LAS WALKYRIAS.- Por Amílcar Luis
Blanco.-
Fueron kilos y kilos de sí mismo bajando del
colectivo por la estrecha puerta, pisando sobre el estribo, el pie calzado en
el mocasín de cuero legítimo de color apagado, mate, ocre, marrón militar, a
veces rojizo, que ella, Elena, le regalaba para las fiestas y que a su padre,
Toribio Marchanta, tanto le gustaban y lo enorgullecían; kilos que llegarían a
ser toneladas si se multiplicaran por los días y días que este señor, un tanto
grueso, subía y bajaba de ida y de
vuelta de la esquina en la que lo tomaba, del barrio en el que está todavía su departamento, Palermo, hasta la esquina en
la que se bajaba en su trabajo, Once. Así lo evoca ahora ella, sentada a la
mesa de su mate y sus diarios matutinos, después del vacío físico que le ha
dejado su partida definitiva. Y a su madre, Elena Koniatowska, flaca, el rostro
todavía juvenil pese a las arrugas, el cuello largo, el pelo blanquísimo y con
el esbozo de un diminuto asombro dibujado en sus facciones, una colegiala
sorprendida:“-Elena ¡Cuídate hija!.- Sí mamá.- Elena, poné la pava para el mate
de tu padre. – Sí, mamá.- - Elena, hija, te quería preguntar ¿Qué pasó anoche
con la negrita? Te escuché hablar con ella ¿Lloraba?- Peleó con su marido, nada
importante mamá”.- “Menos mal que estás vos para consolarla, hija…”. Elena
Marchanta, hija, siente que su madre la mira desde adentro del espejo, con su
imaginación recurrente viajando al inmediato pasado, como si la estuviera
viendo peinarse y dirigirle en voz alta las preguntas para que le llegaran
hasta su cama en la habitación vecina.- Las palabras se pierden en el living
vacío, en el departamento ahora lleno de luz y huecos, ocupado por nadie. Es
decir por ella, Elena, y por la ausencia de sus padres. Se incorpora del mate y
de la silla y de la mesa de sus padres, como si se levantara miles de veces en
una secuencia fílmica que apilara y mostrara los fotogramas que ascienden desde
la silla hasta su posición de parada. No ha comido nada. Deambula, va de la
cocina al living, a su dormitorio, al de ellos, al baño, al lavadero y se
pregunta por qué el destino nos separa de las personas que amamos. Hace calor,
y hay humedad. Tiene puesta sólo la bombacha. Sobre el pequeño escritorio en su
pieza yace, abierto, un ejemplar de “La Odisea ”. Ha estado releyendo pasajes de las
aventuras de Ulises sentada sobre el inodoro, envidiándole su condición de
varón. Un vago deseo de viajar, como un dolor incontenible, la inunda; se parece
a la mezcla de presión y vacuidad que produce en el vientre la descompostura
estomacal o intestinal que precede a las evacuaciones; en la cotidianidad todo
se mezcla, Ulises Laertíada y la lejana isla de Itaca con los contenidos de las
ingestas que se expulsan por las mañanas del verano inminente en los baños de
los departamentos porteños. Todo tiene un raro tinte universal. Hay también ese
descubrir que nunca estamos cuando tenemos que estar, como si hubiéramos
desayunado con fantasmas, que casi nunca nos abrazamos cuando sentimos esa
necesidad de que nos contengan, esa apetencia de amor, esa zona baldía. Lo
piensa por sí misma y por los sí mismos que fueron sus padres cuando los tres
estaban conviviendo, todavía juntos. Pero más lo siente que lo piensa ahora, en
el instante, aunque no quiera tocarla con los ojos de la evocación, respecto de
esa mujer que le parece haber perdido para siempre, era su amor y amaba el diván de gobelinos sobre el que tantas
veces se habían acostado para disfrutarse juntas, acariciándose, besándose.
Finalmente se sienta y comienza a teclear en la computadora. Las palabras se
van dibujando sobre el fondo blanco de la pantalla y ella relee.
“Esta carta es para vos,
Negra, aunque no te la mande nunca. Ayer, cuando nos despedimos, sentí que la
magia, el imán que había entre nosotras, se había extraviado como el norte
entre dos brújulas rotas.”
Se
detiene después de esta frase. Se aprieta los puños alternativamente, de a uno,
hasta hacer sonar suavemente los huesos. Una de sus pretensiones fue siempre la
de llegar a ser escritora. Una escritora de verdad, cuentista, poeta,
novelista. “Los seres se nos atraviesan sin ser nunca nosotros y uno jamás
consigue ser el otro. Hay barreras invisibles, nos disuelven” – piensa. Vuelve
a posar sus yemas sobre los circulitos del teclado y continúa.
“ Supe que ya no iríamos la
una hacia la otra con la misma avidez, el parejo deseo, la alegría inocente,
que nos habían animado siempre, hasta aquella reunión fatídica de ayer a la que
había llegado en la bicicleta que te regalé, temiendo que me asaltasen, sorteando de todo mientras pedaleaba por las
calles y las veredas, para desembocar en el caserío desparejo de viviendas
chatas, de cartón o chapas, con veredas
y calzadas de escombros y tierras
endurecidas, peladas por el sol, la lluvia y la dejadez de los servicios
municipales, sólo sirvientes de los barrios ricos.”
Describir
es recordar, volver a un lugar para meterse en lo que quiere narrar, en este
caso, además, cuenta algo que le sucede o, peor, le sucedió. Siente que en una
obra literaria, desde Homero en adelante, sólo se dialoga con la conciencia,
con la interioridad de uno mismo, con las evocaciones. En realidad con
fantasmas.
“Allí, en esa reunión de
vecinos, Alejandro había pagado los dos fajos de billetes que juntamos entre
todos para contribuir a cancelar una deuda ajena con la esperanza de que se
levantara el gravamen, la hipoteca que pesaba sobre el local de “Lucha y
Esperanza”, la sociedad de fomento perteneciente a la desdichada población que
conformamos- me siento unida a ustedes aunque viva en un departamento-,y te
noté extraña, pálida y alejada, con tus oscuros cabellos abiertos y tus ojos
mas negros que nunca, como si miraran hacia dentro de vos misma. Sentí también
que aunque me abrazaste, me agradeciste la bicicleta que tanto necesitabas y
lloraste, después del llanto tu abrazo fue evasivo. Abandonaste el apretón de
mis manos, que querían darle abrigo y refugio a las tuyas, como si te diera
asco o vergüenza que te tocara.”
Quizás
esta última frase sea algo melodramática, no del todo exacta. A veces rehuimos
el contacto con otro cuerpo no por asco o vergüenza sino por un urgente y
poderoso deseo de soledad. De todos modos Elena está decidida a entrar en
materia o en lo misterioso y desconocido del sentimiento que le despertó ese
rechazo de su amiga. Sigue entonces.
“No es fácil, ya lo se, esto
de que seamos lesbianas y nos hayamos enamorado. Esto de tropezar cada día
frente a los otros, que son como espejos que nos miran desde una vertiente de
nosotras mismas que creíamos superada, pero que está ahí siempre, como un
personaje que nos observara, nos vigilara y se riera de nosotras, esperándonos,
preguntándonos cuándo retornaremos a él, o a ellos, como si fuéramos un ser de
numerosísimas cabezas que acordonara la tierra misma; como si fuéramos la
humanidad, la gente, el total de la gente, el mundo, siempre iguales o parecidas
a nosotras mismas y a los otros, con una curiosa e impenetrable homogeneidad,
la que nos confiere el hecho de que los demás sean mayoría aunque no los
conozcamos y supongamos que sí ¿Qué se yo?”
Interrumpe
el tipeo, empuja con su cola para correr la silla en la que está sentada,
estira los músculos, se despereza. Ha ingresado en la selva de sus preguntas.
Piensa que es buen momento para encender un cigarrillo. Se para, va hasta su
cuarto y retira el paquete, el cenicero y el encendedor de su mesa de luz, se
lleva el cigarrillo a los labios, lo enciende. Se mira brevemente en el espejo
del tocador los senos y los pezones y una expresión de ansiedad en el rostro.
Regresa con todos los elementos recogidos a la mesita del living en la que está
la computadora, los deja al costado del mouse. Se sienta nuevamente y vuelve a
la posición anterior, acomoda la silla, coloca sus dos manos en leve contacto
con el teclado en actitud rampante. Prosigue.
“Cuando miré a los ojos a
Alejandro, en el momento que entregó el dinero al oficial de justicia y las dos
sollozamos, mi súbito lagrimeo, que quise contener y no pude, fue porque él
comenzó a hablarle al funcionario, con ese tuteo improvisado que emplea para
hacerse simpático, para tratar de evitar la desgracia que desde que nació
amenaza su vida de pobre y la del matrimonio que forma con vos. Le tomó la mano
que se había apoderado de los billetes y le dijo:
- Hermano, que lleguen a
destino es lo único que pido, vos sabes – hizo un silencio hondo en el que
respiró -, vos sabés – repitió y ahí sí la voz se le quebró – lo que nos costó
a nosotros, a todos los que estamos aquí, reunirlo.-
Después ya no dijo más y la
mano que se había desprendido de los billetes que habíamos ensobrado en dos
bolsitas de polietileno se dirigió al ceño de su cara compungida y atrapó con
pudor ese instante de desoladora angustia, tristeza y amargura que lo invadió y
que a mí, y creo también a vos, me contrajo el interior del estómago y la
garganta como si tragara de golpe una piedra.-
No se, pero creo estar segura
de que a partir de ese segundo fatídico comencé a sentir el escaso o casi nulo
sentido de nuestra relación. Vos, aunque estuvieras a su lado con la cabeza
gacha, sosteniendo tu bicicleta como si fuera un animal extraño, no ajena a la
decepción que sentíamos todos, quizá ya puesta a la altura y respirando, también, el aire de esa depresión, cotidiana
para los que viven en un estado de miseria crónica, supongo que comenzaste a
sentir lo mismo, es decir, añadiste a la desesperanza el descubrir que ya no me
amabas, me parece, ojalá no fuera así. Por
todo eso y quizá por muchas cosas mas escribo esta carta sin destino, nunca pienso enviártela, es una carta para olvidarte. La escribo para mi sola,
tal vez para dejar testimonio de mi soledad y mi angustia. Para dejar de
condolerme al ver las mañanas, las tardes y las noches, porfiando por encima y
por debajo de mi misma y decorando un tiempo que no deja de pasar, absurdamente,
con lluvias, soles, nublados, vientos, programas de radio o televisión
escuchados o vistos distraídamente, sin prestar atención a lo dicho o hecho,
metida en recuerdos y fantasías, alimentando a veces imposibles esperanzas de
que vuelvas y me quieras…”
“¿Es
verdad esto? ¿Estoy realmente esperando que la Negra Edelmira vuelva y me
quiera o estoy harta de ella?” No habría que aclarar que Elena se ha detenido y
ha mirado el techo por un rato tratando de relajar los músculos de su cuello.
De pronto precipita de nuevo sus manos como una pianista sobre el pequeño
teclado.
“De que te me acerques como lo hacías antes,
Negra mía, cuando los ojos te brillaban de deseo y curiosidad, cuando tu piel
me comunicaba la palpitación de parpadeo o la trepidación volcánica de tu
cuerpo conmovido. Entonces nos besábamos y acariciábamos, ya sin aguantarnos la
tremenda y agotadora abstinencia que solíamos imponernos ambas y que duraba
días, semanas, meses, para que por fin, nuestra impaciencia triunfara y
volviera a regalarnos la convicción de que habíamos nacido para vivir juntas,
para no separarnos jamás.- Vos, viviendo en la villa y yo en el departamento de
clase media que me dejaron mis padres después del fallecimiento súbito en ese
accidente de mierda que me desgarró el alma, al que no fuiste ajena en tu condición de doméstica
para ellos, de pleno amor para mí.
Hoy me desperté temprano y
desvelada como estaba pensé que transformaría esta carta en diario y que lo
escribiría hasta que tuviera fuerza o ganas. Así que después de lavarme la cara
y sin desayunar todavía porque me sentía con energía me senté frente a la
pantalla de la computadora, activé el Word y me puse a escribir.- No estoy
limitada por ningún propósito fijo. Puedo atrasar hacia mis recuerdos de
infancia, adolescencia, temprana juventud o contar lo que hice ayer o
inmediatamente antes o inmediatamente después de haberme sentado a escribir.”
Amilcar Luis Blanco (Continuará)
Amilcar Luis Blanco (Continuará)
No sé si la novela la estás aún escribiendo; ni siquiera si este primer capítulo es el único que hay y publicarlo es el acicate que te das para continuarla, pero lo que he leído está muy bien, quedas oficialmente descubierto como prosista, jeje. Me deja, eso sí, muy intrigado de cuál puede ser el argumento, o por lo menos el cuerpo principal de la obra. Espero que pronto haya continuación.
ResponderEliminarGracias Luis, sobre todo por haberme leído ya este primer capítulo. La novela la tengo íntegramente escrita pero, por consejo de mi amiga del alma, Mayte Dalianegra, a quien tú también conoces la iré publicando por capítulos, único modo de que haya quienes tengan la paciencia e interés de leerla.
ResponderEliminarUn abrazo
Capítulo Primero. Continuaré. Un abrazo, me gusta. Saludos.
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