martes, 4 de noviembre de 2014

CAPÍTULO CUADRAGÉSIMO OCTAVO DE "LAS WALKYRIAS"



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                                                  - ¿No tenés acá tus juguetes eróticos? – quiso saber Elena. Se había sentado ya sobre el diván cama, reposando su abundante cola y sus anchas caderas sobre los talones, estiraba el cuello y movía la cabeza, estaba en bombacha y corpiño y Malva, completamente desnuda y arrodillada detrás de ella, la miraba con deseo, la había besado en la espalda y se disponía a seguir. Habían tenido la precaución de encerrarse con llave. Era la hora de la siesta.
- ¿Qué necesitás hermosa?
- Un falo envaselinado, ¿y vos?
- Lo propio
-¿Tenés o no tenés?
- No te impacientes, tengo, por supuesto, pero me da fiaca ir a buscarlo.
- Andá que yo te espero, no seas mala.
Malva se bajó del diván y caminó descalza hasta un rincón de la pieza, corrió una puerta y tomó un cofre que estaba en el fondo de un anaquel, del interior de un tomo encuadernado que sacó de la biblioteca extrajo después un pequeñísima llave con la que abrió el cofre y por fin, envuelto en celofán, apareció en la palma de su mano un pene ejecutado en lo que parecía ser una especie de plástico o caucho negro.
- ¡Cuánto misterio! – exclamó Elena.
Malva regresó triunfante al diván sosteniendo el juguete con dos dedos y balanceándolo para que su amiga pudiera verlo y tocarlo. Elena lo apretó entre sus labios cuando Malva se lo acercó, enseguida lo mordió ligeramente y lo envolvió después con su lengua.
- ¡Qué bárbaro! Parece el de un macho joven, tiene gusto a ananá rancio – sentenció después de fingir una breve felación y rechazarlo con asco.
- Dame que lo lavo – Malva se lo arrancó de la mano, fue hasta el baño y abrió la canilla del lavatorio, enjabonó y fregó el artefacto, después lo enjuagó, volvió con él y lo depositó nuevamente en la mano de su amiga, que lo recibió saludándola con una mano en el pecho y una breve reverencia.
- ¿Sabés lo que es esto? Una joya – afirmó Malva
- ¡Entonces usémoslo! ¿Qué esperamos? – invitó Elena.
- Tengo algo todavía mejor – dijo Malva.
- ¿Qué puede resultarnos mejor que uno de estos?
- Dos de estos – Malva lo dijo y volvió al cofre abierto y apareció con otro pene de color rosado, lo agitó y fue hasta el baño y lo lavó como había hecho con el otro. Los consoladores tenían ambos el mismo y respetable tamaño.
- Son de treinta centímetros, los dos – aseguró Malva.
- Sí, sí, es lo que les daba.
- Y mirá, todavía hay mas – dijo Malva. Tomó el negro de la mano de su amiga y lo unió por su base con la base del rosado.
- Quedan unidos, ¿ves?
- ¡Bárbaro! Pasemos a la acción- exhortó Elena. Se había quitado la ropa interior. Malva la enfrentó, se sentó de nalgas sobre las caras anteriores de los muslos de Elena, y después de envaselinar el artefacto de dos puntas lo fueron maniobrando, bajándolo y subiéndolo de manera que rozara la hendidura, labios y clítoris de ambas, mientras se besaban, hasta que por fin se lo hundieron de modo que cada una quedó penetrada y a su gusto. Se besaron, acariciaron, copularon y gozaron hasta obtener el primer orgasmo, bastante volcánico, y, enseguida volvieron a cambiar su postura para emprender más lentamente las caricias y los besos y toqueteos. Trataban de no agitarse para prolongar las sensaciones. Llegaron a tener otros dos orgasmos pero quedaron exhaustas.
- El amor físico es maravilloso –alcanzó a murmurar Malva, dio un profundo suspiro y comenzó a adormecerse. En eso estaban las dos cuando escucharon que golpeaban la puerta suavemente.
- Malva, Malvita, ¿estás ahí?
- Sí, papá, acá estoy ¿Cómo estás?
- Bien, bien, dejá, no abrás ¿Te habías dormido?
- Un poquito.
- Dormí, dormí, hija, nos vemos en la cena, hasta lueguito.
- Hasta luego.
Elena escuchó el diálogo de Malva con su padre pero no quiso preguntarle nada. Mantuvo los ojos cerrados porque el sueño se había apoderado de su voluntad y las imágenes y los pensamientos se le iban mezclando en un curso de acción disparatado pero firme.
Toribio y Elena estaban con ella misma sentados a la mesa y su madre le pasaba el mate. De pronto descubrió que Dolores Lacerba, la mamá de Malva, los acompañaba. Su padre elogiaba la acción de Pepe en el campo.
- Pepe – decía con cierto entusiasmo dirigiéndose a Dolores Lacerba – ha conseguido lo que yo no he podido en años. Que las vacas den mas leche. Así, como lo escucha.
- Sí, viejo, ¿y qué hace? – preguntaba intrigada Elena Koniatowska.
- Muy sencillo, se los pide, habla con ellas, las persuade y ellas comprenden – respondía don Toribio.
- ¡Claro, claro! – asentía Dolores Lacerba como si aquéllo cayera por su propio peso.
- ¿Pero, entonces, las vacas hablan? – se sorprendía la Koniatowska mirándola a ella, su hija.
- Mamá ¿Cómo podés creerle a este viejo llamado Toribio Disparate?
Su padre la miraba con desdén y sacudía las hojas sábana del diario La Nación.
- Vos seguí nomás cogiendo con la negrita Edelmira y cuando quieras acordar se me va a subir a los anteojos – decía.
Entonces ella, su hija, se ponía a observar los anteojos de carey de su padre mientras él se sumergía en la lectura del diario. Traspasaba los colores amarillos y marrones y se encontraba en el campo entre la cola levantada de una vaca y otra que mugía sonoramente, de modo un poco apremiante. Elena pensaba “en este mugido si escucho bien, con atención, podré descubrir las palabras de la vaca” Así que, como quien dice, paraba la oreja y miraba a los ojos a la bóvida. De pronto descifraba los vocablos en una voz que se escuchaba pastosa, como una queja densa.
- Quiero decirte que sufrimos como nadie – decía la vaca – Las muelas me duelen con un dolor grande, del tamaño de este campo, y nadie nos lleva al dentista.
Elena se despertó y tocó con el pie a Malva que respiraba sonoramente y dormía reciamente, con un sueño pesado. “Cómo un elefante, o mas” - , pensó Elena. Volvió a adormecerse. En el campo no había ya vacas. Ahora estaba en un campamento en África y, junto a ella, una especie de tribu bailaba alrededor de una fogata. Entre las mujeres negras vio a Edelmira meneando ostentosamente las caderas. Tenía aros y collares y a cada golpe de tambor se desplazaba, colocaba su cabeza de perfil y abría y arqueaba las piernas y los pies. Parecía la figura de un friso egipcio.

Amílcar Luis Blanco  ("Desnudo", pintura de André Lhote)



2 comentarios:

  1. Apreciado amigo: la escena me parece excelentemente lograda. Hay un subtexto que se refiere a las características de los personajes a través de sus acciones tratado con mucha maestría. Hacía tiempo que no leía un texto de tal calidad. Un abrazo y nos comunicamos.

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  2. Gracias Gocho. Las características de los personajes se fueron indicando desde el primer capítulo. En esta escena o capítulo, Elena y Malva, que son hermanas por parte de padre pero no lo saben, ya se han convertido en amantes asiduas.

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