viernes, 1 de noviembre de 2013

CALEIDOSCOPIOS.




- Si se trata de que nos acostemos juntos nada más y yo te pago es una cosa. Ahora si tengo que decirte que te amo es otra, totalmente diferente.
Gisella mantenía los ojos sobre sus zapatillas, no lo miraba. Tampoco Adolfo pretendía que lo hiciera. Se conformaba con verla de perfil masticando su chicle. La noche anterior habían compartido la cama de Adolfo en su departamento ubicado en el décimo piso de un edificio de la Avenida Cramer en Villa Crespo. La ciudad de Buenos Aires tenía ojos negro azulados como los insectos. Letreros de neón, luces, bocinas, ruido de motores y de gente hasta las primeras horas de la madrugada y Gisella que había vivido hasta sus veinte años en Generál Pico, Provincia de La Pampa, no se acostumbraba o se acostumbraba mal, con lagunas, distracciones, torpezas, a su nueva vida en la gran capital desde hacía nueve meses.-
- Okey, okey - dijo y se incorporó.
- ¿Okey qué?
- Que está bien lo que decís, lo acepto, no soy ninguna histérica.
Adolfo, que no dejaba de mirarla, se llevó la punta de un cigarrillo a los labios, lo encendió y se lo pasó a Gisella. Ella lo tomó entre el índice y el mayor de su mano derecha maquinalmente, escupió el chicle y también  puso el cigarrillo entre sus labios y aspiró. El sabor a frutilla se le mezcló con el gusto acre y áspero del humo del tabaco y le provocó una leve arcada, una sensación de asco que contuvo y se le transformó en tos. El perfume de las lavandas del jardín de su casa en Generál Pico, cuyas flores y hojarascas secas se acumulaban bajo la frondosa melena rastrera del arbusto y producían un fermento viejo, fuerte y dulzón, ocupó por un instante su memoria olfativa. Era un hedor a cansancio y podredumbre ¡Qué mal, qué mal!
Algo la impulsó a querer irse del departamento y de la  compañía de Adolfo. Pensó en una excusa porque él era orgulloso y desconfiado y ni debía intuir el fuerte sentimiento de rechazo que comenzaba a inspirarle.-
- Sabés que me vino
- ¿Qué cosa?
- La menstruación, estoy toda enchastrada ¿Te muestro?
Gisella amagó con bajarse la calza. La mano de Adolfo la detuvo. Le había pedido que se bañara antes de tener relaciones y se había bañado él. Era extremadamente pulcro y ella supo que su excusa funcionaría. Aplastó el cigarrillo casi entero contra el cenicero. La ciudad comenzaba a encenderse como las cigarras y las luciérnagas en los patios y jardines de su pueblo de infancia al comienzo de las noches en los veranos. Iría al teatro, si señor, al teatro. Adolfo no sólo la había aburrido con su pulcritud y su mezquindad tan evidentes, le había también producido un deseo súbito de marcharse, viajar en un colectivo y abordar finalmente la calle Corrientes y sus inmediaciones. El deseo de andar sola, de caminar a la deriva entre el gentío ahora se le estaba cumpliendo. Era cuestión de ver caras y cuerpos, hombros y miradas. Ella también era mirada por el gentío. Ataviada con sus calzas negras y su camisola larga de colores vivos y carnavalescos en los que predominaban los rojos, verdes esmeralda, turquesas, fucsias, amarillos y ocres. Era un andar con un poco de contoneo que le había visto a Brigitte Bardot en una vieja película y que ahora imitaba, era también una garganta y unas mejillas bruñidas y cobres, unos labios gruesos pintados en lacre y unos ojos verdes enormes destacados por el delineador y el rimmel, enmarcados en pelo lacio renegrido, corto, pegado al cráneo. Se enfocaba como la milonguita del tango, la francesita. A ella también la miraban, la veían, la consideraban y necesitaba ser vista, mirada, considerada, aunque quisiese que la dejaran sola. Necesitaba sentirse un poco la estercita, la mezcla rara de museta y de mimí. La fantasía de la gran capital se desplegaba ante ella y dentro de ella. Pero, sí, iría al teatro. Ella, mientras deambulaba, necesitaba sentirse un no ser, un no lugar, la figura inidentificable, anónima. Entró en una librería. En la mesa delantera desbordaban los best seller. Compró "La pasión desnuda", una novela erótica y cursi, después de leerla un poco de ojito e interesarse en un relato de seducción pensó que ella se autoseducía, se conquistaba a sí misma en muchos momentos. Cuando elegía estar sola y perderse y volver a su propio departamento. Un grupo de tres muchachos se había desprendido de la muchedumbre y había ingresado al salón siguiéndola. Sus integrantes, alternativa y estúpidamente, habían dejado caer sobre los oídos de Gisella exclamaciones y piropos y propuestas. La última había sido la más atrevida.
- Los tres, juntos o por separado, como lo prefieras, nos ofrecemos para hacerte feliz.
Gisella ni siquiera los miró. La impertinencia de esos chicos la empujó a pensar en ese momento que las soledades no eran todas iguales, incluso las suyas. La soledad en Generál Pico cuando llovía o los domingos por la tarde, aún la promiscua en compañía de compañeras y compañeros previsibles de su primaria y secundaria, la soledad con sus padres y hermanos y tíos y tías y primos y primas, la soledad con Adolfo que lo único que quería era acostarse con ella como esos tres fantoches que ahora la perseguían. La estupidez de suponer que con sólo el sexo bastaba y que el sexo podía separarse de todo lo demás. Si ella quería masturbarse a solas tampoco los necesitaba ¿Acaso no se daban cuenta? Ahora contaba esta nueva soledad poblada, saturada por ella misma, por sus deseos y preferencias, intenciones y elecciones, compuesta por libros, películas, vídeos, permanentemente en tensión, vibrante. Horas de ensimismamiento mirando películas de temáticas profundas, intimistas, leyendo a los filósofos, a los grandes y pequeños y a todos los escritores que la conmovían y acompañaban y, como lo había decidido recién, yendo al teatro. A ese ámbito mucho más sagrado todavía que el de las iglesias, al que se ingresaba en cuerpo y alma, en la oscuridad y el silencio, a ocupar una butaca y esperar que las luces de escena se encendieran. Mientras tanto poner los ojos sobre la escenografía y dejar que los oídos se sumergieran en el murmullo y siseo de las voces y conversaciones en la sala. En esta obra, dos paneles que simulaban paredes pintadas en color lila, con haces de luz que los resaltaban, en su mayor extensión ocupadas por largos ventanales que daban a un jardín muy iluminado, frondoso y florecido, conformaban un living con cómodos sillones de un tenue amarillo limón. Era un confort inducido, tranquilizador, calmo, invitaba a observar y escuchar y sedarse y concentrarse en los parlamentos, cuerpos, rostros, que ingresarían al ámbito de atención de los espectadores.
Y así fue y la luz explotó y se irradió de pronto a giorno y en toda su potencia en la escena cuando los últimos párpados luminiscentes de la platea y los palcos se apagaron por completo y también los murmullos y las voces se sumieron en el silencio. Entonces entró la primera actriz y todos aplaudieron. Sobre las tablas, a la vista de todos, un foco de luz cenital iluminó a un muchacho sobre una alfombra que movía lentamente un muñeco y que dejaba en claro su desvalimiento físico y mental.-
- Hijo, por Dios, qué haces, cuánto tiempo has estado aquí - dijo la primera actriz
El muchacho se encogió de hombros.
- No importa má, no importa, estoy bien.
- Pero tenés que levantarte y quedarte en tu habitación. Hoy espero la visita de alguien muy especial
- ¿De quién?
- ¡Ah! (suspiros, manos al pecho en un vestido plisado y liviano, color hueso, que deja ver las formas turgentes de la primera actriz), es un hombre providencial, alguien que el destino me envía, mejor dicho nos envía.-
- ¿Nos? - dice el actor que hace de hijo que seguirá hablando con interrupciones, con cierta dificultad.- Este será un nuevo novio. Má, por qué, ma, tuviste otros ya y dejaron de venir, te abandonaron (parece sollozar y habla lamentándose) Si yo no fuera así ...
- ( La madre lo interrumpe se abalanza sobre el torso y la cabeza del hijo, visibles para todo el público, lo abraza) No, no digas éso, no digas nada.
La madre y el hijo están solos en la obra y en la vida que propone la obra, en el drama que comienza a desatarse. El primer actor que personifica al hombre novio entrará a la escena y demostrará lo enamorado que está de la madre. Ella le hablará del hijo desvalido y él lo aceptará como una parte de ella. Poco a poco en los dos actos siguientes el hijo se resentirá de tanta compasión y se irá una mañana tras una noche de apasionado encuentro erótico que su madre pasa con su flamante novio. Las tres vidas quedarán cambiadas para siempre, cada una habrá pasado por la otra como una luz y el último acto, en tres escenas, mostrará tres monólogos, cada uno de los cuales reflejará a los otros dos pasando por el del que lo diga; ellos se convertirán en los caleidoscopios vivientes que dan título a la obra llamada precisamente "Caleidoscopios".
Las transformaciones en los parlamentos y gestualidades de los protagonistas se irán insinuando con la predominancia de un color para cada uno de ellos. La madre será el verde, el hijo el azul celeste y el novio de la madre el rojo. Todos los colores se van intercambiando y el trabajo del iluminador es descollante.
Cuando Gisella regresa a la calle Corrientes, a la brisa que le cruza el rostro y le seca los ojos que se le humedecieron comprende que ha sido traspasada por la obra y los personajes y que los rostros que la observan desde el gentío nuevamente creciente no son indiferentes, en realidad aunque de modo tímido y solapado, siente que la interrogan.

Amílcar Luis Blanco (Pintura: "Amor infinito" por Alfred Gocker)

6 comentarios:

  1. Como siempre excelente!!!!!!!!!!!!!!!
    Te metes en los personajes y salen de vos como si los hubieras vivido ...
    en una noche de Buenos Aires mientras el cigarrillo lo dejabas encendido...
    mil besos

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  2. Poesía e historias siembre bellas en tus blogs amigo Amílcar, hay que reconocer el sentimiento de tus letras y la imaginación de tus historias, quizás es porque son vivencias de un corazón lleno de pasión. Un abrazo amigo, buen domingo.

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  3. Muy buen escrito
    Tienes alma de escritor
    felicitaciones

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  4. Se suele decir que los textos largos en los blogs están 'prohibidos', pero me gustan mucho más que lo que denominan 'microrrelatos'.
    Me gustó, un abrazo.
    HD

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  5. no se si lo que escribis es largo o corto
    cuando te leo el momento no existe

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  6. Bueno, les agradezco a todos los comentarios y les envío abrazos y cariños.

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