domingo, 24 de agosto de 2014

CAPITULO UNDÉCIMO DE "LAS WALKYRIAS"


                                                                       11


La mañana se inflama a mi alrededor como una ampolla, como un dolor suave; el mismo que siento en la palma de mi mano después de que me la lastimara ayer llevando la camilla en el pasillo del hospital. En el trayecto al hospital, a mi trabajo, recuperaré la constante contradicción de vivir y morir en la villa, en éste sitio, sólo soportable por esa esperanza de que me toques. Necesito tus manos sobre mi cuerpo, Edelmira, y no sobre la vajilla. Sobre mis hombros y mi cuello, sobre mi espalda, mi espinazo, mi cintura, incluso sobre mis glúteos y que me recorran las nalgas y las piernas y hasta los pies, y no agarradas al mango de la escoba. Vos te tirás en la cama a mi lado y es como si no existieras, como si yo tampoco existiera, como si ninguno de los dos existiéramos y éso, éso es lo mas decepcionante de estar casados. A veces te ofrezco masajes y los aceptás enseguida y no de balde porque te motivan y hacemos el amor y todo, pero nunca se te ocurre que yo también puedo necesitarlos, que estoy ahí, a tu lado, tan cansado como vos y tan necesitado como vos de esos masajes. No se, no se, Edelmira, no entiendo esto de estar nosotros tan cerca y de que me hagas sentir tan lejos, pensando y pesando, como un objeto muerto y vivo, deseando y deseando hasta que  el dolor mismo se cansa y por fin me deja dormir ¡Si sólo usaras tus manos, si sólo extendieras tus brazos todo cambiaria! Seguramente yo andaría mucho mas contento al día siguiente, trabajaría con ganas y alegría. Este dolor que siento en mi mano y en mi cuerpo insiste todo el día, me cansa, me hace sentir como un trapo cuando llega la noche. A veces me dan ganas de pedírtelo como hacés vos, pero, al pensar que entonces lo harías por obligación y que te cargaría otra obligación mas, retrocedo, me vuelvo atrás, no me animo. No me gusta verte siempre obligada a todo como si fueras una esclava por el hecho de ser pobre, porque los pobres estamos siempre obligados a todo. Nada o casi nada, muy poco, lo hacemos por gusto, por ganas de hacerlo. A veces pienso que esto de ser pobre y hacerlo todo por obligación nos va comiendo la vida, desactivando el cuerpo. A mi no me gusta demasiado el vino, comer lo necesario, pero sí me gustan tus manos y tu mirada y tu cuerpo desnudo de hembra; parece una estatua palpitante y viva, una fuente parece y, en vos, la alegría y la luz, cuando no estás cansada, vibran como el agua de los surtidores o las cascadas. Parece que estuvieras hecha de río, Negra mía”.
“Suele ser un frío de carbón, apretado por la humedad pero quemante, el que siento en la parte de mejillas expuestas y en las manos que trato de hundir en los bolsillos cuando salgo a las seis de la mañana de la casilla en invierno para ir al hospital.- Suele ser un frío de carbón de nieve porque arde, es invierno y todavía es de noche y porque recuerdo el aire suelto de los veranos en La Paz y quiero irme, marcharme de la villa como si nunca hubiéramos venido aquí. Pero aquí estamos y estuvimos desde que estamos juntos. En esta casa que levanté con mis manos, raspadas y lastimadas, Negra, doloridas porque mi sangre se entibia con el entusiasmo de haberte conocido y poder tenerte aunque deba toparse y chocar y tratar con lo mas áspero, se trate de ladrillos, cal o arena o cemento o lo que fuere. Todo es poco con tal de estar con vos, de vivir con vos, ésa es mi recompensa por todos los malos momentos, amarguras, antipatías, sinsabores y mierdas bien mierdas de la vida. Por eso Negra, por eso quiero y deseo y le pido a Dios si es que existe que vuelvas a mí, que te fijes en mí y me atiendas”.-

Amilcar Luis Blanco (Pintura de Ernest Descalz)


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