miércoles, 22 de julio de 2015

PAREDES





                                                              Hay una sucesión de paredes, paredes que separan unas realidades de otras, una sucesión de cielos que separan dimensiones. Dimensiones que no parece que estuvieran en los mismos espacios y que ocuparan espacios sucesivos o concurrentes. Así salgo del sueño, con el paladar y la boca secas, pensando en las paredes, pensando en los espacios. Con la contundente certeza de haber estado en ambientes extraños.Escucho el rugir de una sierra, un martillo golpeando duramente sobre un clavo o una madera, el paso de un motor que zumba agudamente contra mis oídos y luego su alejarse, las bocinas consabidas. Siento la humedad en el cuello y la cabeza sobre la almohada; evidencia de que durante la noche he sentido calor y he transpirado y Soledad se arrebuja en el otro lado de la cama, gesticula y suelta un gruñido, casi siempre sin mirarme ni dirigirme la palabra; lo que agradezco porque en ese momento del ingreso a la vigilia y a lo diurno no tengo humor para conversar. Otra mañana inaugurando un nuevo día en el que hay que levantarse y vivir ¿Capullo, pimpollo, comienzo de flor en uno, de humana flor efímera que se reitera y debe dar su polen, concebirse, reproducirse en fruto en el término de un día? Un día, ¿no es acaso una vida entera cuando se han traspuesto las primeras etapas, niñez, adolescencia y se está en una adultez de la que se ha esperado y todavía se espera? ¿Cómo poblar las horas de un día para que no queden huecas, para que el tiempo que ocupamos signifique? Nos signifique sobre todo. Pero además, siempre, en la falsa escuadra del absurdo. Del no saber nuestro por qué ni para qué.-
                                                            Se sale a la mañana lluviosa o seca, caliente o fría, despejada o con niebla y en ese salir cabe, enfundado, el desafío, el riesgo, lo imprevisible.- Aún cuando se siga una rutina se choca contra el azar.-
                                                     Y en esa mañana lluviosa pisé la vereda mojada frente al palier del edificio en el que está mi departamento para seguir el itinerario en el que el destino me había puesto a mis cuarenta sin pensar demasiado en la colección de expedientes que me esperaban sobre el escritorio. Jamás desayuno en mi departamento, a menos que Soledad se levante y me lo imponga, así que  mi primer recreo diario es el mate con facturas en la oficina. De modo que luego de haberme levantado, bañado, afeitado con la robe abrigándome y mirando la ciudad a través de la ventana del baño, voy hacia el ascensor paladeando por anticipado las media lunas y el café con leche que me esperan.
                                                           Satisfacción de los dientes, la lengua y la saliva; mecánica del animal que internado en la selva de cemento conquista la primera estación de un recorrido por los ángulos agudos y obtusos, también rectos, de esa geometría de la contradicción que suele ser la vida. Están también las misteriosas curvas de la longilínea secretaria del gerente que sonríe a todas y cada una de nuestras virilidades, las de mis compañeros y la mía propia, como desafiándolas, como si hubiera sido la amante de cada uno de nosotros; la jovialidad pegajosa y poco confiable del contador, señor García, por el que nos sentimos, justa o injustamente, vigilados; las acres exigencias de nuestro jefe siempre disconforme y la madurez de mi secretaria propia, de cuyos estados de ánimo no dejo nunca de sentirme un poco culpable sin saber bien por qué.
                                                     Mi misión en este pequeñísimo universo de la gran ciudad como abogado, único en esa compañía contratista de obras públicas, es revisar, leer los expedientes de las obras y dar mis dictámenes jurídicos acerca de las contrataciones. En general, calcadas de modelos de un vademecum en el que toda la casuística de las relaciones que rigen a las dos partes de la contratación han sido previstas.- Después del desayuno me pongo a trabajar y al trasponer el mediodía el peso de la somnolencia y el aburrimiento suelen derrumbarme sobre el sillón de mi despacho. Entonces cierro la puerta con llave y le digo a mi secretaria que me pase únicamente las llamadas que provengan de Soledad o, excepcionalmente, del gerente o el contador, de nadie más, y me echo como un perro ovejero alemán que cursa su madurez a dormir una espesa siesta. Muchas veces he soñado que soy ese perro ovejero alemán y que mi cuerpo, en vez de reposar sobre el hermético cuero del sillón, descansa sobre la hierba fresca, verde y aromada de un jardín o una falda de montaña.
                                                          Pero ese día, inadvertidamente, un expediente había quedado colgado, sin leer. Documentaba, entre otras cosas, como después de mi siesta me enteré, un accidente ocurrido en una obra. Un obrero había resbalado y caído desde ocho metros de altura mientras levantaba una pared y si bien, milagrosamente, estaba vivo, su columna vertebral, a raíz del recio golpe, interesó la médula y el hombre quedó parapléjico. La joven cónyuge del accidentado, con dos hijos en edad escolar a su cargo, pedía que la indemnización por accidente cubriera no sólo la atención médico hospitalaria del marido por el resto de su vida, sino también la concesión de un salario completo por los años que probablemente le quedaran de vida. El cálculo de vida estimada eran los ochenta años. En sustancia se me preguntaba si era procedente de acuerdo a la legislación vigente en la materia lo que la mujer solicitaba y si quienes debían pagar esa crecida suma eran el Estado y el contratista de obra por partes iguales o sólo el Estado o sólo el contratista de obra. Debía pagar la empresa y debía cubrir todos los rubros. Así lo dije en mi dictamen, después de despertarme y desperezarme, en unas pocas lineas con citas de la ley y la jurisprudencia.
                                                       Cuando llamé por el interno a mi secretaria, Silvia, para que transcribiera mi parecer, en vez de contestarme por el micrófono de nuestro comunicador  entró a mi despacho, acercó su boca a mi oído y dijo:
- Está aquí doctor
- ¿Quién?
- La señora del damnificado, del obrero parapléjico, Silvestre creo que es su apellido.
Me quedé un poco asombrado. Jamás quienes estaban implicados en los expedientes que despachaba llegaban a mi. No porque mi posición en la empresa fuera encumbrada sino porque, en general, los funcionarios del Estado contratista mantenían con nosotros una relación meramente burocrática y también los del sindicato que agrupaba a los trabajadores de la construcción que, por el tipo de obras civiles, edilicias, que asumía la empresa, era el involucrado en las problemáticas tratadas en los expedientes.
                                                                     El aspecto de la mujer me sobrecogió. Por el expediente sabía que tenía sólo veintinueve años. Sin embargo su modesto verse, decorosamente vestida, parecía el de una mujer que hubiese pasado los sesenta. Arrugas horizontales y verticales surcaban su rostro angosto y su lacia y abundante melena era casi totalmente blanca con algunos manchones grises y pinceladas oscuras. Principalmente su boca se habría contraído en el llanto y sus párpados habrían sido surcos de lágrimas constantes en numerosas ocasiones. Era extremadamente delgada y una voz aguda y quejosa salía de su garganta. La hice sentar,le ofrecí agua y le dije a Silvia que le trajera un café, cosa que hizo al instante. La mujer agradeció como un perro apaleado al que le dejaran tomar agua.
- Señora, en qué puedo ayudarla.
- ¿Usted es el abogado de la empresa?
- Así es
-Disculpe pero tengo una preocupación muy grande por eso estoy aquí. Dejé los chicos con una vecina para poder venir a verlo y quisiera saber si lo que  me dijeron es cierto.
- ¿Y qué fue lo que le dijeron?
- Que el trámite hasta que me paguen algo, si es que deciden pagarme, dura por lo menos seis meses. Tengo por ahora la ayuda de los compañeros de Braulio que hacen una vaquita, pero lo que mas me preocupa, por eso vine a verlo, es que yo no soy casada legalmente con él.
- Bueno-la tranquilicé-no se preocupe por éso. Basta que usted acerque al expediente las partidas de nacimiento de sus chicos y que haga una declaración jurada en la que haga constar que usted convivió con él señor Braulio Silvestre en los dos años inmediatamente anteriores al accidente para que pueda cobrar la indemnización.
- Gracias señor - dijo y se arrodilló sobre la alfombra.
Me sentí muy cohibido y la tomé de su mano huesuda y áspera y la impulsé hacia arriba y conseguí levantarla y conmovida se refugió en mi pecho. La abracé y se quebró en un sollozo. Por sobre su cabeza, que me vi precisado a acariciar, miré a Silvia y alcé los párpados. Hubo entre nosotros un gesto de inteligencia mutua. Noté que también a Silvia se le habían humedecido los ojos.
La mujer se retiró casi enseguida y quedé cargado, con un peso de espacio abierto a la altura del corazón, una suerte de sombría languidez que me acompañó por el resto de la jornada y hasta mi vuelta a casa.-
                                                        Al día siguiente no dudé en dirigirme con el coche al vecindario en el que había leído que vivía la familia Silvestre.- Era una extensión en ruinas casi, con enormes terrenos baldíos en los que se abrían bolsas de basura por doquier, pobladas por bandadas de niños desarrapados y de pájaros que las sobrevolaban como gaviotas sobre las crestas de las olas. Había casas bajas de revoques ruinosos, ennegrecidos por la humedad y descascarados por el tiempo y la falta de mantenimiento. Sólo una calle que se internaba en el barrio estaba asfaltada. Las demás eran de tierra, algunas tratadas de mejorar con piedras de balasto,  cascotes y ladrillos partidos, pero irregulares, anfractuosas, abruptas. Proliferaban las bolsas de polietileno blancas, azuladas, verdosas, lilas, amarillentas, manchadas de mugre. Se inflaban y volaban atrapando una brisa que soplaba a ras del suelo. Aquí y allá surgían columnas y columnatas de humos acres izados a partir de hogueras en las que por el hedor que despedían, y el viento desordenaba y repartía, podía saberse que se habían quemado plásticos y cubiertas de goma;  emponzoñaban el aire. Me produjeron picazón en la garganta, tuve que subir la ventanilla del auto. Tosí bastante, de modo exasperado, los ojos comenzaron a lagrimear y apreté los párpados. Sentí que se me cerraba la glotis y tuve que abrir nuevamente la ventanilla y me puse un pañuelo delante de la boca  cubriéndome las fosas nasales para poder respirar y calmarme. Por fin pasó el acceso y cuando abrí los ojos me encontré con el afilado rostro de la mujer de Silvestre que me miraba ansiosa. Dos pequeños niños estaban con ella, al mayor le calculé unos nueve y al mas chiquito unos seis años.
- ¿Cómo está señora? Quise venir a verla para tranquilizarla y avisarle de paso que una asistente social vendrá en los próximos días- le dije tosiendo todavía.
- ¡Ay, no me asuste!
- No, no se asuste
- ¿Para qué va a venir?
- Hará un informe para el expediente de indemnización.
- ¡Ah, bueno! Usted puede ver cómo vivimos.
Asentí con la cabeza porque había quedado con una ronquera y sequedad en mi garganta que me hicieron preferir no hablar o hablar lo menos posible. La mujer, seguramente, interpretó mi gesto como el de alguien que quería ingresar al interior de su vivienda.- Así que abrió la puerta del auto y me tomó del brazo animándome e invitándome a que me apoyase en ella y salvase un espacio de agua y barro que separaba la vereda de la calle. Ante su solicitud y amabilidad rechazar el convite me pareció despectivo. De modo que, sin una verdadera razón para seguirla, pero comouflado en la situación, en el pretexto que me daba la existencia del expediente y también comenzando a satisfacer una curiosidad un poco morbosa, no me resistí a acompañarla, me apoyé en su brazo y estiré la pierna para poner el pie en la vereda.
                                                             Me sorprendí porque la casa no estaba ahí sino en el fondo de un enorme terreno desvencijado flanqueado, cada aproximadamente veinte metros, por paredes dispuestas a lo largo y que dejaban espacios para pasar en sus extremos, a manera de laberinto. La mujer me explicó mientras caminábamos y sus hijos nos seguían saltando entre los metales, fierros, motores y carrocerías oxidadas y rotas, que se trataba de un cementerio de coches, algo que lucía a simple vista. Ella era la cuidadora y su pequeña casita estaba en el fondo de ese lugar ocupado por trastos y desechos rodantes de la gran industria y de la gran ciudad. Entonces, después de haber visto, la miseria, la pobreza extrema en la que vivía esa mujer con sus hijos, colgada de la electricidad, teniendo que acarrear su garrafa por mes para poder encender el calentadorcito en el que preparaba las comidas para sus dos hijos, a quienes vestía de guardapolvo blanco y mandaba a la escuela puntualmente cada día, los espacios y las paredes del sueño del día anterior comparecieron en mi memoria nuevamente.-

                                                             Paredes que se rompen, se quiebran, se rasgan, para cubrir miserias y fingir decoros, que devoran los parques y las plazas, para asomarnos a través de ellas, para traspasarlas y si se puede, poco a poco, derruirlas, derrumbarlas, demolerlas. Paredes sin sentido, separándonos, alejándonos, ocultándonos, invisibilizándos  unos a otros.-





Amilcar Luis Blanco  (Pinturas de Banksy)

2 comentarios:

  1. Gran relato, apreciado Amílcar, en verdad que las paredes nos insensibilizan y nos hacen olvidar la pobreza y la desigualdad que convive cerca nuestro, a veces a muy poca distancia. Tu narración comienza como una prosa poética de gran belleza y retoma esa poesía cada vez que describes, se nota que sos poeta de los pies a la cabeza. Comparto tan sabias y lindas letras. Saludos y muy buena semana

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu comentario. Es cierto las paredes nos separan, se alzan entre nosotros, detrás, delante, en los laterales. Habría que salir siempre de sus laberintos por arriba, por encima de sus solideces emblemáticas y simbólicas que suelen ser tan concretas como las reales. Gracias. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Cualquier comentario es bienvenido pero me reservo el derecho de suprimir los que me parezcan mal intencionados o de mal gusto.