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- Los presento, Daniel Silverstone, Malva, una
amiga de la amiga de una amiga.
-
Mucho gusto
-
Encantada
-
Bueno, hechas las presentaciones, vuelvo a la cocina, vamos Elena. Los dejo
solos para que se conozcan.
Malena
y Elena hacen mutis hacia la cocina de la enorme casa de los Monsivais donde
también está Edelmira trabajando y los aparentemente recién conocidos quedan
solos en el enorme living observándose, sonrientes. Es invierno, de tarde, el sol
está escondiéndose detrás del río en La
Paz y su fulgente disco rojo se ve por la ventana.
-
¿¡Vos aquí!? No esperaba encontrarte en este lugar. No me digas nada porque te
vienen anticipando. Sos el salvador de Malena y, a la vez, ella, tu enamorada…
-
Bueno, lo último no lo se ¡Ojalá!
-
Pero mirá nomás ¿Te digo qué es lo que todavía me tiene intrigada?
-
Decime
-
Bueno, nunca supe que frecuentaras los burdeles, las casas de tolerancia
¿Cuándo empezaste?
-
Cuando vos dejaste de darme bola, mas o menos para esa época.
- ¡Y
yo que te encontraba aburrido!
-
¿Te parezco ahora mas interesante?
-
Lógico, un tipo que alterna con prostitutas es alguien que no se rinde
-
¿Qué querés decir?
-
Eso, que no se entrega, mantiene su ilusión
-
¿Es un iluso?
-
Más o menos, pero, para decirlo de un modo más simpático, sin herir
sensibilidades, es alguien que todavía conserva su alma de niño, o de héroe que
es lo mismo.
Daniel
se ríe, camina, se deja caer en un sillón de dos cuerpos. Malva lo sigue,
intrigada, y se sienta a su lado. Le admira todavía la estatura, lo esbelto del
cuerpo, la nariz aguileña, los ojos negros y el destello de rubí en sus
profundidades.
-
¿Qué te hizo gracia de lo que dije?
-
Lo relacioné con lo que me dice el analista. Según él yo le sigo pidiendo permiso
a mi mamá para todo, o sea, sigo siendo un niño. Según vos, ahora, al perseguir
relaciones con prostitutas, también, sigo siendo un niño ilusionado.
-
¡Cuántas novedades! Tampoco sabía que te analizabas. Pero, bueno, entre lo que
te dijo tu analista – no hay que ser un genio para descubrirlo – y lo que te
digo yo hay bastante diferencia. Una cosa es vivir ilusionado y otra, muy
distinta, sometido.
-
Explicame
-
¡Qué rico que sos! Como cuando estábamos juntos seguís pidiendo explicaciones
sobre lo evidente. Me haces sentir como si fuera una maestra o una mamá.
-
¿En serio?
-
A ver, niño Daniel, paso a explicarle. Si usted se ausenta de su casa hacia un
quilombo en busca de una mujer tolerante y amable que lo haga feliz está
tomando una decisión independiente, apostando a su libertad. Siempre que se
camina hacia el logro de un sueño, para satisfacer una ilusión, uno está
tratando de cumplir un deseo y dándole sentido a la libertad, ejerciéndola. En
cambio, cuando alguien pide permiso a otro o espera que otro autorice, o, lo
que es peor, le diga lo que tiene que hacer no es libre, está sometido,
dependiente. Un niño está sometido a la autoridad de sus padres en cuanto a lo
que podrá hacer o le dejarán hacer pero está pleno de deseos, de ilusiones, en
su interior, que constituyen su libertad latente, su potencial. Cuando por fin
pone en práctica ese potencial, cuando lo actualiza, pasó la barrera de las
prohibiciones maternas o paternas y es, entonces, libre.
Daniel
aplaude en la sala vacía en la que reina una penumbra de iluminación en ciernes
porque hay luces dicroicas reguladas con potenciómetros, orgullo de Jorge
Monsivais, apenas encendidas; también encendido, un hogar a leña porque es
invierno. Entonces él, sin poder reprimirse, extiende su palma y acaricia
suavemente la mejilla de Malva que la toma con una de sus manos y la besa,
también con ternura, “como si se sintiera por un instante protegida por mí” –
piensa Daniel.
-
Te extraño todavía – le dice a ella.
-
Yo también a vos
-
¿Aunque te hayas aburrido mucho conmigo?
-
No tenías que hacerme caso, sabés que fui, soy y siempre seré una histérica.
Pero, contame, ¿Cómo te va con tu enamorada?
-
No lo se, hace un año que no la veo. Llegué una media hora antes que vos y ella
estaba con dos amigas tuyas, Elena y Edelmira, y nos presentó.
-
¿Pero no te llevó aparte?
-
Sí, sí
-
¿Y te habrá besado apasionadamente, metiéndote la lengua y todo, me imagino?
-
Bueno, sí
-
¿Y te habrá prometido que esta noche, guerra?
-
Mirá, nos vimos mas de una vez en “Las Walkyrias”, nombre del hotel o lugar
donde la tenían, y fue lo que se dice un flechazo, un amor a primera vista, y
creo que ella se ilusionó conmigo desde un primer momento, sin que supiera o
especulara con que yo podría contribuir a que la rescataran.
-
O sea ¿Guerra?
-
Bueno, que así sea, amén ¿Te molestaría? – Están mirándose algo empalagados, un
poco inclinados los torsos, pero la insinuación hace que Malva se erice con una
breve carcajada, y, acto seguido, apriete juntas sus manos sobre la falda,
apresando la que él había extendido y la haga pesar encima del espacio de sus
muslos sobre la pollera. Después le acerca la boca.
-
Seguís haciéndote ilusiones – le dice, con voz susurrante, de modo que él
alcanza a olerle el fondo a tabaco del aliento, circundado por el aroma
perfumado del rouge.
La
maniobra de Malva despierta en Daniel una carrera de latidos que llegan a todos
los rincones de su cuerpo y en especial a la región genital. Su verga se
desentumece ligeramente. Siente que puede y debe besarla, así que la toma de la
nuca y la besa con fuerza y ternura contenidas. Ella también se siente muy
excitada. El bochinche de pasos, voces, vajillas en movimiento, radio encendida,
llega desde la cocina como una marea sonora de frecuencia inalterada. Malva
toma la mano de Daniel y la pone sobre su seno, el corpiño se desprende como
para que él sienta en su palma, en las yemas de sus dedos, el endurecimiento
súbito del pezón. Hacerse el amor ahí mismo hubiera constituido un escándalo en
un cálido festejo familiar que ni Malena ni sus padres se merecían. Por eso
Malva se separa y se acomoda la blusa y el corpiño.
-
Decí que salís a comprar cigarrillos y esperáme en tu coche ¿Cuál tenés ahora?
-
Un Focus azul oscuro. Está estacionado frente a la casa.
-
Da la vuelta y esperáme en el coche, yo me arreglo.
Daniel
se para y camina hacia la cocina. Malva hace lo mismo pero se dirige al baño,
cierra con llave y se queda mirándose al espejo. No esta enamorada de Daniel
pero su rostro, su cuerpo, sus maneras, su voz, todo él, la excitan. La hacen
sentirse como en un estado líquido y, por supuesto, algo de la vulva, algo de
la vagina, se le humedecen y su cavidad bucal se llena de saliva ¿Será una
adicta al sexo? Mientras se hace la pregunta repasa sus labios con rouge y
traga saliva enseguida que termina. Suspira. Va a la cocina y encuentra a
Malena, Edelmira y Elena sonrientes, todas con delantales, doña Hilda, sentada,
también sonriente y don Jorge Monsivais enfrascado en la lectura del diario.
-
Daniel salió a comprar cigarrillos – anuncia Malena.
-
¿Dónde hay una farmacia por acá? – pregunta Malva, como si no la hubiera
escuchado.
-
¿Te sentís mal? – pregunta Elena
-
Me duele un poco la cabeza
-
Yo te acompaño – se ofrece Edelmira
-
Vos y todas ustedes se quedan preparando la cena, yo voy y vuelvo en un
instante, indicáme – corta enérgica Malva dirigiéndose a Malena.
-
Mirá, tenés que ir hacia el centro, llegás a la esquina y caminás cinco
cuadras. Qué lástima que Daniel ya se fue, él te podría haber llevado.
-
Bueno, bueno, rajo que por ahí lo encuentro.
Malva
se apura hacia la puerta, y, de la dilatada cama del dormitorio principal del
matrimonio, donde se apilan las prendas de los invitados, antes de salir, toma
su cartera, también, después de tomarla, se mete dentro de su enorme tapado de
terciopelo con piel adentro. Nadie sospechará de su apuro y de lo nimio de la
diligencia que se propone. Tampoco de ellos dos si fingiera haber encontrado a
Daniel ya que para todos ellos recién se han conocido.
Daniel
está estacionado a la vuelta. Malva abre
la puerta del acompañante y se le sienta al lado. Se abalanza sobre su cuerpo y
se besan en la boca apasionadamente. Cada vez que estuvo con él antes de
rechazarlo se sintió una perdida, ahora lo mismo, le dan irresistibles ganas de
desnudarse y entregarse. Se le ocurre en ese instante que lo puede ir haciendo
hasta que lleguen al hotel y guardar las apariencias. Comienza por quitarse el
vestido de lana, sigue con la bombacha, el corpiño y la medibacha por debajo de
su ampuloso tapado hasta quedar completamente desnuda, su piel rozándose sólo
con los interiores de lana de cabrito de su abrigo. Así, cubriéndose, apoya sus
senos sobre los muslos y las rodillas de Daniel que maneja hacia la ruta en la
que ha visto un hotel alojamiento, comienza a desabotonarle la bragueta, mete
la mano y comprueba que para bien de los dos él tiene puesto un calzoncillo del
tipo pantaloncito con abertura. El sexo de Daniel termina de cobrar toda su
dureza en la palma de la mano de Malva cuando lo extrae y hace brotar de las
telas para apresarlo con su boca. El volumen del miembro la atraganta, traga
saliva para ir mojándolo de a poco con la punta de su lengua y con el interior
algo mas seco de la parte superior de su paladar. Quiere saborearlo, ir
sintiendo la tersa dureza, hurgar la base, el lugar en que se une a los
testículos con la punta de su lengua, sentir el leve gusto amargo de la
secreción en el orificio central de su glande, el henchirse de todo el volumen
del pene dentro de la cavidad de su boca y la punta del enorme badajo casi
sobre su glotis sin que esto le provoque arcadas. Necesario es decir que,
aunque sigue ansiosa y excitada, se ha relajado, ha adquirido la confianza y la
voracidad en proporciones exactas como para llevar a cabo una tarea que la conforta
y le hace sentir, segundo a segundo, contemporáneamente con la propia, la
satisfacción de él. Daniel, por su parte, se ha entregado manteniéndose en el
grado de concentración que le permite seguir manejando. Esa sensación de dicha
contenida, de placer corporal absoluto en expectativa, lo habita nuevamente y
hace que se deslice casi como si volara sobre la cinta asfáltica. Los camiones
y micros han ya encendido sus luces delanteras, viajan hacia un horizonte de
oscuridad con la franja de luminosidad rosada hundiéndose cada vez mas por
sobre el espacio de camino que le deja ver el espejo retrovisor. La succión, el
suave bombeo, ha comenzado a ejecutarse sobre su miembro aterido por una
sensibilidad mayúscula e hinchado hasta sus límites de capacidad por un agolpamiento
de sangre que amenaza con hacerlo reventar. Tiene ganas él también de pasearlo
y rozarlo por las curvas sinuosas del cuerpo de Malva. Llevarlo desde sus
labios, mejillas, garganta, pecho, hombros, confrontándolo de punta contra los
pezones, y después pasárselo por sobre el ombligo, deslizarlo sobre el pubis
hasta encontrar la hendidura húmeda y preparada para recibirlo a fondo,
introducirlo, sacarlo inmediatamente como para que se lo desee mas y darla
vuelta y hacer el recorrido sobre sus nalgas y glúteos, sobre su espalda,
después recorrerla con la boca de labios entreabiertos, colocarse al revés de
modo de quedar sobre los talones y las plantas de los pies de malva,
recorrérselos con la boca y, mientras tanto, meter su pene en la hendidura de
sus glúteos y fregárselo al revés e iniciar los movimientos de la cópula
presionándole el coxis suavemente con su pelvis. En realidad evoca lo que
tantas veces hizo con ella.
Por
fin puede girar y entrar entre dos filas de álamos hasta el portón del hotel.
Están ansiosos, poseídos por una calentura insoportable casi, él recibe la
llave de manos del conserje y escucha apenas el número de habitación y cuando
lo identifica, luego de un corto recorrido sobre un piso de grava que suena a
lluvia, introduce el auto en la cochera que baja un portón detrás del coche con
algún dispositivo electrónico. Hacen una pausa los dos para descender del
vehículo, conscientes de que aprovecharán el lecho mucho mejor preparado que el
interior del focus para realizar sus intenciones. Por fin caen, todavía
semivestido él, pero ya completamente desnuda ella, habiéndose desembarazado
del todo del abrigo, sobre el colchón de una cama amplia. No dejan de besarse y
acariciarse, están enloquecidos, él comienza a realizar su propósito para lo
cual ha quitado el pene de la boca de Malva y, arrodillado, lo lleva sobre su
cuerpo como pensara hace algunos instantes. Luego la da vuelta y se coloca en
la posición de coito al revés de modo de comenzar a copularla sobre la
hendidura de sus glúteos y la separación de sus nalgas. Ella gime excitada y
extasiada seguramente por el frotarse del pene y los testículos sobre esa
porción especialmente sensible de su anatomía. Todo su cuerpo es ahora una zona
erógena sobre la que él presiona su peso. Ansía con desesperación ser
penetrada, siente que no tolerará un segundo más sin que él le hunda su verga
en la vagina, así que forcejeando, mientras se besan y mordisquean, consigue
darse vuelta, él se levanta para permitírselo, ella alza sus piernas hasta tomar
con sus talones las pantorrillas de él, las eleva más todavía hasta hundir sus
talones en sus nalgas, y es toda a un tiempo penetrada, siente que la verga de él
entra en su orificio vulvar ya relajado y completamente mojado. La sensación es
ahora un cosquilleo intenso, el tamaño y punta del pene se sienten en su
interior, pegados a la elasticidad de su cavidad, como un gozo indescriptible,
como una especie de ocupación acariciadora y gratificante hacia la que todo su
cuerpo converge o se precipita entregado pero a la vez con la conciencia
halagadora de estar siendo poseída sólo para su satisfacción, únicamente para
conseguir el equilibrio entre su deseo y el estallido que le ponga fin como un
estremecimiento, una convulsión, un estertor en el que toda la tensión de sus
nervios y sus músculos se afloje, mientras todavía aprieta esa dureza con las
contracciones de su vagina como si quisiera absorberla por completo con los
anillos de esa pitón que lleva en su vientre. Por fin llega el estallido, el
mismo que tuvo hace ya muchos años con Lucas su primera vez y que siente
necesidad y voracidad de repetir con un hombre. También Daniel llega con ella
al orgasmo. Se les produce al unísono, como en los mejores tiempos de ambos,
antes que a ella le diera por enfriarse y comenzar a juzgarlo, antes de que lo
rechazara por considerarlo aburrido. Ahora el hombre es una suave caricia, es
una presencia irremplazable en la que se hunde y descansa apoyándole todo el
cuerpo en el costado de su cuerpo, apoyándole toda el alma en el costado de su
alma y se siente extraída de él, parte de él y hasta evoca lejanamente el mito
bíblico según el cual Eva fue formada por el Creador de la costilla de Adán.
Amilcar Luis Blanco (Fotografía de la película "La insoportable levedad del ser" en la que aparecen Daniel Day Lewis y Juliette Binoche)
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