domingo, 25 de mayo de 2014

El club de los fantasmas






Yo no inventé la muerte, aunque los poetas podamos estar siempre al borde de la locura, yo no la inventé. La miré como diciéndole eso mismo.- Y como si hubiera entendido me clavó ella también los ojos con furia. Pero su mirada no estaba sólo dirigida a mí y a los muchachos, sino al mundo, al que se cruzara. Sus ojos, grandes y rasgados, relampaguearon como si dos piedras de hielo hubieran recibido el impacto del sol en el aire sombrío del salón. Estaba de negro, el pelo color tiniebla pegado al cráneo, los labios plegados en herradura, la frente con arrugas, la expresión compungida y a la vez rabiosa. Dejó de mirarme y abandonó el recinto de la funeraria hacia la calle Pedro de Mendoza sin cubrirse siquiera con algo, con cualquier cosa, un diario, un paraguas, de la intensa lluvia   que caía en ese momento y le daba a la calle una luminosidad grisácea y al riachuelo el aspecto de un gran ámbito interior familiar y algo sucio por el que se hubiera podido viajar hacia el mismo Hades. Era como si hubiera un techo y paredes lejanas y todo estuviese ahí nomás y nosotros adentro esperando para salir o algo así. Nos miramos con los muchachos y nos encogimos de hombros. La comprendíamos, cómo no. Había perdido a Néstor, su novio, de una manera súbita, impensada. El infarto masivo que terminó con su vida lo había sorprendido la noche anterior mientras bailaban milonga en el club "Melodía de arrabal" que habían abierto una semana atrás.- Una de las chicas nos comentó que había estado recostada y completamente ebria pero que se había levantado esa mañana para ir al velorio con una sobriedad alucinada, silenciosa y huraña. No era para menos.
Ella era para todos la Ñata o la Morocha.- Nos enseñó a bailar tango y milonga a una pila de nosotros y a los que algo sabíamos nos perfeccionó de tal modo que no había después figura que no supiéramos dibujar con los pies y sobre cualquier suelo. Creo que todos, no sólo yo, sentíamos algo especial por ella. Como decía Cacho, era una mujer que se brindaba, muy dada como se dice. Sonreía y su rostro de morocha subida se iluminaba y nos iluminaba. Se le formaban hoyuelos en las mejillas y sus ojos azules únicos para un rostro tan moreno resplandecían y exhibía siempre esa figurita, esas piernas torneaditas, esa cinturita, porque era menuda y graciosa ¿Quién podía no haberse enamorado de ella? Si ella era la morocha argentina perfecta, la del tango de Saborido. Claro que pese a estar todos enamorados de la Ñata le teníamos un respeto tal que rayaba en la temeridad; la defendíamos y la hubiéramos defendido hasta  del propio King Kong si se hubiera presentado en el salón y hubiese pretendido faltarle el respeto.
Fue algo parecido a eso lo que ocurrió cuando llegó al salón un tal charro Muñoz que dijo que venía de Méjico y que él bailaba el tango mejor que nadie y nos desafió y dijo que nuestro club debía llamarse el "Club de los fantasmas" y no "Melodía de arrabal" porque nosotros pertenecíamos al pasado, a un tiempo que se había ido para siempre y no volvería jamás, un tiempo muerto.
La primera en responderle fue la Ñata. Le dijo que si lo que quiso decir fue que todos los que estábamos ahí éramos fantasmas, incluida ella misma, era porque no se había dado cuenta de que él, el mejicano propiamente, era un hombre de papel, de papel dibujado le dijo, porque todo en su atuendo era artificial, de disfraz, carnaval, puro carnaval, "sos vos pibe"-  remató. Y siguió: "- Ese sombrero aludo exagerado, los bigotes, la entonación al hablar que parece que siempre  estás jactándote de algo, alardeando, desafiando a lo macho".
- Te desafío yo a bailar ahora, una mujer argentina ¿Bailás o sos puro jarabe de pico?
- Pues sí,  bailo tangos, y bailo corridos mejicanos también como debe ser.
- Bueno, a ver quién dura más - dijo la Ñata y le hizo una seña a Néstor que puso primero en la bandeja un corrido mejicano como para que tomara confianza. Ella lo siguió. Después Nestor puso un tango y se vio que el charro no sabía qué hacer, para dónde arrancar, cómo llevarla, dónde poner el pie para el primer paso, mientras ella lo miraba de frente, desafiándolo y mostrándole su muslo largo y blanco asomándose entre el tajo de su pollera negra.
Hasta que el mejicano no dio más, se desprendió de la mano de la Ñata, negó con la cabeza y tuvo que retirarse rojo de vergüenza.-
- Bueno, nene, entonces no me digas que somos fantasmas, yo no soy fantasma y en todo caso vos tenés todo dibujado, sos artificial.
Pero la mañana del velorio la Ñata entró a caminar sobre los adoquines de la calle Pedro de Mendoza y todos la seguimos, de lejos y de atrás para no molestarla. Tenía puesto su tapado negro, de paño, ceñido a la cintura. Estuvo un rato caminando. De pronto se dio vuelta y nos miró a todos, nos abarcó, por decir así, con su mirada.
- ¡Váyanse a la mierda! - exclamó - y no me sigan, por lo que más quieran no me sigan
Nos quedamos parados en el aire velado. Se había comenzado a levantar una neblina caliginosa desde el riachuelo, tan blanca que ya ni el negro del agua podía verse. La Ñata se hundió en los vahos vaporosos, fue engullida por esa atmósfera que cada vez se hacía más y más espesa después de la lluvia hacia la desembocadura en el Río de la Plata. Pasó una lancha y el sonido ronco de su bocina se dejó escuchar durante un largo instante. Las luces, amarillentas, cada vez más lechosas y tenues, iluminaban el blanco de la niebla por dentro y lo hacían más impenetrable. Sólo por intuición alcanzamos de nuevo la vereda y comenzamos a caminar para ingresar nuevamente al salón. Adelantábamos las manos para no chocar a los transeúntes que venían de frente y para no tropezar con los bancos o los tachos de basura, como si estuviéramos ciegos. Para mi desgracia tropecé y caí sobre los baldosones húmedos de la vereda y, como los demás siguieron hacia el salón, no advirtieron mi caída.- Quedé un rato sentado, dolorido y perplejo y cuando me puse de pie, un poco aturdido, quizás porque un golpe de viento removió y despejó un poco la neblina, divisé a La Ñata al borde de un pequeño muelle, una minúscula rada desierta. Me pareció dispuesta a lanzarse hacia las aguas de ese Leteo silencioso y negro y entonces, impulsado por un súbito pánico, corrí hacia ella.
- Pero tanto se amaron ustedes como para que pierdas toda tu linea Negra - pensé en decirle como para sacarla de su peligroso ensimismamiento, pero me contuve porque recordé que sólo él, Néstor, le decía Negra, los demás Ñata o Morocha. Pero lo raro fue que ahora ella me escuchó otra vez  el pensamiento, se sacudió de la inmovilidad en la que estaba, clavó su mirada azul en mis ojos, incendiada y llorosa, más atractiva que nunca, con la cartera caída al costado.-
- Acaso te importa que yo pierda la linea - me gritó.- Después siguió gritándome hasta que tuve que taparme los oídos pero podía escucharla igual - Somos un club de sombras nosotros - me decía - somos todos fantasmas o estamos vivos y el fantasma solamente es él porque se ha ido. O quizá nos transformamos en hombre y mujeres de papel, como ese charro mejicano, es decir, gente artificial que va pregonando por ahí lo que fue. Porque todo se ha muerto sin él, entendés.-
Entendí que para ella la vida era Néstor, el mundo era Néstor y sin él no había vida, no había mundo. Me pregunté cómo podría hacerla reaccionar, cómo conseguir que siguiera su vida de siempre. Finalmente le dije, gritándole:
- Negra, tenés que rescatarte.
No me contestó, dejó de mirarme.- Antes de darse vuelta hacia las brumas del muellecito abrió su tapado negro y observé que no tenía ropa, ni siquiera de lencería, estaba completamente desnuda dentro de su abrigo. Fue un momento porque enseguida se volvió, terminó de quitárselo y pude ver su espalda,  sus glúteos y sus espléndidas pantorrillas de bailarina. Corrí hacia ella, desesperado, con los brazos abiertos para agarrarla. Fue como querer atrapar  una transparencia. El tapado del que se había desprendido quedó a mi lado como la sombra arrebujada de alguien que hubiese sido y, sin que pudiera evitarlo, escuche el sonido apagado de las aguas negras del riachuelo tragándosela. Me zambullí entonces yo también en ese mar aceitado y apestoso. Cuando me sacaron y recuperé la conciencia y el habla vi su tapado negro, la sombra arrebujada se había desplegado sobre un cuerpo en el que ella ya no estaba.-

Amilcar Luis Blanco

("El día después" Oleo sobre lienzo de Edward Munch)

5 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho este relato del Charro fanfarron y los tanguistas fantasmas, de mujeres como la Negra, que quizás sólo fueron imaginadas, porque su cuertp desnudo se desvaneció bajo las aguas.

    Comparto en mi Google +, querido Amílcar. Pasa una muy feliz semana, y a ver si el comentario no se borra al enviar, que ya es el tercero que escribo, jeje. Besos!

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  2. Gran historia, Gracias por compartir Amilcar
    Usted tiene que geta botón Unirse, entonces me uniré.
    A la luz del amor

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  3. Gracias, querida Mayte, qué alegría me produjo ver tu comentario a este cuentito que tuvo su antecedente en la realidad, no exactamente pero algo parecido. Besos

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  4. Thanks to you Cindy.- I push your boton of jointnes and I hope that had been made well, tahks you

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  5. Me ha encantado el relato Amilcar, ese sabor a tango y amor en el recuerdo,parece un más un sueño.
    Un saludo

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