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“Pero no volvimos a hablar de vos.
Malva se olvidó de seguir preguntándome y yo dejé que los deseos esporádicos
que sentía a veces de nombrarte frente a ella, de contar algo tuyo, se fueran
apagando, como brasas después del asado, como ese olvido que lucha con el
recuerdo de lo recién soñado en esa lasitud propia de la duermevela. Es decir,
desearíamos recordar pero la pereza nos vence.
Salíamos en cambio con Malva
muy seguido a caminar y nos sentábamos en los bares de la noche a disfrutar
tragos. Ella conoce todos los cócteles. Después de que el marido la dejó se
consiguió un empleo de camarera y, casi enseguida, hizo un curso de barman y
ascendió. Fue porque se “metejoneó” – como dice ella – con una mujer dueña de
un bar nocturno, a la que finalmente sorprendió con otra y, dignamente, a raíz
de suceso tan desgraciado, abandonó su empleo, encima, con el consentimiento
explícito de la pecadora dueña que terminó riéndose de Malva a las carcajadas.
Se puede decir entonces que en su vida fue doblemente corneada, primero por un
hombre y después por una mujer. Ella me confió que se identificaba con su padre
porque su mamá, Dolores Lacerba, lo había hecho cornudo mientras tuvo
atractivos como mujer. No quise seguir preguntándole sobre esa confidencia
porque me di cuenta de que le dolía bastante.
Pero sin duda con ella nos
entendemos y hablamos mucho, largamente, planeamos viajes. Debo asentar en este
diario que mañana saldremos a Mar del Plata juntas.
Debo apuntar también, todo
diario es confesional, que cuando anoche apoyé la cabeza en la almohada vi un horizonte de heno y rastrojos, como si me
hubiera ido hundiendo en el campo, pero
en una llanura preparada como un lecho, quizá porque me dormí imaginando tu Entre Ríos natal, aquélla ciudad
llamada “La Paz ”
que ahora, seguramente, jamás conoceré. Como todos los mortales en esa
situación no se, en ese momento, hacia dónde se dirigirán mis sueños. Me
envuelve esa suave sensación de desgano y abandono y me voy descontracturando y
aflojando. A partir de la renta dejada por mi padre, proveniente de sus
toneladas que subieron y bajaron del ajetreo incansable de su vida y me dejaron, entre otras rentas provenientes de
préstamos hipotecarios, siete alquileres que ni siquiera administro, pero siempre
cobro puntualmente, el saber que no debería preocuparme por mi sustento diario
me otorgó la libertad de la que hoy disfruto, y esa misma tranquilidad y mi
deseo de ayudar para no sentirme vacía”- me llevó a
comprometerme con la Negra ,
trabajadora doméstica para nosotros desde mi adolescencia – “(ya no te hablo a vos, Negra, ahora le hablo
a un lector imaginario de este diario)”.
Esta
holgura económica - decía - me lleva también a sumergirme en esa llanura blanda
y auspiciosa que le imagino a la infancia de un ser amado como un final feliz,
y a dormirme hecha un ángel, sin sentir culpa y sin adjudicársela a los demás.
Muchos
podrían decir que mi caso fue y es el de una chica rica que siempre se dio
todos los gustos, y hasta el lujo de una doncella amante, que nunca pasó
necesidades materiales y si así pensaran de mí tendrían razón. Noté, desde que
tuve uso de conciencia, que lo que más desgasta y marchita a la gente es
ganarse el pan con el sudor de sus frentes porque, estén con trabajo o
desocupados, el estrés generado por cualquiera de las dos situaciones basta
para agotarlos, para terminar extrayéndoles todas sus energías y fuerzas
creativas, para afantasmarlos. Lo único que permanece vivo en la generalidad de
la gente para mitigarles sus padecimientos es la ilusión, una forma del
autoengaño; algo que los desrealiza todavía mas. Por eso, cuando puedo darme un
placer me lo doy. Esa es mi filosofía de vida, como suele decirse. Además, este
Diario no me deja mentir, lucho contra la soledad. Creo que si me masturbo,
además de por mis atractivos físicos que el espejo testimonia – soy una Narcisa
–, es por la soledad. Me rodea y trato de abatirla.
En
fin, hoy salimos a Mardel, ganaré una importante batalla contra la soledad.
Viajamos en micro para que el viaje dure, poder conversar a gusto, tomar mate,
sentarnos a beber café en los bares de las paradas, contemplar la llanura
argentina y adormecernos y dormirnos imaginando, con muchísima culpa, qué buenas
son las vacas, mucho mas espectrales que nosotras. Nos miran desde el campo con sus ojos enormes
y melancólicos. Qué tiernos los terneros, valga la redundancia, y qué vividores
malditos nosotros, los humanos, además ingratos, jamás podremos devolverles a
los bovinos tanta entereza y generosidad como la que demuestran al brindarnos
sus cuerpos para que no nos muramos de hambre por falta de calorías.-
- ¿No
te parece? – le pregunté a Malva después de explicarle la idea mientras ella
preparaba el mate y cuando ya había vertido desde el termo el agua tibia sobre
el redondelito de yerba y me lo alcanzaba y yo contemplaba, a través de la
ventanilla, de todas, una vaca echada cerca
de una alambrada. Me había mirado
particularmente, con mirada profunda hasta dentro del micro y aún cuando éste
se alejaba me siguió observando.
-
Como tema de conversación no le veo muchas posibilidades, pero dale, arriesgo
mi primer punto: bíblicamente, Dios, le permite al hombre servirse de los
frutos de la naturaleza que constituyen su creación; plantas, animales, peces
de la mar…
-
O sea que Dios ahí se pone a favor de la violencia en la naturaleza – repliqué.
-
De la violencia, la astucia, el rencor, en suma, la mala onda, puesta al
servicio de la supervivencia – explicó Malva mientras recuperaba el mate.
-
¿Para vos, que fuéramos vegetarianos, nos acercaría a la perfección? – pregunté.
Advertí que otra vaca, también echada, pero esta vez bajo la sombra de un
eucalipto, con ojos inquisidores, siguió brevemente nuestra trayectoria y captó
lo esencial de nuestra charla. Pensé si el cerebro de la bóvida no funcionaría
como un receptor de radio que hubiera seleccionado nuestra conversación para
analizarla. Quizá las vacas fueran ángeles enviados por el Señor para vigilar
nuestras conductas, que, después del golpe fatal en el matadero, ascenderían al
cielo para alcahuetar nuestros pecados.
Malva,
que ya se había cebado su propio mate y lo estaba sorbiendo con visible deleite
porque además se había servido una galletita y la masticaba, olvidada de su
sempiterno chicle, dijo por fin:
-
Y sí, querida, ser vegetarianos nos acercaría a la perfección y no sólo eso, es
muchísimo mas sano. Se ha comprobado científicamente que la ingesta de carnes
rojas produce cáncer.
-
¿O sea que la vaca se venga?
-
Se venga la hija de puta
Abracé
a Malva. – Vos pensás como yo – le aseguré – Escuchame: la vaca es una
alcahueta de Dios.
Nos
volvimos a abrazar. Ella pensaba lo mismo. Nos comenzamos a reír y estuvimos un
rato riéndonos de las boludeces que decíamos.
-
¿Podríamos los humanos prescindir del absurdo, de las pelotudeces? – se me
ocurrió preguntar de pronto.
-
Esto sería reconocer que el absurdo, las pelotudeces, verdaderamente, no tienen
sentido – contestó riéndose Malva, que siempre recogía el guante, el reto que
implica toda pregunta.
-
Y creo que, a raíz del breve seminario sobre la vaca se me ha ocurrido, debemos
reconocerle al absurdo, al ridículo, y ésto lo dotaría de enorme sentido, que
en su sitio cabe o está encerrado el gran Rey…
-
¿Quién es?
-
El humor.
-
Es verdad, tenés razón, el humor es un rey, nos divierte, nos hace llevadera la
vida y…
-
Es un ejercicio, a veces un alarde, de la inteligencia. Además nos saca del
autoengaño, que suele ser la ilusión. El humor le quita solemnidad a todo y nos
devuelve al mundo, a la tierra.
-
Si los hombres y las mujeres no nos pudiéramos reír de nosotros mismos, si no
hubiera entre nosotros sentido del humor, estaríamos perdidos.
-
Estaríamos – subrayó Malva y me alcanzó otro mate.
- ¿De
dónde nos vendrá a los porteños el hábito de repetir las últimas palabras de
las frases?
-
Seguro que de los indios ¿Te explico por qué?
-
¡Claro! ¿Qué te parece?
-
Mirá, yo tengo una teoría, es esta: todo lo que no está culturalmente explicado
y desarrollado viene de ellos, de los indios. Los argentinos desde siempre
únicamente nos tomamos en serio lo que viene de Europa o de Norteamérica. Lo
demás es para nosotros como una especie de tara o tic o estigma, un atavismo,
como una remota herencia de reflejos que tratamos de disimular. Para mi que los
indios vivían la vida con más calma, con una especie de compás o ritmo
acompasado. Y cuando hablaban se detenían en las frases y las palabras, las
ponían a consideración del huésped. Invitaban a que el interlocutor mirara,
observara lo que decían, entonces, con la repetición de la última palabra
cerraban la frase e invitaban a considerarla, a imaginarla.- explicó Malva.
-
Si con lo que decís aludís a las tribus pampas, te acoto que me cuesta
conciliar esa actitud tan culta con lo que se lee en el Martín Fierro acerca de
cómo vivían los infieles. Pero, en fin, no sabemos gran cosa – dije y no hablé
a continuación porque nos besamos y después nos contuvimos haciéndonos las
frías y mirando cada una para su costado porque la gente es mala y comenta.
Hasta que el cabeceo del micro nos durmió a las dos, creo”.-
Amilcar Luis Blanco ("Las amigas", pintura de Gustave Klimt)
Prosa ágil y llena de ingenio. Y todo metiéndote en el cerebro de dos "minas", como dirías tú.
ResponderEliminarAsí es Luis, dos minas que se las traen. Gracias por tu lectura y seguimiento de la novela.
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