viernes, 7 de noviembre de 2014

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO DE "LAS WALKYRIAS"



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                                                       Cuando era gurí, un pibe, jamás le tenía que preguntar a mi vieja o a mi viejo qué hacer o qué decir. Ellos me habían enseñado que mis cosas debía aprender a hacérmelas solito, tenía que atenderme. Eso ya desde los seis años. Vos sabés, Negra, que igual que vos, en mi familia éramos muchos hermanos y únicamente los más chiquitos eran atendidos por mi vieja. Si no hubiera sido así no hubiéramos podido salir adelante. Así que a los seis años o a partir de esa edad yo sabía muy bien que tenía que lavarme las manos y la cara, esperar mi turno, prepararme el mate cocido, lustrarme los zapatos, lavarme los calzoncillos y las medias, cuidar los útiles del colegio, lavar, secar y guardar los platos y los cubiertos los mediodías que me tocaba a mí, que eran los sábados, porque los demás días les tocaba a otros de mis hermanos, porque además los días sábados a mi vieja con mis hermanas les tocaba limpiar la casa, los demás días trabajaban afuera. Hacer los mandados me tocaba todos los días y sabía que en el camino al almacén, la panadería, la carnicería o la verdulería no debía distraerme. Mi cama la hacía también todos los santos días enseguida que me levantaba. Una vez por semana me tocaba barrer el piso del dormitorio que era mío y de mis hermanos varones. Ahí dormíamos cuatro y cada uno de nosotros tenía su cajón en la cómoda. Cuando nos enfermábamos, como nos ocurrió con el sarampión, la varicela, la tos convulsa y la rubéola, empezaba uno y después nos ponían a todos juntos, íbamos cayendo los demás. Sobre lo que nunca nos decían esta boca es mía y nos manejábamos con toda libertad era sobre lo que hacíamos cuando salíamos a jugar, a divertirnos. Yo llevaba, y también mis hermanos, la gomera, había uno, el mayor, Evaristo, que tenía un rifle de aire comprimido que se había comprado con su trabajo en la gomería. Salía a cazar como él decía y se cansaba el guacho de matar gorriones. Sólo respetaba las palomas y él mismo se había construido un palomar con maderas de cajones que conseguía y las tenía una en cada nido, bien clasificadas y separadas. Tenía buchonas, mensajeras, torcazas, copetudas, marrones con pintas blancas, grises, blancas, algunas que eran azules casi negras, de todas tenía el guacho y andaba pavoneándose con las palomas. Era bichero Evaristo. Una vez tuvo conejos. Se le empezaron a reproducir y estaba todo, hasta el río, repleto de conejos, andaban por todos lados. Hasta que se le ocurrió juntarlos y venderlos. Yo se que todo esto vos lo sabés bien Edelmira porque casi, casi, lo vivimos juntos. Me imagino que ahora que te fuiste para allá, para la casa de la hija de don Jorge Monsivais, esa amiga secuestrada que vos salvaste y de lo que estoy orgulloso, te estarás acordando de cómo éramos de gurises. Y si no ¿De qué vas a hablar con Malena? Lo que pido, si no fuera mucho pedir, se lo pido a Dios, es que te acuerdes también de mí y me escribas algo o me llames al celular. Si no ¿Para qué lo tengo, para qué me lo regalaste?”


Amilcar Luis Blanco ("Paloma de la paz", dibujo de Pablo Picasso) 

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