jueves, 2 de marzo de 2017

EL MANUSCRITO 3



                                        "Luis Duqueville sentía que su psique era un gran hotel y que todos sus habitantes, permanentes o pasajeros, formaban parte de su multitudinaria personalidad, eran él mismo. Y él solía abordarlos en sus sueños diurnos o nocturnos, cuando andaba despierto por la nueva casa a la que su madre lo había conducido, pero, preferentemente, mientras dormía. Le gustaba conversar con ellos o con ellas. Sentía curiosidad y también verdadero afecto por sus historias. No es de extrañar ya que todos eran él mismo. . . . "
- Perdón, interrumpo - dijo Clarita y apartó el libro sobre sus rodillas - lo conversé con una amiga que estudia psicología a la que le conté algo de la novela de Tito, ¿No te parece que él estaba un poco esquizofrénico?
- Seguramente tu amiga te habrá dicho que todos los artistas tienen una personalidad esquizoide.
- Sí, sí, eso mismo me dijo.
- Bueno, él nos confió, en nuestras reuniones en "La Perla" que esos múltiples "alter egos" se le escapaban como niños en una procesión o en una manifestación. También que los reencontraba en sueños sucesivos. Sospechaba la existencia de varias dimensiones. Hasta había llegado al extremo de refutar a Freud y a sostener que las pulsiones de las ideas latentes no provenían del inconsciente sino de vidas en que se desenvolvían nuestros "alter egos" en esas otras dimensiones  . . .
- Y vos qué pensas de esas teorías - interrumpió Clarita.
- Locuras, todas locuras del viejo. Producto de su soledad de viudo. Pensar es para mi avanzar o ascender hacia lo desconocido sobre los peldaños de lo conocido, y eso de ascender es un decir. También podemos descender constantemente en estado de incertidumbre hacia lo desconocido sin pisar peldaños. Pienso, como pensó Pascal, que nos situamos en el doble abismo de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño pero, además, hacia todas las direcciones posibles y ese ser que Tito sentía descompuesto en múltiples "alter egos" se reduce a uno solo que nos comprende a todos.
- O sea, según vos, todos nosotros somos un solo ser . . .
- Somos la especie humana propagada en tiempo y espacio.
- ¿Qué misterio?
- Sí, un puro misterio, exactamente eso somos. No sabemos, supimos, ni sabremos nunca quién nos puso en la vida o en el mundo, ni por qué o para qué nos puso. Quién es responsable, no biológico, que obviamente son los padres, sino metafísico de nuestras vidas. Y lo peor de todo es que debemos asumir mientras vivimos ese sin sentido, ese absurdo; el azaroso misterio que es la vida.
- Pero, ¿ no podría pensarse acaso que ese ser es Dios?
- Desde luego, muchos piensan en Dios o, mejor dicho, sienten a Dios como la explicación de todo. No es mi caso.
- ¿Sos ateo?
- Sí ¿Y vos?
- No sé. Siempre he dudado.
- El que duda o la que duda, en tu caso, no cree.
- Soy agnóstica.
- No, sos atea, igual que yo. El agnosticismo es para mi un sofisma.
- ¿Qué es un sofisma?
- Un juicio con apariencia de verdad. Una mentira disfrazada de certeza. Porque crees o no crees. Si dudás no crees, punto.
- Pero, siguiendo las ideas de Tito, puede haber, dentro de mí, una Clara que creé y otra que no creé.
- Pero, cuál prevalece, la que cada domingo va a misa o la que nunca lo hace.
- Bueno, yo voy a misa cada muerte de obispo, como se dice.
- Entonces, en tu personalidad, domina la atea. Además, estoy seguro, cuando vas a misa vas por compromiso, o no?
Clarita apoyó la cabeza entre sus rodillas levantadas, dejó el libro sobre la mesa de luz, miró a Oscar a los ojos y le sonrió. Dos hoyuelos se formaron en sus mejillas y arrugas alrededor de sus ojos oscuros que se volvieron pantanosos antes de recibir la  boca de Oscar en su boca.

Amilcar Luis Blanco ("Mujer leyendo en la playa", Oleo sobre lienzo de Fabio Hurtado)

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