viernes, 26 de abril de 2013

Puede sucedernos




No recordaba de dónde venía, tampoco de qué situación u ocupación ni hacia dónde debía dirigir mis pasos siguientes. Ni siquiera podía precisar en qué sitio había dejado el coche, pero como estaba vestido de traje, con corbata y en mi bolsillo aferraba un poco desconcertado las llaves de mi Ford Fiesta, no podía haber dudas de que había llegado ahí a bordo de mi vehículo. Comencé a deambular a la deriva, primero cruzándola hasta la estación terminal de micros por la que reconocí que estaba en el barrio de Retiro en Buenos Aires, por la descomunal anchura de la Avenida Ingeniero Huergo, contemplando mientras lo hacía, con bastante temor, el frente de colectivos, camiones y automóviles, rugientes y humeantes, que, en un momento, embestirían en pos del horizonte desértico que tenía del otro costado el espacio de asfalto gris que me separaba de ellos. Por fin completé la mínima travesía sintiéndome desesperado y sin saber hacia qué lugar dirigirme.- Caminé y caminé hacia el este, llegué a la Plaza San Martín, anduve por la vereda del edificio Cavanagh. Mi mente o mi memoria no alcanzaba ni a producir asociaciones con aquéllos lugares que recorría.- Al dar la vuelta a una esquina me tropecé con mi amigo Di Tullio y lo reconocí. Me le acerqué feliz y sonriente, bastante excitado y cuando iba a explicarle lo que me pasaba, él me palmeó y me dijo:
- Viejo, te estaba esperando.-
- ¿Para qué?
- ¡Hombre! Para jugarnos la partidita de poker de la que habíamos hablado. Bajé a comprar unas bebidas para amenizar. Bueno, bueno, subí al departamento, vos conocés el camino.
Terminó de decir esto y huyó literalmente como alma que lleva el diablo y me dejó mas desconcertado que nunca. Por supuesto no tenía la menor idea de cómo y por dónde debía llegar a su departamento. Estuve absorto un rato mirando los frentes de los edificios sin que ninguno me despertara algún recuerdo que me permitiese orientarme hacia lo de Di Tullio. No se por qué razón opté por uno de aspecto señorial, de arquitectura italiana. Quizás porque hacía calor y bajo el traje y el nudo de la corbata sentía las axilas y el cuello transpirados y porque el lobby o palier de ingreso en la planta baja estaba iluminado débilmente y la sombra en el interior prometía frescura y mi cuerpo la ansiaba y necesitaba. Pensé que además debería procurarme un refresco, alguna gaseosa porque comenzaba a sentir sed. Así que caminé experimentando a mi alrededor una atmósfera funambulesca.- Había transeúntes ocupados en sus cosas que conversaban entre sí o se dirigían indiferentes a quehaceres seguramente propios de la hora.- Apenas pasaba del mediodía y las calles y las veredas estaban como infectadas de vehículos y de gentío.- Me mezclé entre ellos, entré al edificio y atravesé el inmenso salón alfombrado y con tapices que colgaban de sus altas paredes.- Pude apreciar que en los sofás y sillones, junto a pequeñas mesas con ceniceros y bandejas que contenían servicios de café o de té, había personas, hombres y mujeres cómodamente sentados y bien vestidos que conversaban entre ellos.- Al final del inmenso palier estaban los ascensores.- Me metí en uno y dos mujeres entraron detrás de mí. Conversaban entre ellas y una le decía a la otra:
- No tienen por qué saberlo, recién ocurrió.
- No me digas ¿Y de los herederos quiénes estaban ... quiero decir con él?
- Bueno, querrás decir con su cadáver ...
No pronunciaron una palabra más y sólo se miraron significativamente hasta que se  bajaron unos pisos más arriba dejándome solo en el ascensor y con una sensación de horror indecible. A mi falta de memoria debía sumar ahora la noticia de que alguien había muerto y no podría saber quién. Tal vez en ese edificio estuviese mi propio departamento, mi propio hogar, además del de Di Tullio y quien había muerto podría ser algún familiar mío que no recordaba. No hay nada tan atroz como la amnesia.
De pronto me dije: "Pero qué estúpido que sos, che ..." Llevé la diestra al bolsillo interior del saco y extraje mi cartera. Allí estaba mi documento. Miré la foto bajo el plastificado y me miré en el espejo del ascensor. Era yo, Esteban Gómez, así decía en el documento. Escudriñé mi domicilio: Anchorena 2040, octavo piso, departamento "B". Bueno, me dije, será aquí donde estoy ahora.-
Bajé animado del ascensor y caminé presuroso ahora sobre la alfombra hacia la vereda. Fui hasta la esquina y el cartelito me indicó que, efectivamente, la calle en la que estaba era Anchorena.- Regresé al edificio y sí, el número era 2040.- Volví al ascensor con una sonrisa triunfal, un poco sobreactuada, me bajé en el piso octavo y aunque no reconocía nada me parecía reconocerlo todo. En el frente de la puerta del departamento "B" saqué el manojo de llaves de mi otro bolsillo. Las miré, eran muchas. Decidí oprimir el botón del timbre. Salió una mujer esbelta de pelo rubio, recogido, bastante elegante.- Me sonrió y la sonrisa le formó arrugas alrededor de sus ojos claros.
- ¿Esteban, amor, dónde te habías metido?
También yo le sonreí y entré en el abrazo que me ofrecía.- Acabo de ver a un médico psiquiatra.- Ella se llama Ema, dice que es mi esposa y lo telefoneó porque según sabe y yo sé aunque lo he olvidado por completo podrá regresarme a mi vida.- He escrito esto para él.- Me dijo que tratara de recordar y fuera lo más directo que pudiese. Esto según parece me ocurrió en la mañana de hoy porque, según me ha dicho Ema, a las siete he salido del departamento rumbo a los tribunales, ella me ha llamado al celular y no he respondido. Según el médico lo que me está pasando a mí a cualquiera de nosotros  puede sucedernos.

Amílcar Luis Blanco. (Oleo de Francis Bacon)

11 comentarios:

  1. Estupenda prosa, amigo. Una historia que se vive. Te deseo mucha suerte en este mundillo de las palabras escritas que se nota te apasiona..
    Un saludo

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  2. Impresionante Relato muy bien narrado.
    ¡¡¡Gracias por tu comentario!!!
    Abrazos.

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  3. Hola Amílcar, tus palabras siempre son un paseo para mi ser, no siempre es un camino llano, pero sí que es sorprendente, tus entradas enganchan, y tu buena pluma acoge sentimientos mientras me pierdo en tu relato, y veo tu capacidad para narrar historias y perderse en ellas. Un abrazo amigo.

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  4. Gracias, Amig@mi@. Sí, como a ti me apasiona escribir. Te espero siempre que puedas por mis blogs. Un saludo cordial

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  5. Pedro, te agradezco muchísimo el elogio y te envío un saludo cordial.

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  6. Lola, querida amiga, gracias por tu comentario. Vos sabés que también a mi me encanta ir a leerte y deleitarme con tus letras siempre. Un abrazo enorme

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  7. Un poco angustiante, buen relato.
    Saludos.

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  8. Gracias, mpmoreno. He ido a tu blog y he leído tu relato sobre James Bond y Rubén Bevilaqua ( personaje este último con el mismo apellido de uno que aparece en mis cuentos, no se si será el mismo) y me ha parecido buenísimo. Así que si a ti el relato de ha parecido bueno me doy por satisfecho. Saludos

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  9. Excelente relato, y a la hora de servirlo me gusta como lo has aderezado.

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  10. Magnifica entrada
    Muy real porque puede pasarnos
    Debe de ser terrible no reconocerte
    sentir tu voz y no saber donde uno estas parado
    .Entrar en tu casa y ser un desconocido
    Buenisimo tu texto
    lleno de miedos
    de un momento en la vida del hombre
    que has creado

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