La Paz con otro hombre. Supuse
que se habría enamorado, no que la hubieran secuestrado.
-
¿Querés tomar mate? – propuso Elena.
-
Dale
Elena
se alejó hacia la cocina y Edelmira miró la mesa, el techo, la luz en la
ventana, recordó aquella caminata con Malena mientras el sol se ocultaba en el
horizonte del río como un disco rojo incandescente y sintió súbitamente que el
estómago se le contraía y también que los ojos se le llenaban de lágrimas y la
barbilla le temblaba. Pero retuvo su congoja, sin dejar de sentir una mezcla de
miedo e impotencia. Elena regresó con el equipo de mate, sonriente, apoyó todo
sobre la mesita ratona frente al diván
-
Parece que dejaste atrás la pesadilla
-
Así parece – corroboró Edelmira. Le tomó una mano a la amiga y le dio un beso
rápido sobre el dorso perfumado, reconociendo de nuevo la tersura y
transparencia de la piel de Elena – Fue como si volviera a vivir. Una mañana de
domingo y sol en la iglesia de mi pueblo decidí que hablaría con Alejandro de
lo nuestro.- Elena retiró su mano de la de su amiga un poco bruscamente y las
comisuras relajadas de sus labios se tensaron en una expresión de seriedad.
-
¿Le contaste a Alejandro lo nuestro?
-
No, todavía, pero estoy segura de que le contaré.
-
¿Te parece necesario?
-
¿Por qué, a vos no? – instó Edelmira. La lanza de la ansiedad comenzaba a
clavársele en el pecho.
-
No, no me parece necesario.
-
¿Por qué? – insistió Edelmira. Sentía que la ansiedad se transformaba en
angustia.
-
Porque no sabemos cuánto tiempo puede durar nuestra relación.
-
¿Qué es lo que ha cambiado entre nosotras? – Se asomaba a un abismo.
-
Muchas cosas. Para empezar he conocido a otra chica y estoy metida.
-
¡Ah, sí, mirá vos! ¿Muy metida? – Se arrebató ahora sin dejarse caer,
aferrándose a su orgullo.
-
Bastante.
-
¿Cómo para olvidarme para siempre?
-
Lo que me preguntas no tiene sentido.
- ¡Claro
que tiene sentido, contestame! – reclamó Edelmira. Sentía que el estómago y el
pecho le ardían
-
¡Qué ridícula que sos! Vos sabés que nunca te olvidaría.
-
¡Sos una hija de puta! – gritó Edelmira. Todo su cuerpo era una hoguera de ira
y despecho. Se lanzó sobre Elena tirándole puñetazos, repitiéndole “hija de
puta” y sintiendo que a sus ojos ascendía incontenible el llanto y la
desesperación. Sentía celos y rabia, mientras imaginaba a Elena en brazos de
otra. Se desplomó sobre el diván de gobelinos y se tapó la cara sobre el brazo
que apoyó en el respaldar, los olores del polvo y de la tela ocuparon su olfato
y los sollozos, convulsivos, la hicieron olvidarse de toda otra emoción que no
fuera su dolor, una congoja que la secaba desde la garganta hasta el diafragma,
una languidez filosa que parecía recortar el espesor de sus mucosas y llegar
hasta su sangre, como si la abrieran por dentro. Lloró copiosamente,
derramándose como una catarata, con la abundancia y fluidez del río que ocupaba
su memoria reciente y ancestral, sin sentir la mano que Elena le dedicó
tratando de consolarla, o sintiéndola sólo como una rama que el viento acercara
a su frente o una paloma que se posara sobre su cabeza.
-
¡Pará, pará! No te pongas así – exhortó Elena. Siguió pidiéndole calma mientras
su mano una y otra vez le acariciaba la cabeza bajo el pelo lacio y pesado y su
boca veloz la cubría de besos en los lugares que podía. Después de rechazarla
una y otra vez Edelmira terminó por aceptar los consuelos que le ofrecía. Se
amarró a su cuello y cobijó su cara en los pechos de Elena y siguió sollozando
con profundísimos suspiros que la sacudían como palpitaciones enormes que
finalmente se fueron espaciando hasta que por fin sólo quedaron hipos
esporádicos. Entonces se irguió saliéndose del respaldo toráxico que su amiga
le había brindado y sus enormes ojos negros lavados por el llanto, limpios y
más hermosos, se elevaron hasta las aceitunadas pupilas que la contemplaban,
también húmedas y conmovidas.
-
Perdoname, Elena, disculpame, no tengo derecho.
- Estás
recontra disculpada y perdonada y tenés todo el derecho del mundo. En todo caso
perdoname vos a mí – dijo Elena y acarició el costado de la cara de su amiga.
Ella atrapó la mano sobre su sien y su mejilla y devolvió el mimo besándola en
las yemas de los dedos. Elena recuperó suavemente su mano y se incorporó;
desnuda como estaba, pese a sus cuarenta y cinco años bien cumplidos, lucía
como un hermoso ejemplar femenino. Edelmira pensó, como otras veces, en la
pantera de los ojos verdes, que había caminado a un rincón de la casa y
regresaba con su paquete de cigarrillos y el encendedor dispuesta a fumar y
explicarse. Encendió un cigarrillo y volvió a sentarse al lado de Edelmira.
-
Pasa que yo soy así – dijo después de exhalar la primer bocanada – Soy así -
repitió – Desde la muerte de mis viejos no puedo estar sola. Me da la sensación
de que ellos tendrían que estar todavía acá, pese, por supuesto, a que se que
se han muerto y que no van a regresar. A veces me parece que voy a encontrar a
mi madre frente al espejo o a mi padre leyendo el diario “La Nación ”. Sueño con ellos.
En fin, Negra, vos me abandonaste en un mal momento. Me sentía desesperada y no
sabía qué hacer, para dónde agarrar, me sentía hecha mierda. Hasta te escribí
una carta, un diario. Después pensé que no lo ibas a leer nunca ¿Qué se yo?
Edelmira
la miraba sin hablar pero atendiendo lo que decía, reflejando en sus gestos y
rictus faciales los significados de lo que Elena le confiaba, conmovida.
Finalmente y cuando se hizo un silencio suficientemente significativo las dos
se abrazaron y besaron.
-
De todos modos, lo digo ahora con calma, las cosas cambiaron, ¿no? – aventuró
Edelmira. Ahora había vuelto a recordar a Malena y a compadecerse de ella.
-
No lo se bien, Negra, no lo se, ¿qué pensás vos?
-
Soy mala para pensar pero buena para sentir. Lo que te digo es que yo te sigo
queriendo – Hizo un silencio – Ahora mas que antes.
- ¡Negra,
mi amor! – exclamó Elena.
Las
dos permanecieron un rato mas en silencio, abrazadas. Absurdamente, Edelmira sentía
que nunca se iban a separar y que Elena iba a olvidar a su nueva amante. De
pronto Elena se puso de pie.
-
¿Y, qué vamos a hacer por tu amiga? – preguntó
-
No se, se me ocurre que deberíamos avisarle a sus padres, allá en La
Paz. Ellos deben creer lo mismo que
pensábamos todos, que ella está viviendo feliz con su nuevo amante.
-
¿Tenés el teléfono del padre?
-
No, pero lo puedo obtener en seguida.
Estaban
en eso cuando llamó el teléfono. Atendió Edelmira, como cuando trabajaba para
su ama.
Amílcar Luis Blanco ("Mujer sentada en bar", "Desnudo oriental en rojo", "Mirada y contraluz", "Blue nude", "Four colors - web", Oleos sobre lienzo de Pedro Sanz y la última pintura es de Tamara de Lempicka)
Gracias por tu visita a mi bloc, Amílcar, tienes un bloc precioso, esas imagenes son hermosas, veo que lo tuyo es explayarse con la novela, con razón me comentabas que mi poesía era breve, entiendo...yo solo intento dibujar poesía, de momento. Gracias de corazón.
ResponderEliminarQue pases una noche feliz.
Un abrazo Amílcar.
Comparto tu bloc, encantada.
ResponderEliminarAbrazo
Gracias Carmen por compartir mi blog y que pases tu también una buena noche y un abrazo también para vos.
ResponderEliminartodavia digiero la escena y el sabor de la novela... me gusto muchisimo el blog y por supuesto las letras, hermoso trabajo.
ResponderEliminarGracias Ady me alegro que te haya gustado y espero me sigas leyendo ya que yo también seguiré haciéndolo contigo y comentándote tus trabajos.
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