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Malva y Edelmira se encontraron en el Bar de Santa Fe y coronel Díaz, en
el que Elena, deambulando solitaria una noche, había pensado en el cuadro del
plástico neoyorquino Edward Hopper, una mañana radiante, azul, sin viento ni smog. Elena
había hablado con Edelmira diciéndole que su amiga quería conocerla para
contratarla como modelo para una escultura y que le pagaría muy bien. Edelmira
había sentido morbosa curiosidad. Fueron, primero, ojos negros contra ojos negros,
pero, gradualmente, chispas sobre chispas y, finalmente, pulsaciones volcánicas
entre ellas.
-
Y, ¿qué pensás de mí, qué te parezco? – Edelmira lo preguntó ya con cierta
ansiedad.
-
Bueno, mi amor, está a la vista. Estoy deseando que tus labios se despeguen del
pocillo de café y se peguen a mis labios.
-
¡Ay! ¿Pero, no me ibas a contratar para posar?
-
¡Pero, claro, corazón! ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? – Malva tomó
con sus dos manos la que Edelmira había dejado abierta sobre la mesa y la
presionó.
-
¡Ché, no nos vamos a agarrar acá! – protestó la entrerriana.
Malva,
sin soltar la mano de su recién conocida amiga, chistó al mozo. Después que
éste acudió y recibió un billete de veinte pesos por los diez que salía la
consumición contempló asombrado que las dos mujeres salían tomadas de la mano y
dejándolo con el vuelto. La mañana de insistente azul se colaba por las
vidrieras asentada sobre las puntas de antenas y tanques de los edificios y
brillaba en espejos y chapas de carrocerías.
El
encuentro se produjo sobre el anchuroso diván en el que las tres se tomarían
algunos días después la foto que, transformada en gigantografía, serviría de
base a la escultura en la que Malva se pondría a trabajar. El sol de la mañana
radiante se filtraba por la claraboya de colores rosados y acelestados que
ocupaba el centro del enorme galpón que era el atelier de Malva e iluminaba el
lecho sobre el que la acción transcurría. La luz rozaba los costados de sus
cuerpos desnudos, las pantorrillas, muslos, glúteos, espaldas de ambas que, a
veces, en blanda lucha, rodaban hacia las zonas de sombra, las melenas se
agitaban y sacudían al impulso de la pasión. Las tonalidades pasaban del brillo
al mate pero dejaban siempre como nítida delimitación el vello púbico, los
ojos, las mencionadas cabelleras. Malva había activado cinco cámaras que las
tomaban desde diferentes ángulos. Había una suspendida en la claraboya que daba
un plano aéreo de los cuerpos, otras dos que registraban ambos costados y otras
dos que grababan la cabecera y la perspectiva que ofrecían las amantes,
capturadas sus imágenes desde los pies. El desafío sería después componer una
secuencia de video coherente con todas las tomas.
Eran
sus corazones, al final, las vísceras que habían tomado el contacto más íntimo
entre ellas y galopaban como caballos enloquecidos llevándolas a sitios de
sensaciones de puro placer, así que terminaron extenuadas como correspondía.
Cuando se estaban duchando juntas, en el baño de vestuario deportivo que había
en el lugar, con el agua en catarata, dándoles un brillo pulido sobre los
cuerpos magníficos y borboteándoles en los labios, Malva preguntó.
-
¿Qué dirías si le propusiésemos a Elena una fiesta privada para las tres?
-
¡Sí, sí, dale! – se alborotó todavía mas Edelmira. No paraba de reír a cada
momento topándola, salpicándola y besándola con su menudo cuerpo moreno sobre
cuyos volúmenes sinuosos el agua producía también una pátina de luz que la
untaba con un magnetismo irresistible. Malva
no cesaba de recibirla sobre su cuerpo y sentir que la excitación que le
provocaba no se extinguía y permanecía en ella como una fiebre latente.
-
¡Qué difícil despegarse de vos, negra! Ahora la entiendo a Elena.
-
¿Qué entendés?
-
Y, que te extrañara tanto, que le costara tanto despegarse de vos.
Después
que se secaron y vistieron Edelmira vio que en uno de los rincones del galpón
había una cocina. Se la señaló a Malva.
-
¿Funciona?
-
Perfectamente ¿Querés que hagamos café?
-
Yo lo hago, amor.
Malva
dudó, quería homenajearla.
-
Dejá, lo hago yo
-
No corresponde, yo estoy acostumbrada. Vos sos una señora principal, una
artista
-
¿Quién te lo dijo?
-
Elena, ¿quién iba a ser?
- Bueno,
chiquita, si vos querés hacerlo está bien – Malva le guiñó el ojo y Edelmira le
devolvió el gesto besando el aire y cerrando y abriendo los párpados
curvilíneos que Elena le había descrito tan bien.
-
Vos, volviste de Entre Ríos ¿Hace poco, no?
-
Sí, te dijo Elena?
-
Sí. Y también que fuiste a ver a esa amiga tuya que estuvo secuestrada en un
prostíbulo en Paraguay.
-
Sí ¿Cuántas cucharaditas?
-
Poneme dos.
Se
sentaron mirándose, mientras revolvían sus cafés, perdiéndose extasiadas en la
luces azabaches de sus pares de ojos. Edelmira se sonrió y dijo:
-
Hasta ahora, mis amores mujeres tuvieron ojos claros
-
¡Ah, sí! Bueno, a Elena la conozco, pero no a tus otros amores ¿Quiénes son?
-
En realidad uno más.
-
¿Quién? Si puede saberse.
-
Malena se llama, la que estuvo secuestrada.
-
¿Lo sabe Elena?
-
No.
-
Entonces será un secreto entre nosotras.
-
No se ¿Por qué?
-
Bueno, vos no querrás que se entere.
-
¿Acaso no me enteré yo de vos?
-
Sí, en realidad tenés razón.
-
Además, se me ocurre algo mejor.
-
¿Qué?
-
Que Elena y Malena se conozcan como nos conocimos nosotras y, si hay onda entre
ellas, podríamos reunirnos las cuatro y hacer la gran orgía ¿Qué te parece?
-
¡Espléndido, nena, bárbaro! ¿Y cómo es tu amiga Malena?
-
Un sol. Alta, cuerpo sinuoso, bien formado, ojos azul celeste.
-
Ya me estoy excitando
-
¿Viste? Lo mismo me pasó a mí las dos veces que estuve con ella.
-
Contá.
-
La primera fue al atardecer, junto al río, con el agua como un fuego y nosotras
también, la segunda, ahora nomás cuando estuve en Entre Ríos, en La Paz , parecíamos imanes, no
podíamos ni conversar, nos quedamos pegadas.
-
¿Cómo nosotras hace un rato?
-
Igualito.
Malva
pareció ensimismarse, caer en una especie de concentración, de seriedad rara.
Así la vio y juzgó Edelmira y sintió que una alarma se le encendía. Había
alzado los ojos hacia la luz de la claraboya y le pareció una extraña virgen,
de pronto volvió la mirada iluminada hacia Edelmira.
-
¿Y tu marido? Porque se que sos casada ¿Qué pasa con él, te llevás bien, te
llevás mal?
-
Mirá, me llevo muy bien ¿Te habrá contado Elena?
-
Nada.
-
Mirá, yo hago mis cosas con Elena en horarios de trabajo, siempre, él no se
entera. Hace un tiempo pensé en contarle lo mío con Elena, pensé que él
comprendería, pero después me di cuenta de que sería hacerlo sufrir
inútilmente.
-
Pero vos, en la cama digo ¿Cómo te llevás con él?
-
Ni bien, ni mal.
-
¿Qué significa eso?
-
Hago el amor con él cada tanto, cuando me doy cuenta de que él lo necesita
mucho. No es un hombre muy pedigüeño de sexo. Es más bien discreto.
-
¿Y no te sentís culpable?
-
Seguro que Elena te contó
-
¿Qué cosa?
-
Lo de la pesadilla
-
No, no ¿Qué pesadilla?
-
Bueno tuve una muy terrible. Alejandro, mi marido, nos pescaba en la cama a
Elena y a mí y se pegaba un tiro en el corazón y su sangre me salpicaba.
-
Entonces te sentís culpable ¿O ya lo superaste?
-
El día siguiente a la pesadilla me sentí aterrorizada y el efecto me duró
varios días. Rompí con Elena, no la podía ni mirar. El día siguiente a la
pesadilla hubo una reunión en la
Sociedad de Fomento. Alejandro, mi marido, es el presidente y
nos reunimos los socios porque habíamos quedado con un oficial de justicia para
pagar una deuda hipotecaria con un dinero que habíamos juntado entre todos. Nos
habían dado un plazo. Ese día vino Elena y hasta me trajo una bicicleta de
regalo. Yo no sabía qué hacer ni qué decir. Estaba bajo los efectos de la
pesadilla. Apenas le agradecí el regalo, creo. Pensaba que estaba en pecado,
que Dios me iba a castigar, me sentía muy culpable, con mucho remordimiento,
como si el suicidio de Alejandro hubiese ocurrido realmente.
- ¿Y
después que pasó, cómo te recuperaste?
-
Te cuento. Lo primero que hice fue romper con Elena definitivamente en ese
momento y eso me alivió. Después viajamos a La Paz en Entre Ríos, los dos somos de ahí. Ya para
entonces, en el viaje en micro, empecé a extrañar a Elena. Cuando llegué me
enteré que había fallecido una chica, Elvira, que había sido compañera mía de
colegio. Recordé entonces que con ella había tenido un episodio a nuestros doce
o trece años, que fue que me sentí atraída por ella y la besé en la boca ¡Bah!
Fue un beso de labios cerrados de dos nenas casi. A los pocos días fui a la
iglesia de La Paz ,
a rezar, a pedir a Dios que me ayudara y sentí que Dios me iluminó y me dijo
que el camino era la verdad, que tenía que contarle a Alejandro lo que sentía.
Salgo de la iglesia, voy a casa, y me entero que una vecina casada se había
fugado con un novio. Esa vecina casada era mi amiga Malena. Con ella el verano
anterior habíamos hecho el amor sobre el césped cuando anochecía. Nos teníamos
ganas desde hacía tiempo pero no teníamos experiencia. Ese verano, como yo
había ya comenzado mi relación con Elena, me sentí con la experiencia necesaria
como para encararla y lo hice nomás, y fue maravilloso. Así que cuando me
enteré que se había fugado me alegré por ella. Bueno, después ocurrió todo lo
que vos ya sabrás: que en realidad la habían secuestrado y todo lo demás. Pero,
ya para cuando me enteré de su fuga no daba más por volver con Elena. Y cuando
me enteré que ella salía con vos me puse loca. Sobre todo creo que me puse así
porque yo le había sido infiel y tenía, en carne propia, la experiencia de lo
que se puede sentir con otra mujer que tenga afinidad con nosotros y nos comprenda.
Por eso, ahora, la posibilidad de que estemos las tres y hasta las cuatro
juntas no me espanta en lo absoluto ¿Qué pensás vos?
-
Y, yo no tengo problemas a esta altura, soy lo que se dice una desprejuiciada
total. Sólo que pienso que, en el caso tuyo, si Alejandro descubriera tu
lesbianismo, tu inclinación a preferir mujeres como compañía sexual, sin que se
enterase por vos misma, te lo podría llegar a reprochar.
-
¿O sea que vos no pensás cómo Elena que me dijo que mejor no se lo dijera?
-
Pienso que podría llegar él a considerarlo desleal de tu parte. El podría
elegir separarse y, creo, por lo que vos y Elena me contaron de él, que se
merecería la oportunidad de poder elegir.
-
Sí, creo que tenés razón, aunque eso podría llegar a complicarme la vida.
-
También no decírselo te podría llegar a complicar mucho más ¿O vos seguirías
con él si jamás se enterase?
-
Por ahora pienso que sí, que seguiría, yo por lo menos.
-
Bueno, ustedes tienen una relación de muchos años, de amistad casi. Me dijo
Elena que se conocen desde chicos.
-
Sí, es cierto. Además, mirá, si le voy a hacer demasiado daño prefiero no
decírselo. Nosotros somos muy pobres, vivimos de nuestro trabajo, unidos desde
que estamos juntos, él construyó la casilla, si le dijera que deseo separarme
porque me gustan las mujeres le rompería el corazón. No se si el mensaje del
sueño no fue ese, que no se lo diga nunca.
-
¿Acaso vos no sentiste en la iglesia de La Paz que Dios te había iluminado indicándote que
le dijeras la verdad? La mentira intoxica, hace mal.
-
Mi amor, la verdad es muy difícil. Si observo a mi alrededor veo que todos nos
mentimos, constantemente o, por lo menos, disfrazamos la verdad. El verdadero
mensaje de Dios para mí quizá sea: “no hagas daño ni te hagas daño”. Es decir,
viví tu verdad sin herir a los otros.
-
¡Bueno, bueno, sos toda una filósofa! ¿Qué te llevó a interpretar el mensaje de
Dios en el sentido que me acabás de explicar?
-
Excelente pregunta. Los siguientes acontecimientos: el secuestro de Malena, que Elena me haya sido infiel con vos, que yo
le haya sido infiel a Elena con Malena y ahora, recién, con vos y vos a ella
conmigo, que Malena esté o se sienta enamorada de un hombre y le sea infiel
conmigo y, por último, que yo le sea infiel a Alejandro. Toda esta suma de
infidelidades me da la pauta de que la fidelidad es un propósito de
cumplimiento imposible. O todas las mujeres somos putas o todas somos santas
-
¿O sea que, según vos, mi vieja es una santa?
-
¿Qué tendría que ver tu mamá con todo esto?
-
Bueno, mi vieja lo hizo cornudo a mi viejo toda la vida. Ahora, como está
decrépita ya no puede.
-
Ya ves. No digo que tu mamá sea o no sea una santa o una puta, quién sería yo
para juzgarla, lo que digo es que, y lo repito, la fidelidad es un propósito de
cumplimiento imposible. Habrá algunos que han sido fieles toda su vida, pero
creo que sólo en los hechos y porque no se les han presentado las oportunidades,
porque todos somos tentados…
-
¿Por el demonio?
-
El demonio somos todos.
-
¡A la miércoles! ¿Y Dios, somos también todos?
-
No, eso sí que no. Dios hay uno solo.
-
¿Cómo es eso?
-
Dios es la perfección. Siempre me llamó la atención el pasaje de los evangelios
en el que Cristo le dice a los apóstoles “Sed perfectos como mi Padre que está
en los cielos” Ahí parece como que Jesucristo se burlara de nosotros, de los
seres humanos. Pero más profundamente me parece una ironía que delata la
insalvable distancia entre Dios y los hombres.
-
¿Malena es creyente, como vos?
-
Malena no cree en nada. Me contó acerca del viejo que regenteaba el quilombo en
el que ella estaba secuestrada, que hace poco nos enteramos que se suicidó,
pero esa es otra historia. La cuestión es que este hombre, que se llamaba
Arquímedes Portobello, también creía en Dios o en otra vida, pensaba que
nuestra alma es como el software de una computadora, una especie de cifra
electromagnética que escapa del cuerpo cuando éste muere, como si fuera una
descarga eléctrica, algo así.
-
¡Qué interesante!
-
Claro, yo le dije lo mismo a Male, porque en realidad no sabemos nada, de eso
sabemos muy poco. Mirá si es cierto, che. Andaríamos vagando por el universo,
nos cruzaríamos unas almas con otras. Pero, mirá, me quedó algo sobre la
mentira y la verdad.
-
Decímelo.
-
Es que si nosotras cuatro hacemos la fiesta, entre nosotras no habrá mentira,
todo será verdad
-
Por lo menos en lo que se refiere a la fidelidad e infidelidad erótica.
-
Claro, siéndonos infieles nos seremos fieles porque habremos admitido nuestra
imperfección como parte de nosotras. Es decir desde el momento que nos
desnudemos, nos abracemos y comencemos a manosearnos y a besarnos comenzaremos
a ser los seres mas fieles que hay entre nosotras mismas, no nos engañaremos ni
necesitaremos engañarnos nunca más.
-
Y toda otra nueva conquista la meteremos en la fiesta.
-
No, no, pará, nos estamos olvidando de los hombres.
-
¿Los hombres?
-
Me refiero al enamorado de Malena, a mi Alejandro, quizás al hombre que vos
tengas.
-
Gracias, en este momento no tengo ninguno…
-
De cualquier modo, a los hombres no los podemos meter en la misma bolsa.
-
¿Por qué no?
-
Los hombres, algunos, pelean, se matan por la moral o los valores morales y los
confunden casi siempre con los placeres sensuales y eróticos.
-
¿Entonces?
-
A los hombres sólo hay que atraerlos a nuestras orgías sólo si, además de
gustarnos o enamorarnos, muestran tener un alma libre de prejuicios.
-
¿O sea, querida, que para vos los valores morales son prejuicios?
-
Los hombres los viven como prejuicios, creo que nosotras no.
-
Interesante, toda una filosofía.
-
¿Te parece?
-
No lo se, pero, como suelen decir los italianos, “si non e vero e ben trovato”
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Egon Schiele)
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