viernes, 7 de diciembre de 2018

CLUB DEL PROGRESO







Resultado de imagen para PINTURAS O FOTOS DEL CLUB EL PROGRESO DE BUENOS AIRES



Como tantas otras veces mi socio me había invitado a tomar café y también antes, como no solíamos hacerlo siempre, habíamos caminado por la calle Sarmiento y entrado, seducidos por su frente antiguo de estilo francés, al enorme espacio del restaurante, un poco antiguo, del Club Del Progreso, al que durante el siglo XIX concurrieran las personalidades políticas descollantes, algunas de las cuales, como la de Leandro N. Alem  se exhiben hoy en daguerrotipos de tamaño  natural.
Nos sentamos a una mesa rinconera del inmenso salón inundado por la luz  y estuvimos allí charlando de bueyes perdidos y tomándonos el café. Sintiendo, creo que al unísono, el placer de compartir esos instantes de pura contemplación, de intensa divagación, en la que me parecía sentir el aroma y las expectativas de aquellos personajes lejanos en el tiempo, como si yo mismo y mi amigo fuéramos dos de ellos. Incluso en la conversación arriesgué la idea de que fuéramos efectívamente esos otros.
- En realidad el tiempo o las características de una época están en nuestra subjetividad - dije.
- ¿Cómo es eso? - preguntó mi socio con una sonrisa que desnudaba su interés por el tema.
- Claro, hace poco me enteré de la muerte de un amigo al que hacía veinte años que no veía.Había fallecido poco después de nuestro último encuentro de un infarto fulminante. Sentí pena, pero también, consideré que durante esos veinte años mi amigo había estado vivo para mí. Quiere decir que el tiempo depende de nuestra subjetividad, de que consideremos su paso, de que consideremos las transformaciones que produce. Si nos distrajéramos  de él, si comenzáramos a imaginar cómo sería este salón a mediados o fines del siglo XIX, si nos concentráramos en esa idea, como en un trance hipnótico, podríamos inclusive llegar a hacer desaparecer el presente.
Mi socio se quedó mirándome y finalmente asintió con su cabeza. Llamó al mozo, pagó y me dijo que iba al baño. Pensé que había olvidado la propina, algo raro en él. Me incliné y dí vuelta para buscar en mi saco que había colgado en el respaldo de la silla algún billete para ponerlo sobre la mesa y, al mirar el piso, descubrí dos billetes de quinientos pesos cada uno. Pensé que mi socio, al pararse para ir al baño, descuidadamente, los habría dejado caer así que me agaché y los agarré con la idea de devolvérselos, pero entonces otra mano tomó la mía y una boca, seguramente la que correspondía a esa mano mientras me mantenía con fuerza en esa posición circunstancial, se acercó a mi oído y me dijo, "los dejó para usted el señor Alem que está fumando en el cielo". Después la presión desapareció y me incorporé como un resorte pero no había nadie a mi lado. Pensé que estaba loco. Miré hacia todos lados pero no me pareció que alguien hubiese advertido nada. Un poco nervioso e impaciente seguí esperando por un largo rato que mi socio regresara del baño. Pero no ocurrió. Él no venía. Me incorporé entonces y caminé hacia el fondo del salón buscando el baño. Lo encontré y una vez dentro escudriñé cada rincón pero en el baño no había nadie. Salí y me acerqué a una mujer que estaba detrás de un mostrador y pregunté si no había otro baño en el salón. Me contestó que sí y me sentí aliviado. Me explicó que hacia el medio del salón, donde había colgadas dos pantallas de video, hacia la derecha había otros baños. Fui entonces animado esperando encontrarlo en el correspondiente a "caballeros" a mi socio, pero no, tampoco estaba en ese baño ¿Dónde estaba entonces? ¿Se habría ido?
Resultaba muy extraño que se hubiese ido sin decírmelo. Me dirigí a la salida fastidiado. Una mujer viejísima, con un cutis arrugado y apergaminado me detuvo en el vestíbulo con el daguerrotipo de Alem y comenzó a dispararme preguntas acerca del lugar, si había quedado satisfecho, qué había consumido, etcétera. La mujer tenía sus labios pintados de un rojo púrpura, un tanto cardenalicio pensé, sonreía exhibiendo su dentadura postiza y coqueteándome absurdamente. Se me ocurrió elogiar la arquitectura, decoración y tradición del salón y puse voluntad en sostenerle la conversación que ella se complacía en mantener. Por último, como para cortar tanta verborragia, le dije:
- Y qué me dice del señor Alem? - señalándole el daguerrotipo.
- Ah!-suspiró- debe estar fumando en el cielo.
Y cuando hizo este comentario, a mi espalda escucho la voz de mi socio venida desde el zaguán de la entrada al club.
- Yo sí que he estado fumando ¿Dónde te habías metido? Te esperé más de una hora.

Amílcar Luis Blanco

1 comentario:

  1. Intrigante. Inquietante. Mi comentario ha tardado pero llega. ¿Has abandonado el blog? Yo también lo hice, pero he vuelto. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Cualquier comentario es bienvenido pero me reservo el derecho de suprimir los que me parezcan mal intencionados o de mal gusto.