viernes, 14 de diciembre de 2012

El extraño caso del doctor Fausto y la joven frígida
















                                                     En la nochebuena que antecedió a mi cumpleaños número ocho un tío mío, llegado de la Italia de postguerra me regaló un libro de tapas duras con ilustraciones en cada página. En realidad consistió casi en una historieta como las que hoy se ven en los quioscos con Inodoro Pereyra o Mafalda. Se trataba de una adaptación del doctor Fausto de Goethe. Devoré con avidez palabras e imágenes y quedé impresionado. Cuando en el verano siguiente enriquecí esa lectura con el Fausto de Estanislao del Campo ya me había convertido en un devoto compadeciente del hombre viejo que se enamora de la mujer núbil, muy joven, y, me elegí a mí mismo, ya futurizándome para siempre, como el anciano al que le acontecería lo mismo. Por supuesto, desde entonces estuve dispuesto a vender mi alma a la belleza de una mujer, pero me precaví ,como en estado de alarma constante, de no caer bajo la seducción de una mujer a la que le llevase casi dos vidas de ventaja. Por supuesto que lo que traté siempre de evitar me sucedió. Teniendo sesenta y cinco años me enamoré de una bellísima chica de veintitrés que hubiera podido ser mi nieta. Mil veces llamé entonces a Mefistófeles no obstante mi perfecta convicción de que el diablo no existe y de que si existiera no tendría razón alguna para venir a comprarme el alma, supuesto que de existir también ésta, se le pudiese asignar algún valor que tuviese tanta importancia como para mover a los entes míticos y fantásticos a condescender a la prosaica realidad de un anciano crecido en kilos, arrugas y completamente calvo para más datos.-
No obstante mi sensatez esperaba en el living de mi casa a Mefistófeles bebiendo algún vermouth de más por las tardes y sin jorobar a nadie, ya que soy un hombre viudo hace más de diez años y jubilado. Por más que conseguía nublar mi visión de la mesa, las sillas, el televisor y los objetos más cercanos al cabo de mis libaciones, el convidado del infierno jamás se hizo presente de modo que, esta vez con razón y con pruebas, confirmé mi descreimiento total y absoluto acerca de las divinidades malas o buenas.
La chica de la que me había enamorado se llamaba Margarita, como la de Goethe, y tenía cabellos lacios abundantes, castaños y pesados y los usaba así o asá, sin o con flequillo, recogido o no, a los costados de una cara con ojos enormes y almendrados, castaños también y vivaces. Me hablaba siempre con afabilidad y sonriéndome desde una boca grande de labios carnosos y sensuales mostrándome, haciendo gala, casi jactanciosamente  pero a la vez con humildad y dulzura, de una dentadura de un blanco nácar porfiado. Su boca en movimiento hacía que, por momentos, cuando me hablaba, no pudiera entender lo que me decía y que comenzara como a flotar. Ella trabajaba en la panadería del barrio y era la que me vendía el pan todas las mañanas. Una vez, con la bolsa del pan me entregó un papelito y me guiñó un ojo.-
- Leélo - me dijo.-
Salí boquiabierto a la vereda de la panadería, las sienes latiéndome, el corazón golpeándome el pecho desde dentro como si quisiera salírseme. Entonces sucedió el milagro.- La nota decía: "Quiero verte ¿Podríamos encontrarnos esta tarde, a las seis, en el bar...?" y me daba a continuación las señas del bar.
Hasta que se hicieron las cinco de la tarde mi cuerpo y mi rostro habrán entrado en un estado casi cataléptico o, por lo menos, de concentrado ensimismamiento dándome el aspecto de un zombie. No podía pensar en nada ni en nadie que no fuera Margarita y en mi inacabable colección de imágenes de ella que había ido almacenando en mi memoria en cada una de mis visitas a la panadería. Como sería mi metejón que el pan se amontonaba en los cajones, se endurecía, se llenaba de moho y se pudría y finalmente debía tirarlo a la basura. Iba a comprarlo por la mañana con facturas y por las tardes sólo para verla. Y ella, esa beldad que me trastornaba, por quien le hubiera dado mi alma al diablo y quizá hasta mis bienes para que, si lo deseaba, montara allí algún templo, con tal de que me consiguiera hacer regresar a una juventud que, en mis ensoñaciones, había estimado en mis treinta años, ahora me citaba, me convocaba, deseaba hablar conmigo, vaya a saber de qué.
Me bañé, afeité, peiné, vestí y acicalé del mejor modo que pude y cuando me senté frente a ella mi expectativa era tan intensa que las mesas, las sillas, las botellas, los mozos, los demás circunstantes parecían elevarse, duplicarse y yo temía que estallaran. Por fin, Margarita rompió el silencio.
- ¿Cómo estás? Me imagino que intrigado.
Por toda respuesta alcé los hombros, las cejas, sonreí bobamente y aunque traté de articular alguna palabra mi paladar y mi lengua estaban tan secos que compuse un gesto que debió parecerse al de una vaca cuando mastica un poco de pasto y su deglución es interrumpida por su curiosidad.
- Mirá, cuando estoy en la panadería, además de vender pan observo a los clientes. A vos te observé y me dí cuenta de que estás enamorado de mí, me equivoco?
La sacudida de cabeza que salió de toda mi humanidad fue instintiva, casi un reflejo; el gesto universal de la negativa. Animada por mi espontaneidad Margarita siguió:
- Te lo digo rápido y en pocas palabras. Necesito casarme para cobrar una herencia. No tengo prejuicios, me entendés? De ninguna clase, me entendés? Estoy dispuesta a ser tu amante cuando quieras y puedas, pero, eso sí, necesito que pasemos por el registro civil. Vos sos viudo ...
A partir de esas palabras dejé de escucharla. Sólo me abandoné en la envoltura de su voz y me arrojé al fondo de sus ojos. En la luminosidad castaña de esos enormes faros almendrados y jóvenes un destello de rubí me indicó que Mefistófeles, al igual que Dios para los que tienen buenas intenciones, estaba ahí y era posible que estuviera en todas partes. Cuando amarré las manos de Margarita comprendí que había firmado un trato con él.

Amílcar Luis Blanco (Wilhelm Koller "Fausto y Mefistófeles esperando a Margarita en la puerta de la catedral)

5 comentarios:

  1. Lola ha dejado un nuevo comentario en su entrada "El extraño caso del doctor Fausto y la joven frígi...":

    Hola Amílcar, pues me ha gustado mucho tu entrada, y me ha parecido que todo sirve, si él se enamoro, y a ella le hacía falta una unión, lo mejor es ponerse de acuerdo aunque en ello haya intervenido… Fausto, todos felices.
    De verdad que al leerte se ve que eres una persona culta que escribe con el corazón, y llevando a cabo una historia interesante que engancha desde el principio. Me encanto leerte amigo mío. Un abrazo.

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  2. Querida amiga Lola, he copiado tu comentario, que agradezco muchísimo, y lo he publicado desde mi correo porque no me aparecía en el blog.¡Extraño!!

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  3. en estos dias de recogimiento , familaires y amistades , Amilcar , van para ti , mis mejores deseos de paz , ventura y felicidad Año 2013. saludos y un fuerte abrazo tu amigo : j.r.s.

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  4. Bueno, Sex Shop, deberé comprarles algo, gracias.

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