domingo, 1 de julio de 2012

ROJO DE MILONGA


No siempre el rojo es una deuda o el color político de una parte de la población mundial. Suele ser una parte importante de la estética y por supuesto la rojedad mas que una propiedad de los objetos es algo en sí mismo. Dentro de su pulsación de estrella potente late la maravilla. Así sucedió la vez que me le declaré a Alcira. Entonces el rojo no era parte del salón, pero estaba en todo, en el carmín de sus mejillas, en el rouge de sus labios y también en el fuego de sus ojos. Y esa noche, que pudo haber sido la de la vergüenza, la del pudor desquiciado, prevaleció una casi fogarata de la alegría, parecida a las de San Pedro y San Pablo de la esquina de casa, la del barrio, la que todavía acelera mi corazón cada vez que mi memoria la toca. El amor por Alcira se abrió como un chisporroteo de fuegos artificiales, como una herida súbita que se resuelve fulmínea en comezón,  fue casi eclesial, monástico, de bienaventuranza, desquició las espuertas, que son los contenedores que soportan la presión del agua en las represas, cuando la vi en su vestido negro, la espalda desnuda, la falda sobre las rodillas y las notas del piano tañeron su líquida campana por los rincones del inmenso salón, en esa acústica de platillos, de escobillas sobre metales que aumentaban sus decibeles desde los altoparlantes. Cuando la saqué a bailar y se acomodó para seguirme en la milonga supe que debía confesarle mi amor, que no podía callarlo ya por más tiempo, pero, inmerso en la melodía, la síncopa, el delirio lírico y campanilleante de las notas agudas, parece que la idea, el impulso, se me trasmitió como una energía hacia las piernas y comencé a llevarla, a marcarle los pasos, de tal modo que no sólo yo con mis detenciones y mis contrapasos y mis giros sino también ella se lucía como si una eximia danzarina  le hubiese sido extraída del cuerpo. Y nos dimos cuenta cuando la pista se abrió, o mejor dicho, las parejas que giraban sobre el mármol o las cerámicas coloradas, se apartaron y nos hicieron un espacio. Un halo de luz bermellón nos envolvió, la estreché contra mi cuerpo y el ritmo de la milonga se plegó, que digo, se introdujo y repartió en nuestros cuerpos y danzamos pegados, adheridos el uno al otro. Me sentí como una marioneta consciente porque a la vez que parecía dirigido desde arriba, allende el cielorraso y la oscuridad de lo alto por un ser superior que moviera los hilos,  experimentaba mi ego de un modo acusado y narcisista. Era como si bailara y a la vez me contemplara y admirara. El colmo del egocentrismo y la vanidad. Por un momento nuestros ojos se centraron como si de nuestras cuatro pupilas emanara una luz interior. Vi que la sonrisa de Alcira, horizontal en su pequeño rostro, en la semitiniebla de la pista solo interrumpida por el haz de luz vertical blanquísimo, de flash detenido y absorto, se extendía y encharcaba. Parecía sumergirme en su materia de estrella ¡Qué sensación! En ese rojo de milonga, vivido a puro corazón, he envuelto mi evocación de Alcira. Ella se fue hace ya mucho tiempo de mi vida pero ha quedado en el rojo de mi memoria y en mi corazón para siempre.

Amílcar Luis Blanco

1 comentario:

  1. Muy bella esta evocación a esa pareja de baile y también del sentimiento, que envolvió de rojo pasión la vida del narrador. Muy poética toda la narración, me encantó que fuera el rojo el hilo conductor de la misma, y también esa expresión que denota tu origen como poeta: "las notas del piano tañeron su líquida campana".

    Perdón por no haber venido antes a leerte, Amílcar, y también porque leo tu novela cuando puedo, pero cada vez me es más difícil sacar tiempo para estas cosas, ni siquiera lo tengo apenas para escribir en mis blogs, que estoy publicando cosas que ya tenía hechas con anterioridad, y hasta eso me cuesta. Espero que sepas disculparme, pero al menos hasta que finalice el verano estaré muy escasa de tiempo.

    Besitos y feliz semana, Maestro.

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