domingo, 19 de agosto de 2012

Historia de la camarera y el abogado






- Lisandro tuvo huevos, muchachos, huevos o cojones o agallas, como lo prefieran ...
- ¿Pero entonces es verdad, él se caso con la rusa, se separó y se divorció de Anita Callógero ...
- Sí señor, se separó y se divorció de Anita Callógero
Ahora, el que vino a la mesa cuando Juan dijo eso, fue Ivan, el dueño del bar, y todos se callaron, incluso José que acababa de explicarles por qué no era su hija, Mariana, la que desde hacía una semana no atendía las mesas. También, de paso, les dejó claro por qué Lisandro faltaba de las mesas de entradas de los juzgados desde hacía más o menos la misma cantidad de tiempo.
- Es que, muchachos, Mariana Balischenka "la rusa" era activa, vivaz. En todo, al caminar, al dirigirse a las mesas para levantar los pedidos y llevarlos en una bandeja que jamás se le ladeaba ni ella había dejado caer nunca, al pasar la rejilla sobre las tablas de mármol gastado del bar "La Justicia", dentro de cuyo recinto se desenvolvía desde hacia quince su vida de apenas treinta y dos años y se había también desarrollado la de sus padres y sus abuelos que fueron quienes lo abrieron hacía ya más de setenta años, recién llegados de Rusia y, en fin, al hacer cualquier cosa se la notaba diligente, voluntariosa, inquieta. Pero sobre todo su propensión al movimiento constante, su hiperkinesia casi compulsiva, enmarcada en un ritmo que le vendría de sus ancestros eslavos, se exteriorizaba en el movimiento de sus caderas, sus piernas, sus pies y hasta sus manos que parecían querer volar de sus caminatas y ademanes y desde el torso siempre firme y esbelto y la cintura de diámetro casi polar comparado con el de sus ancas. El rostro redondo, de pequeña nariz, los ojos inmensos, aniñados pero intensos y expresivos, completaban el panorama y justificaban la presencia constante de jóvenes parroquianos, muchos de ellos abogados recién recibidos, apenas casados o de novios, divorciados de amargos semblantes, que además de para beber cafés, capuchinos, lágrimas, cortados o completos con leche y medialunas, y también algunas ginebras, cañas, coñacs o whiskys, convencer clientes o partes contrarias antes de las audiencias, concurrían al lugar para tener la posibilidad de contemplarla a gusto, permanecer en silencioso arrobamiento frente a su beldad o atreverse a soltarle insinuaciones y piropos que iban desde lo soez hasta elaborados panegíricos de aspirantes a poetas.
De toda esa cohorte de admiradores, desde el más tímido hasta el más desenvuelto, se recortaba Lisandro quien ya había logrado sentarla a su mesa y conversar varias veces con ella.- Una vez le dijo:
- Qué bien te quedan la calza, las botas y esa camisa, tan roja y que te levanta tanto.
- ¡Gracias! Pero viste que no tengo tanto busto ...- Mariana lo dijo y bajó apenas los ojos. En realidad sus senos desbordaban para lo que era el volumen de su torso y resultaban bastante apetecibles.
- No, no, te levanta pero tenés - Volvió a insistir Lisandro y sintió que su pulso se aceleraba. Ella jamás se había referido a su propio físico en las pocas charlas muy circunstanciales que habían mantenido.Para que su sorpresa y sus latidos no disminuyeran el ritmo Mariana se sentó frente a él, le sonrió, lo miró a los ojos y le dijo:
- Hoy podemos vernos a la salida, papá viajó a Entre Ríos.
Jamás había soñado Lisandro, bien lo sabían Juan, José y los demás colegas, que Mariana pudiera prestarle atención en serio, y menos todavía que le aceptase sus reiteradas invitaciones. Su súbita actuación pícara, algo zafada, le hizo entrever los interiores de una habitación de hotel, sólo para los dos y las elaboradas mentiras que debería desplegar frente a su joven esposa, Anita Callógero, para poder evadirse de su chalet de barrio, tan acotado por vecinos y parientes en el escaso tiempo que llevaban de casados. Pero la aventura lo reclamaba.
- ¿A qué hora salís, preciosura?
- Quedo libre a las seis - Mariana le sonrió y dibujó un beso dirigido a su boca; sus labios se plegaron formando una momentánea y pequeña trompa y sus párpados descendieron brevemente dejándole a las claras demostrado que, en esa mirada de ojos color petróleo, enmarcados por sienes y frente casi marmoladas, por un cabello de reflejos ceniza, el elegido por Dios había sido él.
Pensó en Catalina la Grande, en Ana Karenina, en las heroínas de Dostoyevsky y de Chéjov y por último colgó de su imaginación un retrato de Lou Andreas Salomé que procedía también, según había leído, de las estepas regidas por los zares y que ahora organizaban rostros y cuerpos impenetrables del Politburó.
Los ojos color azul petróleo, las carnes blancas, las dimensiones oseas eslavas y delgadas, la musculatura elástica que remataba en ese cuerpo espigado y esbelto de ballet Bolshoi, el ardor de los llantos y las postergaciones de sufrimientos sin fin de generaciones de mujeres que secularmente habían vivido para el trabajo y la esclavitud, bajo la nieve implacable, la roja pasión contenida, harían de Mariana un volcán seguramente. Porque Lisandro la veía como la encarnación de todo eso.Consiguió llevarla al hotel, consiguió meterla entre las sábanas con la piel enrojecida y la acarició y la besó y entró en ella con la suavidad de un tallo abriéndose en la tierra húmeda y tibia, guardada bajo la nieve. Mariana fue en ese momento para Lisandro una tierra húmeda y tibia, fue el humus en el que se mezclaban evocaciones de las fértiles llanuras marginales del volga y la selva negra con la pampa argentina. Lisandro solía componer en su imaginación lo que él suponía que entraba en contacto y se mezclaba entre dos personas además de sus cuerpos, quiero decir sus historias, sus culturas.
- Te amo - le dijo cuando salieron del primer revolcón pasional
- ¿Me vas a amar siempre?
- Sí, por supuesto
-¿Seguro, no me vas a dejar?
- Seguro ¿Por qué?
- Sufrí mucho, Li, mucho. Hasta ahora tuve en mi vida un solo hombre del que me enamoré y me dejó, me abandonó, huyo en su camión a Brasil y nunca más lo vi. Mi padre y mis dos hermanos salieron a buscarlo ...
- ¿Y?
- Y lo encontraron y él les explicó que tenía otra novia en Brasil, en el Estado de Paraná, a la que había dejado embarazada y que tenía que cumplir con ella, como un hombre, les dijo, y ellos, mi papá, mis hermanos, no supieron qué responderle ...
- Y vos, ¿qué le hubieras dicho?
- Le hubiera preguntado por qué y para qué me enamoró, si lo hizo solamente para romperme el corazón ...
pero claro, mi papá, mis hermanos, no estaban enamorados de él ni se habían acostumbrado a él ...
- Vos, como se dice, te habías aficionado a él,¿ no es cierto?
Mariana puso cara de pecado al contestarle, de devota ortodoxa o católica sorprendida en la falta, necesitada de expiación, o a Lisandro le pareció.Varios frescos interiores en la catedral de San Petersburgo de cabezas femeninas enmarcadas por luminosos aros de santidad desfilaron súbitamente por la mente de Lisandro.-
- Sí, sí, me había aficionado a Ernesto, así se llama
- Ernesto fue funesto ¿Cómo pudo abandonar a una mujer tan hermosa, tan atractiva como vos?
Ahora Mariana le sonrió pudorosa, avergonzada, sus mejillas se inflamaron como pétalos de una rosa roja y ardiente.Los velos se corrieron para dejar ver sus dientes parejos y blanquísimos, una luz etérea descendió sobre sus mejillas que enrojecían, sobre la comba de su frente virginal.
- ¿Y cuándo volveremos a vernos? - inquirió la rosa y sus ojos destellaron sobre la mirada satisfecha de Lisandro.
Recordó entonces que era un joven casado. Y bien casado ya que, desde el punto de vista de su carrera, su mujer era la hija del dueño del Estudio Jurídico en el que él trabajaba y esperaba trabajar hasta jubilarse. Tosió, se llevó los dedos a la nariz y se la apretó como queriendo afilársela. Dijo:
- Yo no quisiera ser otro más que rompa tu corazón
- ¿Por qué, acabás de decirme que me vas a amar para siempre, que no me vas a dejar?
- Lo que ocurre es que soy casado
- ¡ Ah, pero qué bonito! Yo creyéndote como una tonta, conmoviéndome con todos tus piropos, pensando que de veras te gustaba ...
- Y de verdad me gustás, claro que me gustás - se defendió Lisandro
- ¡Sí, para encamarte conmigo y nada más que para eso! - protestó furibunda Mariana. El azul petróleo de sus ojos había pasado a un violeta intenso.Lisandro quiso calmarla y acercó su mano a la mejilla  de Mariana, seca, sin atisbo de llanto, pero ella se la sacó bruscamente descargándose de un manotazo de la impertinente caricia. Luego se incorporó violenta y desnuda como una cariátide y caminó hacia el baño y abrió la ducha e introdujo su cuerpo eslavo, magnífico, bajo el chorro abundante y torrentoso que reventó sobre la abundante cascada de su pelo castaño con reflejos cenicientos. Durante un largo momento sólo se escuchó el sonido a lluvia, a cerrado aguacero, que producía el agua al salir de la roseta de la ducha y quebrarse y borbotar sobre la pequeña cabeza, la cara de ojos cerrados y labios entreabiertos de Mariana, que lo miraba con silenciosa furia cada vez que los abría, para después correr sobre su cuerpo y bruñirlo, lustrarlo, hacerlo brillar bajo la pátina transparente y tornarlo dolorosamente más apetecible, deseable e imposible para Lisandro, dadas las circunstancias.
Nada había tan serio, tan imponente, como una mujer enojada, una mujer joven y bella de tantos kilates como la que allí había conseguido llevar Lisandro. Una desconocida en suma, porque sabía de ella menos, mucho menos, de lo que imaginaba. Y lo que imaginaba, las fantasías que ocupaban su cerebro, provenían de desordenadas y antiguas lecturas, de viejas películas, de fotografías y grabados, pero, seguramente, no se correspondían con la idiosincrasia, personalidad, expectativas reales de la Mariana de carne y hueso que él había defraudado y que ahora giraba, levantaba sus brazos, acariciaba y fregaba su cuerpo con la pequeña pastilla de jabón y hacía crecer la espuma sobre su delicioso cuerpo que se le escapaba hacia el corto futuro de esos instantes que faltaban para que sonara la chicharra que marcaría el fin del turno. Entonces nunca más la vería y cuando la viera en el bar ella lo trataría con frialdad y distancia, daría vuelta su cara y hasta la tendría que soportar dialogando y coqueteando con otros, algunos probablemente fueran libres, solteros, viudos, divorciados y se la llevarían ofreciéndole lo que él no podía darle. Lisandro suspiró, su pecho se inflamó, su estómago se vació y languideció con una súbita congoja y las lágrimas en incontenible tropel subieron a sus ojos y los desbordaron. Acaso no podía ser Mariana la mujer de su vida, más que su joven esposa, con quien, desde hacía cuatro años que ya duraba el matrimonio, no habían conseguido siquiera tener hijos, hijos que él hubiera deseado pero que su novel esposa se negaba a concebir, ateniéndose tercamente a la ingesta de anticonceptivos, hasta tanto no terminara su carrera de ingeniería en alimentos.
Se dirigió a la ducha, se metió bajo el chorro y atrapó entre sus brazos el cuerpo de Mariana. Ella protestó y forcejeó pero finalmente cedió a las manos, al cuerpo de su compañero que la ceñía con fuerza y a la voz conmovida que le repetía que la amaba.- Copularon bajo el agua torrentosa, contra las cerámicas, de modo frenético y fogoso, se besaron con furia y caminaron juntos hasta la cama y húmedos y mojados siguieron el ejercicio lúbrico hasta satisfacerse.-
Así que Lisandro dejó a su joven esposa, dejó el prometedor bufet de su suegro, Mariana abandonó su desempeño como camarera y ambos, nuestro bisoño colega y la hermosísima señorita rusa, se fueron a vivir juntos y colorín colorado este cuento se ha terminado. - concluyó José
- ¡Iván! - gritó Juan que había permanecido en silencio. Cuando el dueño de"La Justicia" se acercó sonriéndoles, le dijo: - Traiga dos coñacs - y cuando se alejó rumbo al mostrador miró inquisitivamente a José:
- Ché ¿Y vos como sabés tantos detalles?
- ¡Ah! Esa es otra historia.

Amílcar Luis Blanco ("Bar en el Follies Bergere" por Edouard Manet)

7 comentarios:

  1. mE PARECE INCREIBLE TU TEXTO aPLAUSOS

    ResponderEliminar
  2. Espléndido texto Ya eres escritor no mas un blogger que escribe un corto sentir en su blog
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Bueno, buenísimo, Mucha, viniendo de tí, te agradezco el comentario porque viene de alguien que de ésto algo entiende, un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Muy buen cuento. Un relato finamente escrito que va llevando al lector con interés en la historia de Lisandro y la rusa Mariana. Aplausos.


    mariarosa

    ResponderEliminar
  5. Gracias María Rosa. Me pasaré por tu blog para leerte. Un cordial saludo

    ResponderEliminar
  6. Sufrí mucho, Li, mucho. Hasta ahora tuve en mi vida un solo hombre del que me enamoré y me dejó, me abandonó,

    Me has recordado mi vida , bueno yo no he tenido ninguna otra relasion pero al igual que ella sufrí mucho

    Un abrazo !!

    ResponderEliminar

Cualquier comentario es bienvenido pero me reservo el derecho de suprimir los que me parezcan mal intencionados o de mal gusto.