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“Cuando era gurí, un pibe, jamás le tenía que preguntar a mi vieja o a mi
viejo qué hacer o qué decir. Ellos me habían enseñado que mis cosas debía
aprender a hacérmelas solito, tenía que atenderme. Eso ya desde los seis años.
Vos sabés, Negra, que igual que vos, en mi familia éramos muchos hermanos y
únicamente los más chiquitos eran atendidos por mi vieja. Si no hubiera sido
así no hubiéramos podido salir adelante. Así que a los seis años o a partir de
esa edad yo sabía muy bien que tenía que lavarme las manos y la cara, esperar
mi turno, prepararme el mate cocido, lustrarme los zapatos, lavarme los
calzoncillos y las medias, cuidar los útiles del colegio, lavar, secar y
guardar los platos y los cubiertos los mediodías que me tocaba a mí, que eran
los sábados, porque los demás días les tocaba a otros de mis hermanos, porque
además los días sábados a mi vieja con mis hermanas les tocaba limpiar la casa,
los demás días trabajaban afuera. Hacer los mandados me tocaba todos los días y
sabía que en el camino al almacén, la panadería, la carnicería o la verdulería
no debía distraerme. Mi cama la hacía también todos los santos días enseguida
que me levantaba. Una vez por semana me tocaba barrer el piso del dormitorio que
era mío y de mis hermanos varones. Ahí dormíamos cuatro y cada uno de nosotros
tenía su cajón en la cómoda. Cuando nos enfermábamos, como nos ocurrió con el
sarampión, la varicela, la tos convulsa y la rubéola, empezaba uno y después
nos ponían a todos juntos, íbamos cayendo los demás. Sobre lo que nunca nos
decían esta boca es mía y nos manejábamos con toda libertad era sobre lo que
hacíamos cuando salíamos a jugar, a divertirnos. Yo llevaba, y también mis
hermanos, la gomera, había uno, el mayor, Evaristo, que tenía un rifle de aire
comprimido que se había comprado con su trabajo en la gomería. Salía a cazar
como él decía y se cansaba el guacho de matar gorriones. Sólo respetaba las
palomas y él mismo se había construido un palomar con maderas de cajones que
conseguía y las tenía una en cada nido, bien clasificadas y separadas. Tenía
buchonas, mensajeras, torcazas, copetudas, marrones con pintas blancas, grises,
blancas, algunas que eran azules casi negras, de todas tenía el guacho y andaba
pavoneándose con las palomas. Era bichero Evaristo. Una vez tuvo conejos. Se le
empezaron a reproducir y estaba todo, hasta el río, repleto de conejos, andaban
por todos lados. Hasta que se le ocurrió juntarlos y venderlos. Yo se que todo
esto vos lo sabés bien Edelmira porque casi, casi, lo vivimos juntos. Me
imagino que ahora que te fuiste para allá, para la casa de la hija de don Jorge
Monsivais, esa amiga secuestrada que vos salvaste y de lo que estoy orgulloso,
te estarás acordando de cómo éramos de gurises. Y si no ¿De qué vas a hablar
con Malena? Lo que pido, si no fuera mucho pedir, se lo pido a Dios, es que te
acuerdes también de mí y me escribas algo o me llames al celular. Si no ¿Para
qué lo tengo, para qué me lo regalaste?”
Amilcar Luis Blanco ("Paloma de la paz", dibujo de Pablo Picasso)
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