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“La mañana se inflama a mi
alrededor como una ampolla, como un dolor suave; el mismo que siento en la
palma de mi mano después de que me la lastimara ayer llevando la camilla en el
pasillo del hospital. En el trayecto al hospital, a mi trabajo, recuperaré la
constante contradicción de vivir y morir en la villa, en éste sitio, sólo
soportable por esa esperanza de que me toques. Necesito tus manos sobre mi
cuerpo, Edelmira, y no sobre la vajilla. Sobre mis hombros y mi cuello, sobre
mi espalda, mi espinazo, mi cintura, incluso sobre mis glúteos y que me
recorran las nalgas y las piernas y hasta los pies, y no agarradas al mango de
la escoba. Vos te tirás en la cama a mi lado y es como si no existieras, como
si yo tampoco existiera, como si ninguno de los dos existiéramos y éso, éso es
lo mas decepcionante de estar casados. A veces te ofrezco masajes y los aceptás
enseguida y no de balde porque te motivan y hacemos el amor y todo, pero nunca
se te ocurre que yo también puedo necesitarlos, que estoy ahí, a tu lado, tan
cansado como vos y tan necesitado como vos de esos masajes. No se, no se,
Edelmira, no entiendo esto de estar nosotros tan cerca y de que me hagas sentir
tan lejos, pensando y pesando, como un objeto muerto y vivo, deseando y
deseando hasta que el dolor mismo se
cansa y por fin me deja dormir ¡Si sólo usaras tus manos, si sólo extendieras
tus brazos todo cambiaria! Seguramente yo andaría mucho mas contento al día
siguiente, trabajaría con ganas y alegría. Este dolor que siento en mi mano y
en mi cuerpo insiste todo el día, me cansa, me hace sentir como un trapo cuando
llega la noche. A veces me dan ganas de pedírtelo como hacés vos, pero, al
pensar que entonces lo harías por obligación y que te cargaría otra obligación
mas, retrocedo, me vuelvo atrás, no me animo. No me gusta verte siempre
obligada a todo como si fueras una esclava por el hecho de ser pobre, porque
los pobres estamos siempre obligados a todo. Nada o casi nada, muy poco, lo
hacemos por gusto, por ganas de hacerlo. A veces pienso que esto de ser pobre y
hacerlo todo por obligación nos va comiendo la vida, desactivando el cuerpo. A
mi no me gusta demasiado el vino, comer lo necesario, pero sí me gustan tus
manos y tu mirada y tu cuerpo desnudo de hembra; parece una estatua palpitante
y viva, una fuente parece y, en vos, la alegría y la luz, cuando no estás
cansada, vibran como el agua de los surtidores o las cascadas. Parece que
estuvieras hecha de río, Negra mía”.
“Suele ser un frío de carbón,
apretado por la humedad pero quemante, el que siento en la parte de mejillas
expuestas y en las manos que trato de hundir en los bolsillos cuando salgo a
las seis de la mañana de la casilla en invierno para ir al hospital.- Suele ser
un frío de carbón de nieve porque arde, es invierno y todavía es de noche y
porque recuerdo el aire suelto de los veranos en La Paz y quiero irme, marcharme
de la villa como si nunca hubiéramos venido aquí. Pero aquí estamos y estuvimos
desde que estamos juntos. En esta casa que levanté con mis manos, raspadas y
lastimadas, Negra, doloridas porque mi sangre se entibia con el entusiasmo de
haberte conocido y poder tenerte aunque deba toparse y chocar y tratar con lo
mas áspero, se trate de ladrillos, cal o arena o cemento o lo que fuere. Todo
es poco con tal de estar con vos, de vivir con vos, ésa es mi recompensa por
todos los malos momentos, amarguras, antipatías, sinsabores y mierdas bien
mierdas de la vida. Por eso Negra, por eso quiero y deseo y le pido a Dios si
es que existe que vuelvas a mí, que te fijes en mí y me atiendas”.-
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Ernest Descalz)
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