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“A mí nadie me ve. Ni siquiera vos, Edelmira ¿Quién se atrevería a
preguntarme, por ejemplo, Alejandro, te habrías casado con una mujer rica sólo
por su dinero? Todos descuentan que contestaría que no porque soy un hombre
honrado. Porque para mí lo que cuenta y ha contado siempre es el corazón, la
bondad, de la gente, sobre todo la de la mujer que elegí como esposa, la elegí
por eso, por pobre y por honrada. Y si me dijeran ¿Elegirías a una mujer
honrada y que se enamore de vos aunque sea rica? Entonces no dudaría tampoco en
contestar que por supuesto que sí ya que el principal valor es la decencia sin
importar si la persona es pobre o rica. Pero, puesto en esta situación, si te
dijeran que entre dos mujeres honradas una pobre y la otra rica, las dos
enamoradas de vos, eligieras una ¿No elegirías acaso a la rica? Sólo si estoy
enamorado de ella. Supongamos que estas enamorado de las dos porque eso pasa,
sobre todo al hombre ¿o no es así? Sí, es verdad. Bueno ¿Y entonces, qué
contestarías? No me queda alternativa, en ese caso elegiría a la mujer rica. Ya
ves, siempre elegimos la riqueza ¿Quién sería tan estúpido de elegir la
pobreza? Únicamente Jesucristo o un santo o un ángel, alguien que no fuera de
esta tierra. Será por eso que los seres humanos comprendemos las maldades
aparentes que ocurren entre nosotros. No es que esté juzgando a Malena pero
ella se caso en primer lugar con un hombre rico porque era rico. Tuvo una
razón, salvar a su padre del desastre económico, tuvo otra poco digna, presumir
que porque el hombre es viejo se moriría antes que ella y la dejaría de joder,
tuvo otra quizás ingenua, considerar que el hombre como ella es hermosa y joven
la trataría con amor y respeto. De todos modos lo peor, el infierno que le
deparó este viejo, fue que la trató muy mal. Comparado conmigo, Edelmira, este
hombre es el demonio. Pero yo con vos me porto lo mejor que puedo. Jamás te
levanto la voz o te falto el respeto. Te consiento todo lo que puedo. A veces
me molesta que pases tanto tiempo con la señora Elena, en lo de la familia
Marchanta, pero nunca te digo nada, ni te diría. Somos amigos desde hace tanto
tiempo, desde que éramos muy chicos. Claro, vos siempre me gustaste. Siempre
adoré tus polleras plisadas desde que comenzaste a usarlas, cuando cumpliste
tus doce años y te hicieron trenzas y te acompañé a la plaza del pueblo a comer
helados y te pregunté si querías ser mi novia y vos me contestaste que te lo
dejara pensar como si ya fueras una mujer hecha y derecha. Me derretía por vos,
Edelmira, tanto como el helado del cucurucho que tenía en una mano. Estaba
embobado mirándote sonreírme y escuchándote decir que lo pensarías que hasta
que no sentí el chorreado de chocolate hasta el codo no reaccioné. Recuerdo que
esa tarde volví a mi casa y anduve como embrujado sin ver a mi mamá ni a mis
hermanos, sin casi comer lo que me pusieron en el plato hasta que me acosté y
seguí pensando en vos. A la semana te tuve que volver a preguntar lo que te
había preguntado. Te habías olvidado
completamente, lo habías tomado como un acontecimiento más del cumpleaños al
que no le habías dado una especial importancia. Parecía que tus ojos y tu alma
hubieran estado puestos más allá de aquél presente que ahora recuerdo. Aún
ahora parecería que fuera así. Ayer, cuando llegamos, te sentaste a mirar el
río. Me había sentado detrás de vos y no me animé a hablarte. Te veía
ensimismada, como te veo tantas veces cuando regresas del departamento de los
Marchanta. Cuando tu madre te llamó para cenar te paraste y comenzaste a
caminar hacia tu casa y ni siquiera me viste, tu corazón estaba en otra
parte”.-
Amilcar Luis Blanco (Pintura de Alberto Carcelén)
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