domingo, 6 de julio de 2014

Los pequeños quijotes ilustrados




                                                   En el fondo de mi siempre tengo la sensación o convicción de ser un pequeño quijote ilustrado, un quijote más, así, con minúscula, perteneciente a esa clase media ilustrada con primario, secundario y título en una universidad pública que emprende batallas solitarias, desconectadas de las de otros pequeños quijotes ilustrados, perdidas de antemano. En mi caso son las de esos escritores mediocres cuyos escritos no interesan a nadie, o a casi  nadie o a muy pocos pero en los que procuro, sin éxito alguno, textualizar y hacer oír impresiones, críticas, opiniones, sucesos que me parecen ejemplarizadores y que están siempre pretenciosamente dirigidos a cambiar el mundo, a defender o establecer una ética que podría salvarnos de tanta decadencia formal a veces y otras decididamente material en la que suelo ver volcados y revolcados a mis congéneres, con una soberbia de mi parte, digámoslo, digna quizá de mucha mejor causa.
                                                        En esos momentos, siempre, como telón de fondo, la honda impresión de ser una especie de vagabundo loco, como aquél grandioso y aparentemente ficcional manchego imaginado por Cervantes, me asalta. Me hace de coro de conciencia y no me abandona ¿Estaba loco Alonso Quijano o el mundo estaba loco y él lo cabalgaba con toda su cordura a cuestas? Esos destellos constantes de una cordura sempiterna y doméstica que él hacía descender en forma de retórica coloquial desde su púlpito, la cabalgadura sobre el lomo de su Rocinante, hacia la ramplona y sencilla de Sancho Panza montado sobre su humilde borrico.
                                                     En un mundo en el que nadie o casi nadie nos escucha o lee y en el que, cuando alguno nos responde para coincidir o disentir, enseguida advertimos que se trata de alguien que está tan solo y aislado como nosotros, a mí por lo menos, no me queda otro remedio que pensarme como un pequeño juguete, un muñequito, un soldadito de plomo, un mordillo de bebé, una pelota olvidada o cualquier adminículo que apenas se levanta sobre el suelo del mundo como un objeto de escasa o nula importancia.
                                                    Sin embargo en este recorrido filosófico, metafísico y últimamente estético de intentar percibirme a mí mismo y delinear mi contorno en el mundo, no puedo dejar de entronizarme un poco, de conferirme cierta categoría, al considerarme un pequeño quijote ilustrado. Como aquel diccionario Larrousse, siempre a mano, de uso doméstico, cotidiano, que nos alcanzábamos hasta nuestro menesteroso entendimiento para desentrañar o sorprender el misterioso significado de las palabras.
                                                  
                                                  En nuestro vertiginoso ahora, cruzado por los medios masivos de difusión de hechos, ideas y pensamientos, avivado por los seres y mundos virtuales, en los que las relaciones se han vuelto líquidas o rápidamente liquidables y prevalecen y predominan los "contactos" entre los seres mucho más que los vínculos profundos y reales, que décadas atrás nos comprometían humanamente y determinaban que nos jugáramos por causas a las que conseguíamos poner en acción y movimiento, las luchas contra los molinos de viento, la liberación de los galeotes cautivos de cárceles donde se los tortura, como Guantánamo por ejemplo, del hambre que hincha los vientres de los niños africanos, de mujeres que son brutalmente golpeadas y maltratadas por hombres cuyas mentalidades, pueriles y siniestras a la vez, alimentadas por mitos enceguecedores y supersticiones siempre redivivas, son como las cabezas de una gorgona en multiplicación y crecimiento permanentes, la liberación también de los obnubilados por  prejuicios de poderíos fantásticos, llevados adelante por megalómanos  genocidas que no vacilan en hablar de paz y bombardear con misiles, los enmascaramientos constantes de los personajes de una realidad o un mundo siempre novelesco y rocambolesco, las aventuras de quienes escribimos y pensamos resultan conmovedoras andanzas de locos además esterilizados, absolutamente impotentes, sumidos en el anonimato más radical y cerril del que se tenga memoria.
                                               Este mismo discurso que estoy hilvanando ahora me parece una quijotada, algo sin verdadero sentido o penetración para influir en alguien en modo alguno. Sin embargo lo escribo igualmente porque hasta el absurdo se rebela en mi interior y procura salir desde mí como un ademán, un gesto, como palabras impregnadas, ni siquiera del sonido y la furia de aquel personaje debido a la pluma de William Faulkner, Quentin, remake del Shakespeare que fuera contemporáneo de nuestro Cervantes, durante aquel agitado siglo XVII en el que el final del medioevo se codeaba con los comienzos de la modernidad, sino en cambio pronunciadas como una variación dentro del bochinche reinante que por su delirante desmesura nos ha ensordecido tanto que ya se ha transformado en silencio.

Amílcar Luis Blanco  (Ilustración de Gustave Doré)

5 comentarios:

  1. Amílcar, me ha gustado la lectura de tu texto. Don Quijote era visto por Cervantes como alguien que se había quedado atascado en un tiempo pasado, el de los libros de caballería. Nosotros nos parecemos en el sentido de que vamos solitarios por las tierras de Internet enzarzándonos en esta o aquella aventura, que parece no interesar a casi nadie. Pero nuestra arma, la palabra, es mucho más efectiva que las pobres armas del hidalgo. La palabra permanece aunque parezca que nadie la escucha, la palabra triunfa del tiempo aunque parezca que es lo primero que se olvida. No somos Quijotes; somos, modestamente, un poco Cervantes, que también supo de la pobreza, del desprecio y de sentirse diferente en un mundo materialista.

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  2. Querido Luis, me hace sentir muy bien que consideres que un poco, modestamente, seamos Cervantes quien, como bien decís supo de la pobreza, el desprecio, la cárcel y, por supuesto, sentirse diferente en un mundo materialista, ya que él era un idealista. Me complace y gratifica que alguien con tu espíritu me haya leído. Gracias

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  3. Acabo de leer vuestros comentarios, queridos "Luises", tras el texto, y creo que sí, que más que Quijotes, somos Cervantes, aunque actuando un poco quijotescamente, intentando interesar con nuestra palabra a un mundo en apariencia indiferente, y también criticando ese mismo mundo y sus engranajes de poder y de subsiguientes miserias.
    Me ha gustado mucho tu artículo, Amílcar, has puesto en él, aparte de tu pluma, también tu corazón como escritor.
    Comparto muy gustosa, querido amigo. Besos, y muy feliz inicio de semana.

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  4. Gracias por tus palabras Mayte y, sí, puede ser que seamos más cervantinos que quijotescos lo que equivale a reconocernos más humanos y menos ficcionales.
    Me ha gustado mucho tu último poema. Espero que el comentario que le hice te resulte aceptable. Lo he compartido también al poema.
    Besos y muy feliz comienzo de semana para vos.

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  5. ¡¡Entretenida y brillante lectura!! ¡¡Te mando un fuerte Abrazo!!

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