sábado, 22 de noviembre de 2014

CAPÍTULO QUINCUAGÉSIMO QUINTO DE "LAS WALKYRIAS"




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                     Decidieron presentarse separadamente y con distancia de tiempo entre ellos. Primero fue el turno de Daniel. Ya la dueña de casa y sus invitadas habían abandonado la cocina y ocupaban el living iluminado a pleno en el que habían puesto la mesa.
- Tardaste – dijo Malena cuando lo vió asomar por la puerta.
- Me entretuve
- ¿No encontraste a Malva?
- No.
- Hace tiempo los esperamos. Ella fue a comprarse un analgésico a la farmacia ¿En qué te entretuviste? – preguntó Malena
- Entré a una casa de videos. Estuve viendo títulos de películas que leo en los diarios y siempre quiero ver.
- ¿Y, conociste a Malva? – preguntó Malena.
- Sí, sí, muy agradable.
- ¿De qué hablaron?
- Bueno, generalidades. Me dijo que su familia era de Trenque Lauquen. Que se dedicaba a la decoración y que esculpía y, finalmente, que le dolía mucho la cabeza.
- ¿No te recordó a alguien? – preguntó de nuevo Malena
- ¿A quién?
- Bueno, eso lo tenés que decir vos.
- No recuerdo.
- Aquélla novia tuya que te dejó por aburrido. Te acordás que me hablaste de ella cuando nos conocimos.
- ¡Ah, sí, claro! Amalia.
- ¿Amalia se llamaba?
- Sí, sí, Amalia. No, nada que ver, por lo menos físicamente.

Elena había escuchado y recordó de pronto que Daniel era el nombre del novio aburrido de Malva. Se lo preguntaría cuando estuviesen las dos solas. Era presumible que su amiga pudiera haber convenido con él que guardarían silencio respecto de su conocimiento mutuo. Y era presumible también que se hubiesen dado un tiempo y un espacio para conversar ¿Para conversar? Si hubiera sido sólo para eso ¿Qué impedía que se quedaran al abrigo de la intemperie en una noche tan fría? Sus sospechas no eran celos. Ella había propiciado el encuentro entre Malva y Edelmira ¿Por qué le molestaría ahora que Malva se acostase con Daniel? ¿Acaso las cuatro no habían estado hablando de un encuentro entre ellas antes de que llegase Daniel y, aún, Malva y ella, que no conocieron a Malena sino hasta ese día, no se habían manifestado dispuestas al encuentro?

 Habían bromeado acerca de que el cuerpo puente de encuentro entre ellas era Edelmira que las conocía a todas. Habían especulado con la idea de comenzar besándola y acariciándola a Edelmira como un ritual de agradecimiento ¿Qué le podría importar a ella, ahora, que Daniel y Malva se hubiesen revolcado? ¿Y Malena, estaría celosa?

Estaba en estas elucubraciones cuando llamaron a la puerta y Edelmira fue a abrir. Era Malva.
-¡Ah, estoy exhausta! – dijo mientras se desabotonaba el tapado con cabrito interior que la había abrigado.
- ¿Qué pasó? – inquirió Malena.

- Además de la cola que hice, se me rompió un taco de la botita y tuve que buscar un zapatero que me dijeron que atendía que al final me lo pegó y clavó ¡Menos mal!
¿A cuál fuiste? – quiso todavía asegurarse Malena.
En esta averiguación no tuvo suerte porque Malva se había precavido. Después de haber dejado a Daniel había caminado por el centro de la Paz y visto un tallercito de compostura de calzado abierto a esa hora. Un local de vidriera pintada en letras rojas sobre fondo blanco que decía “Zapatería de José” “composturas al instante”. No lo dudó, golpeó el taco contra el cordón hasta que lo separó de la suela. El viejo que la atendió tardó muy poco en unir ambas piezas. Así que Malva sonrió y dijo:
- “Zapatería de José”- Se descalzó y mostró el taco – Lo hubiera hecho yo misma. Para mí es una pavada, pero hay que vivir y dejar vivir ¿No les parece?
Las dudas se disiparon tanto en la mente de Elena como en la de la anfitriona. Daniel también suspiró aliviado. Ignoraba hasta qué punto las mujeres podían haber sido infidentes.
De pronto, Jorge Monsivais e Hilda irrumpieron en el salón. El llevaba una fuente que contenía los fiambres y doña Hilda otra que contenía “vitel toné” preparado por ella misma y que a su hija tanto le gustaba. Edelmira giró los potenciómetros para que la luz irradiase a giorno.
- Esta noche se celebrará la cena en homenaje a quienes han contribuido, de una u otra manera, a que mi hija, Malena, esté de nuevo entre nosotros. Este agasajo lo hemos planificado entre mi hija y yo. Son el señor Daniel Silverstone, y las señoras Edelmira y  Elena los principales destinatarios de nuestro agradecimiento. Invitamos también al Comisario Neptalí quien lamentablemente se excusó y no puede hoy estar aquí porque fue trasladado a otro departamento. Vamos a comenzar entonces con un brindis – Jorge Monsivais depositó después de que su esposa lo hiciera la fuente sobre la mesa y tomó una copa llena con champagne hasta la mitad. Los demás se acercaron y cada uno aferró también la suya. Se elevaron y chocaron los cristales.
- ¡Salud y felicidad para todos! – dijo Malena.
Todos respondieron “salud”, “que así sea”, “por muchos años”, etcétera. Se acercaron a Malena y la besaron y abrazaron de a uno. Daniel le dijo:
- Te quiero mucho, me alegro de haberte ayudado.
Malva la abrazó y beso brevemente, en silencio.
- Yo también te quiero muchísimo y voy a estar a tu lado siempre – declaró Edelmira con lágrimas en sus ojos mientras la abrazaba
- Ojalá que nadie, jamás, nunca, frustre tu libertad – Fueron las palabras de Elena después de besarla.
Enseguida fueron sus padres, uno a cada lado, los que imprimieron un beso cada uno en cada mejilla al mismo tiempo y fue Malva, quien había traído su cámara digital, la que tomó la primer foto de la noche para detener ese momento que, en el futuro, habría de ser mirado y mostrado con añoranza cuando algunos envejecieran, otros murieran, y ya nada tuviera el sentido que tuvo para nadie.


Amílcar Luis Blanco  (Pinturas de Auguste Renoir,  Carla Chávez Keller, Emille Bernard y Otto Muller)

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