lunes, 24 de noviembre de 2014

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO SEXTO Y FINAL DE "LAS WALKYRIAS"




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                           Las vidas de todos ellos quedarían en fotografías hasta que también estas se destruyeran perdidas entre muebles viejos. Pero habría dos vidas que hallarían su final de un modo brusco, impensado. Primero, la de ella, después la de él.
Este final se produjo al cabo de la fiesta erótica que celebraron las cuatro amantes: Elena, Malva, Malena y Edelmira. Se habían reunido en el taller de escultura de Malva, quien había encendido sus cámaras a fin de captar las mejores tomas e inspirarse para la obra que tenía en mente. Después de la culminación del ágape hubo lentas y perspicaces insinuaciones que hubieran llevado a otros capítulos de no suceder lo que sucedió, sobre todo entre Malena y Malva que apenas se conocían y conversaron.
- Decime la verdad ¿Te gustó Daniel? – preguntó Malena.
- Decime la verdad vos ¿No querrías tenerlo acá, digamos, como un epílogo entre nosotras? – preguntó por su parte Malva.
- ¡Me moriría de vergüenza! Además, me daría miedo que me abandonara para siempre después de descubrirme.
- ¿Tu homosexualidad querés decir?
- ¡Claro!
- Sabés que tenés un prejuicio con eso.
- ¿Cómo?
- Claro ¿Vos no crees que las mujeres somos todas homosexuales?
- No lo se, no lo creo. Fuera de nosotras y, bueno, también en “Las Walkyrias”, yo hice amistad con una de ellas, Sonia, con la que curtimos un poco algunas veces, pero, fuera de eso…
- Me parece que todavía seguís siendo un poco ingenua. Te vuelvo a preguntar ¿Te gustaría tenerlo a Daniel aquí, con nosotras? – insistió Malva
- ¿Vos querés decir desde el punto de vista exclusivamente erótico?
- Por supuesto, no hay otro, Nena, dejá de lado el costado moral.
- Bueno, en ese caso, creo que sí, que me gustaría, aunque a lo mejor me moriría de celos cuando vos te le acercaras y él empezara a gozar con vos – contestó por fin Malena.
- Y bueno ¿Acaso vos te quedarías atrás, me cederías el lugar?
- No sé, me ofendería, me darían muchos celos.
- Serías una tonta.
- ¿Vos qué harías en mi lugar?
Malva se paró de pronto. Había estado saboreando un trago de whisky, caminó alrededor del lecho en el que las dos habían estado sentadas, desnudas, y se detuvo frente a Malena, la miró inquisitiva, clavándole la oscuridad de los suyos en los ojos celestes y también chispeantes de ella.
- ¿Y si te dijera que conozco a Daniel desde hace tiempo, desde antes que vos lo conocieras?
Malena sintió un leve mareo y algo de vacío en el estómago ¡Se había hecho estúpidas ilusiones con Daniel! Había creído la historia de la botita, el timo del zapatito como en la cenicienta. La realidad volvía por sus fueros. Pudo ver desde que la conoció que Malva era una artista, una mujer de mundo. No había querido entrar en la intuición que había tenido acerca de ella, alimentada por el vivo recuerdo que le quedó de aquélla conversación que habían tenido con Daniel en “Las Walkyrias”, cuando él le había contado acerca de aquélla amante suya que era una artista, imaginativa, que se aburría con él. Le pareció que ahora sería inevitable admitirlo, así que estuvo un rato callada sosteniéndole la mirada de sombra, esa mirada de sombra y sed que tenía Malva y de la que había recelado, pero que, al mismo tiempo, como a las demás, la enamoraba.
- Me imaginé que vos eras la mujer de la que Daniel me había hablado.
Malva se sentó ahora de nuevo a su lado en la cama y sus oscuras pupilas parecieron fulgurar sobre su sonrisa.
- ¿Te habló de mi? Contame – Se veía que la urgía la ansiedad y que el deseo de él se le había metido en el súbito colorado de sus mejillas.
- Vos sabés que me parece que mis sospechas son ciertas. La noche de la cena en mi casa en La Paz ¿Vos te volviste a acostar con él después de mucho tiempo que no se veían, o me equivoco?
- No te equivocás.
- Sos una desfachatada.
- Pero soy sincera y, además, estoy dispuesta a compartirlo.
- ¿Sólo conmigo?
- Sólo contigo. Mas sería demasiado.
Entretenidas como estaban repartiéndose a Daniel no prestaron atención a ruidos, movimientos y caídas de objetos que llegaban desde el sector destinado a cocina en el inmenso espacio repleto, como vimos, de objetos, enseres, herramientas de todo tipo. Cualquier ruido era imaginable y no despertaba sospechas. Pero hubo un chillido agudo, dos gritos desgarrados y la seca detonación de un estampida, así que ésta vez no pudieron ignorarlo y corrieron las dos, desesperadas y agitadas, perdida toda compostura, y encontraron que sobre los pequeños adoquines del piso yacía sin vida el cuerpo de Edelmira y, bajo su piel satinada y morena y su rostro detenido en una mueca, su sangre hacía crecer un pequeño charco rojo. Vieron a un hombre con los brazos caídos; en el extremo de uno de ellos, como si la mano que le correspondía lo sostuviera sin conciencia, pendía un revolver. Sólo Elena se acercó a él, el hombre tenía los ojos puestos en el vacío, la cara descolorida y las comisuras de los labios desencajadas, sin tono, las cejas alzadas. El hombre levantó su mano deteniéndola, llevó el revolver a la sien, la nueva estampida atronó como si les perforara los tímpanos a todas.
- ¿¡Alejandro, querido, qué hizo, pero qué hizo usted, hombre!? – gritaba ya Elena, despavorida. El volumen de su voz ascendía cada vez mas y repetía la misma pregunta asombrada, hasta que llegó a parecerse al ulular desesperado de una sirena en la noche y sólo Malva atinó a ir al teléfono y llamó a la policía mientras sus amigas – Elena se había callado en una rígida expresión de horror -, como autómatas, se vestían y se sentaban a esperar el destino.

  
   
                           FIN

                                                                                                     Amílcar Blanco (Pinturas de Karina Belkina y de Juan Francisco Casas)

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